octubre 13, 2012

Los textos sagrados de las religiones y los “dioses” que vinieron de las estrellas ...(6)


Lo que es evidente es que los antiguos textos proféticos abren una puerta hacia el futuro, pero los profetas y escritores apocalípticos imaginaron este futuro de diversos modos. La teología judía se refiere al Mesías como de origen humano, que representa al conjunto del pueblo de Israel. Sin embargo, la teología cristiana lo ve como una figura mesiánica equivalente al «hijo de Dios». Pero ambas versiones teológicas dejan una serie de incógnitas: ¿Cómo y cuándo surgió la idea de un Mesías? Sabemos que los textos de profetas como Isaías, Daniel o Ezequiel han sido manipulados a lo largo de los siglos, por lo que no podemos confiar en ellos para determinar fechas con precisión.  Además, la idea de un Mesías es mucho más antigua que los profetas, ya que lo que ellos han escrito es el resultado de una expectativa existente desde la expulsión del Edén. Los profetas se apoyaban en la sabiduría tradicional de todo un pueblo. Las expectativas de ser salvados y liberados son muy antiguas, anteriores con mucho a los profetas. Aunque el teólogo Leo Landmann  dice que «Los israelitas han legado al mundo tres dones: el monoteísmo, los edictos morales y los profetas verdaderos. A éstos debe añadirse un cuarto: la fe en el Mesías», debemos decir que muchas culturas antiguas tenían expectativas mesiánicas.
El teólogo H. W Schomerns escribió: “La certidumbre de la superioridad del cristianismo, de su validez absoluta, en efecto, sobre todas las religiones, refuerza y edifica al pueblo cristiano”. Esta afirmación tan concluyente indica que falta un conocimiento de las otras religiones, ya que deberíamos empezar por entenderlas. Evidentemente la fe es una cuestión individual y hay que respetar las creencias de toda persona. Además no hay que infravalorar las demás religiones, ya que, en muchos casos, tienen una existencia de miles de años y son más antiguas que el cristianismo. Todas las religiones contemplan la idea de la redención y esperan con impaciencia las señales celestiales del regreso prometido de su Mesías. La religión más importante actualmente y la que tiene un crecimiento más rápido es el Islam. En el Corán, el libro sagrado de los musulmanes, Jesús es aclamado como profeta, pero no es venerado como Mesías ni como hijo de Dios. Sólo el cristianismo cree que Jesús es el Mesías y el Redentor. Ninguna de las otras grandes religiones del mundo admite esta creencia, ni el Judaísmo ni el Islam, ni mucho menos las religiones de Asia.
Parece curioso que sobre la base de unos mismos textos y tradiciones, los teólogos de las distintas religiones lleguen a versiones completamente diferentes de la verdad. En efecto, el Judaísmo, el Islam y el Cristianismo se basan en losmismos profetas antiguos, por lo que podría esperarse que llegaran a conclusiones similares. Pero como esto no se cumple, entendemos que ninguno conoce realmente la verdad, sino que se limitan a decir lo que quieren que se crea. El Islam contempla también la idea del Día del Juicio y del ajuste de cuentas final. Del mismo modo que el Apocalipsis de San Juan, el Corán nos dice: “Ese día plegaremos los cielos, del mismo modo que se enrolla un documento. Del mismo modo que hemos producido la creación, así la haremos desaparecer…”.  O, de manera semejante a las trompetas del Apocalipsis, otro versículo del Corán dice: «El día en que sonará la trompeta y en que reuniremos a los culpables, que tendrán entonces los ojos azules.». Y otro sura dice que “no quedará en pie ninguna ciudad tras el día del castigo y de la resurrección”. Vemos que en lo único en que se ponen de acuerdo distintas religiones es en pronosticarnos un terrible final. A esto le llamo motivación negativa.
¿Cuándo sucederán estos cataclismos? Según el Corán:  “Éste es un secreto de Alá … El castigo los sorprenderá de improviso y los dejará estupefactos; no podrán alejarlo de sí ni obtener dilación”.  El Mesías islámico se llama «el Mahdi» y tanto el profeta Mahoma como los diversos imanes (grandes maestros del Islam) que lo han sucedido han anunciado el regreso del Mahdi. Los imanes siempre consideraron impías las especulaciones acerca de la fecha de la venida del Mahdi, pues era un secreto que sólo conocía Alá. Al igual que en el caso del Judaísmo y del Cristianismo, la literatura islámica sobre la segunda venida del Mahdi llena bibliotecas enteras. Un extranjero preguntó una vez al quinto imán, Al Baquir, qué señales se verían antes del regreso del Mahdi. El imán respondió: “Sucederá cuando las mujeres se comporten como hombres y los hombres como mujeres; y cuando las mujeres monten a caballo con silla de montar y a horcajadas como los hombres. Sucederá cuando las profecías falsas se tengan por verdaderas, y cuando las profecías verdaderas se rechacen; cuando los hombres derramen la sangre de otros hombres por cuestiones de poca monta, cuando realicen actos indecentes y cuando dispersen y derrochen el dinero de los pobres”. Según esta afirmación de Al Baquir, tendríamos que considerar que el Mahdi ya debería haber llegado hace tiempo.
Además se dice que antes de que venga el Mahdi, «aparecerán sesenta hombres que se harán pasar por profetas». Y no parece haber dudas de que ha habido mucho más de sesenta falsos profetas hasta la fecha. Existe la misma confusión en lo que respecta al regreso del Mahdi que la que encontramos con respecto al Mesías en el Judaísmo y en el Cristianismo. Todas las grandes religiones del mundo esperan a un Mesías, pero nadie sabe decir cuándo llegará. Esta figura mesiánica suele verse en relación con las estrellas y con el juicio final de la Humanidad. Se dice que vendrá acompañado de huestes de ángeles, que poseerá un poder inmenso y que estará entronizado en las nubes. ¿De dónde proceden estas creencias? Para afinar más en estas hipótesis, debemos investigar unas tradiciones más antiguas que las del Corán o las del Apocalipsis cristiano.
La palabra Avesta procede del persa y significa «instrucción básica». El Avesta contiene todos los textos religiosos de los parsis, o seguidores de Zoroastro, que se supone fue concebido por una virgen, al igual que Jesús. Cuenta la tradición que bajó del cielo una montaña luminosa y de la montaña salió un joven que implantó el embrión de Zoroastro en el vientre de su madre. ¡Curiosa descripción del origen de un embarazo! Los parsis se negaron a aceptar el Corán como libro sagrado, pues aducían que su religión era más antigua que el Islam, y emigraron al Irán y la India. Aunque su lengua, el gujarati, es una lengua hindú moderna, siguen practicando el culto en la lengua religiosa del Avesta, de manera semejante a la tradición católica de celebrar el culto religioso en latín. El guyaratí es un idioma que procede del estado de Guyarat, al oeste de la India. Es una lengua indoeuropea, de la familia indoaria, hablada por unos 46 millones de personas en todo el mundo, siendo así la vigésima tercera lengua más hablada del mundo. Es una de las 14 lenguas regionales oficiales de la India. Curiosamente fue la lengua materna de Gandhi, el «padre de India» y de Muhammad Ali Jinnah, el «padre de Pakistán».
Los parsis se encuentran con un dilema semejante al de los seguidores de otras religiones, ya que sólo se conserva aproximadamente la cuarta parte de los textos originales del Avesta. Algunas partes de los textos de esta antigua religión persa se conservaron en textos cuneiformes que fueron escritos por orden del rey Darío el Grande (558-486 a.C), por su hijo Jerjes (519-465 a. C.) y por su nieto Artajerjes (424 a. C). El dios más importante de esta religión se llama Ahura Mazda, que creó el cielo y la tierra. En los textos parsis, las estrellas fijas están ordenadas en diversas agrupaciones estelares, cada una de las cuales está sujeta a determinados «comandantes». Las huestes celestiales son francamente militaristas, ya que hay «soldados» de las constelaciones y se libran batallas por todo el universo. En los textos de Afrigan Rapithwin se alaba a diversas misteriosas estrellas con términos muy entusiastas: “Alabamos a la estrella Tistrya (identificada con la estrella Sirio), la brillante y majestuosa; Alabamos a la estrella Catavaeca, que gobierna las aguas;  Alabamos a todas las estrellas que contienen simientes de agua; Alabamos a todas las estrellas que contienen simientes de árboles; Alabamos a las estrellas que se llaman Haptoiringa, las sanadoras, opuestas a las Yatus...”.
Estos homenajes a las estrellas parecen ser algo más que pura fantasía, pues los parsis poseían un significativo nivel de conocimientos astronómicos. Sabían, por ejemplo, que los planetas eran «cuerpos simples de forma redonda». Desde los tiempos más remotos, en los templos de los parsis se había venerado a diversos dioses y a sus lugares de origen en el universo, de tal manera que eran precursores de la revolución del pensamiento astronómico que explicitó Galileo Galilei en 1610. En cada templo se encontraba un modelo circular del planeta al que estaba dedicado. En cada templo se llevaba una ropa especial y se seguían unas costumbres determinadas en función del planeta al que se veneraba. En el templo de Júpiter había que presentarse vestido de juez o de erudito; en el templo de Marte los parsis iban vestidos de rojo, llevaban ropas militares y tenían que conversar «con tonos soberbios». En el templo de Venus había risas y bromas; en el templo de Mercurio había que hablar como filósofo. En el templo de la Luna, los sacerdotes parsis se comportaban como niños que juegan a luchar entre sí y daban saltos y volteretas. En el templo del Sol había que llevar ropas de brocado y había que comportarse «como corresponde a los reyes del Irán».
El carro de cuatro caballos con corceles alados, llamado quadriga solis,  procede de de las tradiciones persas. Pero  en la versión parsi, los dioses de los planetas se turnan para conducir el carro del sol. Y en los textos del Avesta se alaba al carro celeste y a sus conductores en los términos siguientes: “Cuatro corceles, blancos, brillantes, relucientes, astutos, prudentes, sin sombra, cabalgan por las regiones celestiales (…) más veloces que las nubes, más veloces que las aves, más veloces que las flechas, adelantan a todos los que los siguen…”. En estos textos abundan las referencias a máquinas voladoras en el universo. Los parsis esperaban la reaparición de sus dioses y creían que los «seres de luz» volverían a descender de los cielos y a salvar a la humanidad. El propio Zoroastro preguntó a su dios Ahura Mazda sobre el fin del mundo, y éste le dijo que habría una batalla final entre el bien y el mal. Bajarían de los cielos muchos inmortales que poseerían el conocimiento de todas las cosas. Antes de que aparezcan en los cielos, el sol se cubrirá de oscuridad, habrá terremotos y fuertes tormentas y vientos y caerá una estrella del cielo. Después de una batalla terrible, en las que los ejércitos se enfrentarán en masa, alboreará una nueva edad de oro. La humanidad adquirirá entonces tales conocimientos en las artes de la curación que «podrán curarse los unos a los otros, aun cuando estén próximos a la muerte». Esta versión de la «redención» no parece demasiado diferente de la que nos encontramos en otras religiones, que nos hablan de dioses procedentes de los mundos estelares, que aparecen como salvadores.
En el hinduismo todo es más complicado por la existencia de diversas deidades multiformes. En la tradición hinduista, el mundo pasa por un continuo ciclo de estas épocas. Cada satiá-iugá se va degradando hasta convertirse en kali-iugá; luego viene una etapa de renacimiento que no se describe en las Escrituras, y comienza otro satiá-iugá seguida de otra fase descendente y así continuamente. El descenso de satiá-iugá a kali-iugá está asociado a un progresivo deterioro deldharma (‘deber religioso’), manifestado en un decrecimiento en la duración de la vida del ser humano y la calidad de los estándares de la moral humana.  Al principio de las cuatro épocas del mundo hubo una Era de los Dioses, la Krtayuga Devayuga. Este periodo fue perfecto en todos los sentidos, pues en él no existían enfermedades, enfrentamientos o dolor. En aquellos tiempos, según las enseñanzas hinduistas, todas las personas tenían fijada su visión en el Brahma superior, e incluso los miembros de las cuatro castas vivían en armonía entre sí. La vida y los propios seres humanos eran perfectos. La gente se dedicaba a hacer una vida ascética y al estudio de las escrituras, y los deseos materiales eran desconocidos. La gente amaba la verdad y el conocimiento. No había injusticia, pues nadie sentía ningún anhelo terrenal. En el Bhagavata-Purana, uno de los muchos textos de la religión hinduista, se describe a las gentes de esa edad dorada como satisfechos, amistosos, pacientes y misericordiosos. Eran felices porque llevaban la paz en sus corazones.
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