Mientras estudiábamos la vida de Leonardo da Vinci para averiguar si había sido el falsificador del Sudario de Turín, nos sorprendió la frecuente aparición de Juan el Bautista en aquélla. Fuese coincidencia o no, el Maestro estuvo en relación con infinidad de lugares consagrados a dicho santo, además de ser gran admirador suyo. El principal de todos ellos, su amada ciudad de Florencia, en cuyo corazón se alza un extraordinario baptisterio.
En 1995 lo visitamos con un equipo de rodaje de la BBC que realizaba un documental sobre el Sudario para la televisión; la mágica sigla funcionó como una especie de «ábrete sésamo», y nos permitieron entrar fuera de los horarios de visita del público. El baptisterio es una obra arquitectónica extraña, de planta octogonal, que data de los tiempos de la primera cruzada y es muy posible que su construcción se debiese a los templarios, quienes además de sus características iglesias de planta circular también promovieron la forma octogonal, de acuerdo con lo que creían había sido la planta del Templo de Salomón en Jerusalén.
Sobre todo deseábamos ver la única escultura conservada de Leonardo (aunque hecha a medias con Giovanni Francesco Rustici), puesta al exterior de esa singular edificación de ocho lados. Es una estatua de Juan el Bautista, naturalmente. Y como en todas las imágenes de Juan realizadas por Leonardo, lo vemos con el dedo índice derecho levantado.
Como hemos dicho, la Herejía Europea tiene al Bautista como uno de sus temas centrales, aunque se ha preferido mantener secretas las verdaderas razones de ello. En efecto, hace algunos años, cuando emprendimos nuestras pesquisas sobre el asunto, se echó de ver en seguida que tenía relación con los secretos internos de organizaciones corno los caballeros templarios y los francmasones. Pero en los tiempos actuales, ¿por qué interesa seguir guardando el misterio tan celosamente?
La imagen clásica cristiana de Juan el Bautista es de una notable simplicidad. Queda convenido que cuando bautizó a Jesús principió el ministerio de éste; más precisamente, dos de los Evangelios canónicos empiezan relatando la predicación de Juan a orillas del Jordán. El retrato de los autores representa a Juan como un predicador ascético pero de carácter ardiente, que abandonó su vida de anacoreta en el desierto para hablar al pueblo de Israel e instarle a arrepentirse de sus pecados y bautizarse. Desde el principio la figura humana de Juan según los evangelistas causa cierto desasosiego al lector actual, por lejana e intransigente; o mejor dicho, no vemos nada en los Evangelios que justifique la gran veneración prodigada al personaje por generaciones de heréticos... ni desde luego, nada susceptible de atraer a mentes privilegiadas como lo fue Leonardo da Vinci.
En suma los relatos evangélicos poco dicen acerca del Bautista. Que el rito administrado por él era un signo externo de arrepentimiento, y que muchos hicieron caso de su llamada y se bañaron en el Jordán. Entre ellos, el mismo Jesús.
Según Mateo, Marcos, Lucas y Juan, el Bautista proclamó que él no era más que el precursor del Mesías anunciado, y admitió que esa persona era Jesús. Cumplida su misión, desaparece casi por completo del panorama, si bien siguió bautizando durante algún tiempo, según dan a entender ciertos pasajes de los textos.
En el Evangelio de Lucas, Jesús y Juan son primos y el relato de la concepción y nacimiento del primero presenta, a manera de motivo entretejido, las circunstancias del caso de Juan, que son paralelas aunque desde luego menos milagrosas. Sus progenitores, el sacerdote Zacarías y su esposa Isabel, son de edad avanzada y no tienen hijos, pero entonces el ángel Gabriel les anuncia que han sido elegidos y tendrán descendencia.
Poco después de esto, la posmenopáusica Isabel concibe. A ella acude María al saberse embarazada; en ese momento Isabel lleva ya seis meses de gestación y la presencia de María hace que el niño no nacido «salte en su seno». Con esto ella comprende que el hijo de la otra mujer es el futuro Mesías: Isabel elogia a María y este «cántico» de alabanza es lo que hoy llamamos el Magnificat.1
Sigamos leyendo los Evangelios y veremos que poco después de bautizar a Jesús, Juan fue apresado por orden de Herodes Antipas y encarcelado. El motivo que se aduce es que Juan había condenado el reciente matrimonio de Herodes con Herodías, ex esposa de su hermanastro Felipe; matrimonio que era contrario a la ley judía por haberse ella divorciado antes de Felipe. Después de pasar en el calabozo una temporada que no se especifica, Juan fue ejecutado.
Según la historia que todos conocen, Salomé, hija del matrimonio anterior de Herodías, bailó para su padrastro en la fiesta del cumpleaños de éste, y él quedó tan encantado que prometió darle lo que ella le pidiera, hasta «la mitad de su reino». Pero inducida por Herodías, ella pidió la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja. No queriendo renegar de su palabra, Herodes accedió, aunque de mala gana porque empezaba a admirar al Bautista. Decapitado Juan, se consintió que sus discípulos se llevaran su cadáver para darle sepultura, aunque no consta si les entregaron también la cabeza2
Está todo lo que hace falta para un buen relato: el rey tiránico, la perversa madrastra, la danza de la doncella núbil y la muerte horrible de un gran hombre, y santo por añadidura. Material agradecido para generaciones de artistas, poetas, músicos y dramaturgos. Tiene una fascinación que no decae, lo cual no deja de ser curioso por tratarse de un pasaje evangélico que apenas ocupa unos cuantos versículos. Escandalizaron a los públicos, en particular, dos versiones de comienzos del siglo XX: Richard Strauss, en su opera Salome, retrata a una joven desvergonzada que intenta seducir a Juan en su mazmorra y al no conseguirlo, exige su cabeza en venganza para besar luego triunfalmente los fríos labios.
La comedia del mismo título de Oscar Wilde conoció una sola representación debido al tumulto que originó la publicidad anterior al estreno, basada fundamentalmente en el hecho de que el mismo autor quiso representar el papel titular. Nos queda, sin embargo, el famoso cartel dibujado por Aubrey Beardsley para la obra, el cual da la versión gráfica del enfoque planteado por Wilde y se centra, una vez más, en la supuesta pasión necrofílica de Salomé.
Este cóctel intoxicante de erotismo imaginario tiene poco que ver con el lacónico relato del Nuevo Testamento, cuya única intención consiste en establecer más allá de toda duda que Juan fue el precursor de Jesús e inferior a éste en el plano espiritual; además debía desempeñar un rol profetizado como reencarnación de Elías, anunciadora del advenimiento del Mesías.
Sin embargo, hay otra fuente de información sobre Juan, y es fácilmente accesible: las Antigüedades judías de Josefo. A diferencia de la supuesta alusión a Jesús de este autor, la autenticidad de lo que dice sobre Juan no se discute, porque surge con naturalidad en la narración, es una crónica imparcial que no elogia a Juan, y además difiere del relato de los evangelistas en varios puntos sustanciales.3
Cuenta Josefo que Juan predicaba y bautizaba, con lo que alcanzó enorme popularidad entre las masas. Esto alarmó a Herodes Antipas, quien mandó prenderlo y ejecutarlo a título de «medida profiláctica». Josefo no da detalles del encarcelamiento, ni de las circunstancias de la ejecución, ni menciona para nada las supuestas críticas contra el casamiento de Herodes. Sí en cambio menciona el gran seguimiento popular de Juan y agrega que, habiendo sufrido Herodes poco después una gran derrota militar, el pueblo la interpretó como justo castigo por la injusticia perpetrada con el Bautista.
Así pues, ¿qué nos permiten deducir acerca de Juan los evangelistas y Josefo? Lo primero, que el relato del bautismo de Jesús debe de ser auténtico; el hecho de incluirlo da a entender que era demasiado sabido para omitirlo, y ya hemos comentado antes que los autores de los Evangelios procuraron marginar a Juan siempre que pudieron.
La actividad de ése se centró en Perea, al este del Jordán, territorio que pertenecía efectivamente a la jurisdicción de Herodes Antipas junto con Galilea. La descripción de Mateo es contradictoria;4 el Evangelio de Juan es más concreto y cita dos poblaciones donde Juan bautizó, «Betania, al otro lado del Jordán» (1, 18), pueblo próximo a la principal ruta comercial, y Ainón, al norte del valle del Jordán (3, 23). Hay bastante distancia entre ambos lugares, así que Juan debió de realizar considerables viajes durante su misión.
La impresión de que era un anacoreta y asceta quizá sea debida a las traducciones, y no del todo exacta. La palabra griega eremos se puede traducir por «yermo, desierto» o «soledad», lo segundo en el más amplio sentido. Es la misma que se emplea, significativamente, para calificar el lugar donde Jesús dio de comer a los cinco mil.5 Carl Kraeling, en su estudio sobre Juan que por ahora constituye autoridad, aduce también que la dieta de «langostas y miel» atribuida a Juan no indica un estilo de vida especialmente ascético.6
También es probable que Juan no limitase su predicación a los judíos. En la crónica de Josefo dice que si bien al principio exhortaba «a los judíos» para que llevasen una vida de virtud y devoción, «luego congregó a otros [a su alrededor, se entiende] que también se conmovían grandemente al escuchar sus enseñanzas».7
Algunos estudiosos creen que la frase sólo se entiende en el supuesto que esos «otros» eran los no judíos, y como dice el especialista británico en estudios bíblicos Robert L. Webb:
[...] en el contenido, nada sugiere que pudieran no ser gentiles. Y los lugares en los que se desarrolló el ministerio de Juan permiten suponer que tuviese contacto con los gentiles que recorrían la ruta comercial viniendo de Oriente, o los que vivían en la región de TranJordania.8
Otra concepción errónea muy común es la que concierne a la edad de Juan como más o menos similar a la de Jesús. Pero todos los Evangelios dan a entender que Juan llevaba ya varios años predicando cuando bautizó a Jesús, y que era el mayor de los dos, quizá por un margen mayor de lo que se cree.9 (El relato del nacimiento de Juan en el Evangelio de Lucas es, como demostraremos luego, muy inverosímil, y no parece probable que corresponda a ninguna circunstancia real.)
Como el de Jesús, el mensaje de Juan disparaba por elevación contra el culto del Templo de Jerusalén, y no era sólo que denunciase la corrupción de sus funcionarios, sino todo lo que éstos representaban. Su invitación al bautismo debió de enfurecer a las autoridades del Templo porque además de presentarlo como espiritualmente superior a los ritos de ellos, lo daba de balde.
Quedan luego las anomalías en los relatos de su muerte, sobre todo si se compara con la crónica de Josefo. Los motivos que éste y aquéllos atribuyen a Herodes, temor a la influencia política de Juan (para Josefo), o cólera porque éste condenaba su matrimonio (para los evangelistas), no son mutuamente excluyentes. En efecto, las disposiciones matrimoniales de Herodes Antipas tuvieron consecuencias políticas, pero no a causa de la persona con quien se unió.
El problema estuvo en el hecho de que se divorció para poder hacerlo, y su primera mujer había sido una princesa del reino árabe de los nabateos. La ofensa inferida a esa familia real precipitó una guerra entre los dos reinos, y recordemos que Nabatea lindaba con los territorios de Herodes Antipas por la parte de Perea, que era donde predicaba Juan. Por consiguiente, si Juan habló en contra del matrimonio real, a los efectos prácticos se ponía de parte de Aretas, el rey enemigo.
Con la amenaza implícita de que, si la multitud le daba la razón, todas aquellas gentes se pasarían al bando de Aretas y en contra de Antipas.10
Podrá parecer un argumento demasiado rebuscado e historicista, pero no deja de extrañar que los Evangelios intenten «quitar hierro» a los verdaderos motivos que tuviese Herodes para querer eliminar a Juan. Si nos damos cuenta de que son, esencialmente, obras de propaganda, y cuando confunden algún acontecimiento la confusión suele ser intencionada, tendremos que preguntarnos a qué móviles obedecían los evangelistas en este caso.
Es comprensible que los evangelistas desearan censurar cualquier sugerencia de que Juan hubiese tenido un gran seguimiento popular, ya que eso cuadra con la línea general que mantienen al respecto. Pero si querían inventar algo, cabría
esperar que hubiesen ideado un pretexto que destacase la misión de Jesús en alguna manera. Por ejemplo, decir que Juan fue apresado por proclamar que Jesús era el Mesías.
Además los narradores de los Evangelios cometen un error. Dicen que Juan criticó a Herodes Antipas porque se había casado con la ex mujer de su hermanastro Felipe. Si bien las circunstancias de ese matrimonio son históricamente exactas, el hermanastro en cuestión era otro Herodes, pero no Felipe, y este otro Herodes era el padre de Salomé.11
Aunque los autores de los Evangelios hayan marginado a Juan tanto como a la Magdalena, todavía encontramos huellas de su influencia sobre los contemporáneos de Jesús. En un episodio cuyo significado parece habérsele escapado a muchos cristianos, los discípulos de Jesús le suplican: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».12
Esta petición sólo puede entenderse de dos maneras: «enséñanos oraciones como Juan enseñó a sus discípulos», o «enséñanos las mismas oraciones que Juan enseñó...». Y leemos luego que Jesús les enseñó lo que luego se ha llamado el Padrenuestro («Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre...»).
En el siglo XIX el gran egiptólogo sir E. A. Wallis Budge había descubierto ya los orígenes de la imprecación inicial en una antigua plegaria a Osiris-Amón:
«Amón, Amón que estás en los cielos [...]»,13 obviamente anterior a Jesús y a Juan en varios siglos.
Y el Señor a quien invoca la plegaria claramente no es Yahvé ni el supuesto hijo, Jesús. En cualquier caso el «Padrenuestro» no lo compuso él.
Según otra noción muy corriente, Juan quedó casi abrumado de respeto tan pronto como vio a Jesús y antes de bautizarle. Nos quedamos con la impresión de que toda su misión, o tal vez toda su vida, no aguardaba sino ese único instante. Pero hay muchos indicios, en realidad, de que Juan y Jesús, aunque estrechamente unidos al comienzo de la carrera de éste, llegaron a ser enconados rivales.
Lo cual no ha escapado a la atención de los más prestigiosos comentaristas bíblicos actuales, como cuando escribe Geza Vermes:
El propósito de los evangelistas fue, indudablemente, el de comunicar una impresión de amistad y mutua estima, pero sus intentos dejan una sensación de superficialidad; un examen detallado de los indicios, fragmentarios por supuesto, sugiere que no faltaron los sentimientos de rivalidad, por lo menos entre los discípulos del uno y el otro.14
Vermes dice también que el empecinamiento de Mateo y Lucas en destacar la precedencia de Jesús sobre Juan es «tedioso». En efecto, cualquier lector objetivo empieza a desconfiar cuando observa la reiterada y más bien servil insistencia con que Juan subraya la superioridad del «que viene detrás de mí». Tenemos aquí un Juan el Bautista que literalmente se prosterna delante de Jesús.
Ahora bien, como señala Hugh Schonfield:
Las fuentes cristianas nos permiten darnos cuenta de que existió una secta judía considerable, que rivalizaba con los seguidores de Jesús y mantenía que Juan el Bautista era el auténtico Mesías [...].15
Schonfield también observa la «amarga rivalidad» entre los dos grupos de seguidores, pero agrega que la influencia de Juan sobre Jesús era demasiado conocida:
«Por consiguiente, y como no podían hablar mal del Bautista, no tuvieron otra salida sino tratar de relegarlo a un lugar secundarlo».16
(Si no se entiende esa rivalidad, resulta imposible una explicación completa de los verdaderos roles de Juan y Jesús. Aparte las implicaciones para la propia teología cristiana, que son de mucho alcance, el no haber tenido en cuenta esa dialéctica es lo que hace insatisfactorias muchas teorías radicales modernas. Por ejemplo, y como ya hemos mencionado, Ahmed Osman zanja la cuestión afirmando que Jesús fue inventado por los seguidores de Juan el Bautista para que se cumpliese su profecía de que después de él venía otro. Por el contrario, Knight y Lomas en The Hiram Key, llegan al extremo de afirmar que Jesús y Juan compartieron funciones de Mesías como buenos compañeros,17 lo cual viene a decir que ambos predicadores fueron íntimos: nada más lejos de la verdad.)
La conclusión más lógica es que Jesús empezó siendo un discípulo de Juan, y luego se apartó de él para fundar su propio grupo. (De manera que es muy probable que fuese bautizado por Juan, según se nos ha contado, pero en calidad de acólito y no como Hijo de Dios.) En efecto, los Evangelios corroboran que Jesús reclutó a sus primeros discípulos de entre la muchedumbre de los seguidores de Juan.
De hecho el gran erudito bíblico inglés C.H. Dodds ha traducido la frase del Evangelio de Juan, «el que viene después de mí» (ho opiso mou erchomenos) por «el que me sigue», lo cual, dado que la ambigüedad se mantiene en nuestro idioma, también puede significar «discípulo». Ésa fue también la interpretación del mismo Dodds.18
La crítica bíblica más reciente apunta la idea de que Juan nunca hizo la famosa proclamación acerca de la superioridad de Jesús, ni siquiera insinuó nunca que éste fuese el Mesías. En apoyo de ello se citan varios hechos.
Los Evangelios citan (con bastante ingenuidad) que Juan, estando en la cárcel, puso en tela de juicio la naturaleza mesiánica de Jesús. Quieren dar a entender que dudó de si habría acertado cuando lo respaldó, pero también podría ser otro caso en que los evangelistas se vieron obligados a adaptar un episodio auténtico para ponerlo al servicio de sus propios fines. ¿Tal vez fue que Juan negó inequívocamente que Jesús fuese el Mesías... tal vez incluso le denunció?
Desde el punto de vista de lo que creen los cristianos, las deducciones que resultan de todo el episodio son, o deberían serles, profundamente inquietantes. Por un lado, admiten que Juan recibió la inspiración divina cuando reconoció a Jesús como el Mesías; por otro, el hecho de mandar a preguntarlo desde la cárcel revela que debió de tener sus dudas, como mínimo. Es obvio que durante la reclusión tuvo tiempo para pensarlo... o quizá fue que le abandonó la inspiración divina.
Como veremos luego, más tarde otros seguidores de Juan, los que Pablo encontró durante sus viajes misioneros a Éfeso y Corinto, no sabían nada de la supuesta proclamación, por parte de Juan, de un personaje más grande que sobrevendría después que él.
La prueba más concluyente de que el Bautista jamás proclamó que Jesús fuese el Mesías anunciado es que los propios discípulos de Jesús no reconocieron a éste como tal, por lo menos al principio. Él era su Maestro y ellos le seguían, pero nada indica que lo hiciesen inicialmente porque creyeran que era el Mesías tan esperado por los judíos. Según las muestras que van dando los discípulos, la identidad de Jesús como Mesías fue una convicción que se impuso poco a poco, en función de los acontecimientos de la vida pública de aquél. Pero esa vida pública comenzó con el bautismo de Jesús por Juan; por tanto, si este anunció en tal ocasión que Jesús era el Mesías, ¿no lo habrían sabido todos desde el primer momento? (En los Evangelios se observa que el pueblo le seguía, aunque no porque creyeran que era el Mesías, sino por algún otro motivo.)
Queda todavía otra consideración que da mucho que pensar. Cuando el movimiento de Jesús empezó a hacerse notar, Herodes Antipas se asustó y, a lo que parece, creyó que Jesús era Juan resucitado o reencarnado (Marcos 6, 14-16):
La fama de Jesús llego a oídos del rey Herodes. Unos decían: «Ése es Juan Bautista, que ha resucitado y tiene el poder de hacer milagros» [...].
Pero Herodes, al oír hablar de esto, decía: «Es Juan, a quien yo mandé cortar la cabeza, que ha resucitado».
Estas palabras siempre se han leído con extrañeza. ¿Qué quiso decir Herodes? ¿Que Jesús era Juan, de alguna manera reencarnado? Pero eso no podía ser, porque durante algún tiempo estuvieron vivos ambos, Juan y Jesús. Antes de examinar con más detenimiento ese relato, anotemos algunas consecuencias importantes de las palabras de Herodes.
La primera, que evidentemente éste no sabía que Juan hubiese profetizado que «después de él» sobrevendría otro más grande: de lo contrario habría sacado la conclusión obvia de que Jesús era esa persona anunciada. Si la venida del Mesías hubiese sido una parte destacada de las enseñanzas de Juan, como aseguran los Evangelios, ¿cómo no lo supo Herodes?
La segunda, cuando Mateo (14, 1) pone en boca de Herodes:
«Ése es Juan Bautista que ha resucitado de entre los muertos y por eso tiene poder de obrar milagros».
Que Juan hubiese tenido tal poder, lo niegan los Evangelios en redondo; de hecho el Evangelio de Juan (10, 4 1) expresa la negativa con tanto énfasis como para hacer sospechar un renuncio. ¿Acaso Juan el Bautista había convertido el agua en vino, había dado de comer a millares con un puñado de alimentos, había curado enfermos... tal vez resucitado muertos? A lo mejor sí. Pero una cosa es cierta: no será en el Nuevo Testamento, la propaganda del movimiento de Jesús, donde podamos leer semejantes hechos.
Hay una posible interpretación de las palabras de otro modo inexplicables de Herodes en el sentido de que Juan había renacido, como si dijéramos, a través de Jesús. Aunque parezca increíble, tanto en el sentido literal como en el metafórico, recordemos que se trata de una cultura y una época tan diferentes de las muestras en muchos aspectos como si hubieran estado en otro planeta. Como señaló en 1940 Carl Kraeling, las palabras de Herodes sólo cobran sentido si entendemos que reproducían ideas ocultas pero muy difundidas en el mundo grecorromano de los tiempos de Jesús.19
La sugerencia fue recogida y desarrollada por Morton Smith en Jesus the Magician (1978).20 Como hemos mencionado, la conclusión de Smith en cuanto al enigma de la popularidad de Jesús apunta a sus exhibiciones de magia egipcia.
Por aquel entonces se creía que tales demostraciones requerían que el hechicero tuviese poder sobre un demonio, o espíritu. De hecho hay una alusión en tal sentido cuando Jesús comenta la acusación dirigida contra Juan por algunas gentes: que «tenía un demonio». Esto no significa, como pudiera parecer a primera vista, que estuviese poseído por un espíritu malo, sino todo lo contrario, que Juan tenía poder sobre uno de los tales.
En este contexto, Kraeling propone que interpretemos las palabras de Herodes Antipas como una referencia a ese concepto, porque no sólo se podía «sujetar» a un demonio de esa manera, sino también el alma de una persona, especialmente la de alguien que hubiese fallecido de muerte violenta. Un alma o espíritu así esclavizado, se creía, no tendría más remedio que hacer cuanto le ordenase su amo. (La misma acusación se dirigió luego contra Simón el Mago, de quien se dijo que tenía «esclavizada» el alma de un muchacho asesinado.)
Escribe Kraeling:
Los detractores de Juan aprovecharon la oportunidad de su muerte para desarrollar la sugerencia de que su espíritu desencarnado estaba al servicio de Jesús como instrumento para realizar trabajos de magia negra, lo cual implicaba de por sí una no pequeña concesión en cuanto a los poderes de Juan.21
Teniendo presente esa explicación, Morton Smith apostilla así las palabras de Herodes:
Juan Bautista ha resucitado de entre los muertos [por la necromancia de Jesús, que ahora es su dueño] y por eso [ Jesús-Juan] tiene [control sobre el] poder de [las potencias inferiores y éstas consiguen] obrar milagros [bajo sus órdenes].22
En apoyo de esa idea Smith cita el texto mágico de un papiro que se conserva en París. Se trata de una invocación al dios Helios, y tal vez esto también es significativo.
Concédeme autoridad sobre este espíritu de un hombre asesinado, de cuyo cuerpo yo poseo una parte [...].23
En este contexto son especialmente interesantes los dones que el mago solicita recibir por medio de la operación: la aptitud para sanar y para anunciar si una persona enferma vivirá o morirá, y la promesa de que «serás adorado como un dios [...]».24
por Lynn Picknett y Clive Princedel Sitio Web Scribd
No hay comentarios:
Publicar un comentario