Aunque algunos africanos pudieron llegar más al sur, como atestiguan los descubrimientos de Tiahuanacu, la expansión africano-semita en los Andes proveniente de Mesoamérica no parece que fuera más allá de la región de la cultura chavín. Los relatos de gigantes destruidos por la mano divina son algo más que una leyenda, pues es bastante posible que allí, en el norte de los Andes, se encontraran los reinos de dos “dioses”, con una frontera invisible. Decimos esto porque, en aquel lugar ya habían estado presentes otros hombres blancos. Se les retrató en bustos de piedra, con turbantes, con símbolos de autoridad, y decorados con lo que los expertos llaman animales mitológicos.
Estos bustos se han encontrado en su mayor parte en un lugar cercano a Chavín llamado Aija. Sus rasgos faciales, en especial sus rectas narices, los identifican como indoeuropeos. Sólo podían ser originarios de Asia Menor y Elam, en el sureste, y tal vez del valle del Indo. ¿Es posible que gente de tan distantes tierras cruzara el Pacífico y llegara a los Andes en tiempos prehistóricos? El nexo, que evidentemente existió, se confirma en unas representaciones que ilustran las hazañas de un antiguo héroe de Oriente Próximo cuyos relatos se contaban una y otra vez.
Se trata de Gilgamesh, rey de Uruk (la bíblica Erek), que reinó hacia el 2900 a.C.; partió en busca del héroe del Diluvio, al cual, según la versión mesopotámica, los dioses le habían concedido la inmortalidad. Sus aventuras se contaron en la Epopeya de Gilgamesh, que se tradujo del sumerio al resto de lenguas de Oriente Próximo. Una de sus heroicas hazañas, en la que lucha y vence a dos leones con las manos desnudas, era una de las representaciones favoritas de los artistas antiguos. Sorprendentemente nos encontramos con la misma imagen en unas tablillas de piedra de Aija, en Callejón de Huaylus, en el norte de los Andes.
Misteriosamente no existen huellas de estos indoeuropeos ni en Mesoamérica ni en América Central, por lo que tendremos que suponer que llegaron directamente desde el Pacífico hasta Sudamérica. Según las leyendas precedieron a las dos oleadas de gigantes africanos y de mediterráneos barbados, y pudieron ser los pobladores más antiguos de los que habla el relato de Naymlap. Según la leyenda, el lugar de desembarco fue la península de Santa Elena, ahora en Ecuador. Las excavaciones arqueológicas han confirmado allí unos asentamientos muy antiguos, comenzando con lo que se llama la Fase Valdiviana, hacia el 2500 a.C. Entre los descubrimientos de los que da cuenta el arqueólogo ecuatoriano Emilio Estrada, existen estatuillas de piedra con el mismo rasgo de la nariz recta así como un símbolo en cerámica que parece el jeroglífico hitita de “dioses”.
Las construcciones megalíticas de los Andes, como las que vemos en Cuzco, Sacsahuamán y Machu Picchu, se encuentran al sur de una línea invisible de demarcación entre dos reinos divinos. La obra de los constructores megalíticos, que comienza al sur de Chavín, dejó su marca hacia el sur hasta el valle del río Urubamba. De hecho, en todas las partes donde se extraía oro. Por todas partes se moldearon las rocas como si fueran de blanda masilla, haciendo canales, compartimientos y plataformas que, desde la distancia, parecen escaleras que no llevan a ninguna parte; túneles excavados en las laderas; fisuras que se agrandaron hasta convertirlas en corredores cuyas paredes se modelaron con ángulos precisos. Por todas partes, incluso en lugares donde sus habitantes podían satisfacer sus necesidades de agua del río cercano, se crearon elaboradas canalizaciones de agua para hacer que ésta fluyera en la dirección deseada desde los manantiales o los ríos.
Al sudoeste de Cuzco, en el camino que lleva a la población de Abancay, se encuentran las ruinas de Sayhuiti-Rumihuasi. Al igual que otros de estos lugares, se encuentra situada cerca de la confluencia de un río y un torrente más pequeño. Hay restos de un muro de contención, y los remanentes de unas construcciones de gran tamaño que en otro tiempo se levantaron allí; como señaló Luis A. Pardo en un estudio dedicado a este lugar, el nombre significa, en lengua nativa, pirámide truncada.
Este lugar es conocido por sus monolitos, especialmente por uno al que llaman el Gran Monolito. Y el nombre es adecuado, ya que esta enorme roca desde la distancia parece un inmenso huevo brillante apoyado en la ladera. Mientras que la parte de abajo se modeló cuidadosamente con la forma de medio ovoide, la parte superior se labró para que representara, con toda probabilidad, un modelo a escala de alguna zona desconocida. Se pueden distinguir muros, plataformas, escaleras, canales, túneles y ríos en miniatura; construcciones diversas, algunas que parecen edificios con hornacinas y escalones entre ellos; imágenes de diversos animales indígenas de Perú; y figuras humanas de lo que parecen guerreros y, tal vez, “dioses”.
Hay quien ve en este modelo a escala un objeto religioso en el que se honra a las deidades. Otros creen que representa una parte de Perú que abarca tres distritos, extendiéndose por el sur hasta el lago Titicaca, que identifican con un lago labrado en la piedra, y el antiquísimo emplazamiento de Tiahuanacu. ¿Sería esto, entonces, un mapa tallado en la piedra, o quizás un modelo a escala de un gran constructor que planeó la disposición y las estructuras que había que erigir?
La respuesta puede estar en el hecho de que, serpenteando a través de este modelo a escala, hay surcos de entre 2,5 y 5 centímetros de anchura. Todos tienen su origen en un plato ubicado en el punto más alto del monolito, y descienden zigzagueando hasta el borde inferior del modelo esculpido, desembocando en unos agujeros de desagüe redondos. Algunos creen que estos surcos debían de servir para desaguar las pociones que los sacerdotes ofrendaban a los dioses representados en la roca. Pero, si los arquitectos eran los propios dioses, ¿cuál era su propósito?
Los surcos también aparecen en otro inmenso afloramiento rocoso, que también se talló y modeló con una precisión geométrica, con peldaños, plataformas y hornacinas en cascada por toda su superficie. Uno de sus costados se talló para hacer pequeños platos sobre el nivel superior; están conectados a un receptáculo más grande del cual baja un profundo canal, que se separa a mitad de camino en dos surcos. Fuera cual fuera el líquido que llevaran, se vertía en la roca, que había sido vaciada y en la que se podía entrar a través de una abertura en la parte trasera. Otros restos, probablemente trozos de losas más grandes, generan cierto desconcierto por los complejos surcos y agujeros, geométricamente precisos, que se tallaron en ellos. Más bien parecen troqueles o matrices de algún tipo de instrumental ultramoderno.
Uno de los emplazamientos mejor conocidos, y que se encuentra justo al este de Sacsahuamán, recibe el nombre de Kenko, nombre que en lengua nativa significa canales sinuosos. La principal atracción es un enorme monolito que se eleva sobre un podio, y que da la impresión de un león u otro animal grande que se levanta sobre sus patas traseras. El monolito se yergue frente a una inmensa roca natural, y el muro circular que lo rodea comienza y termina en esta roca, como si se tratara de una pinza. En la parte de atrás, la roca se talló, se labró y se modeló en varios niveles, conectados a través de plataformas escalonadas. En los costados de la roca se tallaron canales zigzagueantes, y el interior de la roca se vació para crear túneles laberínticos y cámaras. Cerca, una grieta en la roca lleva a una abertura parecida a una cueva, vaciada con precisión geométrica para crear lo que algunos describen como tronos y altares.
Existen más de estos sitios alrededor de Cuzco-Sacsahuamán, a lo largo del Valle Sagrado y hacia el sureste, donde hay un lago que lleva el significativo nombre de lago Dorado. En un lugar llamado Torontoy, entre sus megalíticos bloques de piedra precisamente tallados, existe uno que tiene 32 ángulos. A unos 80 kilómetros de Cuzco, cerca de Torontoy, se hizo un curso de agua artificial para que cayera como una cascada entre dos muros y sobre 54 peldaños, cortados todos en la roca viva; curiosamente, este lugar recibe el nombre de Cori-Huairachina, donde se purifica el oro.
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