octubre 16, 2012

El Pescador...¿ ERA REALMENTE EL ÚLTIMO HOMBRE EN LA TIERRA ?...(2)




LA ORACIÓN DEL PESCADOR

El atronador estruendo que llegaba hasta sus oídos, era el preludio del imparable avance de las montañas de agua que se dirigían directa y mortalmente hacía él. El viento que anunciaba la llegada de las gigantescas olas arrancó lo que quedaba de la vela y golpeó el cuerpo del hombre como si estuviera siendo furiosamente azotado por infinidad de finos y moldeables juncos. La frágil embarcación comenzó a elevarse por el efecto de una lengua de agua que precedía a la ola, preparando a la nave y al marino para ser engullidos. Mantuvo los ojos abiertos todo lo que el viento y la sal le permitieron y después cerró sus ojos y se encomendó a los antepasados de la tierra de los hombres con los cuales no tardaría en reencontrarse pero, de repente, comenzó una ascensión sobrecogedora. El pescador sintió como su espalda se fundía con el palo al que estaba sujeto. Sus huesos sufrieron una desgarradora presión y sus pulmones quedaron anegados por el agua que se introdujo en su boca. En pocos segundos, la insignificante nave quedó suspendida en la cima de la ola y casi de inmediato dio inicio a un aterrador descenso. La siguiente ola volvió a disparar hacia el cielo al montón de maderas en que poco a poco se iba convirtiendo la embarcación y sobre su cubierta ya no quedaba nada más que el mástil que había perdido su extremo superior y el inerte cuerpo del pescador, que había viajado al maravilloso paraíso de la inconsciencia.


Una y otra vez el todopoderoso océano jugó con el barco. Una y otra vez el cielo y el infierno fueron visitados por el amasijo de madera que, sobre sus restos, mantenía con vida al último superviviente del reino de los hombres. Una y otra vez, la vida y la muerte se disputaban su presa. A lomos de los gigantes de agua, el inconsciente pescador viajó a una velocidad que jamás humano alguno había experimentado y en un tiempo sin medida, alcanzó el lugar donde nace el Sol. La vida venció a la muerte y el maltrecho pescador fue depositado sobre una nueva tierra. El Dios Sol calentó su cuerpo y lentamente su mente regresó del paraíso de los sueños. Su cara percibió el contacto con la arena, sus dedos comenzaron a moverse y poco a poco con desesperante lentitud, sus miembros fueron respondiendo a las torpes órdenes que recibían. Aturdido, terriblemente dolorido y con un abrasador fuego en su interior, el pescador comenzó a abrir sus parpados. Un punzante escozor y un terrible dolor dio paso a una borrosa secuencia de imágenes en cuanto el hombre pudo entreabrir sus ojos. Las cuerdas que le mantuvieron atado a la vida se encontraban incrustadas en su carne pero, con infinita dilación y terrible sufrimiento, pudo deshacerse de ellas.

Los monstruos del mar le habían perdonado la vida y el poderoso océano, cansado de jugar con él, lo dejó maltrecho y malherido en aquella playa. Logró, no sin gran dificultad, sentarse en la arena al tiempo que, tembloroso y aturdido, intentó interpretar las turbias formas que su dañada visión le ofrecía. Sí, los antepasados del reino de los hombres se habían apiadado de él y le habían concedido una segunda oportunidad. Puesto en pie, tambaleante y sin apenas fuerzas, comenzó a caminar. El instinto dirigió sus débiles pasos y poco a poco se aproximó a unas dunas en la cuales crecían unas extrañas plantas costeras. Al llegar a ellas se arrodilló y después de tocarlas, para comprobar someramente su textura, arrancó algunas y se las llevó a la boca. Cuando sus dientes las presionaron, una enorme acidez se apoderó de su paladar pero su estómago suplicaba desesperado algo de alimento y el pescador las tragó. Pasado el primer momento, el último hombre en la tierra arrancó algunas más y las ingirió con avidez. El líquido que contenían aquéllas, para él, desconocidas plantas, ayudó a hidratar mínimamente su enjuto organismo, aunque el precio que tuvo que pagar fue unos fuertes vómitos que sacudieron poco después su estómago. Su siguiente alimento consistió en unos diminutos insectos que habitaban en las dunas y que, a diferencia de las plantas, fueron bien recibidos por su organismo.

La claridad de su visión fue mejorando lentamente y la distancia a la que podía distinguir las formas también aumentó. Sentado sobre las dunas y de espaldas al mar, el pescador intentó localizar algún punto de referencia en el horizonte que le indicara la dirección que debía tomar, ya que en aquella costa era muy improbable que encontrara lo que necesitaba imperiosamente...agua dulce. Si encontraba el líquido de la vida, seguramente encontraría plantas y animales comestibles. Concentrando su vista en la lejanía, le pareció apreciar ondulaciones que sobresalían en el horizonte y que bien pudieran ser montañas pero, las imágenes se diluían y volvían a aparecer, lo que le predispuso a pensar que todo era producto de alucinaciones causadas por sus heridas y su critica y extrema debilidad. Pasado un rato, decidió volver sobre sus pasos y se dirigió hacia lo poco que quedaba de lo que había sido su barca. Contempló lo que quedaba de ella, un trozo de la cubierta y a poca distancia el resto del mástil, con las cuerdas a las que estuvo atado y que habían permitido que continuara con vida. Cuando se encontraba recogiendo el cordaje, intentando arrancar un trozo de madera que pudiera serle útil para defenderse y ayudarle a caminar, detuvo su vista en la plegaria de los pescadores inscrita en una tabla y que todas las barcas que se echaban a la mar debían llevar para propiciar una buena pesca y que concedía protección divina a los hombres que navegaban en ellas. Al verla, un cúmulo de ternura y una gran añoranza se apoderaron del pescador.

El Sol comenzó su diario declive y el pescador buscó cobijo para pasar la noche junto a unas rocas cercanas. Había recogido toda la madera útil de los restos del naufragio y con un manojo de hierba seca y la ayuda de una técnica altamente perfeccionada a base de muchos años de práctica, logró encender un fuego que le acompañaría durante su primera noche en aquella nueva y desconocida tierra. Comió más plantas de las dunas y rebuscó insectos para apaciguar en lo posible su desesperado estómago. Ya totalmente envuelto en la penumbra, dirigió su mirada hacía las estrellas descubriendo el mismo firmamento que siempre observó desde su isla-continente natal, lo que le confirmó que había viajado de Oeste a Este y que por donde nacía el Sol había otra tierra. Sin darse cuenta, tomó el trozo de madera donde se encontraba escrita la Oración del Pescador y de memoria, mirando hacía el manto de estrellas, comenzó a orar.


Gracias Padre, por traer a tus hijos a este planeta.
Gracias Padre, por proteger nuestras vidas de los monstruos del mar.
Gracias Padre, por tu generosidad que permite alimentar al Reino de los Hombres.
Gracias Padre, por crearnos a tu imagen y semejanza.
Sea siempre así y en tu nombre.

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