
En el transcurso de las obras quitó la piedra del altar, que reposaba sobre dos arcaicas columnas visigóticas. Resultó que una de estas columnas era hueca. En su interior el cura encontró cuatro pergaminos que se conservaban dentro de tubos de madera lacrados. Se dice que dos de los pergaminos eran genealogías, datando una de 1244 y la otra de 1644. Al parecer, los otros dos documentos los había redactado en el decenio de 1780 uno de los predecesores de Sauniére, el abate Antoine Bigou. Éste había sido también capellán personal de la noble familia Blanchefort, que, en vísperas de la revolución francesa seguía contándose entre los terratenientes más importantes de la región. Los dos pergaminos que databan de la época de Bigou parecían ser textos
piadosos en latín, extractos del Nuevo Testamento. Al menos a primera vista. Pero en uno de los pergaminos las palabras se juntan unas con otras de forma incoherente, sin espacio entre ellas, y se ha insertado cierto número de letras absolutamente superfluas (PASTORA, NINGUNA TENTACIÓN. QUE POUSSIN, TENIERS, TIENEN LA CLAVE; PAZ 681. POR LA CRUZ Y ESTE CABALLO DE DIOS, COMPLETÓ —O DESTRUYÓ ESTE DEMONIO DEL GUARDIÁN AL MEDIODÍA. MANZANAS AZULES). Y en el segundo pergamino las líneas aparecen truncadas de modo indiscriminado —desigualmente, a veces en la mitad de una palabra—, mientras que ciertas letras se alzan conspicuamente sobre las demás (A DAGOBERTO II, REY, Y A SION PERTENECE ESTE TESORO Y ÉL ESTÁ ALLÍ MUERTO). En realidad estos pergaminos comprenden una secuencia de ingeniosas cifras o códigos. Algunas de ellas son fantásticamente complejas e imprevisibles, indescifrables incluso con un ordenador, si no se posee la clave necesaria.Aunque este mensaje concreto debió de resultar claro para Sauniére, es dudoso que fuera capaz de descifrar los códigos más intrincados. Sin embargo, se dio cuenta de que había tropezado con algo importante y, con la autorización del alcalde del pueblo, presentó su descubrimiento a su superior, el obispo de Carcasona. No está claro hasta qué punto entendió el obispo lo que Sauniére le presentaba, pero lo envió inmediatamente a París —el obispo corrió con los gastos— tras darle instrucciones para que se presentase con los pergaminos a ciertas autoridades eclesiásticas importantes.Durante su estancia en París, Sauniére también pasó algún tiempo en el Louvre. Es posible que esto tuviera que ver con las tres reproducciones de cuadros que había comprado antes de ir a París. Al parecer, uno de ellos era un retrato, obra de un pintor no identificado, del papa Celestino V, cuyo breve pontificado tuvo lugar en las postrimerías del siglo XIII. Otro era una obra de David Teniers, aunque no está claro si se trataba de David Teniers padre o hijo. El tercero fue quizás el cuadro más famoso de Nicolás Poussin: Les bergers d’Arcadie (Los pastores de la Arcadia).


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