Según historiadores, arqueólogos y antropólogos como Alfonso Caso y Miguel Covarrubias, los conocimientos de los olmecas resultan realmente sorprendentes, lo que ha desatado la imaginación y las conjeturas de investigadores heterodoxos como el Dr. Óscar Padilla Lara, para quien “la única explicación razonable para comprender el desarrollo cultural y tecnológico de los olmecas, que después heredarían los mayas, aztecas y demás culturas mesoamericanas, es el contacto con alguna civilización extraterrestre”. Todavía existen hoy en algunos pueblos centroamericanos extrañas esculturas olmecas que parecen otear pacientemente el firmamento y que, según el Dr. Padilla Lara, estarían aguardando el regreso de los dioses venidos del cielo…
Su religión giraba alrededor de deidades sobrenaturales que ostentaban
atributos de animales, siendo las representaciones más importantes los jaguares,
los cocodrilos y las serpientes, aunque también aparecen insectos, tiburones y
peces. En cuanto a su organización política, los olmecas
estaban guiados por fuertes gobernantes, cuyos retratos se han plasmado en las
cabezas colosales que los han hechos famosos. En la “zona
nuclear” antes citada existen un total de 17 cabezas gigantescas: 10 en San
Lorenzo, 4 en La Venta, 2 en Tres Zapotes y 1 en Cobata. En el Museo de
Antropología de Xalapa se exhiben 7 cabezas procedentes de San Lorenzo. La roca
volcánica usada en las tallas de este último lugar proviene de las montañas de
los Tuxtlas, a unos 60 kms. al noroeste de San Lorenzo, lo que demuestra que la
sociedad olmeca fue capaz de llevar a cabo la titánica empresa de su transporte
gracias al sometimiento o a la cooperación de las poblaciones que dominaba. La
dificultad de proveerse de estos materiales, o bien la importancia simbólica de
los mismos, impulsó a los olmecas a reutilizar las piedras para
usarlas en nuevas esculturas, ya que algunas cabezas colosales fueron
originalmente altares. En algunas de estas piezas, que pueden pesar más de 10
toneladas, hay detalles interesantes, como el pronunciado estrabismo que se
aprecia en los ojos de muchas de ellas. Un defecto visual que constituía, no
obstante, el patrón de belleza de numerosas civilizaciones de
Mesoamérica.
La meseta de San Lorenzo puede considerarse uno de los trabajos de
arquitectura monumental más grandes de Mesoamérica, porque fue
modificada a través de un enorme esfuerzo humano plasmado en la construcción de
terrazas, cortes y remoción de toneladas de tierra y paredes de contención, que
transformaron el terreno natural en un espacio sagrado para los antiguos
habitantes. Otro de los elementos más desconcertantes de esta cultura, según los
investigadores “oficiales”, es que los olmecas no usaban la rueda y no tenían
animales de carga, por lo que el trabajo fue llevado a cabo íntegramente por
medio del esfuerzo humano. En realidad, se suele omitir el hecho de que el
arqueólogo estadounidense Matthew Stirling encontró en la década de los 40, en
el yacimiento de Tres Zapotes, unos juguetes infantiles que consistían en
perritos con ruedas. Si estas últimas eran conocidas, lo lógico es pensar que
fueron empleadas en la práctica y que no quedaron reservadas sólo para divertir
a los niños.
Los Dioses Jaguares
Observando la construcción, conservación y restauración de los centros
religiosos y el gran número de esculturas monumentales y de pequeñas dimensiones
que nos han legado, se piensa que el gobierno olmeca era teocrático, es decir,
estaba presidido por unos reyes-sacerdotes que se ocupaban de que la religión y
la política estuvieran siempre estrechamente entrelazadas. Es posible que, a los
ojos del profano, la religión de los olmecas parezca
incomprensible y compleja; sin embargo, se puede resumir en la adoración a los
dioses-jaguares, representantes de un ancestral culto totémico a los espíritus
de la naturaleza, encarnados en este animal que era sagrado para todas las
culturas mesoamericanas.
Sin embargo, también hay en sus altares y esculturas religiosas algunas
figuras de extrañas criaturas y monstruos aberrantes, de seres de estatura
desproporcionada cuyo significado todavía no ha sido explicado. Esas
representaciones no se limitan a los centros ceremoniales, sino que aparecen
reflejadas en todo el arte olmeca, especialmente en objetos y
elementos rituales como las hachas para sacrificios.
Existe un detalle que a los arqueólogos les resulta inexplicable: el realismo
de las esculturas olmecas que, supuestamente, representaban a
los monarcas teocráticos más relevantes. De ser así, ¿por qué muchos rostros
olmecas tienen esas sospechosas características negroides
(nariz achatada, labios gruesos, etc.), si los primeros esclavos negros no
llegaron a América hasta el siglo XVI? También hay representaciones de rostros
barbados, de nariz aguileña y labios finos, que no se corresponden con ningún
tipo racial mesoamericano.
El legado de los Chamanes
Si sobre ese aspecto aún no se han puesto de acuerdo los investigadores,
existe, en cambio, certeza en cuanto al importantísimo papel que en la
sociedad olmeca desempeñaban los brujos o chamanes. Éstos,
lujosamente ataviados con pelucas, máscaras, camisas de piel, fajas y
cinturones, dirigían en realidad toda aldea o poblado. Todavía hoy, en nuestros
viajes por diferentes países centroamericanos, hemos podido constatar la
pervivencia de esa importancia social de los chamanes, herederos de la
tradición olmeca. Ellos son los únicos que aún conservan el
legado de sabiduría de aquella antiquísima civilización que se esfumó de la faz
de la Tierra sin haber desvelado el misterio
de sus orígenes, su esplendor y su decadencia.
Conexión Atlante: MÉXICO Y EGIPTO
Lo más desconcertante de la cultura olmeca es, precisamente, todo lo que
ignoramos sobre ella. No sabemos cuál era su organización social, ni qué lengua
hablaban, ni qué tradiciones tenían sobre su propio origen. Ni siquiera podemos
encuadrarlos en un determinado grupo étnico, porque las condiciones climáticas
de gran humedad que predominan en el Golfo de México han impedido que se haya
encontrado ni un solo esqueleto olmeca. Como señala el investigador y escritor
Graham Hancock, “es posible que las misteriosas esculturas que
nos han legado y que supuestamente los representan no fueran obra de los
olmecas, sino de un pueblo más antiguo y olvidado”. Tal vez algunas de las
cabezas gigantescas y otros extraordinarios artefactos que se les atribuyen
fueran transmitidos, a modo de reliquias y quizá a lo largo de muchos milenios,
“a las culturas que comenzaron a construir los montículos y pirámides de San
Lorenzo y La Venta”. En este último lugar, además de las enigmáticas
cabezas de rasgos africanos, algunas de ellas cubiertas con un casco,
que intrigan desde hace años a los arqueólogos, pueden verse representaciones de
unos hombres altos, de rasgos poco pronunciados y nariz larga, con cabellos
lacios, barbas y largas túnicas. Estos individuos, de raza claramente caucásica,
sólo podrían haber sido esculpidos a partir de la imagen de un modelo humano, al
igual que los tipos negroides. Algunos investigadores mantienen que se trata de
navegantes fenicios y de los esclavos negros que éstos habrían recogido en la
costa de África Occidental antes de emprender su viaje a través del
océano. Hancock, sin embargo, piensa que, aunque es muy
probable que los fenicios llegaran a América antes que Colón, no son
ellos los protagonistas de las estelas olmecas, en las que no se aprecia ni
rastro del estilo artístico fenicio. En cambio, sí existen una serie de
sospechosas semejanzas con algunas creaciones egipcias, como la mismísima Esfinge de
Gizeh (cuyo rostro vemos en la imagen de la derecha), la
explicación podría encontrarse en que tanto el Viejo como el Nuevo Mundo
recibieron aportes de una población proveniente de una civilización
desconocida y más antigua.
Lo cierto es que los mitos americanos y los de los egipcios, mesopotámicos y
muchos otros pueblos hablan de “grandes fuegos”, “un gran Diluvio”, “el gran
frío” y “los tiempos del caos”, unas épocas de tinieblas y de “creación y
destrucción de soles” que podrían remitirnos a un período de grandes cataclismos
naturales acaecidos, como mínimo, hace 10.000 años. Son historias que podemos
encontrar a ambos lados del Atlántico y que, bajo el lenguaje de los mitos, nos
hablan del conocimiento de la precesión de los equinoccios que tenían diversas
civilizaciones antiguas. Las similitudes existentes entre las culturas de la
Centroamérica precolombina y el Antiguo Egipto podrían haber
brotado de una “tercera civilización”: la mítica Atlántida, que
desapareció como consecuencia de un giro en el eje de nuestro planeta que
produjo un brusco desplazamiento de la corteza terrestre. Y el emplazamiento de
esta misteriosa civilización pudo haber estado, según Hancock, en el continente
antártico, que hace unos 15.000 años tenía zonas septentrionales con un clima
mediterráneo subtropical, regadas por grandes ríos que cruzaban planicies y
fértiles valles. De allí partieron los supervivientes del cataclismo, que se
afincaron en el Valle del Nilo, en las márgenes del Indo, en
las orillas del Titicaca, en el Valle de México y en otros puntos del
planeta.
Y no constituían una unidad racial homogénea, sino que junto a representantes
del tipo caucásico habría también individuos negroides que fueron quienes
inspiraron tanto las misteriosas cabezas olmecas como el rostro de la Esfinge y de otras
esculturas egipcias cuyos tocados reales pueden encontrarse también en tierras
mexicanas. En estos elementos civilizadores se basaron las leyendas de los
dioses americanos que en algunas ocasiones fueron derrotados por sus propios
congéneres o por otros pueblos bárbaros. Lo que es indudable es que “los negros
olmecas” no eran esclavos: sus rasgos sugieren autoridad y sabiduría, el mismo
conocimiento inescrutable que se desprende de los rasgos de la
Esfinge. Es el rostro de una raza remota, la de los antepasados
atlantes que nos dejaron un legado imperecedero de sabiduría grabado en las
piedras de uno y otro lado del Atlántico.
cuanticas.com
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