octubre 09, 2012

Los textos sagrados de las religiones y los “dioses” que vinieron de las estrellas ...(5)


Rajneesh Chandra Mohan Jain,  maestro espiritual indio, conocido como Osho, dijo lo siguiente: “Contempla la muerte. Puede venir en cualquier momento, la muerte es la culminación de la vida, el crescendo 

mismo de la vida. Tienes que prestarle atención está llegando. Tiene que suceder. Tienes que prepararte para ella, y la única forma de prepararse para la muerte es morir al pasado a cada momento, nunca cargues con el pasado ni por un solo instante. En cada momento tienes que morir al pasado y nacer al presente. Eso te mantendrá fresco, joven, vibrante, radiante, eso te mantendrá vivo, palpitante, entusiasmado. Y un hombre que sabe cómo morir al pasado en cada momento, sabe cómo morir, y esa es la máxima habilidad, el máximo arte. De forma que cuando le llega la muerte a un hombre así, ¡danza con ella!, ¡la abraza!; es una amiga, no es el enemigo. Es Dios que llega a ti en forma de muerte. Es la total relajación en la existencia. Es volverse uno con el todo otra vez“. Sin embargo, el hombre ha temido a la muerte desde los albores de la historia. Y contempla los ciclos de muerte y renacimiento  en todo lo que le rodea, desde la naturaleza más próxima a las lejanas estrellas, preguntándose por lo que hay tras la muerte. Los que están convencidos de que la vida continúa más allá de la muerte pueden encontrar la fuerza suficiente para enfrentarse a la muerte con tranquilidad. Pero persiste el miedo a la muerte, ya que la esperanza se basa más en la fe que en hechos comprobables.

Y este miedo a la muerte tiene su reflejo en el miedo a las guerras, como grandes generadoras de muerte y destrucción. Países enteros temen la guerra, la bomba atómica y la destrucción del medio ambiente. Y muchos vuelven la vista a los sucesos terribles con los que nos amenazan los textos sagrados: el fin del mundo, o el Día del Juicio. Se diría que los que escribieron estos textos eran los precursores de los escritores de novelas de terror. En el Nuevo Testamento, San Marcos nos anuncia acontecimientos terribles: “Empero en aquellos días, después de aquella aflicción, el sol se oscurecerá y la luna no dará su resplandor; y las estrellas caerán del cielo, y las virtudes que están en los cielos serán conmovidas”. Y Lucas aún concreta más refiriéndose a las señales de advertencia que precederán al Día del Juicio: “Se levantará gente contra gente y reino contra reino. Y habrá grandes terremotos, y en varios lugares hambres y pestilencias; y habrá espantos y grandes señales del cielo (…). Entonces habrá señales en el sol y en la luna, y en las estrellas; y en la tierra angustia de gentes por la confusión del sonido de la mar y de las ondas; secándose los hombres a causa del temor y expectación de las cosas que sobrevendrán a la redondez de la Tierra: porque las virtudes de los cielos serán conmovidas”.
Pero vemos que El Corán también describe estos horribles sucesos en términos no menos catastróficosCuando el cielo se hienda, cuando las estrellas se dispersen, cuando los mares confundan sus aguas, cuando las tumbas estén trastornadas, entonces todas las almas verán sus acciones y sus omisiones. En el Dies Irae («el día de la ira»), famoso himno latino del siglo XIII atribuido al franciscano Tomás de Celano, se canta en la liturgia de los difuntos. Se dice que en este mismo tiempo de destrucción turbulenta aparecerá el «juez» del día del juicio. En Marcos también podemos leer: “Y entonces verán al Hijo del hombre, que vendrá en las nubes con mucha potestad y gloria. Y entonces enviará sus ángeles, y juntará sus escogidos de los cuatro vientos, desde el cabo de la Tierra hasta el cabo del cielo”. Y de nuevo Lucas añade: «Y cuando estas cosas comenzaren a hacerse, mirad, y levantad vuestras cabezas, porque vuestra redención está cerca
Y todas las religiones intentan ganar a la gente a su causa afirmando que sólo se van a salvar los fieles que creen en sus particulares sagradas escrituras, pues todas las religiones creen que sólo sus escrituras revelan la verdad. Algo recurrente es que está profetizado que un juez celestial aparecerá «sobre las nubes» para medir las obras buenas y malas con una vara inapelable. Y antes de que los afortunados escogidos sean llevados al cielo, el resto de la humanidad será duramente castigada. San Juan nos proporciona la más descarnada descripción de estos hechos en su libro la Revelación o Apocalipsis, que es el último de los textos del Nuevo Testamento. Como si fuese un antepasado aventajado de StephenKing, escritor estadounidense conocido por sus novelas de terror,  nos relata que: “se romperán y se abrirán nueve sellos y que con cada uno de los sellos vendrán nuevas plagas a azotar a la humanidad. Sonarán trompetas, y con cada toque sucederán hechos horribles en los que se convierte en sangre una tercera parte del mar, muere la tercera parte de todas las criaturas y se hunde la tercera parte de todos los barcos”. Y por si aún faltara algo,  es aún más terrorífico lo que pasa cuando suena la tercera fatídica trompeta: ”Y cayó del cielo una grande estrella, ardiendo como una antorcha, y cayó en la tercera parte de los ríos, y en las fuentes de las aguas. Y el nombre de la estrella se dice Ajenjo. Y la tercera parte de las aguas fue vuelta en ajenjo, y muchos hombres murieron por las aguas, porque fueron hechas amargas”.

Y ya, para rematar el relato de terror, nos apostilla: “Por último, el Sol y la Luna quedan envueltos en la oscuridad y la gente sufre la plaga de todas las criaturas imaginables (langostas, escorpiones, y otra serie de extrañas criaturas) sin el consuelo de poder morir. El terror no tiene fin: entran en escena caballos con cabeza de león que vomitan fuego, humo y azufre”. ¡Uff!, en este punto de la lectura ya tengo la cabeza llena de  pesadillas. No tengo ni idea del tipo de terribles visiones que sufría San Juan, pero lo que sí puede afirmarse es que se pueden encontrar diversos elementos del Apocalipsis en textos muy antiguos, como los de Enoc y los del profeta Daniel. A diferencia de las  catástrofes relativamente recientes en la historia mundial,  que se han circunscrito a regiones geográficas concretas, el Apocalipsis de San Juan profetiza una destrucción global de la que no se librará nadie, seguida de un juicio o ajuste de cuentas final. ¿Cuál es el origen de estas imágenes de una terrible destrucción seguido de un juicio y la redención de los elegidos? ¿Por qué un Dios al que se describe como «infinitamente misericordioso» atormenta y mata a los no creyentes?
Ya sabemos que la imaginación humana puede tener visiones positivas y creativas al mismo tiempo que visiones de destrucción. Y en la extensa bibliografía novelística podemos encontrar ejemplos de los dos tipos de visiones.  Además, cuanto peor están las cosas en el mundo, más anhelan las personas una edad de oro futura en la que reinen la justicia y la igualdad. Y para ello se considera que hace falta un Mesías o un profeta con el poder suficiente para sacarnos de la situación actual. Este deseo psicológico es responsable de todos los Mesías y profetas que hemos tenido a lo largo de los siglos. Como ejemplo podemos hacer referencia  a Edgar Cayce, llamado el «profeta dormido»,  que se decía que había sido capaz de curar en estado de trance a incontables personas a pesar de no haber leído un solo libro de medicina en toda su vida. En unas 2.500 de sus «lecturas» comunicó informaciones extraordinarias sobre el pasado y sobre el futuro, así como acerca de sus reencarnaciones sucesivas desde la época del antiguo Egipto hasta la actualidad. Es significativo el número de personajes proféticos que han aparecido durante el siglo XIX y XX. La verdad es que algunos  hicieron cosas asombrosas. Pero entre ellos ha habido una serie de profetas del fin del mundo, que ha sido una idea continua desde tiempos inmemoriales.
Pero lo que es realmente sorprendente es el caso de las religiones, que nos dicen que en el Día del Juicio los no creyentes morirán de múltiples horribles maneras, incluyendo el envenenamiento con agua amarga, que suena a las consecuencias de una radiación nuclear. Pero,  ¿quiénes son los no creyentes? ¿Los que no creen en los dogmas católicos?, ¿los que no conocen las enseñanzas del Corán?, o ¿los que no siguen elLibro de Mormón?  Casi todas las religiones esperan a un redentor de algún tipo que se tendrá que reencarnar. Para el cristianismo, esta figura es la de Jesucristo, el salvador que se dice redimió del  pecado original a la Humanidad hace más de 2.000 años, pero que se espera que regresará para juzgarnos. Pero,  ¿no es extraño que Jesús se convirtiera en el Mesías de los cristianos, pero que no fuese reconocido como tal por su propio pueblo, el judío?  Muchas veces se dice que uno no es profeta en su tierra, pero en este caso parece bastante sorprendente.  Además,  no está muy claro que debamos considerar  a Jesús como un salvador. No sólo porque no hubo una paz duradera después de su venida, tal como decían las profecías,  sino también porque el reinado de la casa de David, que se decía debía durar toda la eternidad, se extinguió hace miles de años.
El libro «profético» de Isaías se traduce a veces en tiempo presente y otras en futuro. Como parece evidente, el niño esperado no podía haber nacido en tiempos de Isaías. Pero resulta útil saber que el alfabeto hebreo, en que están escritos los textos proféticos,  sólo contiene consonantes por lo que no puede reflejar el futuro gramatical. Muchas veces, para facilitar la lectura, las vocales se indicaban con puntos pequeños entre las consonantes. En el texto original existía el pasado continuo imperfecto y el pasado perfecto, pero no existía el futuro. Por lo tanto, los traductores podían hacer las interpretaciones que quisieran y convertir a voluntad el pasado continuo en futuro. Los estudiosos están en desacuerdo sobre qué pasajes de Isaías son auténticos, pero no hay profecías mesiánicas a las que se haya atribuido una importancia tan universal como las de Isaías y Daniel.  Por ello, cuando se desea encontrar la figura mesiánica de Jesús a partir de estas referencias proféticas, uno debe enfrentarse  con los datos históricos. Lo que es evidente es que después de Jesús no apareció, tal como se había profetizado tras la venida del Mesías,  un poder único ni un reino eterno. Creemos que los teólogos probablemente se inventaron un hipotético «reino eterno» que habrá de seguir al Día del Juicio, ya que si Jesús no era el Mesías, se supone, tal como piensan los judíos, que tendrá que aparecérsenos en el futuro. 
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