En la Biblia vemos que seres del espacio (ángeles) anunciaron y prepararon el nacimiento de uno de los seres que estaría destinado a liderar un plan de liberación para el pueblo hebreo. Me refiero a Sansón, cuyos padres fueron visitados por un Ángel (se supone que un extraterrestre) que les anunció dicho acontecimiento. En Jueces se dice: “Volvieron los hijos de Israel a hacer el mal a los ojos de Yavé, y Yavé los dio en manos de los filisteos durante cuarenta años. Había un hombre de Sora, de la familia de Dan, de nombre Manué. Su mujer era estéril y no le había dado hijos. El ángel de Yavé se apareció a la mujer y le dijo: Eres estéril sin hijos, pero vas a concebir y parirás un hijo. Mira, pues, que no bebas vino ni licor alguno ni comas nada inmundo, pues vas a concebir y a parir un hijo, a cuya cabeza no ha de tocar la navaja, porque será nazareno de Dios el niño desde el vientre de su madre y será el que primero librará a Israel de la mano de los filisteos. Fue la mujer y dijo a su marido: Ha venido a mi un hombre de Dios. Tenía el aspecto de un ángel de Dios muy temible. Yo no le pregunté de dónde venía ni me dio a conocer su nombre, pero me dijo: vas a concebir y a parir un hijo. No bebas, pues, vino ni otro licor inmundo, porque el niño será nazareno de Dios desde el vientre de su madre hasta el día de su muerte”.
“Entonces Manué oró a Yavé, diciendo: Gracias, Señor: que el hombre de Dios que enviaste venga otra vez a nosotros para que nos enseñe lo que hemos de hacer con el niño que ha de nacer. Oyó Dios la oración de Manué y volvió el ángel de Dios a la mujer de Manué cuando estaba ésta sentada en el campo y no estaba con ella su marido. Corrió ella en seguida a anunciárselo a su marido, diciéndole: El hombre que vino a mí el otro día acaba de aparecérseme. Se levantó Manué, y siguiendo a su mujer, fue hacía el hombre y le dijo: ¿Eres tú el que has hablado a esta mujer?. El respondió: Yo soy. Repuso Manué: Cuando se cumpla tu palabra, ¿cuál ha de ser la conducta y el obrar del muchacho?. El ángel de Yavé dijo a Manué: La mujer que se abstenga de cuanto le he dicho: que no tome nada de cuanto procede de la vid, no beba vino ni otro licor embriagante y no coma nada inmundo; cuanto le mande ha de observarlo. Manué dijo al ángel de Yavé: Te ruego que permitas que te retengamos mientras te traemos preparado un cabrito. El ángel de Yavé dijo a Manué: Aunque me retengas, no comería tus manjares; pero si quieres preparar un holocausto, ofréceselo a Yavé. Manué que no sabía que era el ángel de Yavé, le dijo:¿Cuál es tu nombre, para que te honremos cuando tu palabra se cumpla? El ángel de Yavé respondió: ¿Para qué me preguntas mi nombre, que es admirable”.
“Manué tomo el cabrito y la oblación para ofrecérselo a Yavé en holocausto sobre la roca, y sucedió un prodigio a la vista de Manué y su mujer. Cuando subía la llama de sobre el altar hacía el cielo, el ángel de Yavé se puso sobre la llama del altar. Al verlo Manué y su mujer cayeron rostro en tierra y no vieron más al ángel de Yavé. Entendió entonces Manué que era el ángel de Yavé, y dijo a su mujer: Vamos a morir porque hemos visto a Dios. La mujer le contestó: Si Yavé quisiera hacernos morir, no habría recibido de nuestras manos el holocausto y la oblación, ni nos hubiera hecho ver todo esto, ni oir hoy todas estas cosas. Parió la mujerun hijo yle dio el nombre de Sansón. Creció el niño, y Yavé le bendijo, y comenzó a mostrarse en él el espíritu de Yavé en el campo de Dan, entre Sora y Estaol”. Es de notar en el relato anterior que el ángel de Yavé no comía carne y además deseaba permanecer en el anonimato ante el verdadero protagonista. Vemos también como una tecnología superior ha intervenido con un fin bien preciso en ayuda de aquel pueblo que interpretaba, desde su óptica, todo acto incomprensible como un milagro de Dios. Hoy somos capaces de entender que los ángeles de ayer son los extraterrestres de hoy y que nunca estuvimos solos en nuestra marcha por el espacio.
Las misiones de reconocimiento de los dioses “caídos” en sus extrañas “carrozas” fueron también atestiguadas y registradas. Algunos de estos registros han permanecido hasta la actualidad, aunque muchos creen que son puros cuentos de hadas. Más de 30,000 documentos escritos en todo el mundo narran sobre seres avanzados que vinieron a la Tierra o que ya estaban viviendo en la Tierra. Según el Libro de Ezequiel: “Ahora, al ver a las criaturas vivientes, vi cuatro alas sobre el suelo, una por cada una de las criaturas vivientes, con sus cuatro caras. La aparición de las ruedas y su composición eran como el color del ámbar brillante: y todas las cuatro alas tenían una similitud: y su composición era como una rueda en medio de una rueda”. Consideremos solo algunas de las extrañas referencias en las páginas de la Biblia. En el Libro de Ezequiel leemos: “Luego, Eva vio hacia el cielo y vio una carroza brillante venir, guiada por cuatro brillantes ángeles, cuya gloria nadie, nacido de mujer, podría expresar ni ver a la cara, ángeles iban delante de la carroza”. Y según el Génesis: “Y sucedió que puesto el sol, y ya oscurecido, se veía un horno humeante y una antorcha de fuego que pasaba …”. Y el Libro de Ezequiel nos explica: “Y cuando los seres vivientes andaban, las ruedas andaban junto a ellos; y cuando los seres vivientes se levantaban de la tierra, las ruedas se levantaban …. Hacia donde el espíritu les movía que anduviesen, andaban; hacia donde les movía el espíritu que anduviesen, las ruedas también se levantaban tras ellos, porque el espíritu de los seres vivientes estaba en las ruedas”.
Los teólogos consideran que los textos sagrados son “la palabra de Dios” que se reveló a unos pocos escogidos. Pero cuando se elimina la simple fe lo que quedan son los propios textos, desprovistos de su carácter sagrado. Y cuando eliminamos la creencia en el carácter sagrado de estos textos es cuando podemos empezar a estudiarlos. En “el apocalipsis de Abraham”, el autor describe a dos seres celestiales que bajan a la Tierra. Estos dos seres celestiales subieron a Abraham a las alturas, pues el Señor quería conversar con él. Abraham cuenta que no eran humanos y que le produjeron mucho miedo. Dice que tenían el cuerpo brillante «como un zafiro»; lo hicieron subir entre humo y fuego, «como con la fuerza de muchos vientos». Cuando llegó a las alturas, vio «una luz gloriosa e indescriptible» y unas figuras grandes que se gritaban entre sí unas palabras «que yo no entendí». Y añade: «Pero yo quería volver a caer a la Tierra; el lugar alto donde nos encontrábamos estaba tan pronto de pie como cabeza abajo». Alguien nos está contando en primera persona que quería «volver a caer a la Tierra». Es lógico suponer, por lo tanto, que estaba más alto que la Tierra. Y nadie sin conocimientos científicos modernos podría haber sabido que las grandes estaciones espaciales siempre rotan sobre su propio eje. La gravedad artificial sólo puede conseguirse en el interior de la nave gracias a la fuerza centrífuga provocada por la rotación propia de la nave. Y “el Apocalipsis de Abraham” dice: «El lugar alto donde nos encontrábamos estaba tan pronto de pie como cabeza abajo.» Y además Abraham dice que estos seres no eran humanos y que sus ropas brillaban como el zafiro. ¡Sorprendente!
Otra historia sorprendente se refiere a Alejandro III de Macedonia, más conocido como Alejandro Magno, cuando dirigió sus pasos hacia Karnak, centro religioso del dios Amón. Desde el 3.000 a.C., Karnak era un gran centro religioso, con templos, santuarios y monumentos dedicados a Amón. Una de las más impresionantes edificaciones era el templo mandado construir por la reina Hatshepsut, que vivió unos mil años antes de la época de Alejandro. Esta soberana se decía que era hija de Amón, habiendo nacido de una reina a la que el dios visitó escondido también bajo un disfraz. No se sabe que ocurrió en Karnak, pero en vez de conducir sus tropas en dirección al centro del Imperio Persa, Alejandro escogió una pequeña escolta para que lo acompañaran en una expedición hacia el sur. Todo el mundo creyó que el rey iba a efectuar un viaje de recreo, buscando los placeres del amor. Y los historiadores de la época intentaron explicar su extraño viaje describiendo a la mujer que se suponía era su objeto del deseo. Una mujer “cuya belleza ningún hombre vivo conseguiría elogiar de manera suficiente“. Se llamaba Candace y era la reina de un país al sur de Egipto, el actual Sudán. Al igual que la historia de Salomón y la reina de Saba, esta vez fue el rey el que viajó hacia la tierra de la reina. Pero en realidad el principal objetivo de Alejandro no era la búsqueda del amor, sino conocer el secreto de la inmortalidad.
Después de una agradable estancia, la reina Candace quiso hacerle un presente de despedida y reveló a Alejandro el secreto de la localización de una “maravillosa caverna donde los dioses se congregan“. Siguiendo sus indicaciones, Alejandro encontró el lugar sagrado: “Él entró con algunos pocos soldados y vio una niebla azulada. Los techos brillaban como iluminados por estrellas. Las formas externas de los dioses estaban físicamente manifestadas; una multitud los servía en silencio. De inicio, él (Alejandro) se quedó sorprendido y asustado, pero permaneció allí para ver lo que acontecía, pues avistó algunas figuras reclinadas cuyos ojos brillaron como rayos de luz”. La visión de las enigmáticas figuras reclinadas contuvo Alejandro, ya que no sabía si eran dioses o mortales deificados. Entonces una voz, procedente de una de las figuras, le hizo estremecer: “Saludos, Alejandro, ¿sabes quién soy?”. Alejandro, asustado, respondió: “No, mi señor”. Y la voz añadió: “Soy Sesonchusis, el rey conquistador del mundo, que se unió a las filas de los dioses”. Se supone que Sesonchusis era el Faraón Senusert, también conocido comoSesostris I, que reinó en el Siglo XX a.C. Sorprendentemente, Alejandro había encontrado a la persona que buscaba. Pero a pesar de que Alejandro estaba muy sorprendido, los habitantes de la caverna no parecían impresionados. Era como si hubiesen esperado su llegada. Entonces Alejandro fue invitado a entrar para conocer al “Creador y Supervisor de todo el Universo“. Entró y “vio una niebla brillante como fuego y, sentado en un trono, el dios que una vez había visto siendo adorado por los hombres de Rokôtide, el Señor Serapis“.
Alejandro aprovechó la oportunidad para hablar del asunto de su longevidad: “Señor, ¿cuántos años viviré?” No hubo respuesta y Sesonchusis intentó consolar a Alejandro, pues el silencio del dios era suficientemente elocuente. Sesonchusis le contó que, a pesar de haberse unido a las filas de los dioses, “no tuve tanta suerte como tú, ya que nadie se acuerda de mi nombre aunque haya conquistado el mundo entero y subyugado tantos pueblos. Pero tú poseerás gran fama y tendrás un nombre inmortal aún después de la muerte“. Y terminó confortando a Alejandro con las siguientes palabras: “vivirás al morir, y así no morirás“, queriendo decir que sería inmortalizado en la Historia. Alejandro abandonó las cavernas deprimido y continuó su viaje para buscar consejos de otros sabios en busca de la consecución de su objetivo de escapar al destino de un mortal y de poder seguir los pasos de otros que, antes que él, habían tenido éxito al unirse a los dioses inmortales. Entre aquellos que Alejandro buscaba, y que finalmente encontró, estaba Enoc, el patriarca bíblico de los tiempos anteriores al Diluvio y bisabuelo de Noé. El encuentro se produjo en un lugar montañoso “donde está situado el Paraíso, la Tierra de los Vivos“, el lugar “en donde viven los santos“. En lo alto de una montaña vio una estructura brillante, de la que se elevaba hacia el cielo una inmensa escalera construida con 2.500 losas de oro.
En una enorme caverna, Alejandro encontró estatuas de oro, cada una en su propio nicho, un altar de oro y dos inmensos recipientes de oro, de unos 20 metros de altura. “Sobre un diván próximo se veía la forma reclinada de un hombre envuelto en una colcha bordada con oro y piedras preciosas y, por encima de él, estaban las ramas de una vid hecha de oro, cuyos racimos de uva estaban formados por joyas”. Allí había un hombre, que se identificó como Enoc, y que le dijo: “No sondees los misterios de Dios“. Atendiendo al aviso, Alejandro se marchó para juntarse con sus tropas, pero no antes de recibir como presente de despedida un racimo de uvas que, milagrosamente, alimentó a todo su ejército. En otra versión de la misma historia, Alejandro encontró a dos personajes: El patriarca Enoc y el profeta Elías, que, según las tradiciones bíblicas, jamás murieron. Este acontecimiento ocurrió cuando el rey atravesaba un desierto. Súbitamente su caballo y él fueron tomados por un “espíritu” (¿??) que los transportó a un centelleante tabernáculo (caseta o santuario), donde Alejandro vio a dos hombres. Sus rostros brillaban, sus dientes eran más blancos que leche y sus ojos tenían el fulgor de la estrella matutina. Tenían “gran estatura y buena apariencia“. Después de identificarse, le dijeron que “Dios los escondió de la muerte“. También le explicaron que aquel lugar era la “Ciudad del Granero de la Vida“, de donde brotaba la “cristalina Agua de la Vida“. Pero, antes de que Alejandro descubriera más o consiguiera beber el agua, un “carro de fuego” lo arrebató de allí y se encontró de nuevo entre sus tropas. Según la tradición musulmana, mil años después, también el profeta Mahoma fue llevado hacia el cielo montado en su caballo blanco. ¿Debemos considerar el episodio de la caverna de los dioses y otras de las historias sobre Alejandro como pura ficción o estarían basados en hechos históricos?
No se ha encontrado ninguna descripción de cómo Sesonchusis se volvió inmortal. Lo mismo es válido para Elías, el compañero de Enoc en el Templo Brillante, según una de las versiones de la leyenda de Alejandro. Elías es el profeta bíblico que vivió en Israel el siglo IX a.C., durante el reinado de Acab y Ocozias. Como indica el nombre que adoptó (Eliyah – “Mi Dios es Yahvé“), era un seguidor del dios hebreo, cuyos fieles estaban sufriendo persecución por parte de los seguidores del dios cananeo Baal. Después de retirarse a un lugar secreto cerca del río Jordán, donde fue instruido por el Señor, Elías recibió “un manto tejido de vellos” y pudo hacer milagros. Cerca de la ciudad fenicia de Sidon, el primer milagro que realizó fue hacer que un poco de aceite y una cuchara de harina alimentasen toda su vida a una viuda que le había dado refugio. Poco después, necesitó pedir a Dios que resucitase al hijo de esa mujer, que acababa de fallecer víctima de una grave enfermedad. Elías también podía convocar el Fuego de Dios, que servía para castigar a los que sucumbieron a las tentaciones paganas. Las escrituras dicen que Elías no murió en la Tierra, pues “subió al cielo en un torbellino“. Según las tradiciones judaicas, Elías continúa siendo inmortal y se le invita a visitar los hogares judíos en la víspera de la Pascua. Su ascenso al cielo está descrito en gran detalle en el Antiguo Testamento.
Tal como es contado en Reyes, no fue un acontecimiento inesperado. Al contrario, se trató de una operación perfectamente planeada, cuyo lugar y hora fueron comunicados a Elías con antelación. El lugar elegido quedaba en el valle del Jordán, en el margen izquierdo del río, probablemente en la misma zona donde Elías fue ordenado como “Hombre de Dios“. Cuando en su último viaje partió de Gilgal, Elías encontró dificultad en librarse de su discípulo Eliseo. Durante el camino, los dos profetas fueron repetidamente interpelados por discípulos menores, “los hijos de los profetas“, que preguntaban si era verdad que aquel día Dios se llevaría a Elías al cielo. El narrador bíblico explica: “He ahí lo que aconteció cuando Dios arrebató Elías al cielo en un torbellino: Elías y Eliseo partieron de Gilgal. Y Elías dijo a Eliseo: ‘Te quedas aquí, pues Yahvé me envió sólo hasta Betel’; Pero Eliseo respondió: ’Tan cierto como que Yahvé vive y tú vives, no te dejaré! ‘Y descendieron a Betel. Los hijos de los profetas que vivían en Betel salieron al encuentro de Eliseo y le dijeron: ’¿Sabes que hoy Yahvé va a llevar el maestro por sobre tu cabeza?’. Él respondió:’ Sé, pero callaos”. Elías admitió que su destino era Jericó, a los márgenes del río Jordán, y pidió a su compañero se quedara ahí y lo dejara seguir solo. Nuevamente Eliseo rechazó su propuesta e insistió en ir con el profeta. “Y ellos fueron la Jericó. Los hijos de los profetas que vivían en Jericó se aproximaron a Eliseo y le dijeron: ’¿Sabes que hoy Yahvé va a llevar a tu maestro por sobre tu cabeza?’. Él respondió: ’Sé, pero callaos”. Contrariado en su deseo de proseguir solo, Elías pidió a Eliseo que se quedara en Jericó y lo dejara ir solo hasta el margen del río. Sin embargo, Eliseo rechazó separarse de su maestro. Animados, “cincuenta hombres de los hijos de los profetas fueron también, pero se quedaron parados a la distancia mientras los dos (Elías y Eliseo) se detenían al borde del Jordán“. Entonces Elías tomó su manto, lo enrolló y batió con él en las aguas, que se dividieron de un lado y de otro, de modo que ambos pasaron a pie enjuto.
Después que pasaron al otro margen, Eliseo pidió a Elías que le fuera dado el espíritu santo, pero antes que pudiera oír una respuesta: “Y aconteció que mientras andaban y conversaban he ahí que un carro de fuego y caballos de fuego los separaron uno del otro y Elías subió al cielo en el torbellino. Eliseo miraba y gritaba: ‘!Mi padre! ¡Mi padre! ! El carro y la caballería de Israel! Después no más lo vio…”. Atolondrado, Eliseo se quedó inmóvil por algunos instantes. Después vio el manto que Elías había dejado atrás. Eliseo cogió el manto y volvió al margen del río. Invocando el nombre de Yahvé, batió con él en las aguas y he ahí “que las aguas se dividieron de un lado y de otro y Eliseo atravesó el río“. Y los hijos de los profetas, los discípulos que habían quedado en el margen izquierdo del río, en la llanura de Jericó, “lo vieron a la distancia y dijeron: ‘El espíritu de Elías reposa sobre Eliseo!’; vinieron a su encuentro y se postraron delante de él“. Incrédulos, a pesar de que lo habían visto con sus propios ojos, los cincuenta discípulos no creyeron que Elías hubiese sido llevado al cielo para siempre. El torbellino del Señor podía haberlo arrebatado y lanzado en algún valle o montaña. A despecho de las objeciones de Eliseo, ellos lo buscaron por tres días. Eliseo entonces habló: “¿No había dicho yo que no fuerais?” Ahora, él sabía muy bien cuál era la verdad: El Dios de Israel había llevado a Elías al cielo en un carro de fuego. El relato del encuentro de Alejandro con Enoc introdujo en la búsqueda por la inmortalidad a un “antepasado inmortal“, mencionado tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, está en leyendas muy anteriores a la Biblia y ya se conocían cuando ésta fue escrita.
Según la Biblia, Enoc fue el séptimo patriarca prediluviano del linaje de Adán a través de Set, para distinguirlo del linaje maldito de Caín. Él era el bisabuelo de Noé, el héroe del diluvio. Los antiguos relatos judíos dicen que Enoc fue «un rey de los hombres» que reinó durante «doscientos cuarenta y tres años» y que estaba lleno de sabiduría y la comunicó a todos. Según el geógrafo e historiador Taki al-Makrizi fue el constructor de las grandes pirámides de Egipto. Éste cuenta en su obra Hitat que Enoc fue conocido con cuatro nombres diferentes: Saurid, Hermes, Idris y Enoc. El pasaje siguiente está tomado del capítulo 33 del Hitat: “El primero, Hermes, llamado triple por sus atributos de profeta, rey y sabio (…) leyó en las estrellas que había de llegar el diluvio. Entonces mandó que se construyeran las pirámides, y ocultó en ellas tesoros, textos y escrituras y todo lo demás que podría perderse de otro modo, para que se conservase”. Tanto para la teología judía como para la cristiana, Enoc es el séptimo de los diez primeros patriarcas antediluvianos, que fue padre de Matusalén, del que se afirma que alcanzó la increíble edad de 969 años.
Según el Génesis: “Enoc, a la edad de sesenta y cinco años, engendró a Matusalén y, después de haber engendrado a Matusalén, anduvo en la presencia de Dios trescientos años y engendro hijos e hijas. Enoc vivió en total trescientos sesenta y cinco años (es curioso que sea la misma cifra que los días de un año) y anduvo en la presencia de Dios; después no fue visto más porque Dios se lo llevo”. El relato bíblico sobre el personaje de Enoc es muy corto. Pero lo suficiente explícito, para que cualquier investigador, pueda intuir las claras vinculaciones con extraterrestres que se dan en este personaje de la antigüedad llamado Enoc. De este texto se puede deducir que Enoc, después de haber engendrado a Matusalén, mantiene una serie de contactos con Yavé. Todo esto durante un período de tiempo de trescientos años. Estos contactos entre Enoc y Yavé se efectúan cara a cara. Pues el texto es bien explícito: anduvo en la presencia de Dios. El contacto entre ambos personajes no dura trescientos años seguidos, sino que durante este tiempo Enoc es sacado de la Tierra varias veces, para posteriormente ser devuelto a ella.
Así se explica el que pudiera seguir engendrando hijos e hijas: “A la edad de trescientos sesenta y cinco años, Enoc ya no regresa a la Tierra. Así lo afirma el texto bíblico: Después no fue visto más, porque Dios se lo llevo. ¿Vivo? Está claro que fue así, porque si observamos a los personajes antecesores y posteriores a Enoc, veremos como el texto bíblico nos confirma la muerte de cada uno de ellos. Según el Génesis: “Set vivió en total novecientos doce años y murió. Enos vivió en total novecientos cinco años y murió. Cainán vivió en total novecientos diez años y murió. Malaleel vivió en total ochocientos noventa y cinco años y murió. Jared (padre de Enoc) vivió en total novecientos sesenta y dos años y murió. Matusalén (hijo de Enoc) vivió en total novecientos sesenta y nueve años y murió. Lamec vivió en total setecientos setenta y siete años y murió”. Como vemos, aquí se nos confirma la muerte de estos Patriarcas de la Antigüedad. No ocurre así en el caso de Enoc, donde a la edad de trecientos sesenta y cinco años no fue visto más, o sea que no hubo defunción, porque Dios se lo llevo.
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