octubre 21, 2012

EL DÍA EN QUE EL SOL SE DETUVO..(3)



«teniendo curiosidad por las cosas de la antigüedad y deseando perpetuar su nombre, fue personalmente hasta la montaña de Tampu-Tocco... y entró en la cueva en la que se tiene por cierto que Manco Capac y sus hermanos entraron cuando iban hacia Cuzco por vez primera... Después de hacer una inspección minuciosa, veneró el lugar con rituales y sacrificios, y puso puertas de oro en la ventana de Capac Tocco, y ordenó que, de entonces en adelante, aquel sitio debería ser venerado por todos, convirtiéndolo en un lugar sagrado de oración para sacrificios y oráculos. Después de esto, volvió a Cuzco.»
El sujeto de esta historia, al noveno Inca, se llamaba Titu Manco Capac; se le dio el título adicional de Pachacutec («reformador») porque, tras su regreso de Tampu-Tocco, reformó el calendario. Así es como las Tres Ventanas y el Intihuatana, la Roca Sagrada y el Torreón confirman la existencia de Tampu-Tocco, el relato de los hermanos Ayar, los reinados preincaicos del antiguo imperio y los conocimientos de astronomía y calendáricos, elementos clave en la historia y cronología que compiló Montesinos.

La veracidad de los datos de Montesinos puede recibir un apoyo adicional si se demuestra que tenía razón en lo referente a la existencia de escritura en los tiempos del imperio antiguo. Y nos encontramos con que Cieza de León sostiene el mismo punto de vista, afirmando que «en la época precedente a los emperadores incas existió escritura en Perú... sobre hojas, pieles, tejidos y piedras».

Muchos expertos sudamericanos se unen ahora a los antiguos cronistas en la creencia de que los nativos de aquellas tierras tenían una o más formas de escritura en la antigüedad.

En numerosos estudios se habla de petroglifos («escritos en la piedra»), que se han encontrado por todas partes, en donde se observan diversos grados de escritura pictográfica o jeroglífica. Rafael Larco Hoyle, por ejemplo (La escritura peruana preincaica), sugería, con la ayuda de imágenes, que el pueblo de la costa hasta Paracas estaba en posesión de una escritura jeroglífica similar a la de los mayas.


Arthur Posnansky, el destacado explorador de Tiahuanacu, presentó voluminosos estudios en los que demostraba que los grabados que aparecían en los monumentos eran de una escritura pictográfica-ideográfica -un paso anterior a la escritura fonética. Y un famoso descubrimiento, la Piedra de Calango, que se exhibe actualmente en el Museo de Lima (Fig. 79), sugiere una combinación de pictogramas con una escritura fonética, quizás incluso alfabética.
Figura 79
 

Uno de los mayores exploradores de América del Sur, Alexander von Humboldt, trató de este tema en su principal obra, Vues des cordilléres et monuments des peuples indigenes de l'Amerique (1824).
«Recientemente, se ha puesto en duda -escribió-, que los peruanos tuvieran, además de Quippus, conocimientos de una escritura de signos. Hay un pasaje en El origen de los indios del Nuevo Mundo (Valencia, 1610), página 91, que no deja lugar a dudas a este respecto».
Después de hablar de los jeroglíficos mexicanos, el padre García añade:
«Al principio de la Conquista, los indios de Perú se confesaban pintando caracteres que hacían una relación de los Diez Mandamientos y de las transgresiones cometidas contra ellos».
Es posible concluir que los peruanos estaban en posesión de una escritura de imágenes, pero que sus símbolos eran más burdos que los jeroglíficos mexicanos, y que, en términos generales, la gente hacía uso de los quippus.

Humboldt también contó que, estando en Lima, oyó hablar de un misionero llamado Narcisse Gilbar que había encontrado, entre los indios panos del río Ucayali, al norte de Lima, un libro de hojas plegadas, similar a los que habían utilizado los aztecas en México; pero nadie en Lima podía leerlo.

«Se decía que los indígenas le contaron al misionero que el libro hablaba de antiguas guerras y viajes.»
En 1855, Ribero y Von Tschudi dieron cuenta de otros descubrimientos y concluyeron que en realidad había existido otro método de escritura en Perú además de los quipos. En una obra que Von Tschudi hizo por separado hablando de sus propios viajes (en Reisen durch Südamerika), éste habla de la emoción que sintió cuando le enseñaron una fotografía de un pergamino de piel con marcas jeroglíficas. El pergamino real lo encontró en el museo de La Paz, en Bolivia, e hizo una copia de la escritura que figuraba en él (Fig. 80 a).
«Estos símbolos me provocaron el mayor de los asombros -escribió-y estuve durante horas delante de este pergamino de piel», intentando descifrar «el laberinto» de su escritura.
Determinó que la escritura comenzaba por la izquierda, después continuaba en la segunda línea desde la derecha, en la tercera línea volvía a comenzar desde la izquierda, y así sucesivamente, serpenteando. Concluyó también que estaba escrito en la época en que se adoraba al Sol; pero no pudo ir más lejos.

Localizó el lugar de origen de la inscripción en las costas del Lago Titicaca. El padre de la misión eclesiástica del pueblo lacustre de Copacabana confirmó que aquélla era una escritura conocida en la zona, pero la atribuyó al período posterior a la Conquista. Claro está que la explicación no resultaba satisfactoria, dado que, si los indígenas no hubieran tenido su propia escritura, habrían adoptado la escritura latina de los españoles para expresarse. Aun cuando esta escritura jeroglífica evolucionara después de la Conquista, dice Jorge Cornejo Bouroncle (La idolatría en el antiguo Perú), «su origen debe de haber sido mucho más remoto».

Arthur Posnansky (Guía general ilustrada de Tiahuanaco) descubrió más inscripciones sobre las rocas de dos islas sagradas del lago Titicaca, y señaló que eran muy similares a las enigmáticas inscripciones descubiertas en la isla de Pascua (Fig. 80b), conclusión con la que, en la actualidad, suelen coincidir los expertos. Pero se sabe que la escritura de la isla de Pascua pertenece a la familia de las escrituras indoeuropeas del Valle del Indo y de los hititas.


Un rasgo común a todas ellas (incluidas las inscripciones del Lago Titicaca) es su sistema «como de arado de buey»: la escritura de la primera línea comienza por la izquierda y termina por la derecha; en la segunda línea es al revés, terminando por la izquierda; en la tercera es igual que en la primera, y así sucesivamente.
Figura 80
 

Sin querer entrar ahora en la cuestión de cómo llegó al lago Titicaca una escritura que imita a la de los hititas (Fig. 80c), parece que queda confirmada la existencia de una o más formas de escritura en el antiguo Perú. Así pues, también a este respecto, la información proporcionada por Montesinos demuestra ser correcta. Si, a pesar de todo esto, al lector le resulta todavía difícil de aceptar la inevitable conclusión de que hubo una civilización del tipo del Viejo Mundo en los Andes hacia el 2400 a.C, entonces aportaremos algunas evidencias más.

Los expertos han ignorado por completo como pista válida la reiterada afirmación de las leyendas andinas de que hubo una terrorífica oscuridad en tiempos remotos. Nadie se ha preguntado si no sería ésta la misma oscuridad -la no aparición del sol en el momento en que debería de haberlo hecho- de la cual hablan las leyendas mexicanas en el relato de Teotihuacán y sus pirámides. Pues, si de verdad sucedió este fenómeno, que el sol no salió y la noche se hizo interminable, debió de ser algo que se pudo observar en todo el continente americano.

Los recuerdos colectivos mexicanos y los andinos parecen corroborarse entre sí en este punto, apoyando así la veracidad de ambos, como dos testigos ante un mismo acontecimiento.

Pero, por si esto no fuera lo suficientemente convincente, podemos recurrir a la Biblia en busca de evidencias, y podemos recurrir nada menos que a Josué como testigo.

Según Montesinos y otros cronistas, un acontecimiento de lo más inusual tuvo lugar durante el reinado de Titu Yupanqui Pachacuti II, decimoquinto monarca del Imperio Antiguo. Fue en el tercer año de su reinado, en que «las buenas costumbres se olvidaron y la gente se entregó a todo tipo de vicios», cuando «no hubo amanecer durante veinte horas». Es decir, la noche no terminó cuando tendría que haberlo hecho, y la salida del Sol se retrasó durante veinte horas. Después de un gran lamento, de confesiones de los pecados, sacrificios y oraciones, el Sol apareció finalmente.

Esto no pudo ser un eclipse: no fue que el Sol se viera oscurecido por una sombra. Además, ningún eclipse dura tanto, y los peruanos eran conocedores de estos eventos periódicos. El relato no dice que el Sol desapareciera; dice que no salió -«no hubo amanecer»-durante veinte horas.

Fue como si el Sol, dondequiera que estuviera escondido, se hubiera parado de pronto.

Si los recuerdos andinos son ciertos, en algún otro lugar -en la otra parte del mundo-, el DÍA tuvo que ser igual de largo, y no debió terminar cuando debería de haber terminado, por ser un día veinte horas más largo.

Increíblemente, este acontecimiento está registrado, y en ningún sitio mejor que en la misma Biblia. Fue cuando los israelitas, bajo el liderazgo de Josué, acababan de cruzar el río Jordán y de entrar en la Tierra Prometida, después de tomar las ciudades fortificadas de Jericó y Ay. Fue cuando todos los reyes amorreos formaron una alianza para crear una fuerza combinada contra los israelitas. Una gran batalla tuvo lugar en el valle de Ayyalón, cerca de la ciudad de Gabaón.


Comenzó con un ataque nocturno de los israelitas, que puso a los cananeos en fuga. Al amanecer, cuando las fuerzas cananeas se reagruparon cerca de Bet Jorón, el Señor Dios,
«arrojó grandes piedras desde el cielo sobre ellos... y murieron; hubo más de ellos que murieron por las piedras, que los que murieron por la espada de los israelitas».
Entonces Josué le habló a Yahveh, 
el día en que Yahveh entregó 
a los amorreos a los Hijos de Israel, diciendo:
«A la vista de los israelitas,
que el Sol se detenga en Gabaón
y la Luna en el valle de Ayyalón.»

Y el Sol se detuvo, y la Luna se paró,
hasta que el pueblo se vengó de sus enemigos.
Cierto es, pues todo esto está escrito en el Libro de Jashar:
el Sol se detuvo en mitad de los cielos
y no se apresuró en bajar
en casi un día entero.
Los expertos han estado pugnando durante generaciones con este relato del capítulo 10 del Libro de Josué. Algunos lo han descartado como mera ficción; otros ven en él los ecos de un mito; y otros más intentan explicarlo en términos de un eclipse de Sol inusualmente prolongado. Pero no sólo es que estos eclipses de Sol son desconocidos, sino que, además, el relato no habla de la desaparición del Sol. Al contrario, relata un acontecimiento en el cual el Sol continuó viéndose, colgado en los cielos, durante «casi un día entero» -¿digamos veinte horas?

El incidente, cuya singularidad se reconoce en la Biblia («no hubo un día como aquél, ni antes ni después»), al tener lugar en el lado opuesto de la Tierra con respecto a los Andes, describiría por tanto un fenómeno que sería el inverso al sucedido en América. En Canaán, el Sol no se puso durante unas veinte horas; en los Andes, el Sol no salió durante el mismo lapso de tiempo.

¿Acaso no describen los dos relatos el mismo acontecimiento y, por provenir desde dos lados diferentes de la Tierra, atestiguan su veracidad?

Lo que pudo suceder todavía es un enigma. La única pista bíblica es la mención de las grandes piedras que cayeron del cielo. Dado que sabemos que lo que los relatos describen no es la detención del Sol (y la Luna), sino una alteración en la rotación de la Tierra sobre su eje, una explicación posible sería la de que un cometa hubiera pasado demasiado cerca de la Tierra, desintegrándose en el proceso. Y, dado que algunos cometas orbitan el Sol en dirección opuesta a las manecillas del reloj, que es la inversa a la dirección orbital de la Tierra y el resto de planetas, su fuerza cinética podría haber contrarrestado temporalmente la rotación de la Tierra, provocando una ralentización.

Sea cual sea la causa exacta del fenómeno, lo que nos interesa ahora es su ubicación temporal. La fecha generalmente aceptada para el Éxodo es la del siglo XIII a.C. (hacia el 1230 a.C), y los expertos que propugnan una fecha anterior en unos dos siglos se encuentran en franca minoría. Sin embargo, en nuestras obras anteriores (véase Las guerras de los dioses y los hombres), nosotros hemos llegado a la conclusión de que el año 1433 a.C. encajaría a la perfección este acontecimiento, así como los relatos bíblicos de los patriarcas hebreos, con los acontecimientos contemporáneos conocidos y las cronologías de Mesopotamia y Egipto.


Después de la publicación de nuestras conclusiones (en 1985), dos eminentes arqueólogos y expertos bíblicos, John J. Bimson y David Livingstone, llegaron, tras un exhaustivo estudio (Biblical Archeology Review, Septiembre/Octubre 1987) a la conclusión de que el Éxodo tuvo lugar hacia el 1460 a.C. Además de sus propios descubrimientos arqueológicos y de un análisis de los períodos de la Edad del Bronce en el Oriente Próximo de la antigüedad, los datos bíblicos y el proceso de cálculo que emplearon fue el mismo que utilizamos nosotros dos años antes.

(También explicamos entonces por qué habíamos decidido reconciliar las dos líneas de datos bíblicos fechando el Éxodo en el 1433 a.C. en vez de en el 1460 a.C).

Dado que los israelitas erraron por los desiertos del Sinaí durante cuarenta años, la entrada en Canaán tuvo lugar en 1393 a.C; y el acontecimiento observado por Josué tuvo que ocurrir poco después.

La pregunta ahora es la siguiente: el fenómeno opuesto, la noche interminable, ¿ocurrió en los Andes al mismo tiempo?

Desgraciadamente, la forma en que los escritos de Montesinos han llegado hasta los expertos actuales deja algunas lagunas en los datos relativos a la duración del reinado de cada monarca, y esto nos obligará a obtener la respuesta dando un rodeo.


El acontecimiento, según nos informa Montesinos, tuvo lugar en el tercer año del reinado de Titu Yupanqui Pachacuti II. Para determinar este momento, tendremos que calcular desde ambos extremos. Se nos dice que los primeros 1.000 años desde el Punto Cero se cumplieron durante el reinado del cuarto monarca, es decir, en el 1900 a.C; y que el trigésimo segundo rey reinó 2.070 años después del Punto Cero, es decir, en el 830 a.C.

¿Cuándo reinó el decimoquinto monarca? Los datos de los que disponemos sugieren que los nueve reyes que separan al cuarto del decimoquinto monarca remaron un total de unos 500 años, colocando a Titu Yupanqui Pachacuti II en los alrededores del 1400 a.C. Y calculando hacia atrás desde el trigesimosegundo monarca (830 a.C), llegamos al 564 como número de años transcurridos, dándonos la fecha de 1394 a.C. para Titu Yupanqui Pachacuti II.

De ambos modos llegamos a una fecha para el acontecimiento andino que coincide con la fecha bíblica y la fecha del acontecimiento en Teotihuacán.

La impactante conclusión es evidente:

EL DÍA EN QUE EL SOL SE DETUVO EN CANAÁN FUE LA NOCHE SIN AMANECER EN LAS AMÉRICAS.
El acontecimiento, así verificado, se levanta como una prueba irrefutable de la veracidad de los recuerdos andinos de un Imperio Antiguo que comenzó cuandolos dioses concedieron a la humanidad la varita de oro en el lago Titicaca.

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