junio 07, 2012

¿Qué ocultan las pirámides?


El país de los faraones continúa manteniendo viva su magia… y sus muchos misterios. En esta ocasión penetramos en el interior de la Gran Pirámide y en otras no menos relevantes en busca de sus cámaras secretas, cerradas a cal y canto durante siglos, para intentar desvelar qué ocultan. Un vibrante viaje a través de las entrañas de Egipto que nos deparará muchas sorpresas… Verlas desde lejos es un espectáculo. El Cairo está repleto de edificios de muchos pisos, velados por una capa de contaminación; pero, a poco que uno se asome a una terraza de cierta altura, ellas se las apañan para destacar sobre el horizonte como llevan haciendo desde hace ya miles de años. Las pirámides de Guiza forman parte desde siempre del paisaje visual de los egipcios que viven en la región menfita. Menos acostumbrados a ver edificios de semejante porte, griegos y romanos las visitaban asombrados, como hacemos nosotros. A sus pies la escala se desborda y a uno le resulta difícil comprender que se encuentra ante una construcción artificial; aunque lo peor es cuando uno penetra en su interior y descubre que ¡es macizo! Apenas unas pocas estancias en un edificio de 146 m de altura y 230 m de lado. Resulta tan difícil de creer, que desde el momento en que volvió a estar abierta –gracias a los esfuerzos del sultán Al-Mamun en el año 820 d. C.–, los occidentales no han dejado de buscar habitaciones ocultas, y algunas han encontrado, la ­última tiene apenas el tamaño de un cajón y ­apareció hace unas pocas semanas. La búsqueda de habitaciones ocultas empezó pronto. Ya en 1638 John Greves detectó y exploró el comienzo del llamado “pozo de los ladrones” de la Gran Pirámide, pero no es la única donde se han buscado. En realidad, los exploradores se han mostrado tanto más decididos a encontrarlas cuanto menos evidentes fueran las pruebas de que allí había algo por descubrir. Un ejemplo perfecto lo tenemos en el egiptólogo Alexandre Barsanti. Un día, mientras iba a caballo atajando por el desierto, camino de la pirámide escalonada de Zawiet el-Aryan donde se encontraba excavando, se dio cuenta de que el suelo estaba cubierto de lascas de granito. Al no ser una piedra que se hallara en los alrededores, comprendió que se podía tratar de algo más interesante. Sus sospechas se confirmaron cuando subió a una duna cercana y descubrió que las lascas delimitaban un cuadrángulo en el suelo. Eran los restos de un monumento faraónico. Cuando comenzó a excavar la zona, terminó desenterrando la excavación preliminar de una pirámide de la IV dinastía. El monumento, apenas comenzado, pertenecía a un nieto de Khufu llamado Baka, que ocupó el trono por breve tiempo. La pirámide no es sino una rampa que desciende hasta una excavación rectangular perpendicular a ella, en cuyo extremo oeste se encontró incrustado un ataúd ovalado. El monumento es tan espectacular, que fue usado como decorado natural para la película Tierra de faraones. Fue la última vez que se limpió la pirámide, la cual luce hoy repleta de arena, basuras y plásticos. Barsanti siempre estuvo convencido de que en esta trinchera había algo más y no dudó en vaciarla de los bloques que rellenaban varios metros de su fondo en busca de cámaras ocultas. Lo que le terminó de persuadir de lo preciso de su razonamiento fue una tormenta, que llenó la base de la trinchera con tres metros de agua. La trinchera permaneció convertida en piscina de agua estancada durante varias horas, hasta que a la medianoche se vació casi por completo de forma repentina. No fue necesario nada más para convencer a Barsanti de que la cámara oculta que buscaba era por completo real. ¿Dónde si no habría ido a parar todo ese líquido? En los doce años de vida que le quedaban dedicó mucho tiempo a encontrar dicha habitación… sin éxito. Otro acontecimiento extraño tuvo lugar, años antes, en una de las pirámides más peculiares de Egipto, la Romboidal, construida en Dashur por Esnefru, padre de Khufu. Este edificio destaca no solo por el extraño cambio de inclinación a dos tercios de su altura, sino por ser la única pirámide –de momento– que presenta dos cámaras funerarias en su interior. Una tiene entrada por la cara norte y la otra por la oeste. Solo una gatera excavada por entre los sillares de piedra comunica ambos grupos de habitaciones. La cosa sucedió el 15 de octubre de 1839, como se describe en el diario de su excavador, J. S. Perring. Ese día, como los anteriores, un sufrido grupo de trabajadores excavaban apiñados en el angosto pasillo de la entrada norte de la pirámide, alumbrados con antorchas. Cuando consiguieron entrar en la cámara funeraria norte, inexplicablemente se desencadenó dentro del corredor un fuerte viento que soplaba desde el exterior hacia el interior de la pirámide. Se trataba de una corriente de aire fuerte, que apenas permitía mantener las lámparas encendidas. Estuvo soplando dos días enteros. Después se esfumó tan repentinamente como había aparecido. La única explicación que se le ocurrió a Perring fue que en el edificio había una habitación sin descubrir que ponía en contacto el interior de la pirámide con el exterior. Hasta más de cien años después no hubo nuevos datos sobre esa habitación. Entre 1950 y 1955 la pirámide fue estudiada por el egiptólogo Ahmed Fahkry. Junto a su equipo descubrieron nuevos huecos en su interior, pero de escasa ­entidad –como una chimenea tras la ­cámara norte–, además de terminar de despejar todas sus habitaciones y pasillos. Mientras excavaban, Fakhry y sus compañeros notaron un suceso peculiar en las entrañas de la pirámide, un ruido cuya duración podía ser de hasta diez segundos y se escuchaba bien en los días ventosos. Fakhry concuerda con Perring en que se producía por reverberar el viento en una cámara todavía por descubrir. 
José Miguel Parra

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