noviembre 24, 2013

EL MISTERIO DE LA ATLÁNTIDA





Tal vez la más notable de todas las evidencias obtenidas en arqueología fue la de Heinrich Schliemann, quien, en 1871, descubrió Troya, o al menos una serie de ciudades superpuestas en Hissarlik, Turquía, el lugar donde se supone que se hallaba emplazada. Y, durante mucho tiempo, Troya también había sido considerada un mito. Cuando era joven, Schliemann se vio influido por un litograbado de la guerra troyana que mostraba las enormes murallas de la ciudad. Su tamaño le llevó a creer que era imposible que hubiese desaparecido por completo.

Mientras desarrollaba una brillante carrera como hombre de negocios, prosiguió sus estudios sobre la época homérica, hasta que finalmente abandonó su carrera en 1863, en busca de Troya, cosa que consiguió basándose fundamentalmente en los escritos clásicos de que disponía. Su descubrimiento sirvió para dar un enorme impulso a la arqueología moderna. Posteriormente hizo importantes descubrimientos en Micenas y en otros lugares.

Algunos especialistas le han criticado por su excesiva prisa por afirmar que sus hallazgos —sin duda importantes— correspondían en realidad a lo que buscaba, al objeto de su investigación. Por ejemplo, la hermosa máscara de oro de Agamenón, en Micenas, es sin duda máscara de alguien, pero no se ha demostrado aún que fuera la de Agamenón.

Debido a una serie de circunstancias muy curiosas, las actividades de un nieto de este famoso e intuitivo arqueólogo han acarreado un considerable desprestigio a la teoría de la Atlántida. En un artículo escrito para los periódicos de la cadena Hearst, en 1912, Paul Schliemann sostuvo que su abuelo, que durante mucho tiempo había estado interesado en el tema de la isla sumergida, escribió poco antes de su muerte, en 1890, una carta sellada que debía ser abierta por un miembro de su familia, el cual habría de dedicar su vida a las investigaciones que en ella se señalaban.

Paul afirmó también que una hora antes de su muerte, su abuelo agregó un post-scriptum abierto con las siguientes instrucciones: “Rompa el cántaro con la cabeza en forma de búho. Examine su contenido. Se refiere a la Atlántida”. Según él, no abrió la carta, que estuvo depositada en un banco francés hasta 1906. Cuando finalmente la abrió, supo que su abuelo había encontrado durante sus excavaciones en Troya un cántaro de bronce que contenía algunas tabletas de barro, objetos metálicos, monedas y huesos petrificados.

El cántaro tenía una inscripción en que se leía en escritura fenicia:
“Del rey Cronos de la Atlántida”.
Según Paul Schliemann, su abuelo había examinado un vaso de Tiahuanaco y encontrado en el interior restos de cerámica de la misma composición química, y objetos metálicos de una aleación idéntica, compuesta de platino, aluminio y cobre. Llegó a la convicción de que estos diversos objetos estaban relacionados por medio de un punto central de origen: la Atlántida.

Según el mismo Paul Schliemann, su abuelo prosiguió sus muy productivas investigaciones, encontrando diversos papiros manuscritos en San Petersburgo referentes a la prehistoria de Egipto. Uno de ellos hablaba de una expedición por mar realizada por los egipcios en busca de la isla-continente. Estos trabajos fueron realizados en secreto (cosa que, en realidad, sería bastante impropia de Heinrich Schliemann) hasta su muerte.

El joven Schliemann escribió que había realizado sus propias investigaciones antes de regresar a París y rompió el cántaro con la cabeza en forma de búho, en el que encontró un disco metálico blanco, mucho más ancho que el cuello del cántaro “en uno de cuyos costados había grabados extraños signos y figuras que no se parecen a nada que yo haya visto, en escrituras o jeroglíficos”. En el otro lado había una inscripción fenicia arcaica:
“...Procedente del templo de las murallas transparentes”. Entre otras piezas de la colección de su abuelo, Paul afirmó haber encontrado un anillo de aleación desconocida, una estatuilla de elefante labrada en un hueso petrificado y un mapa que había utilizado un navegante egipcio que andaba a la búsqueda de la Atlántida. (¿Sería posible que lo hubiese obtenido en préstamo en el museo de San Petersburgo durante sus investigaciones?) Prosiguiendo sus propias pesquisas en Egipto y África, Paul Schliemann halló otros objetos del misterioso metal que le llevaron a pensar que había reunido cinco eslabones de una cadena: “Las monedas de la colección secreta de mi abuelo, la moneda del cántaro de la Atlántida, las monedas del sarcófago egipcio, la moneda del cántaro de América Central y la cabeza (metálica) de la costa de Marruecos”.
Un observador neutral podría equiparar la preocupación de Paul Schliemann por encontrar monedas misteriosas con un deseo muy comprensible de ganar más dinero moderno, especialmente porque primero ofreció su historia a una cadena de periódicos y luego ninguno de sus hallazgos resistió una investigación seria. Las palabras finales de su artículo acerca de sus descubrimientos fueron: “Si quisiera decir todo lo que es, se acabaría el misterio”.

Esta es sin duda una de las declaraciones más insólitas de la historia de la investigación científica. Si las afirmaciones de una persona están respaldadas por reliquias o utensilios que pueden tocarse y examinarse, no hay duda de que están dentro de un terreno sobre el cual las instituciones oficiales, históricas y científicas, poseen autoridad para rechazarlas o aceptarlas como verdaderas.

Pero gran parte de la investigación atlántica se ha orientado en otras direcciones, como la de una memoria colectiva de raza, los recuerdos basados en la reencarnación, los recuerdos heredados e incluso el espiritismo. Tales investigaciones están necesariamente fuera, tanto del alcance como del campo propio del trabajo académico. Estas formas espirituales o incorpóreas de abordar la cuestión de la Atlántida desde varias fuentes han suscitado una gran variedad de información. Parte de ella coincide con las teorías atlánticas generales, pero otra es sorprendentemente distinta.

Edgar Cayce constituye un ejemplo de lo que acabamos de decir. Profeta clarividente e investigador en psiquiatría, murió en 1945, pero su colección de “entrevistas psíquicas” se ha convertido en la base de la fundación que lleva su nombre y que también se llama Asociación para la Investigación y la Cultura. Esta institución tiene su sede en Virginia Beach y cuenta con centros en diversas ciudades norteamericanas y en Tokio, y presenta las características de un movimiento en el que la Atlántida ocupa un lugar importante.

Las entrevistas de Gayce son el resultado de sus recuerdos personales acerca de encarnaciones anteriores propias y las de otros individuos “leídas” por él. Alrededor de setecientas de las entrevistas concedidas por este vidente a lo largo de varios años, para responder a preguntas que se le formulaban mientras se hallaba en trance, se refieren específicamente a acontecimientos de la historia ocurridos en la época de la Atlántida y a predicciones que aún deben cumplirse, como en el caso del templo “atlántico” submarino, frente a las costas de las Bimini. Un hallazgo futuro particularmente interesante ha de ser el de una cámara sumergida que contiene documentos atlánticos, que se producirá como anticipación de la nueva emersión de la isla-continente. La cámara sellada será descubierta siguiendo las líneas de las sombras proyectadas por el sol de la mañana al caer sobre las patas de la esfinge.

En las conferencias de Cayce, la isla de Platón se sigue desde sus orígenes hasta su edad de oro, con sus grandes ciudades de piedra provistas de todas las comodidades modernas, como medios de comunicación de masas, transporte aéreo, marítimo y terrestre, y algo que aún no hemos alcanzado, como es la neutralización de la gravedad y el control de la energía solar por medio de cristales eléctricos o “piedras de fuego”.

El mal uso de estos cristales provocó dos de los cataclismos que acabarían por destruir la Atlántida. A diferencia de lo que ocurre en nuestra época, existía una conexión entre las invenciones materiales y la fuerza espiritual, así como una mayor comprensión y comunicación con los animales, hasta que el materialismo y la perversión pusieron fin a la edad de oro.

El deterioro de la civilización atlántica hizo que su destrucción resultara segura, de acuerdo con los relatos de Cayce. El descontento de la población, la esclavitud de los obreros y las “mezclas” (productos de cruces de hombres y animales), el conflicto entre los “hijos de la Ley de Uno” y los depravados “hijos de Belial”, los sacrificios humanos, el adulterio y la fornicación generalizados y el mal uso de las fuerzas de la naturaleza, especialmente la utilización de “piedras de fuego” para el castigo y la tortura, fueron algunos de los elementos que contribuyeron al desastre.

Otros investigadores en ciencias ocultas y psiquiatría, como W. Scott Elliot, Madame Blavatsky y Rudolph Steiner, se basan en el ocultismo para obtener su información. Su opinión general es que la Atlántida provocó su propia destrucción, porque se dejó ganar por el mal. Esta es una opinión que comparten no sólo Spence y el historiador ruso Merezhowski, sino también Platón y los autores del Génesis y de las leyendas de inundaciones cuando describen la perversidad del mundo anterior a la inundación.

En cuanto al relato de Cayce acerca del deterioro o autodestrucción de la Atlántida, basta sustituir las palabras “maldad” por “materialismo” y “los cristales” o las “piedras de fuego” por “la bomba” y se obtiene un mensaje muy interesante, que proviene de una época anterior al comienzo de la era atómica, pero que resulta aplicable a nuestro tiempo. Las profecías de Cayce sobre el resurgimiento de la Atlántida serían muy dudosas bendiciones si se cumplieran, ya que la ciudad de Nueva York “desaparecerá en su mayor parte”, y la costa oeste “será destrozada” y casi todo Japón “se hundirá en el mar”.

No es extraño, pues, que los neoyorquinos, californianos y japoneses tengan el mayor interés en que Cayce se equivoque, aunque hemos de decir que sus anteriores predicciones sobre disturbios raciales, asesinatos de presidentes y terremotos en el valle del Mississippi, resultaron inquietantemente correctas.

La investigación psíquica no se considera todavía fuente fiable para establecer la verdad histórica, de manera que el voluminoso material psíquico acerca de la Atlántida representa solamente una parte de la literatura especializada que, en el mejor de los casos, merece un calificativo de “sin comentarios” de parte de la comunidad científica o arqueológica.

Todos aquellos que comparten la creencia en la existencia de la isla-continente y el deseo de comprobarla han formado organizaciones, cuyas actividades han servido algunas veces para debilitar, en lugar de fortalecer, la aceptación generalizada de la Atlántida como un ente histórico. En Francia este tipo de instituciones florecieron durante el período transcurrido entre las dos guerras mundiales.

Les Amis d’Atlantis (Los amigos de la Atlántida), fundada por Paul Le Cour, publicaba también una revista con el nombre de la isla platónica. Otro grupo, la Societe d’Études Atlantéennes (Sociedad de Estudios Atlánticos) tuvo un revés moral y físico cuando una de sus reuniones en la Sorbona fue interrumpida por el estallido de bombas lacrimógenas arrojadas por algunos miembros que aparentemente preferían estudiar la cuestión atlántica en forma intuitiva y no científica.

El presidente de la sociedad, Roger Dévigne, admitió en un informe posterior que la sociedad “está afectada por el descrédito que legítimamente se han ganado estos sueños, a los ojos del mundo científico”, y luego menciona la “prudente desconfianza” que inspiraba el aspecto de algunos socios que “usaban emblemas atlánticos en sus solapas, en su camino hacia picnics atlánticos...”

Sin embargo, los escritos de otros atlantólogos han sido objeto de un minucioso y generalmente reprobador examen por los microscopios de la “institucionalidad”. El estilo imaginativo y visionario de los libros sobre el tema resulta de por sí molesto para los arqueólogos, que prefieren teorías concretas, sin el agregado de la poesía. El “Continente Perdido” es un tema tan romántico que los poetas se han inspirado en él muchas veces, y como no dejan de citarse en la mayoría de los libros sobre la isla sumergida, el tema de la Atlántida da más una impresión de fantasía que de realidad.

Aunque son neutrales en cuanto a la poesía atlántica, los autores contrarios a la tesis de la isla-continente suelen ser tan rotundos a la hora de negar la posibilidad de que haya existido, como sus partidarios al apoyarla. Como ejemplo de estas posiciones negativas, se puede citar el informe del doctor Ewing, de la Universidad de California, que “pasó trece años explorando la cordillera del Atlántico central” y “no encontró rastro alguno de ciudades sumergidas”. ¿No es éste uno de esos casos en que se dice: “la busqué y no pude encontrarla, así que obviamente no existe”?

Si los palacios y templos de la Atlántida yacen destrozados y arruinados en los terrenos de la Atlántida, deben estar cubiertos por una gran cantidad de sedimentos y lodo, de manera que resultaría difícil encontrarlos e identificarlos, después de miles de años, sirviéndose tan sólo de un sistema de “verificación parcial”. Algo parecido ocurriría si los viajeros del espacio, después de lanzar redes al azar sobre la Tierra desde sus platillos volantes y durante sus viajes nocturnos, sin ver dónde las echaban, las recogieran y, al comprobar que no habían caído en ellas ni animales ni personas, concluyesen que no existe vida sensorial en el planeta.
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