En diciembre de 1932, Patrick Clayton, agrimensor del Egyptian Geological Survey, manejaba entre las dunas del Gran Mar de Arena, próximo a la Meseta de Saad, Egipto, cuando escuchó crujir bajo las ruedas, grandes láminas de vidrio. El hallazgo, que despertó el interés de la geología internacional, llevaría a plantear uno de los enigmas más grandes de la ciencia moderna ¿qué fenómeno es capaz de elevar la temperatura del arena hasta 1.800 grados centígrados fundiéndola en grandes hojas de cristal amarillo verdoso?Albion W. Hart, uno de los primeros ingenieros graduados en el Instituto Tecnológico de Massachussets, se dio cuenta en su paso por White Sands, que las hojas de vidrio dejadas por la explosión nuclear eran idénticas a las formaciones que había observado 50 años antes en el desierto africano. Sin embargo, la extensión de desierto fundido requería que la explosión fuera unas 10.000 veces más poderosa que aquella observada en Nuevo México.Muchos científicos intentaron explicar la dispersión de las grandes rocas de vidrio en el desierto del Líbia, el Sahara, Mojave y muchos otros lugares del mundo, como impactos de meteoros gigantes. Sin embargo, la teoría es insostenible debido a la ausencia de cráteres en el desierto. Nunca fueron detectadas huellas de tales impactos, ni por imágenes satelitales ni por sonar.Además, las piedras vítreas encontradas en el desierto libio presentan en un grado de transparencia y pureza tal (99%), que no es típico de las fusiones registradas en la caída de meteoritos, en las que el hierro y otros materiales se mezclan con el sílice fundido tras el impacto. Ante este enigma, los científicos proponen que los meteoritos causantes de las piedras de vidrio podrían haber explotado unos kilómetros por encima de la superficie de la Tierra, como supuestamente sucedió en Tunguska, o simplemente rebotar, llevándose consigo la evidencia del impacto, pero dejando el calor de la fricción. Pero esto no explicaría como dos áreas próximas del desierto libio presentan el mismo patrón, siendo la probabilidad de dos impactos cercanos de meteoritos tan baja. Tampoco explicaría la ausencia de agua en las placas (tectitas) cuando las áreas de impacto abundaban en ella unos siete milenios en el pasado.
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