octubre 23, 2012

FORASTEROS ALLENDE LOS MARES...(2)




Sus rasgos «semitas», o más bien mediterráneo orientales (aún más destacados en los objetos de arcilla que llevan imágenes faciales), han llevado a varios investigadores a identificarlos como fenicios o «marinos judíos», que quizás perdieron el rumbo y fueron llevados por las corrientes atlánticas hasta las costas de Yucatán, cuando el rey Salomón y el rey fenicio Hiram juntaron sus fuerzas para enviar expediciones marítimas a circundar África en busca de oro (hacia el 1000 a.C); o unos cuantos siglos después, cuando los fenicios fueron ahuyentados de sus ciudades portuarias en el Mediterráneo oriental, fundaron Cartago y navegaron hasta África occidental.

A despecho de quiénes pudieran haber sido esos marinos y el momento propuesto de la travesía, los investigadores académicos más conservadores desechan radicalmente cualquier idea de una travesía deliberada. Explican las innegables barbas como barbas postizas, que los indígenas se pegaban en la barbilla, o bien dicen que se trata de supervivientes ocasionales de algún naufragio.


Claro está que el primer argumento (propuesto con toda seriedad por famosos expertos) no hace más que llevar a esta pregunta: si los indígenas imitaban a alguna persona barbada, ¿de quién o quiénes se trataba?
Figura 48
 

Tampoco parece válida la explicación que afirma que se trata de unos cuantos supervivientes de naufragios. Las tradiciones nativas, al igual que la leyenda de Votan, nos hablan de viajes repetidos de exploración seguidos por asentamientos (la fundación de ciudades).

Las evidencias arqueológicas contradicen la idea de unos cuantos supervivientes ocasionales arrojados a una playa singular. A los Barbados, a los que se les ve en diversas actividades y circunstancias, se les ha representado a lo largo de toda la costa del golfo de México, en localidades del interior y hasta en la costa del Pacífico. Y no se les representa estilizados, ni mitificados, sino retratados como gente real.

Algunos de los más sorprendentes ejemplos se han encontrado en Veracruz (Fig. 48a, b). La gente a la que inmortalizaron eran claramente idénticos a losdignatarios semitas occidentales a los que tomaban como prisioneros los faraones egipcios durante sus campañas asiáticas, tal como los representaron los vencedores en sus inscripciones conmemorativas de las paredes de los templos (Fig. 49).

Figura 49
 

¿Por qué, y cuándo, estos marinos mediterráneos llegaron a América? Las pistas arqueológicas son desconcertantes, pues llevan a un enigma aún mayor: losolmecas, y sus aparentes orígenes negros africanos; pues, como se ve en muchas representaciones -como ésta, de Alvarado, Veracruz (Fig. 50)-, losbarbados y los olmecas se encontraron, cara a cara, en los mismos dominios y en la misma época.

De todas las civilizaciones perdidas de América Central, la de los olmecas es la más antigua y la más desconcertante. A todos los efectos, fue la civilización madre, la que todos copiaron y adaptaron.


Apareció a lo largo de la costa del golfo de México a comienzos del segundo milenio a.C., estaba en pleno florecimiento en alrededor de cuarenta lugares hacia el 1200 a.C. (algunos sostienen que hacia el 1500 a.C.) y, difundiéndose en todas direcciones, pero principalmente hacia el sur, dejó su huella por toda América Central hacia el 800 a.C.
Figura 50
 

La primera escritura en glifos de Centroamérica aparece en el reino de los olmecas; y lo mismo se puede decir del sistema numérico de puntos y barras. Las primeras inscripciones del calendario de la Cuenta Larga, con la enigmática fecha de comienzo en 3113 a.C; las primeras obras de arte escultórico grandiosas y monumentales; la primera utilización del jade; las primeras representaciones de armas o herramientas manuales; los primeros centros ceremoniales; las primeras orientaciones celestes -todo fueron consecuciones de los olmecas.

No es de sorprender que con tantos «primeros», algunos (como J- SoustelleThe Olmecs) hayan comparado la civilización olmeca en Centroamérica con la de los sumerios en Mesopotamia, que tienen todos los «primeros» del antiguo Oriente Próximo. Y, al igual que la civilización sumeria, los olmecas también aparecieron de repente, sin ningún precedente o período previo de avance gradual.

En sus textos, los sumerios describían su civilización como un regalo de los dioses, los visitantes a la Tierra que surcaban los cielos y, de ahí, que se les representara como seres alados (Fig. 51a). Los olmecas expresaron sus «mitos» en el arte escultórico, como en esta estela de Izapa (Fig. 51b) en la que un dios alado decapita a otro. Este relato en piedra es notablemente similar a otra representación sumeria (Fig. 51c).

¿Quiénes eran estas gentes que habían logrado tales hazañas? Apodados olmecas («pueblo del caucho»), debido a que su región en la costa del golfo era conocida por sus árboles de caucho, en realidad eran un enigma -forasteros en tierra extraña, forasteros de allende los mares, un pueblo que no sólo pertenecía a otra tierra, sino a otro continente.

En una zona de costas pantanosas en donde la piedra es rara, ellos crearon y dejaron tras de sí monumentos de piedra que asombran hasta en nuestros días; de éstos, los más desconcertantes son los que retratan a los propios olmecas.
Figura 51
 

Únicos en todos los aspectos, se trata de gigantescas cabezas de piedra esculpidas con una increíble habilidad y con herramientas desconocidas. El primero en ver una de estas gigantescas cabezas fue J. M. Melgar y Serrano, en Tres Zapotes, en el estado de Veracruz. La describió en el Boletín de la Sociedad Geográfica y Estadística Mexicana (en 1869) como «una obra de arte... una magnífica escultura que lo que más sorprende es que parece representar a un etíope». Unos dibujos anexos reproducían fielmente los rasgos negroides de la cabeza (Fig. 52).

Pero hasta 1925 los expertos occidentales no confirmaron la existencia de tan colosales cabezas de piedra, cuando un equipo arqueológico de la Universidad de Tulane, encabezado por Frans Blom, encontró «la parte superior de una colosal cabeza que estaba Profundamente hundida en la tierra», en La Venta, un lugar cercano a la costa del golfo, en el estado de Tabasco.


Cuando se desenterró la cabeza (Fig. 53), media casi 2.5 metros de alta y 6.4 de circunferencia, y pesaba alrededor de 24 toneladas. No cabe duda de que representa a un negroide africano con un visible casco. Con el tiempo, en La Venta se encontrarían mas cabezas, cada una con sus diferencias individuales y con cascos diferentes, pero con los mismos rasgos faciales.
Figura 52
Figura 53
 

Otras cinco de estas colosales cabezas se encontraron en la década de 1940 en San Lorenzo, un asentamiento olmeca a casi 100 kilometros de La Venta. El descubrimientos lo hicieron las expediciones arqueológicas dirigidas por Matthew Stirling y Philip Drucker. Y los equipos de la Universidad de Yale que les siguieron, liderados por Michael D. Coe, descubrieron más cabezas e hicieron lecturas de radiocarbono que dieron fechas en torno al 1200 a.C. Esto significa que la materia orgánica (en su mayor parte, carbón) encontrada en aquel lugar, tenía aquella antigüedad; pero el lugar mismo y sus monumentos bien podrían ser más antiguos. De hecho, el arqueólogo mexicano Ignacio Bernal, que descubrió otra cabeza en Tres Zapotes, data estas colosales esculturas hacia el 1500 a.C.

Hasta ahora se han encontrado dieciséis de estas enormes cabezas, que miden entre metro y medio y tres metros de altura, y llegan a pesar hasta 25 toneladas. Quienquiera que las esculpiera estuvo a punto de esculpir algunas más, pues, junto a las cabezas terminadas, se ha encontrado gran cantidad de «material crudo» -grandes piedras que se habían extraído ya de la cantera y se habían redondeado hasta darle la forma de una pelota. Las piedras de basalto, terminadas y sin terminar, se llevaron desde su origen hasta lugares en donde no existe la piedra, recorriendo distancias de 100 kilómetros o más, a través de selvas y pantanos.


Cómo se extrajeron estos colosales bloques de piedra, cómo se transportaron y, por último, cómo se esculpieron y se erigieron en su destino, sigue siendo un misterio. Sin embargo, está claro que para los olmecas era muy importante conmemorar a sus líderes de esta manera. Viendo una galería de retratos de estas cabezas, se puede ver con claridad que se trataba de personas, todas ellas de la misma estirpe negroide africana, pero con sus propias personalidades y con diferentes tocados (Fig. 54).
Figura 54
 

Las escenas de enfrentamientos grabadas en las estelas de piedra (Fig. 55a) y otros monumentos (Fig. 55b) nos ofrecen una clara imagen de los olmecas como gente alta, de constitución fuerte, con cuerpos musculosos -«gigantes» en estatura, sin duda, a los ojos de la población indígena.

Pero, para que no supongamos que se trata sólo de unos cuantos líderes y no de la verdadera población de etnia negroide africana -hombres, mujeres y niños-, los olmecas dejaron tras ellos, esparcidas por una inmensa región de Centroamérica que va desde el golfo hasta la costa del Pacífico, centenares si no miles de representaciones de sí mismos.
Figura 55

En esculturas, en grabados en piedra, en bajorrelieves, estatuillas, siempre vemos las mismas caras de negro africano, como en los jades del cenote sagrado de Chichén Itzá o en las efigies de oro encontradas allí; en numerosas terracotas enconadas desde la isla de Jaina (una pareja de enamorados) hasta el centro y el norte de México, e incluso como jugadores de pelota (relieves de El Tajín); en la Fig. 56, se muestran unas cuantas.

En algunas terracotas (Fig. 57a), y aún más en las esculturas de piedra (Fig. 57b), se retrata a los olmecas sosteniendo bebés -un acto que debió de tener un significado especial para ellos.
Figura 56
 

Pero no son menos intrigantes los asentamientos en donde se encontraron las colosales cabezas y otras representaciones de los olmecas; su tamaño, magnitud y estructuras dejan ver la obra de unos colonizadores organizados, no la de unos cuantos náufragos fortuitos.
Figura 57
 

La Venta era en realidad una pequeña isla en una pantanosa región costera, que fue artificialmente conformada, rellenada de tierra y construida según un plan preconcebido. Los principales edificios, entre los que se incluye una inusual «pirámide» cónica, montículos alargados y circulares, estructuras, patios pavimentados, altares, estelas y otros elementos de factura humana, se dispusieron con una gran precisión geométrica a lo largo de un eje norte-sur que se extendía casi cinco kilómetros.

En un lugar carente de piedra, se utilizó una sorprendente variedad de ésta -cada una elegida por sus cualidades especiales- en la construcción de estructuras, monumentos y estelas, a pesar de que hubo que trasladarlas desde grandes distancias. Sólo la pirámide cónica precisó de 28.300 metros cúbicos de tierra.

Todo esto supondría un tremendo esfuerzo físico. También precisaba de un alto nivel de experiencia en arquitectura y mampostería, de lo cual no había precedente en Centroamérica. Obviamente, todos estos conocimientos debieron aprenderlos en algún otro lugar. Entre los extraordinarios descubrimientos de La Venta había un recinto rectangular que estaba circundado o vallado con columnas de basalto (el mismo material con el que se esculpieron las enormes cabezas).

El recinto protegía un sarcófago de piedra y una cámara funeraria rectangular que también estaba techada y rodeada de columnas de basalto. En el interior, varios esqueletos yacían sobre una plataforma baja. En conjunto, este descubrimiento único, con su sarcófago de piedra, parece haber sido el modelo para la igualmente inusual cripta de Pacal en Palenque. Al menos, la insistencia en el empleo de grandes bloques de piedra, aun cuando tuvieran que ser traídos desde tan lejos, para monumentos, esculturas conmemorativas y enterramientos, debería servir de pista sobre el enigmático origen de los olmecas. 

No menos desconcertante fue el descubrimiento en La Venta de centenares de objetos artísticamente tallados del poco común jade, incluidas unas extrañas hachas elaboradas con esta piedra semipreciosa, que no se puede encontrar en la zona. Después, para hacer aún mayor el misterio, todos estos objetos fueron enterrados deliberadamente en largas y profundas zanjas. Éstas, a su vez, se cubrieron con diferentes capas de arcilla, de diferentes clases y colores -miles de toneladas de tierra traída desde varios lugares distantes. Increíblemente, las zanjas tenían el fondo cubierto de miles de baldosas de serpentina, otra piedra semipreciosa verde azulada.


La mayoría de los expertos supone que las zanjas se cavaron para enterrar en ellas estos preciosos objetos de jade, pero los suelos de serpentina también podrían estar sugiriendo que las zanjas se construyeron mucho antes, con un propósito completamente distinto; pero se utilizaron para enterrar unos objetos muy apreciados, como esas extrañas hachas, una vez dejaron de necesitarlos (y de necesitar las zanjas). No existen dudas de que los olmecas abandonaron sus asentamientos hacia los comienzos de la era cristiana, y que incluso intentaron enterrar algunas de sus colosales cabezas. Quienquiera que llegara a sus poblados después, lo hizo con ansias de venganza: algunas de las cabezas fueron derribadas de sus bases, para después hacerlas rodar hasta los pantanos; otras muestran marcas que denotan haber sido golpeadas.

Como otro de los muchos enigmas de La Venta, permítasenos hablar del descubrimiento en las zanjas de unos espejos cóncavos de mineral de hierro(magnetita y hematites) cristalizado, moldeados y pulidos a la perfección. Después de estudiarlos y de hacer algunos experimentos, los expertos del Instituto Smithsoniano de Washington D.C. llegaron a la conclusión de que los espejos pudieron ser utilizados para enfocar los rayos del sol, para encender fuego o con «propósitos rituales» (ésa es la forma que tienen los expertos de decir que no saben para qué servía un objeto).

El enigma final en La Venta es el lugar en sí mismo, pues está exactamente orientado según un eje norte-sur, con 8o de inclinación al oeste del verdadero norte. En diversos estudios se ha demostrado que esta orientación fue premeditada, con el objetivo de permitir la observación astronómica, quizá desde la cúspide de la «pirámide» cónica, cuyas prominencias podrían haber servido como indicadores direccionales.


En un estudio especial, de M. Popenoe-Hatch (Papers on Olmec and Maya Archeology N° 13, University of California), se llegó a la conclusión de que,
«el patrón de observación hecho en La Venta hacia el 1000 a.C. habría que remontarlo a un cuerpo de conocimientos desarrollado un milenio antes... El asentamiento de La Venta y su arte del 1000 a.C. parecen reflejar una tradición basada en gran parte en los tránsitos de estrellas sobre el meridiano que tuvieron lugar en los solsticios y los equinoccios de alrededor del 2000 a.C.»
Unos inicios en el 2000 a.C. harían de La Venta el «centro sagrado» más antiguo de Centroamérica, precediendo a Teotihuacán salvo por la época legendaria en que sólo los dioses moraban allí. Aún así, puede que no sea ésa la verdadera fecha en que los olmecas llegaron allí tras cruzar los mares, pues su Cuenta Larga comienza en el 3113 a.C; pero sí indica en qué medida se adelantaron a civilizaciones más famosas, como los mayas o los aztecas.

En Tres Zapotes, cuya fase previa sitúan los arqueólogos entre 1500 y 1200 a.C, se pueden ver, esparcidas por el lugar, construcciones de piedra (aunque la piedra es rara aquí), terrazas, escalinatas y montículos. Se han localizado al menos otros ocho lugares en un radio de 24 kilómetros desde Tres Zapotes, lo que nos sugiere que debió de ser un gran centro rodeado de poblaciones satélites. Además de las cabezas y de otros monumentos escultóricos, también se desenterraron gran cantidad de estelas; una de ellas («Estela C») lleva la fecha de Cuenta Larga del 7.16.6.16.18, que equivale al 31 a.C, confirmando la presencia de los olmecas en este lugar en aquella época.

En San Lorenzo, las ruinas olmecas están compuestas por estructuras, montículos y terraplenes, entremezclados con estanques artificiales. La parte central de este lugar se construyó sobre una plataforma de factura humana de alrededor de 2 kilómetros cuadrados, que fue elevada unos 56 metros por encima del terreno circundante -una Proeza que empequeñece muchas obras modernas. Los arqueólogos descubrieron que los estanques estaban interconectados a través de un sistema de conductos subterráneos «cuyo significado o función resultan aún desconocidos».

Figura 58
 

Podríamos proseguir largamente con la descripción de lugares olmecas -hasta el momento, se han descubierto alrededor de cuarenta. En todas partes, además del arte monumental y de los edificios de piedra, hay montículos por docenas y otras evidencias de movimientos de tierra deliberados.

Sin embargo, las obras de sillería, los terraplenes, las zanjas, los estanques, los conductos y los espejos deben tener algún sentido, aun cuando los expertos modernos no alcancen a comprenderlo, así como la simple presencia de los olmecas en América Central -a menos que uno suscriba la teoría de los supervivientes de un naufragio, cosa que nosotros no vamos a hacer. Los historiadores aztecas describieron a los olmecas como los remanentes de un antiguo pueblo -no unas cuantas personas- de habla no náhuatl, que crearon la civilización más antigua de México. Las evidencias arqueológicas apoyan la idea y demuestran que, desde una base o «área metropolitana» que lindaría con el golfo de México, en donde La VentaTres Zapotes y San Lorenzo conformarían un triángulo pivotal, la zona de asentamientos e influencia olmecas cruza por el sur hacia la costa del Pacífico de México y Guatemala.

Expertos en terraplenes, maestros de la sillería, excavadores de zanjas, canalizadores de aguas, fabricantes de espejos... Así dotados, ¿qué estaban haciendo los olmecas en Centroamérica? Las estelas los muestran emergiendo de «altares» que representan entradas a las profundidades de la tierra (Fig. 58), o en el interior de cuevas, con un desconcertante surtido de herramientas, como en esta estela de La Venta (Fig. 59), en la que es posible discernir los enigmáticos espejos, que están sujetos a los cascos de los que llevan las herramientas.

Figura 59
 

En conjunto, las capacidades, las escenas, las herramientas, parece que nos llevan a una conclusión: los olmecas eran mineros, venidos al Nuevo Mundo para extraer algunos metales preciosos -probablemente oro, quizá también algún otro mineral extraño.

Las leyendas de Votan, que hablan de túneles a través de las montañas, apoyan esta conclusión. También el hecho de que, entre los dioses de Antaño, cuyo culto adoptaron los pueblos nahuatlacas de los olmecas, estuviera el dios Tepeyolloti, que significa «corazón de la montaña». Era un dios de las cuevas con barba; su templo tenía que ser de piedra, y debía de estar construido preferiblemente en el interior de una montaña. Su símbolo jeroglífico era una montaña perforada; se le representaba (Fig. 60a) con una herramienta parecida a un lanzallamas, ¡lo mismo que habíamos visto en Tula!

Nuestra impresión es que el lanzallamas que se ve aquí (el mismo que sostenían los atlantes y que se representaba en una columna) se utilizaba probablemente para cortar la piedra, no sólo para tallarla. Esto resulta manifiesto en un relieve conocido como Daizu N° 40, que se descubrió en el Valle de Oaxaca. En él, se muestra a una persona en un lugar estrecho, utilizando el lanzallamas contra la pared que tiene delante (Fig. 60b). El símbolo del «diamante» que hay en la pared significa un mineral, pero aún no se ha descifrado cuál.

Figura 60

Tal como atestiguan gran cantidad de representaciones, el enigma de los «olmecas» africanos se entremezcla con el enigma de los barbados del Mediterráneo oriental. Se les plasmó en multitud de monumentos de todos los asentamientos olmecas, en retratos individuales o en escenas de enfrentamientos.

Curiosamente, algunos de los enfrentamientos se representan como si hubieran tenido lugar en el interior de cavernas; en uno de Tres Zapotes (Fig. 61), aparece incluso un ayudante que lleva un dispositivo luminoso (en un tiempo en que, supuestamente, sólo se utilizaban antorchas).

No menos sorprendente es una estela de Chalcatzingo (Fig. 62) en donde aparece una mujer «caucásica» manipulando lo que parece un sofisticado equipo técnico; en la base de la estela hay un revelador signo de «diamante». Todo parece establecer una relación con los minerales.
Figura 61
Figura 62
 

¿Acaso los barbados del Mediterráneo llegaron a América Central al mismo tiempo que los africanos olmecas? ¿Eran aliados, se ayudaban entre sí, o competían por los mismos minerales o metales preciosos? Nadie puede decirlo con certeza, pero creemos que los africanos olmecas llegaron allí primero, y que las raíces de su llegada hay que buscarlas en esa misteriosa fecha de comienzo de la Cuenta Larga: el 3113 a.C.

No importa cuándo y por qué comenzó la relación, pero parece que terminó con una convulsión.


Los expertos se preguntan por qué en muchos asentamientos olmecas existen evidencias de una destrucción deliberada -monumentos deformados (incluidas las colosales cabezas), objetos rotos, monumentos derribados-, todo ello con vehemencia, como si de una venganza se tratara. Y no parece que toda esta destrucción tuviera lugar de una vez; parece como si los poblados olmecas se hubieran ido abandonando gradualmente, primero el «centro metropolitano» más antiguo, cercano al Golfo, hacia el 300 a.C, para más tarde ir abandonando los lugares más al sur.


Hemos visto la evidencia de una fecha equivalente al 31 a.C. en Tres Zapotes, que sugiere que el proceso de abandono de los centros olmecas, seguido por la vengativa destrucción, pudo durar varios siglos, a medida que los olmecas iban cediendo terreno y retirándose hacia el sur.

Las imágenes de este turbulento período y de esa zona meridional de los dominios olmecas los muestran cada vez más como guerreros, con máscaras aterradoras de águila o de jaguar. En uno de estos grabados en la roca de las regiones meridionales se ve a tres guerreros olmecas (dos de ellos con máscaras de águila) con lanzas en las manos.


En la escena se puede ver también a un cautivo desnudo y con barba. Lo que no queda claro es si los guerreros están amenazando al cautivo, o lo están salvando. Lo cual deja sin aclarar esta intrigante pregunta:
¿estaban en el mismo bando los negroides olmecas y los barbados del Mediterráneo oriental cuando aquellos tiempos turbulentos hicieron añicos la primera civilización de América Central?
Figura 63
Figura 64
 

Al menos, parece que compartieron el mismo destino.

En uno de los asentamientos más interesantes que hay cerca de la costa del Pacífico, en Monte Albán -levantado sobre un inmenso surtido de plataformas de factura humana y con extrañas estructuras construidas con fines astronómicos-, existen docenas de losas, erigidas en un muro conmemorativo, que llevan las imágenes grabadas de estos negroides africanos en posiciones un tanto retorcidas (Fig. 63)


Durante mucho tiempo, se les llamó Danzantes, pero los expertos coinciden ahora en que representan los cuerpos mutilados y desnudos de olmecas, supuestamente muertos durante alguna sublevación violenta de los indígenas de la zona. Entre estos cuerpos, se puede ver también el de un hombre con barba y una nariz semita (Fig. 64), que, como es obvio, compartió el mismo destino de los olmecas.

Se cree que Monte Alban se pobló hacia el 1500 a.C., y que fue un centro importante desde el 500 a.C. Así, en unos cuantos siglos de grandeza, sus constructores terminaron como cuerpos mutilados, honrados en las piedras, victimas de aquellos a los que habían enseñado.

Y así sucedió con los milenios, la edad de oro de los forasteros de allende los mares, que se convirtió poco menos que en una leyenda.

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