LA PRIMERA TABLILLA
Palabras del señor Enki, primogénito de Anu, que reina en Nibiru.
Con pesar en el espíritu, profiero los lamentos; lamentos amargos que llenan mi corazón. Cuán desolada está la tierra, sus gentes entregadas al Viento Maligno, sus establos abandonados, sus rediles vacíos. Cuán desoladas están las ciudades, sus gentes amontonadas como cadáveres yertos, afligidas por el Viento Maligno. Cuán desolados están los campos, marchita la vegetación, alcanzada por el Viento Maligno. Cuán desolados están los ríos, ya nada vive en ellos, aguas puras y centelleantes convertidas en veneno. De sus gentes de negra cabeza, Sumer está vacía, se ha ido toda vida; de sus vacas y sus ovejas, Sumer está vacía, callado quedó el murmullo de la leche batida.
En sus gloriosas ciudades, sólo ulula el viento; la muerte es el único olor. Los templos, cuyas cúspides alcanzaban el cielo, por sus dioses han sido abandonados. No hay dominio de señorío ni de realeza; cetro y tiara han desaparecido. En las riberas de los dos grandes ríos, en otro tiempo exuberantes y llenos de vida, sólo crecen las malas hierbas. Nadie recorre sus calzadas, nadie busca los caminos; la floreciente Sumer es como un desierto abandonado. ¡Cuán desolada está la tierra, hogar de dioses y hombres!
En esa tierra cayó la calamidad, una calamidad desconocida para el hombre. Una calamidad que la Humanidad nunca antes había visto, una calamidad que no se puede detener. En todas las tierras, desde el oeste hasta el este, se posó una mano de quebranto y de terror. ¡Los dioses, en sus ciudades, estaban tan indefensos como los hombres!
Un Viento Maligno, una tormenta nacida en una distante llanura, una Gran Calamidad forjada en su sendero.
Un viento portador de muerte nacido en el oeste se encaminó hacia el este, establecido su curso por el hado.
Una devoradora tormenta como el diluvio, de viento y no de agua destructora, de aire envenenado, no de olas, abrumadora. Por el hado, que no por el destino, se engendró; los grandes dioses, en su consejo, la Gran Calamidad han provocado. Enlil y Ninharsag lo permitieron; sólo yo estuve suplicando para que se contuvieran. Día y noche, por aceptar lo que los cielos decretan, argumenté, ¡pero en vano! Ninurta, el hijo guerrero de Enlil, y Nergal, mi propio hijo, liberaron las venenosas armas en la gran llanura.
¡No sabíamos que un Viento Maligno seguiría al resplandor!, lloran ellos ahora en su angustia. ¿Quién podía predecir que la tormenta portadora de muerte, nacida en el oeste, tomaría su curso hacia el este?, se lamentan los dioses ahora. En sus ciudades sagradas, permanecieron los dioses, sin creer que el Viento Maligno tomaría su ruta hacia Sumer. Uno tras otro, los dioses huyeron de sus ciudades, sus templos abandonaron al viento. En mi ciudad, Eridú, no pude hacer nada por detener a la nube venenosa. ¡Huid a campo abierto!, di instrucciones a la gente; con Ninki, mi esposa, la ciudad abandoné. En su ciudad, Nippur, lugar del Enlace Cielo-Tierra, Enlil no pudo hacer nada por detenerla. El Viento Maligno se abalanzó sobre Nippur. En su nave celestial, Enlil y su esposa partieron apresuradamente.
En Ur, la ciudad de la realeza de Sumer, Nannar a su padre Enlil imploró ayuda; en el lugar del templo que al cielo en siete escalones se eleva, Nannar se negó a considerar la mano del hado. ¡Padre mío, tú que me engendraste, gran dios que a Ur ha concedido la realeza, no dejes entrar al Viento Maligno!, apeló Nannar. ¡Gran dios que decretas los hados, deja que Ur y sus gentes se libren, tus alabanzas proseguirán!, apeló Nannar. Enlil respondió a su hijo Nannar: Noble hijo, a tu admirable ciudad concedí la realeza, pero no se le concedió reinado eterno. ¡Toma a tu esposa Ningal y huye de la ciudad! ¡Ni siquiera yo, que decreto los hados, puedo impedir su destino!
Así habló Enlil, mi hermano; ¡ay, ay, que no era destino! Desde el diluvio, no había caído una calamidad más grande sobre dioses y terrestres; ¡ay, que no era destino! El Gran Diluvio estaba destinado a suceder; pero no la Gran Calamidad de la tormenta portadora de muerte. Por romper una promesa, por una decisión del consejo fue provocada; por las Armas de Terror fue creada. Por una decisión, que no por destino, se liberaron las armas venenosas; por deliberación se echaron las suertes. Contra Marduk, mi primogénito, dirigieron la destrucción los dos hijos; había venganza en sus corazones. ¡No ha de tomar Marduk el poder!, gritó el primogénito de Enlil.
Con las armas me opondré a él, dijo Ninurta. ¡De entre el pueblo ha levantado un ejército, para declarar a Babili ombligo de la Tierra!, así gritó Nergal, hermano de Marduk. En el consejo de los grandes dioses, palabras malévolas se difundieron. Día y noche levanté mi voz opositora; la paz aconsejé, deplorando las prisas. Por segunda vez, el pueblo había elevado su imagen celeste; ¿por qué oponerse a que continúe?, pregunté implorando. ¿Se han comprobado todos los instrumentos? ¿No había llegado la era de Marduk en los cielos?, inquirí una vez más. Ningishzidda, mi hijo, otros signos del cielo citó. Su corazón, yo lo sabía, no podía perdonar la injusticia de Marduk contra él.
Nannar, a Enlil en la Tierra nacido, también fue implacable. ¡Marduk, de mi templo en la ciudad del norte, su propia morada ha hecho! Así dijo. Ishkur, el hijo más joven de Enlil, exigió un castigo; ¡en mis tierras, ha hecho prostituirse al pueblo ante él!, dijo. Utu, hijo de Nannar, contra el hijo de Marduk, Nabu, dirigió su ira: ¡Intentó tomar el Lugar de los Carros Celestiales! Inanna, gemela de Utu, estaba fuera de sí; seguía exigiendo el castigo de Marduk por el asesinato de su amado Dumuzi. Ninharsag, madre de dioses y hombres, desvió la mirada. ¿Por qué no está Marduk aquí? dijo simplemente.
Gibil, mi propio hijo, replicó pesimista: Marduk ha desestimado todas los ruegos; ¡por las señales del cielo reclama su supremacía!
¡Sólo por las armas será detenido Marduk!, gritó Ninurta, primogénito de Enlil. Utu estaba preocupado por la protección del Lugar de los Carros Celestiales; ¡no debe caer en manos de Marduk! Así dijo. Nergal, señor de los Dominios Inferiores, exigía ferozmente: ¡Que se utilicen las antiguas Armas de Terror para arrasar!
A mi propio hijo miré sin podérmelo creer: ¡Para hermano contra hermano las armas de terror se abjuraron!
En lugar de común acuerdo, hubo silencio. En el silencio, Enlil abrió la boca: Debe haber un castigo; como pájaros sin alas quedarán los malhechores, Marduk y Nabu, de nuestro patrimonio nos están privando; ¡hay que privarles del Lugar de los Carros Celestiales! ¡Que se calcine el lugar hasta el olvido!, gritó Ninurta: ¡Dejadme ser El Que Calcina! Excitado, Nergal se puso en pie y gritó: ¡Que las ciudades de los malhechores también sean destruidas, dejadme arrasar las ciudades pecadoras, dejad que a partir de hoy mi nombre sea el Aniquilador! Los terrestres, por nosotros creados, no deben ser dañados; los justos con los pecadores no deben perecer, dije enérgicamente.
Ninharsag, la compañera que me ayudó a crearlos, estaba de acuerdo: La cuestión solamente se ha de resolver entre los dioses, el pueblo no debe ser dañado. Anu, desde la morada celestial, estaba prestando atención a las discusiones. Anu, que determina los hados, su voz hizo escuchar desde su morada celestial: Que las Armas de Terror sean por esta vez usadas, que el lugar de las naves propulsadas sea arrasado, que al pueblo se le perdone. ¡Que Ninurta sea el Calcinador, que Nergal sea el Aniquilador! Y así Enlil la decisión anunció.
A ellos, un secreto de los dioses revelaré; el lugar oculto de las armas de terror a ellos les desvelaré. Los dos hijos, uno mío, uno suyo, en su cámara interior Enlil convocó. Nergal, cuando volvió junto a mí, desvió la mirada. ¡Ay!, grité sin palabras, ¡el hermano se ha revuelto contra el hermano! ¿Acaso por hado han de repetirse los Tiempos Previos? Un secreto de los Tiempos de Antaño les reveló Enlil a ellos, ¡las Armas de Terror a sus manos confió! Aderezadas de terror, con un resplandor se desataron; todo lo que tocan, en un montón de polvo lo convierten. Para hermano contra hermano en la Tierra fueron abjuradas, ninguna región afectar.
Entonces, el juramento se violó, como una vasija rota en inútiles trozos. Los dos hijos, plenos de gozo, con paso rápido de la cámara de Enlil emergieron, para la partida de las armas. Los otros dioses volvieron a sus ciudades; ¡sin presagiar ninguno de ellos su propia calamidad!
He aquí el relato de los Tiempos Previos, y de las Armas de Terror.
Antes de los Tiempos Previos fue el Principio; después de los Tiempos Previos fueron los Tiempos de Antaño. En los Tiempos de Antaño, los dioses llegaron a la Tierra y crearon a los terrestres. En los Tiempos Previos, ninguno de los dioses estaba en la Tierra, ni se había hecho aún a los terrestres. En los Tiempos Previos, la morada de los dioses estaba en su propio planeta; Nibiru es su nombre. Un gran planeta, rojizo en resplandor; alrededor del Sol, una vuelta alargada hace Nibiru. Durante un tiempo, Nibiru está envuelto en el frío; durante parte de su recorrido, el Sol fuertemente lo calienta.
Una gruesa atmósfera envuelve a Nibiru, alimentada continuamente con erupciones volcánicas. Todo tipo de vida esta atmósfera mantiene; ¡sin ella, todo perecería! En el período frío, conserva en el planeta el calor interno de Nibiru, como un cálido abrigo que se renueva constantemente. En el período cálido, protege a Nibiru de los abrasadores rayos del Sol En su mitad, las lluvias aguanta y libera, dando altura a lagos y ríos.
Una exuberante vegetación alimenta y protege nuestra atmósfera; hace brotar todo tipo de vida en las aguas y en la tierra. Después de eones de tiempo, brotó nuestra propia especie, por nuestra propia esencia una simiente eterna para procrear. A medida que nuestro número crecía, nuestros ancestros se extendieron a muchas regiones de Nibiru. Algunos cultivaron la tierra, a criaturas de cuatro patas apacentaban.
Unos vivían en las montañas, otros hicieron su hogar en los valles. Hubo rivalidades, tuvieron lugar usurpaciones; hubo conflictos, y los palos se convirtieron en armas. Los clanes se reunieron en tribus, y luego dos grandes naciones se enfrentaron entre sí. La nación del norte contra la nación del sur tomó las armas.
Lo que sostenía la mano para lanzar proyectiles se trocó; armas de estruendo y resplandor incrementaron el terror. Una guerra, larga y feroz, devoró al planeta; hermano luchó contra hermano. Hubo muerte y destrucción, tanto en el norte como en el sur. Durante muchas vueltas, la desolación reinó en las tierras; toda vida fue diezmada. Después, se declaró una tregua; y más tarde se hizo la paz. Que las naciones se unan, se dijeron los emisarios entre sí: que haya un trono en Nibiru, un rey que reine sobre todos. Que haya un líder del norte o del sur elegido a suertes, un rey supremo ha de ser. Si fuera del norte, que el sur elija a una mujer para que sea su esposa, en igualdad como reina, para reinar juntos. Si por suertes fuera elegido un hombre del sur, que una mujer del norte sea su esposa. Que sean marido y mujer, para hacerse una sola carne.
Que su hijo primogénito sea el sucesor; que una dinastía unificada sea así formada, ¡para establecer la unidad en Nibiru para siempre! En medio de las ruinas se inició la paz. Norte y sur por matrimonio se unieron.
El trono real en una carne combinada, ¡una sucesión no interrumpida de realeza establecida! El primer rey después de la paz fue hecho, un guerrero del norte fue, un poderoso comandante. Por suertes, veraz y justo, fue él elegido; fueron aceptados sus decretos en la unidad. Para morada suya, construyó una espléndida ciudad; Agadé, que significa Unidad, fue su nombre. Para su reinado, un título real le fue concedido; An fue, el Celestial fue su significado. Con brazo fuerte, restableció el orden en las tierras; decretó leyes y regulaciones. Designó gobernadores para cada tierra; la restauración y el cultivo fue su principal tarea.
De él, en los anales reales, así se registró: An unificó las tierras, la paz en Nibiru restauró. Construyó una nueva ciudad, los canales reparó, proveyó alimento para el pueblo; hubo abundancia en las tierras. Por esposa suya, el sur eligió una doncella, dotada tanto para el amor como para la contienda. An. Tu fue su título real; la Líder Que Es Esposa de An, significaba ingeniosamente el nombre dado. Le dio a An tres hijos y ninguna hija. Al primogénito, ella le puso el nombre de An.Ki; Por An un Sólido Fundamento era su significado.
Solo en el trono estuvo él sentado; una esposa a elegir fue dos veces pospuesta. En su reinado, las concubinas iban al palacio; un hijo a él no le nació. La dinastía así iniciada se interrumpió con la muerte de Anki; en el fundamento, ningún descendiente siguió. El hijo mediano, no el primogénito, Heredero Legal fue nombrado.
Desde su juventud, uno de los tres hermanos, Ib fue llamado amorosamente por su madre. El Que Está en Medio significaba su nombre. En los anales reales, An.Ib es nombrado: En realeza celestial; durante generaciones, El Que Es Hijo de An significó su nombre. Sucedió a su padre An en el trono; en suma, fue el tercero en reinar. A la hija de su hermano pequeño eligió por esposa. Nin.Ib fue llamada, la Dama de Ib.
Ninib le dio un hijo a Anib; el sucesor del trono fue, el cuarto de la cuenta de los reyes. Por el nombre real de An.Shar.Gal deseó que se le conociera; Príncipe de An Que Es el Más Grande de los Príncipes era el significado. Su esposa, una hermanastra, Ki.Shar.Gal fue llamada igualmente. El conocimiento y la comprensión fue su principal ambición; estudió asiduamente los caminos de los cielos. Estudió la gran vuelta de Nibiru, su longitud fijó en un Shar. Como un año de Nibiru era la medida, por él los reinados reales serían numerados y registrados. Dividió el Shar en diez partes, de ese modo declaró dos festividades. En las proximidades del Sol, se celebró una festividad del calor.
Cuando Nibiru hacía su morada en la distancia, se decretó la festividad del frío. Sustituyendo a todas las festividades de antaño de tribus y naciones, para unificar al pueblo se establecieron las dos. Leyes de marido y mujer, de hijos e hijas, estableció por decreto; proclamó las costumbres de las primeras tribus para todo el país. Desde las guerras, las mujeres superaban en gran número a los hombres. Decretos hizo, un hombre ha de tener más de una mujer por conocer. Por ley, una mujer ha de ser elegida como esposa oficial, Primera Esposa ha de ser llamada.
Por ley, el hijo primogénito era el sucesor de su padre. Por estas leyes, no tardó en llegar la confusión; si el hijo primogénito no era nacido de la Primera Esposa. Y después nacía un hijo de la Primera Esposa, convirtiéndose por ley en Heredero Legal.¿Quién será el sucesor: aquél que por la cuenta de Shars nació primero? ¿Aquél nacido de la Primera Esposa? ¿El hijo Primogénito? ¿El Heredero Legal? ¿Quién heredará? ¿Quién sucederá? En el reinado de Anshargal, Kishargal fue declarada Primera Esposa. Hermanastra del rey era.
En el reinado de Anshargal, se llevaron concubinas de nuevo a palacio. De las concubinas, le nacieron hijos e hijas al rey. Un hijo de una fue el primero en nacer; el hijo de una concubina fue el Primogénito. Después, Kishargal tuvo un hijo. Heredero Legal por ley era; pero Primogénito no era. En el palacio, Kishargal levantó la voz, iracunda gritó: ¡Si por las normas mi hijo, de una Primera Esposa nacido, se ve privado de la sucesión, que la doble simiente no se olvide! Aunque de diferentes madres, de un mismo padre el rey y yo somos descendientes. Yo soy la hermanastra del rey; de mí, el rey es hermanastro. ¡Por ello, mi hijo posee la doble simiente de nuestro padre Anib! ¡Que, en lo sucesivo, la Ley de la Simiente, la Ley del Desposorio prevalezca! ¡Que, en lo sucesivo, el hijo de una hermanastra, cuando quiera que nazca, por encima de todos los demás hijos alcance la sucesión!
Anshargal, considerándolo, le concedió su favor a la Ley de la Simiente: La confusión de esposa y concubinas, de matrimonio y divorcio, se evitaría con ella. En su consejo, los consejeros reales adoptaron la Ley de la Simiente para la sucesión. Por orden del rey, los escribas anotaron el decreto. Así fue proclamado el próximo rey por la Ley de la Simiente para la sucesión. A él le fue concedido el nombre real An.Shar. Quinto en el trono fue.
Viene ahora el relato del reinado de Anshar y de los reyes que le siguieron. Cuando se cambió la ley, los otros príncipes se enfrentaron. Hubo palabras, no hubo rebelión. Como esposa, Anshar eligió a una hermanastra. La hizo su Primera Esposa; se le llamó con el nombre de Ki.Shar. Así fue, por esta ley, que la dinastía continuó.
En el reinado de Anshar, los campos redujeron sus cosechas, frutos y cereales perdieron abundancia. De vuelta en vuelta, en la cercanía del Sol, el calor fue creciendo en fuerza; en las moradas lejanas, el frío se hizo más intenso. En Agadé, la ciudad del trono, el rey reunió en asamblea a aquéllos de gran entendimiento. A sabios eruditos, gente de gran conocimiento, se les ordenó investigar. La tierra y el suelo examinaron, lagos y ríos pusieron a prueba. Ha ocurrido antes, dio alguien una respuesta: Nibiru, en el pasado, más fría y más cálida ha sido; ¡Destino es esto, en la vuelta de Nibiru arraigado! Otros de conocimiento, observando la vuelta, no consideraron culpable al destino de Nibiru. En la atmósfera, se ha hecho una brecha; ése fue su hallazgo.
¡Los volcanes, forjadores de la atmósfera, lanzaban al cielo menos erupciones! ¡El aire de Nibiru se había hecho más tenue, el escudo protector había disminuido! En el reinado de Anshar y Kishar, hicieron aparición las plagas del campo; no se las podía vencer con trabajo. El hijo de ambos, En.Shar, ascendió después al trono; de la dinastía, era el sexto. Noble Maestro del Shar significaba su nombre. Con gran entendimiento nació, dominó muchos conocimientos con mucha erudición. Buscó caminos para dominar las aflicciones; de la vuelta celeste de Nibiru, hizo mucho estudio. En su bucle, abrazaba a cinco miembros de la familia del Sol, planetas de deslumbrante belleza. Buscando remedios para las aflicciones, hizo examinar sus atmósferas. A cada uno le dio un nombre, a antepasados ancestrales honró; los consideró como parejas celestes An y Antu, los planetas gemelos, llamó a los dos primeros en ser encontrados. Más allá de la vuelta de Nibiru, estaban Anshar y Kishar, por su tamaño los más grandes.
Como un mensajero, Gaga entre los otros corría, a veces el primero en encontrar Nibiru. Cinco en total eran los que recibían a Nibiru en el cielo, mientras circundaba al Sol. Más allá, como una frontera, el Brazalete Repujado circundaba al Sol; como un guardián de la región prohibida del cielo, con escombros protegía. Otros hijos del Sol, cuatro en número, escudaba de la intrusión el brazalete. Las atmósferas de los cinco primeros se puso a estudiar Enshar. En su vuelta repetida, en el bucle de Nibiru, se examinaron atentamente los cinco. Qué atmósferas poseían, se examinaron intensamente por observación y con carros celestiales. Los hallazgos fueron sorprendentes, los descubrimientos confusos. De vuelta en vuelta, la atmósfera de Nibiru más brechas sufría. En los consejos de los eruditos, los remedios se debatían con avidez; se consideraron formas de vendar la herida urgentemente. Se intentó un nuevo escudo que envolviera al planeta; todo lo que se lanzó hacia arriba, cayó de vuelta al suelo.
En los consejos de los eruditos, se estudiaron las erupciones de los volcanes. La atmósfera, se había creado por las erupciones volcánicas; su herida había tenido lugar por la disminución de erupciones. ¡Que con invenciones se potencien nuevas erupciones, que los volcanes escupan de nuevo!, estaba diciendo un grupo de sabios. Cómo alcanzar la hazaña, con qué herramientas conseguir más erupciones, nadie podía dar cuenta al rey. En el reinado de Enshar, se hizo más grande la brecha en los cielos. Las lluvias se negaban, los vientos soplaban más fuerte; los manantiales de las profundidades no emergían. En las tierras, había una maldición; los pechos de las madres se secaron.
En el palacio, había aflicción; había una maldición allí dentro. Como Primera Esposa, Enshar desposó a una hermanastra, ateniéndose a la Ley de la Simiente. Nin.Shar fue llamada, de los Shars la Dama. Un hijo no tuvo. Por una concubina, a Enshar le nació un hijo; fue el hijo Primogénito. Por Ninshar, Primera Esposa y hermanastra, no llegó un hijo. Por la Ley de Sucesión, el hijo de la concubina ascendió al trono; fue el séptimo en reinar. Du.Uru fue su nombre real; En el Lugar de Morada Forjado era su significado; de hecho, fue concebido en la Casa de las Concubinas, no en el palacio. Como esposa, una doncella amada desde su juventud eligió Duuru; por amor, no por simiente, seleccionó una Primera Esposa. Da.Uru fue su nombre real; La Que Está a Mi Lado era el significado. En la corte real, la confusión corría desenfrenada. Los hijos no eran herederos, las esposas no eran hermanastras. En la tierra, iba creciendo el sufrimiento.
Los campos olvidaron su abundancia, y entre el pueblo disminuyó la fertilidad. En el palacio, la fertilidad estaba ausente; no habían tenido ni hijo ni hija. De la simiente de An, siete fueron los soberanos; después, de su simiente se secó el trono. Dauru encontró a un niño en la puerta del palacio; como a un hijo lo abrazó. Al final, Duuru como a un hijo lo adoptó, lo nombró Heredero Legal; Lahma, que significa Sequedad, fue el nombre que se le dio. En el palacio, los príncipes protestaban; en el Consejo, había quejas. Al final, Lahma ascendió al trono. Aunque no era de la simiente de An, fue el octavo en reinar. En los consejos de los eruditos, se dieron dos sugerencias para sanar la brecha: una fue el uso de un metal, oro era su nombre. En Nibiru, era muy raro; dentro del Brazalete Repujado era abundante.
Era la única sustancia que se podía moler hasta el polvo más fino; elevado hasta el cielo, podía quedar suspendido. Así, con reaprovisionamientos, la brecha se sanaría, habría una mejor protección. ¡Que se construyan naves celestiales, que una flota celestial traiga el oro a Nibiru! ¡Que se creen Armas de Terror!, fue la otra sugerencia; armas que sacudan y aflojen el suelo, que agrieten las montañas; Atacar con proyectiles los volcanes, su letargo remover, estimular sus erupciones, ¡recargar la atmósfera, hacer desaparecer la brecha! Lahma era débil para tomar una decisión; no sabía qué opción tomar.
Nibiru completó una vuelta, dos Shars siguió contando Nibiru. En los campos, la aflicción no cejaba. La atmósfera no se reparaba con las erupciones volcánicas. Pasó un tercer Shar, un cuarto se contó. No se obtenía oro. Los conflictos abundaban en el reino; la comida y el agua escaseaban. La unidad se perdió en el reino; las acusaciones eran abundantes. En la corte real, los sabios iban y venían; los consejeros corrían arriba y abajo.
El rey no prestaba atención a sus palabras. Sólo buscaba consejo en su esposa; Lahama era su nombre. Si fuera el destino, supliquemos al Gran Creador de Todo, al rey, dijo ella. ¡Suplicar, no actuar, es la única esperanza! En la corte real, los príncipes estaban inquietos; se le dirigían acusaciones al rey: ¡De forma estúpida y absurda, está trayendo calamidades aún mayores en vez de cura! De los antiguos depósitos, se recuperaron las armas; había mucho que hablar de rebelión. Un príncipe, en el palacio real, fue el primero en tomar las armas. Con palabras de promesa, agitó a los otros príncipes; Alalu era su nombre. ¡Que Lahma ya no sea más el rey!, gritó. ¡Que la decisión sustituya a la vacilación! ¡Venid, vamos a desalentar al rey en su morada; hagamos que abandone el trono!
Los príncipes hicieron caso a sus palabras; las puertas del palacio abrieron con violencia; a la sala del trono, su entrada prohibida, como aguas en avalancha llegaron. El rey escapó a la torre del palacio; Alalu fue en su persecución. En la torre hubo lucha; Lahma cayó muerto. ¡Lahma ya no está!, gritó Alalu. Ya no está el rey, anunció con alborozo. A la sala del trono se dirigió apresuradamente Alalu, en el trono él mismo se sentó. Sin derecho ni consejo, él mismo se proclamó rey. Se había perdido la unidad en el reino; unos se alegraron por la muerte de Lahma, otros se entristecieron por lo que había hecho Alalu. Viene ahora el relato del reinado de Alalu y de la ida a la Tierra. Se había perdido la unidad en el reino; muchos se sentían ofendidos sobre la realeza. En el palacio, los príncipes estaban agitados; en el consejo, los consejeros estaban turbados. De padre a hijo, la sucesión de An prosiguió en el trono; incluso Lahma, el octavo, había sido declarado hijo por adopción. ¿Quién era Alalu? ¿Acaso era un Heredero Legal, era el Primogénito? ¿Bajo qué derecho había usurpado el trono? ¿No era el asesino del rey?
Ante los Siete Que Juzgan, fue convocado Alalu para considerar su suerte. Ante los Siete Que Juzgan, Alalu expuso sus pretensiones: ¡Aún sin ser Heredero Legal ni hijo Primogénito, de simiente real sí que era! De Anshargal desciendo, ante los jueces reclamó. De una concubina, mi antepasado le nació a él; Alam era su nombre. Por la cuenta de Shars, Alam fue el primogénito; a él le pertenecía el trono. Por una confabulación, la reina dejó a un lado sus derechos! La Ley de la Simiente de la nada se inventó, para que su hijo obtuviera la realeza. A Alam se le privó de la realeza; y al hijo de ella, en su lugar, le fue concedida. Por descendencia, soy el continuador de las generaciones de Alam; ¡la semilla de Anshargal está dentro de mí! Los Siete Que Juzgan tuvieron en cuenta las palabras de Alalu.
Al Consejo de Consejeros pasaron el asunto, para que dirimieran su veracidad o falsedad. Se trajeron los anales reales de la Casa de Registros; con mucha atención, se leyeron. An y Antu, la primera pareja real, estaban; tres hijos y ninguna hija a ellos les nacieron. El Primogénito fue Anki; él murió en el trono; no tuvo descendencia. En su lugar, el hijo mediano ascendió al trono; Anib fue su nombre. Anshargal fue su Primogénito; al trono ascendió. Después de él, en el trono, no continuó la realeza del Primogénito; La Ley de Sucesión se sustituyó por la Ley de la Simiente. El hijo de una concubina era el Primogénito; por la Ley de la Simiente, se le privaba de la realeza.
Así se le concedió la realeza al hijo de Kishargal; siendo la razón ser hermanastra del rey. Del hijo de la concubina, del Primogénito, los anales no hacían mención. ¡De él soy descendiente!, gritó Alalu a los consejeros. ¡Por la Ley de Sucesión, a él le pertenecía la realeza; por la Ley de Sucesión, a la realeza tengo ahora derecho! Con vacilaciones, los consejeros de Alalu exigieron un juramento de verdad. Alalu prestó el juramento; como rey le consideró el consejo. Convocaron a los ancianos, convocaron a los príncipes; ante ellos, pronunciaron la decisión. De entre los príncipes, un joven príncipe se adelantó; quería decir algo acerca de la realeza. Se debería reconsiderar la sucesión, dijo a la asamblea. Aunque ni Primogénito, ni hijo de la reina, de pura simiente desciendo: ¡La esencia de An se preservó en mí, sin diluirse en concubina! Los consejeros escucharon sus palabras con sorpresa; al joven príncipe le dijeron que se acercara.
Le preguntaron su nombre. Es Anu; ¡por mi antepasado An, fui así nombrado! Le preguntaron por sus generaciones; de los tres hijos de An, les recordó: Anki fue el Primogénito, sin hijo ni hija murió; Anib fue el mediano, en el lugar de Anki ascendió al trono; Anib tomó por esposa a la hija de su hermano menor; a partir de ellos, se registra en los anales la sucesión. ¿Quién fue el hermano pequeño, hijo de An y de Antu, de la simiente más pura? Los consejeros, admirados, se miraban entre sí. ¡Enuru era su nombre!, les anunció Anu: ¡Él fue mi gran antepasado! Su esposa, Ninuru, era una hermanastra; el hijo de ella fue el primogénito; Enama fue su nombre. La esposa de éste era una hermanastra, por las leyes de simiente y sucesión, un hijo le dio. ¡De descendientes puros continuaron las generaciones, por ley y por simiente perfectas! Anu, por nuestro antepasado An, me pusieron mis padres a mí; Del trono se nos apartó; de la simiente pura de An no se nos apartó! ¡Que Anu sea rey!, gritaron muchos consejeros. ¡Que se destituya a Alalu!
Otros aconsejaron cautela: ¡Evitemos conflictos, que prevalezca la unidad! Llamaron a Alalu, para contarle lo que se había descubierto. Al príncipe Anu, Alalu le ofreció su brazo en abrazo; a Anu le dijo así: Aunque de diferente descendencia, de un único antepasado descendemos ambos; ¡vivamos en paz, juntos devolveremos la abundancia a Nibiru! ¡Déjame conservar el trono, conserva tú la sucesión! Al consejo dirigió estas palabras: ¡Que Anu sea Príncipe Coronado, que sea él mi sucesor! ¡Que su hijo se case con mi hija, que se unifique la sucesión! Anu hizo una reverencia ante el consejo, ante la asamblea declaró así: De Alalu, el copero seré, su sucesor a la espera; un hijo mío a una hija suya elegirá como novia. Ésa fue la decisión del consejo; se inscribió en los anales reales. De esta manera, Alalu siguió sentado en el trono. Él convocó a los sabios, a eruditos y comandantes consultó; para decidir, obtuvo muchos conocimientos.
Que se construyan naves celestiales, decidió, para buscar oro en el Brazalete Repujado, decidió. Los Brazaletes Repujados destruyeron las naves; ninguna de ellas volvió. ¡Que las Armas de Terror abran las entrañas de Nibiru, que los volcanes vuelvan a la erupción!, ordenó entonces. Se armaron carros celestes con las Armas de Terror, con proyectiles de terror golpearon a los volcanes desde los cielos. Las montañas se balancearon, los valles se estremecieron, mientras grandes resplandores estallaban con estruendo. Había mucho alborozo en el reino; había expectativas de abundancia. En el palacio, Anu era el copero de Alalu. Él se postraría a los pies de Alalu, le pondría la copa en la mano.
Alalu era el rey; a Anu le trataba como a un sirviente. En el reino, el alborozo se apagó; las lluvias se negaban a caer, los vientos soplaban con más fuerza. Las erupciones de los volcanes no aumentaban, no sanaba la brecha en la atmósfera. Nibiru seguía recorriendo sus vueltas en los cielos; de vuelta en vuelta, el calor y el frío se hacían más difíciles de sufrir. El pueblo de Nibiru dejó de venerar a su rey; ¡en vez de alivio, había traído miseria! Alalu seguía sentado en el trono. El fuerte y sabio Anu, el primero entre los príncipes, estaba de pie ante él. Se postraría ante los pies de Alalu, le pondría la copa en la mano. Durante nueve períodos contados, Alalu fue rey en Nibiru.
En el noveno Shar, Anu presentó batalla a Alalu. Desafió a Alalu a un combate mano a mano, con los cuerpos desnudos. Que el vencedor sea rey, dijo Anu. Forcejearon entre sí en la plaza pública; las jambas de las puertas temblaron y las paredes se remecieron. Alalu hincó la rodilla; al suelo cayó sobre su pecho. Alalu fue derrotado en combate; por aclamación, Anu fue proclamado rey. Anu fue escoltado hasta el palacio; Alalu al palacio no volvió. De entre las masas, sigilosamente escapó; tenía miedo de morir como Lahma.
Sin que lo reconocieran, fue apresuradamente hasta el lugar de los carros celestiales. Alalu se subió a un carro que arrojaba de proyectiles; cerró la portezuela tras él. Entró en la cámara de la parte delantera; ocupó el asiento del comandante. Encendió Lo-Que-Muestra-el-Camino, la cámara se llenó con una aura azulada. Levantó las Piedras de Fuego; el zumbido de éstas, como la música, era cautivador. Avivó el Gran Quebrantador del carro; arrojaba un resplandor rojizo. Sin percatarse nadie de ello, Alalu escapó de Nibiru en la nave celestial. Hacia la nivea Tierra puso rumbo Alalu; por un secreto del Principio, eligió su destino.
por Zecharia Sitchin
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