abril 25, 2014

De cómo la Atlántida cambió la historia del Mundo




Considerando que se trata de un territorio que pudo o no haber existido, la Atlántida ha tenido una repercusión considerable, tanto en la historia como en la literatura. Cuando la cultura clásica volvió a difundirse en Occidente, después de la caída de Constantinopla, en 1453, tanto el relato de Platón como los demás documentos acerca de las islas que habían existido en el Atlántico volvieron a estimular la imaginación del hombre. Colón, que era un ávido lector de relatos de viaje y que mantenía correspondencia con los cartógrafos, no era el único que pensaba que el mundo era redondo. Su verdadera circunferencia había sido calculada en Alejandría, en épocas antiguas, con un error de sólo ochocientos kilómetros. Sin embargo, aunque los estudiantes de la escuela alejandrina podían medir la Tierra, nunca, que se sepa, navegaron a su alrededor para demostrar que era redonda.

En la época de Colón existían numerosos mapas del “mundo”, aunque la distinta información que proporcionaban y el hecho de que las líneas de navegación se trazaran de acuerdo con la distribución de las estrellas en el cielo nos lleva a pensar que la gran hazaña de Colón no consistió en haberse atrevido a enfrentar la posibilidad de encontrar los monstruos del mar, o en correr el riesgo de caerse desde el borde del mundo, sino en dejarse guiar por los mapas que tenía a su disposición. 

Algunos de dichos mapas mostraban la Antillia, Antilla, Antilha o Antigua, posibles nombres alternativos de la Atlántida, o de las Fortunatas, las Hespérides y otras islas. El mapa de Toscanelli, que era, según se cree, el que llevaba Colón en su viaje al Nuevo Mundo, muestra Antillia. Años antes de que el descubridor hiciera su viaje, Toscanelli le escribió sugiriéndole Antillia como un lugar donde podría hacer escala en su viaje hacia las Indias. En su mapa, la China y las Indias aparecían en la costa occidental del Atlántico, mientras Antillia y otras islas constituían las etapas intermedias.

Parece razonable pensar que Colón estudió, o llevaba con él en su viaje, el mapa de Becario, de 1435, y los posteriores de Branco (1436), Pereto (1455), Rosseli (1468) y Bennicasa (1482). También es probable que llevara material o sugerencias tomadas del mapa de Benheim (1492). En todos ellos aparecía Antillia, con sus diversas denominaciones, y generalmente la situaban en pleno Atlántico, en línea paralela a Portugal. En este aspecto cobra sentido lógico el nombre portugués:
Antilha (ante ilha), que significa “la isla frente a”, “antes de” u “opuesta a” y se refiere a la gran isla situada en medio del océano, la de las “siete ciudades”. Ya sea que ésta fuese la verdadera razón de su nombre, o que se tratara simplemente de otra forma de escribir Atlántida, el hecho es el mismo: la gran isla de la que se habló a Colón y que figuraba en todos los mapas importantes, estaba situada en la posición que el consenso general atribuía a la Atlántida, y, pese a que se conocía la noticia de su hundimiento, todavía se le daba la forma descrita por Platón.
También se ha sugerido que influyó en Colón un extraño pasaje de una obra del autor romano clásico, Séneca, escrita muchos siglos antes. La cita, tomada del acto segundo de Medea, es la siguiente:
“Llegará una época, en la última era del mundo, en que el océano aflojará las cadenas de lo que (ahora) contiene y la tierra aparecerá en toda su gloria. Tetis (el mar) dejará al descubierto nuevos continentes y Tule no será ya el fin del mundo...”
¿De dónde obtuvo Séneca la idea de los continentes sumergidos en el Océano? ¿De su imaginación, de Platón o de otras fuentes? ¿Cuan generalizada era esta creencia en la época clásica? Actualmente sólo podemos hacer conjeturas, pero hay fuertes indicios de que Colón estuvo influido por los autores clásicos en Una de las fuentes que nos lleva a creer en esta sugerencia es alguien que estaba personalmente relacionado con el Almirante y conocía sus ideas: su hijo Fernando, que escribió estas palabras en un ejemplar de Medea: “Esta profecía fue cumplida por mi padre, el Almirante Cristóbal Colón, en 1492”.

López de Gomara, autor de la Historia General de las Indias (1552) atribuye especialmente a Colón las hazañas de haber “leído Timeo y Critias, de Platón, donde obtuvo información acerca de la gran isla y de un territorio sumergido que era mayor que Asia y África”.

Fernández de Oviedo afirmó incluso que los monarcas españoles poseían los derechos sobré las nuevas tierras americanas (Historia General y Natural de las Indias, 1525), ya que, según él, Héspero, un rey prehistórico español, era hermano de Atlas, gobernante del territorio opuesto de Marruecos, y Héspero también reinaba sobre las Hespérides, “las islas de Occidente”: 
...A cuarenta días de navegación, como todavía se encuentran, más o menos, en nuestra época... y como las halló Colón en su segundo viaje... deben por ello ser consideradas estas Indias tierras de España desde la época de Héspero... las cuales revirtieron a España (por medio de Colón)...

Fray Bartolomé de Las Casas, sacerdote y escritor contemporáneo, tenía sus razones personales para disentir de Fernández de Oviedo. Su propósito, muy laudable, era proteger a los indios del Nuevo Mundo, cuyo trato por parte de los conquistadores españoles estaba desembocando en un genocidio. Las Casas objetó ese derecho de dominio basado en las Hespérides o la Atlántida. Sin embargo, al comentar acerca de Colón, en su Historia de las Indias (1527), observó:
...Cristóbal Colón pudo naturalmente creer y esperar que aun cuando aquella gran isla (la Atlántida) estaba perdida y sumergida, quedarían otras, o por lo menos, quedaría tierra firme, que él podría encontrar, si la buscaba...
Otro de los autores de la época del descubrimiento del Nuevo Mundo, Pedro Sarmiento de Gamboa, escribió en 1572: las Indias de España eran continentes al igual que la isla Atlántica, y en consecuencia, la propia isla Atlántica, que estaba frente a Cádiz y se extendía sobre el mar que atravesamos para venir a las Indias, el mar que todos los cartógrafos llaman océano Atlántico, ya que la isla Atlántica estaba en él. Y así hoy navegamos sobre lo que antes fue tierra firme.

Cuando los invasores españoles de México supieron que los aztecas provenían de una tierra llamada Aztlán, llegaron a la convicción de que descendían de los atlantes y esto vino a reforzar el derecho de los españoles a la conquista, aunque nunca pensaron que necesitaban justificación para llevarla a cabo. La palabra “azteca” significa gentes de Az o Aztlán (los aztecas solían llamarse a sí mismos tenocha o nahua).

Si los invasores españoles del Nuevo Mundo se vieron influidos en algún sentido por el recuerdo de la Atlántida o de las Hespérides, la población india de la zona central de Sudamérica estaba convencida, por otra razón, pero relacionada con la misma mística histórica o legendaria, de que los españoles eran sus dioses civilizadores o sus héroes, que habían regresado de las tierras orientales. Tanto fue así que se vio psicológicamente incapaz de oponerles resistencia, hasta que ya fue demasiado tarde.

Durante muchos años, los toltecas, mayas y aztecas y otros grupos mesoamericanos, así como los chibcha, aymará y quechua, de Sudamérica han conservado leyendas acerca de misteriosos hombres blancos extranjeros provenientes del Este, que les enseñaron las artes de la civilización y posteriormente partieron, diciendo que volverían de nuevo. Según la tradición, Quetzalcóatl, el barbado dios blanco de los aztecas, y sus predecesores, los toltecas, habían navegado de regreso a su propio país en el mar de Oriente —Tollán-Tlapalan— después de haber fundado la civilización tolteca. Dijo que algún día habría de volver para gobernar nuevamente aquella tierra. Este mismo Quetzalcóatl, “la serpiente emplumada”, era adorado entre los mayas con el nombre de Kukulkán.Cuando los españoles llegaron a México, Moctezuma (Montezuma), el emperador azteca, al igual que muchos de sus súbditos, creían que Quetzalcóatl, o al menos sus mensajeros, habían reaparecido repentinamente. Incluso llamaban a los españoles “teules” “los dioses”, especialmente porque su llegada había sido anunciada por numerosos portentos y profecías. Debido a la más notable coincidencia, los españoles aparecieron en 1519, a finales de uno de los cincuenta y dos ciclos del calendario azteca. Uno de los aspectos de este ciclo era el relacionado con el reiterado nacimiento de Quetzalcóatl, lo que hizo pensar a los desconcertados aztecas que él o sus mensajeros habían vuelto en el aniversario de su nacimiento.

Papantzin, la hermana de Moctezuma, había tenido una visión de hombres blancos que llegaban desde el océano, que fue interpretada por Moctezuma y los sacerdotes aztecas como un presagio del prometido retorno de Quetzalcóatl. Moctezuma esperaba ya el regreso del dios cuando los españoles aparecieron frente a él. El emperador dio instrucciones a sus primeros enviados de que los recibieran con presentes “para darles la bienvenida al hogar”, a México.

Los aztecas se sorprendieron luego, al advertir que los dioses que regresaban al hogar comían “alimentos terrenales” y que mostraban una preferencia muy poco divina por las doncellas locales, a las que querían vivas y no como víctimas sacrificadas en su honor. La población indígena de México que sobrevivió a la masacre española tendría que aprender muchas más cosas aún acerca de los “dioses” en el proceso de su conquista por dos continentes.

El bien organizado imperio de los incas, en el Perú, también conservaba una profecía que se atribuía al duodécimo inca. Según contó su hijo Huáscar a los españoles, su padre había dicho que durante el reino del decimotercer inca vendrían hombres blancos desde “el sol, nuestro padre” para gobernar el Perú. (El decimotercer inca fue el hermano de Huáscar, Atahualpa, quien mientras era ahorcado por los españoles, tuvo tal vez un momento para comprender la profunda verdad que encerraba la profecía.)

En casi todos los lugares que conquistaron, los españoles se vieron ayudados por leyendas y creencias de los propios indios acerca de sus orígenes, el origen de su civilización y respecto al hecho de que los dioses volverían para reinar sobre sus tierras, procedentes del Este. En el estudio acerca de la Atlántida, las leyendas amerindias (o indoamericanas) respecto a un origen oriental son un tema constante a considerar, y que a menudo produce confusión.

Los antropólogos consideran, en general, que los indios procedían (como suelen creerlo ellos mismos) de Siberia y que pasaron al continente americano por el estrecho de Behring para descender luego hacia el Sur. Sus características raciales —pelo liso y negro, escaso vello en el rostro y el “punto mongólico” en los recién nacidos— parecen confirmar esta teoría. Entonces, ¿a qué se deben estas persistentes leyendas sobre su origen oriental y acerca de una civilización que procedía del Este, o la leyenda común sobre una gran inundación, que habitualmente están relacionadas con la destrucción o el hundimiento de una tierra situada en el Este?

Una posible explicación es que una parte de la población amerindia proceda del Este o que, por lo menos, de allí llegaron influencias culturales importantes. Tal vez por esta razón, las tribus se enorgullecían de esta asociación cultural que constituía el equivalente prehistórico del orgullo de los norteamericanos actuales respecto a sus “antepasados que llegaron en el Mayflower”.

Se han advertido algunas trazas culturales entre los amerindios del Atlántico, o que poseen antecedentes atlánticos, como por ejemplo la momificación de los cadáveres atlánticos, algunas leyendas comunes y prácticas religiosas similares a las de Europa y del antiguo mundo mediterráneo: el uso de cruces, el bautismo, la absolución de los pecados y la confesión, el ayuno, la mortificación de sí mismo y la consagración de las vírgenes al culto. Estas similitudes de sus religiones hicieron que los españoles las considerasen trampas diabólicas.

También se encuentran analogías arquitectónicas con Egipto —la construcción de pirámides y otras—, al igual que la escritura en forma de jeroglíficos. En los restos arqueológicos que se han conservado hasta ahora, estatuas y relieves, cuya época aún no ha sido definida con exactitud, representan a elementos no indios, blancos y negros, que a menudo están vestidos de una manera que recuerda el mundo mediterráneo.

Por ejemplo, las enormes cabezas de piedra que se han hallado en Tres Zapotes, cerca de Veracruz, que muestran claros rasgos negros y otras estatuas más pequeñas, correspondientes a la cultura olmeca y las representaciones mayas de estatuas y cerámica halladas en La Venta, donde aparecen hombres blancos de barba, con nariz semítica, y que usan ropas, zapatos y en ocasiones yelmos que son completamente distintos a los de los mayas. Los sellos cilindricos y los ataúdes de momias con anchas bases encontradas en Palenque, Yucatán, son también característicos de esta parte de México, más próxima al Atlántico y a la corriente ecuatorial Norte, que fluye hacia el Oeste.

Debemos observar también que los habitantes del Nuevo Mundo han estado aquí durante un largo período. La fecha de la aparición del hombre en América está siendo constantemente modificada en la historia y se sitúa actualmente entre 12.000 Y 30.000 años. Además, todas las características indígenas no corresponden a las de las razas del Norte de Asia, especialmente la nariz aguileña. Existen numerosos testimonios de los primeros conquistadores y exploradores españoles, que hablan de indios blancos y negros y de muchos matices intermedios en el color de su piel. También describen otaros amerindios de cabello castaño.

De este último tipo se han hallado algunos ejemplares al examinar momias del Perú. 
La afirmación de que todos los amerindios y su cultura provienen de Asia, constituye una simplificación excesiva. Un estudioso del tema nos ha legado un comentario muy sugestivo acerca de este supuesto tráfico en una sola dirección. Afirma que las tribus indígenas no llevaban consigo animales domésticos asiáticos, en su aparente emigración desde Asia, ya que los españoles no encontraron ninguno cuando llegaron a América, con excepción de un perro, antecesor directo del chihuahua, que es originario de México.

Al examinar los animales que existían en el continente americano en la época del descubrimiento surge la cuestión de si los indios emigrantes habrían transportado o arrastrado lobos, panteras, leopardos, ciervos, cocodrilos, monos y osos cuando atravesaron el estrecho o la que entonces era península de Behring. Si estos animales no aparecieron espontáneamente en el continente americano, ello significa, obviamente, que llegaron por sus medios, desde Europa o África, desplazándose sobre puentes terrestres, que actualmente se hallan sumergidos. Y si los animales pudieron hacerlo, ¿por qué no los indios?

La Atlántida estuvo a punto de tener de nuevo cierta influencia en la historia durante el siglo XIX, cuando Lord Gladstone, Primer ministro británico durante el reinado de la reina Victoria, trató de hacer aprobar una ley por el Parlamento en la que se destinarían fondos para la búsqueda de la Atlántida. El proyecto de ley fue derrotado por miembros del gobierno que aparentemente no compartían el entusiasmo de Lord Gladstone.

Durante el siglo XX se han formado en Europa algunas sociedades interesadas en la Atlántida (véase el capítulo 9), pero todavía no han alcanzado una importancia “histórica”. Una de ellas, llamada Principado de la Atlántida, fue organizada por un grupo de científicos daneses y llegó a contar con muchos miles de miembros. Como máxima figura representativa se escogió al príncipe Cristian de Dinamarca, con el título de Príncipe de la Atlántida.

Como era descendiente directo de Leif Ericson, marino vikingo y uno de los primeros descubridores de territorios oceánicos, la elección pareció muy acertada.

Aunque el tema de la isla-continente parece lejos de haber muerto, su influencia futura en la historia adoptará tal vez la forma de una nueva apreciación de nuestra historia y nuestros orígenes. Salvo que ocurriesen hipotéticos conflictos entre países, acerca de las tierras atlánteas emergidas, en caso de que se cumpliera la predicción de Cayce. La prehistoria del hombre es llevada cada vez más atrás a lo largo de las brumas del tiempo.

Desde la interpretación bíblica ofrecida por el obispo de Dublín, James Usher, en el siglo XVII, según la cual el mundo comenzó en el año 4004 a.C., hemos progresado hasta el punto en que ahora se cree que el hombre capaz de utilizar herramientas estuvo presente sobre la tierra desde hace varios millones de años. La arqueología está también empeñada en el proceso de revaluar los datos respecto a la primera aparición del hombre “civilizado”, que se considera en la actualidad muy anterior a lo que antes se suponía. Quedan aún muchos espacios en blanco en la historia de la Humanidad, y la Atlántida podría ser uno de ellos.
por Charles Berlitz

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