El Marqués Saint-Yves D’Alveydre, en su obra El Arqueometro, compone El Alfabeto Solar de las 22 letras tomando los siete caracteres del Vattan, más las tres letras extraídas (A, S, Th) y el carácter sagrado AUM. Todas ellas se rigen por le regla Aritmetológica y poseen además un valor numérico y musical configurándose en matrices o tablas Cosmológicas, según lo define Saint-Yves. El Alfabeto Solar de las 22 letras puede dividirse a su vez en dos grupos de once letras (los siete caracteres del Vattan, más las tres letras extraídas) que a su vez poseen otras veintidós letras reflejadas formando un total de cuarenta y cuatro caracteres precisos. Pero dejemos que sea el propio Saint-Yves D’Alveydre quién nos hable del Vattan: “Los Brahmines llaman a este alfabeto Vattan; y parece remontarse a la primera raza humana, pues, por sus cinco formas madres rigurosamente geométricas, se firma él mismo, Adam, Eva, y Adamah. Moisés parece designarlo en el versículo 19 del capítulo II de su Sepher Barashith. Más aún, este alfabeto se escribe de abajo arriba, y sus letras se agrupan de manera que forman imágenes morfológicas o parlantes. Los pandits borran estos caracteres sobre la pizarra, cuando la lección de los gurús ha terminado. Lo escriben también de izquierda a derecha, como el sánscrito, y por tanto a la europea”. [Saint-Yves D’Alveydre; El Arqueometro]
Al Brahâtmâ pertenece la plenitud de los dos poderes sacerdotal y real. Estos dos poderes se distinguen después para manifestarse, y el Mahâtma representa más especialmente el poder sacerdotal, mientras que el Mahânga representa el poder real. Esta distinción corresponde a la de los Brâhmanes y de los Kshatriyas. Pero, por lo demás, al estar «más allá de las castas», elMahâtmâ y el Mahânga tienen en sí mismos, tanto como el Brahmâtmâ, un carácter a la vez sacerdotal y real. Hemos hecho alusión precedentemente a los «Reyes Magos» del Evangelio, como uniendo en ellos los dos poderes. Estos personajes misteriosos representan en realidad a los tres jefes del Agarttha. Saint-Yves dice bien que los tres «Reyes Magos» habían venido delAgarttha, pero sin aportar ninguna precisión a este respeto. Los nombres que les son atribuidos ordinariamente son sin duda fantasiosos, salvo, no obstante, el de Melki-Or, en hebreo «Rey de la Luz», que es bastante significativo.El Mahânga ofrece a Cristo el oro y le saluda como «Rey»; el Mahâtma le ofrece el incienso y le saluda como «Sacerdote»; y finalmente, el Brahmâtmâ le ofrece la mirra (el bálsamo de incorruptibilidad, imagen del Amritâ) y le saluda como «Profeta» o Maestro espiritual por excelencia. El Amritâ de los Hindúes o laAmbrosía de los Griegos (dos palabras etimológicamente idénticas), brebaje o alimento de inmortalidad, era figurado también concretamente por el Soma védico o el Haoma mazdeísta.
Los árboles de resinas incorruptibles desempeñan un papel importante en el simbolismo. En particular, han sido tomados a veces como emblemas de Cristo. El homenaje rendido así a Cristo naciente, en los tres mundos que son sus dominios respectivos, por los representantes auténticos de la tradición primordial, es al mismo tiempo la prenda de la perfecta ortodoxia del Cristianismo al respecto de ésta. Naturalmente, Ossendowski no podía contemplar consideraciones de este orden; pero si hubiera comprendido algunas cosas más profundamente de lo que las ha comprendido, habría podido observar la rigurosa analogía que existe entre el ternario supremo del Agarttha y el del Lamaísmo tal como lo indica: el Dalaï-Lama, «que realiza la santidad (o la pura espiritualidad) de Buddha», el Tashi-Lama, «que realiza su ciencia» (no «mágica» como el autor parece creerlo, sino más bien «teúrgica»), y el Bogdo-Khan, «que representa su fuerza material y guerrera»; es exactamente la misma repartición según los «tres mundos». Y habría podido incluso hacer esta observación tanto más fácilmente cuanto que él mismo había indicado que «la capital de Agharti recuerda a Lhassa donde el palacio del Dalaï-Lama, el Potala, se encuentra en la cima de una montaña recubierta de templos y de monasterios». Por lo demás, esta manera de expresar las cosas es errónea puesto que invierte las relaciones, ya que, en realidad, es de la imagen de la que se puede decir que recuerda al prototipo, y no lo contrario.
Ahora bien, el centro del Lamaísmo no puede ser más que una imagen del verdadero «Centro del Mundo». Pero todos los centros de este género presentan, en cuanto a los lugares donde están establecidos, ciertas particularidades topográficas comunes, ya que estas particularidades, muy lejos de ser indiferentes, tienen un valor simbólico incontestable y, además, deben estar en relación con las leyes según las cuales actúan las «influencias espirituales». Esa es una cuestión que depende propiamente de la ciencia tradicional a la que se puede dar el nombre de «geografía sagrada». Hay todavía otra concordancia no menos destacable: Saint-Yves, al describir los diversos grados o círculos de la jerarquía iniciática, que están en relación con algunos números simbólicos, que se refieren concretamente a las divisiones del tiempo, termina diciendo que «el círculo más elevado y más cercano al centro misterioso se compone de doce miembros, que representan la iniciación suprema y que corresponden, entre otras cosas, a la «zona zodiacal». Ahora bien, esta constitución se encuentra reproducida en lo que se llama el «consejo circular» del Dalaï-Lama, formado de los doce grandes Namshans (o Nomekhans); y se la encuentra también, por lo demás, hasta en algunas tradiciones occidentales, concretamente en las que conciernen a los «Caballeros de la Tabla Redonda». Agregaremos también que los doce miembros del círculo interior del Agarttha, desde el punto de vista del orden cósmico, no representan simplemente a los doce signos del Zodiaco, sino también a los doce Adityas, que son otras tantas formas del sol, en relación con esos mismos signos zodiacales. El nombre deAditya significa “Los desendientes de Aditi” En el Rig-Veda se cita el nombre de seis de ellos: Mitra, Aryaman, Bhaga, Varuna, Daksha y Amsa.
Y naturalmente, lo mismo que Manu Vaivaswata es llamado «hijo del Sol», el «Rey del Mundo» tiene también el Sol entre sus emblemas. Se dice que los Adityas (salidos de Aditi o lo «Indivisible») fueron primero siete antes de ser doce, y que su jefe era entonces Varuna. Los doce Adityas son: Dhâtri, Mitra, Aryaman, Rudra, Varuna, Sûrya, Bhaga, Vivaswat, Pûshan, Savitri, Twashtri y Vishnu. Son otras tantas manifestaciones de una esencia única e indivisible; y se dice también que estos doce soles aparecerán todos simultáneamente en el fin del ciclo, reentrando entonces en la unidad esencial y primordial de su naturaleza común. En Gracia, los doce grandes Dioses del Olimpo están también en correspondencia con los doce signos del Zodiaco. El símbolo al que hacíamos alusión es exactamente el que la liturgia católica atribuye a Cristo cuando le aplica el título de Sol Justitiae. El Verbo es efectivamente el «Sol espiritual», es decir, el verdadero «Centro del Mundo». Y, además, esta expresión de Sol Justitiae se refiere directamente a los atributos de Melki-Tsedeq. Hay que observar también que el león, animal solar, es, en la antigüedad y en la Edad Media, un emblema de la justicia al mismo tiempo que del poder. El signo del león (Leo) es, en el Zodiaco, el domicilio propio del Sol. El Sol de doce rayos puede ser considerado como representando a los doce Adityas. Desde otro punto de vista, si el Sol representa a Cristo, los doce rayos son los doce Apóstoles (la palabra apostolossignifica «enviado», y los doce rayos son también «enviados» por el Sol). Por lo demás, se puede ver en el número de los doce Apóstoles una marca, entre muchas otras, de la perfecta conformidad del Cristianismo con la tradición primordial.
La primera conclusión que se desprende de todo esto, es que hay verdaderamente lazos bien estrechos entre las descripciones que se refieren a centros espirituales más o menos ocultos, o al menos difícilmente accesibles. La única explicación plausible que pueda darse de ello, es que, si esas descripciones se refieren a centros diferentes, estos centros no son por así decir más que emanaciones de un centro único y supremo. Ya que hacíamos alusión a los «Caballeros de la Tabla Redonda», debemos indicar aquí lo que significa la «gesta del Grial», que, en las leyendas de origen céltico se presenta como su función principal. En todas las tradiciones, se hace alusión a algo que, a partir de una cierta época, se habría perdido o estaría oculto: es, por ejemplo, el Soma de los Hindúes o el Haoma de los Persas, el «brebaje de la inmortalidad», que, precisamente, tiene una relación muy directa con el «Grial», puesto que éste es, se dice, el vaso sagrado que contuvo la sangre de Cristo, la cual es también el «brebaje de la inmortalidad». Por lo demás, el simbolismo es diferente: así, entre los judíos, es la pronunciación del gran Nombre divino. Pero la idea fundamental es siempre la misma. Recordaremos también, a este respecto, la «Palabra perdida» de la Masonería, que simboliza igualmente los secretos de la iniciación verdadera. Así pues, la «búsqueda de la Palabra perdida» no es más que otra forma de la «gesta del Grial». Esto justifica la relación señalada por el historiador Henri Martin entre la «Massenie du Saint-Grial»y la Masonería. Y existe una conexión muy estrecha entre el simbolismo mismo del «Grial» y el «centro común» de todas las organizaciones iniciáticas.
El Santo Grial se dice que es la copa que se utilizó en la Santa Cena, y donde José De Arimatea recogió después la sangre y el agua que se escapaban de la herida abierta en el costado de Cristo por la lanza del centurión Longino. Este nombre de Longino está emparentado al nombre mismo de la lanza, en griego logké (que se pronuncia lonké); el latín lancea tiene por lo demás la misma raíz. Según la leyenda, esta copa habría sido transportada a Gran Bretaña por José de Arimatea y Nicodemo. Estos dos personajes representan aquí respectivamente el poder real y el poder sacerdotal. Ocurre lo mismo con Arturo y Merlín en la institución de la «Tabla Redonda». Y es menester ver en eso la indicación de un lazo establecido entre la tradición céltica y el Cristianismo. La copa, en efecto, desempeña un papel muy importante en la mayoría de las tradiciones antiguas, y sin duda ello era así concretamente con los celtas. Hay que destacar que frecuentemente está asociada a la lanza, y que estos dos símbolos son entonces, en cierto modo, complementarios el uno del otro. El simbolismo de la lanza está frecuentemente en relación con el «Eje del Mundo». A este respecto, la sangre que gotea de la lanza tiene la misma significación que el rocío que emana del «Árbol de la Vida». Por lo demás, se sabe que todas las tradiciones son unánimes en afirmar que el principio vital está íntimamente ligado a la sangre. Lo que muestra quizás más claramente la significación esencial del «Grial» es lo que se dice de su origen: “esta copa habría sido tallada por los Ángeles en una esmeralda caída de la frente de Lucifer en el momento de su caída”.
Algunos dicen una esmeralda caída de la corona de Lucifer. Pero en eso hay una confusión que proviene de que Lucifer, antes de su caída, era el «Ángel de la Corona» (es decir, de Kether, la primera Sephirah), en hebreo Hakathriel, nombre que tiene por lo demás como número el famoso 666 del Apocalipsis. Esta esmeralda recuerda de una manera muy llamativa a la urnâ, la perla frontal que, en el simbolismo hindú (de donde ha pasado al Budismo), ocupa frecuentemente el lugar del tercer ojo de Shiva, que representa lo que se puede llamar el «sentido de la eternidad». Por lo demás, se dice que el «Grial» fue confiado a Adam en el paraíso terrestre, pero que, en su caída, Adam lo perdió a su vez, ya que no pudo llevarle con él cuando fue arrojado del Edén. El hombre, apartado de su centro original, se encontraba desde entonces encerrado en la esfera temporal y ya no podía encontrar el punto único desde donde todas las cosas se contemplan bajo el aspecto de la eternidad. En otros términos, la posesión del «sentido de la eternidad» está ligada a lo que todas las tradiciones llaman el «estado primordial», cuya restauración constituye la primera etapa de la verdadera iniciación, puesto que es la condición previa de la conquista efectiva de los estados «suprahumanos». Por lo demás, el Paraíso terrestre representa propiamente el «Centro del Mundo», representado por el sentido original de la palabra Paraíso.
Lo que sigue puede parecer más enigmático: Seth pudo entrar en el Paraíso terrestre y recobrar el precioso vaso. Seth, o Set, deidad de la fuerza bruta, de lo tumultuoso, lo incontenible. Señor de lo que no es bueno y las tinieblas, dios de la sequía y del desierto en la mitología egipcia. Seth fue la divinidad patrona de las tormentas, la guerra y la violencia, también fue patrón de la producción de los oasis (dinastía XIX). Ahora bien, el nombre de Seth expresa las ideas de fundamento y de estabilidad, y, por consiguiente, indica en cierto modo la restauración del orden primordial destruido por la caída del hombre. Se dice que Seth permaneció cuarenta años en el Paraíso terrestre. Este número 40 tiene también un sentido de «reconciliación» o de «retorno al principio». Los periodos medidos por este número se encuentran muy frecuentemente en la tradición judeocristiana. Recordemos los cuarenta días del diluvio, los cuarenta años durante los cuales los Israelitas erraron en el desierto, los cuarenta días que Moisés pasó en el Sinaí, los cuarenta días de ayuno de Cristo. La Cuaresma tiene naturalmente la misma significación. Así pues, se debe comprender que Seth, y aquellos que después de él poseyeron el Grial, pudieron establecer un centro espiritual destinado a reemplazar el Paraíso perdido, que era como una imagen de éste. Y entonces, esta posesión del Grial representa la conservación integral de la tradición primordial en un centro espiritual. Por lo demás, la leyenda no dice dónde ni por quién fue conservado el Grial hasta la época de Cristo. Pero el origen céltico que se le reconoce debe dar a entender sin duda que los Druidas tuvieron una parte en ello y que deben ser contados entre los conservadores regulares de la tradición primordial.
La pérdida del Grial, o de alguno de sus equivalentes simbólicos, es la pérdida de la tradición con todo lo que ésta conlleva. Por lo demás, esta tradición no puede estar perdida más que para algunos centros secundarios, cuando éstos cesan de estar en relación directa con el centro supremo. En cuanto a este último, guarda siempre intacto el depósito de la tradición, y no es afectado por los cambios que sobrevienen en el mundo exterior. Tanto es así que, según diversos Padres de la Iglesia, y concretamente San Agustín, el diluvio no ha podido alcanzar el Paraíso terrestre, que es «La habitación de Henoch y la Tierra de los Santos», y cuya cima «toca la esfera lunar». Es decir, se encuentra en el punto de comunicación de la Tierra y de los Cielos. Según el Génesis: «Y Henoch marchó con Dios, y ya no apareció más (en el mundo visible o exterior), porque se lo llevo Dios». Habría sido transportado entonces al Paraíso terrestre. Esto es conforme al simbolismo empleado por Dante, que sitúa el Paraíso terrestre en la cima de la montaña del Purgatorio, que se identifica como la «montaña polar» de todas las tradiciones. Pero, del mismo modo que el Paraíso terrestre ha devenido inaccesible, el centro supremo, puede no estar manifestado exteriormente. Y entonces se puede decir que la tradición está perdida para el conjunto de la humanidad, ya que no es conservada más que en algunos centros rigurosamente cerrados. Y la masa de los hombres no participa ya en ella de una manera consciente y efectiva, contrariamente a lo que había tenido lugar en el estado original.
La tradición hindú enseña que no había en el origen más que una sola casta, que era denominada Hamsa. Eso significa que todos los hombres poseían entonces el grado espiritual que es designado por este nombre, y que queda más allá de la distinción de las cuatro castas actuales. Tal es precisamente la condición de la época actual, cuyo comienzo, por lo demás, se remonta mucho más allá de lo que es accesible a la historia ordinaria. Así pues, la pérdida de la tradición, según los casos, puede ser entendida en este sentido general, o bien puede referirse al oscurecimiento del centro espiritual que regía más o menos invisiblemente los destinos de un pueblo particular o de una civilización determinada. Al «estado primordial» y «tradición primordial», se refiere el doble sentido que es inherente a la palabra Grial misma, ya que el Grial es a la vez un vaso (grasale) y un libro (gradale o graduale). Y este último aspecto designa manifiestamente a la tradición, mientras que el otro concierne más directamente al estado mismo. En algunas versiones de la leyenda del Santo Grial, los dos sentidos se encuentran estrechamente unidos, ya que el libro deviene entonces una inscripción trazada por Cristo o por un Ángel sobre la copa misma. Habría en eso aproximaciones con el «Libro de la Vida» y con algunos elementos del simbolismo apocalíptico.
No es objetivo de este artículo entrar en los detalles secundarios de la leyenda del Santo Grial, aunque todos tengan también un valor simbólico, ni de seguir la historia de los Caballeros de la «Tabla Redonda»y de sus hazañas. Mencionaremos solo que la «Tabla Redonda», construida por el rey Arturo en base a los planos de Merlín, estaba destinada a recibir el Grial cuando alguno de sus caballeros hubiera llegado a conquistarle y le hubiera llevado de Gran Bretaña a Armorica. El nombre de Arturo tiene un sentido muy destacable, que se vincula al simbolismo «polar». Esta tabla es también un símbolo verdaderamente muy antiguo, uno de aquellos que fueron siempre asociados a la idea de los centros espirituales, conservadores de la tradición. Por lo demás, la forma circular de la tabla está ligada formalmente al ciclo zodiacal por la presencia alrededor de ella de doce personajes principales, particularidad que se encuentra en la constitución de todos los centros de que se trata. Los «Caballeros de la Tabla Redonda» son a veces en número de cincuenta, que era, para los hebreos, el número del Jubileo, y que se refiere también al «reino del Espíritu Santo». Pero, incluso entonces, había siempre doce que desempeñaban un papel preponderante. Recordamos también, a este propósito, los doce pares de Carlomagno en otros relatos legendarios de la Edad Media o los doce dioses principales de distintas mitologías, como la sumeria.
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