"El que profane mi cadáver en la necrópolis y rompa mi estatua en mi tumba será un hombre odiado por Ra; no podrá recibir agua en el altar de Osiris, morirá de sed en el otro mundo, y no podrá transmitir sus bienes a sus hijos".“A toda persona que entre con intenciones impuras en esta tumba, le agarraré por el cuello como a un pájaro y será juzgado por el Gran Dios”; “¡Que el cocodrilo en el agua y la serpiente en la tierra estén contra aquellos que hagan cualquier clase de mal contra esta tumba, porque yo no he hecho nada contra él y ellos serán juzgados por dios!”
La maldición de Tutankamon es una de las maldiciones más famosas. La creencia en la maldición que rodea a las momias de Egipto surgió por el respeto que sentían los árabes por la magia egipcia desde que se asentaron en el país, alrededor del siglo VII d.C. Sus interpretaciones se centraron en el acecho de los vivos por los muertos, y desde sus primeros textos advierten de la resurrección de las momias gracias a la magia, basándose en las ilustraciones de las tumbas egipcias. En las paredes de los corredores y salas de acceso a la cripta, los faraones escribían amenazas y maldiciones contra todo aquel que osara violar su eterno descanso y robara sus pertenencias. Tal vez de ahí venga la famosa leyenda de "la maldición de Tutankamon", según la cual todos los que violaron su tumba quedarían condenados a morir prematuramente y en extrañas circunstancias.
Corría el año 1922, Howard Carter, un británico residente en el Cairo, al frente de un grupo de hombres y trabajando para el Departamento de Antigüedades de Egipto, halló en el Valle de los Reyes, en Tebas, una tumba con el sello intacto. Carter se había dedicado durante largos años a buscar la tumba de Tutankamon.Consiguió el mecenazgo de un arqueólogo aficionado, el noble inglés Lord Carnavon, que facilitó con su dinero la culminación de todas sus esperanzas. El día 26 de noviembre el bloque de granito grabado con inscripciones jeroglíficas asomaba desde la arena mostrando su antigüedad de casi 3.500 años. Una puerta, a la que se llegaba tras bajar 16 escalones, separaba el remoto pasado del expectante presente. Transcurrieron dos años más hasta lograr la apertura de la última cámara, en la que se encontraba el enorme y macizo ataúd de granito del faraón. Eran tres los ataúdes que guardaba la gran urna de piedra. El interior de los dos primeros estaba revestido en madera con marquetería de oro y piedras preciosas el tercero, todo él de oro macizo, guardaba el cuerpo momificado de Tutankamon. La imponente máscara funeraria, réplica de sus facciones, también estaba trabajada en oro, con gemas incrustadas e iluminada con esmaltes. Dicen que los ocultistas de varios lugares del mundo concentraron su atención en el descubrimiento, sobre todo cuando se divulgó la existencia d una placa de arcilla con inscripciones jeroglíficas. Se trataba de una maldición que rezaba así: “Todo aquel que ose perturbar el sueño eterno del faraón será herido por las alas del pájaro de la muerte”. Quizá fue la causa de la magia empleada por los brujos de la época, o a la que siglos antes invocara el sacerdote en su maldición, pero el caso es que el descubrimiento de la tumba de Tutankamon desató una serie de extraños acontecimientos, que difícilmente se explican por la ley de las probabilidades casuales. Carnarvon jamás regresó a su patria. Sufrió de fuertes escalofríos, fiebre y sufría una ligera intoxicación de sangre. Murió el 5 de abril a los 57 años; misteriosamente se produjo un apagón de luz sin explicación técnica, al momento de su muerte. Los médicos egipcios e ingleses que atendieron al infortunado aristócrata atribuyeron la enfermedad y muerte de Carnarvon a la picadura de un insecto infectada. El calor de Egipto y la falta de higiene del campamento en el Valle de los Reyes se habrían combinado para causar una septicemia o infección generalizada. Carnarvon fue picado en la mejilla izquierda y, cuando se retiraron las vendas a la momia de Tutankamon, se descubrió que el joven rey tenía una marca exactamente en el mismo lugar...La siguiente víctima fue el arqueólogo norteamericano Arthur Mace, quien ayudó a Howard Carter a horadar el muro de la cámara funeraria y que, aunque no entró con la selecta comitiva, pudo hacerlo con mayor comodidad más tarde. Comenzó a quejarse de una sensación de fatiga y de un fuerte dolor en el pecho, perdió el conocimiento y murió sin recuperarlo. La muerte de Carnarvon llegó a los oídos de su amigo George Jay Gould, magnate del ferrocarril que vivía en Estados Unidos, quien quiso conocer la tumba que algunos llamaban asesina; murió al día siguiente con fiebre muy alta. Algo por el estilo le sucedió al industrial sudafricano Joel Woolf, quien tuvo el valor de demostrar que no le temía a los faraones. Entró a la tumba y de regreso a Londres, enfermó en el barco y murió sin llegar a Inglaterra. En 1924 le tocó el turno a Archibald Douglas Reed, técnico radiólogo, a quien su trabajo obligó a estar en íntimo contacto con la momia del faraón. Durante los siguientes cuatro años, el número de víctimas alcanzó el número de veintidós de las cuales trece habían estado presente en el momento de ser abierta la cámara real o penetraron en ella más tarde. Para 1936, 33 personas vinculadas directa o indirectamente con el descubrimiento de la tumba de Tutankamon habían muerto trágicamente. Sólo Howard Carter permaneció indemne y murió de causas naturales en 1939... pero no sin antes ser testigo de una escena aterradora. Sintiéndose muy solitario y cansado, había instalado en la tumba - donde trabajó diariamente durante 16 años - una jaulita con un canario, cuyo canto ponía algo de alegría en el sombrío ambiente. Una tarde notó que el canto se interrumpía bruscamente y, a levantar la vista, vio una cobra (la serpiente guardiana de los faraones y encarnación de la diosa Edjo) devorando a su infortunada mascota.. Treinta años más tarde, el Director de Antigüedades de Egipto, Dr. Mohammed Ibrahim, firmó un documento decididamente polémico: la autorización para que los tesoros de la tumba de Tutankamon fueran trasladados a París, donde serían exhibidos. Desde el momento en que Egipto se había independizado de Inglaterra, el gobierno había establecido un férreo control sobre las excavaciones arqueológicas y controlaba cuidadosamente que los tesoros desenterrados por equipos extranjeros no fueran retirados del país, un tardío pero bienintencionado intento de detener la depredación que condujo a buena parte de los tesoros egipcios a los museos de Europa y los Estados Unidos. El viaje de los tesoros de Tutankamon era de por sí un tema polémico. Al concluir su jornada laboral, Mohammed Ibrahim salió de su oficina en el Museo de El Cairo y al cruzar la calle fue atropellado por un camión. Murió instantáneamente. Tres años después, Richard Adamson, único sobreviviente de la expedición de Carter y Carnarvon, declaró durante un reportaje que "la maldición de la momia" no era sino "superchería barata". Su esposa murió al día siguiente, dando pié a toda clase de especulaciones. Tiempo más tarde, Adamson volvió a negar la existencia de una maldición y su hijo padeció un grave accidente, sufriendo fractura de columna. El arqueólogo se negó hasta el día de su muerte a volver a hablar del tema. Ken Parkinson, ingeniero de vuelo del avión que traslado los tesoros de Tutankamon a París, tuvo un grave ataque cardíaco al cumplirse el aniversario del viaje. Sobrevivió pero, a partir de entonces, volvió a sufrir un infarto cada año en la misma fecha. En 1978, su corazón debilitado por 11 crisis sucesivas se detuvo para siempre. Era, claro, el día del aniversario del viaje... Dos años antes, otro ataque cardíaco se había llevado a Rick Laurie, piloto de la misma nave en el fatídico viaje a París. Otros miembros de la tripulación sufrieron accidentes, enfermedades y ataques cardíacos.En 1992, se produjeron nuevas catástrofes – aunque de menor escala – asociadas con la maldición de Tutankamon. Un equipo de la BBC de Londres realizó un documental en la tumba pero la filmación fue reiteradamente interrumpida porque las luces se quemaban y los fusibles saltaban una y otra vez, la última dejando al aterrado equipo en la más absoluta oscuridad. Al regresar al hotel, 2 de los integrantes casi pierden la vida cuando el ascensor en el que viajaban cayó 21 pisos. Los más audaces decidieron llevar a cabo un ritual destinado a aplacar a los muertos, pero al terminar fueron atrapados por una tormenta de arena y sufrieron lesiones oculareAunque no existe una explicación científica para las misteriosas muertes que azotaron a los relacionados con el descubrimiento de la tumba de Tutankamon. Hay quienes aseguran que si alguien guarda tanto oro y tesoros de gran valor, pondría una especie de trampa o alarma para protegerlos. Los sacerdotes debieron echar mano de toda clase de venenos animales y vegetales cuyo poder conocían a la perfección.Un profesor de medicina y biología de la Universidad de El Cairo, el Dr. Ezzedine Taha, convocó el 3 de noviembre de 1962 a un grupo de periodistas para decirles que había resuelto el enigma de la maldición faraónica. Había caído en la cuenta de que gran parte de los arqueólogos y empleados del Museo de El Cairo sufrían trastornos respiratorios ocasionales, acompañados de fiebre. Descubrió que las inflamaciones eran producidas por cierto virus llamado Aspergillus niger, que posee extraordinarias propiedades, como poder sobrevivir a las condiciones más adversas, durante siglos y hasta milenios, en el interior de las tumbas y en el cuerpo de los faraones momificados. Sin embargo poco después de hacer estas declaraciones el Dr. Ezzedine Taha moría en extrañas circunstancias en un accidente con su automóvil...
La maldición de Tutankamon es una de las maldiciones más famosas. La creencia en la maldición que rodea a las momias de Egipto surgió por el respeto que sentían los árabes por la magia egipcia desde que se asentaron en el país, alrededor del siglo VII d.C. Sus interpretaciones se centraron en el acecho de los vivos por los muertos, y desde sus primeros textos advierten de la resurrección de las momias gracias a la magia, basándose en las ilustraciones de las tumbas egipcias. En las paredes de los corredores y salas de acceso a la cripta, los faraones escribían amenazas y maldiciones contra todo aquel que osara violar su eterno descanso y robara sus pertenencias. Tal vez de ahí venga la famosa leyenda de "la maldición de Tutankamon", según la cual todos los que violaron su tumba quedarían condenados a morir prematuramente y en extrañas circunstancias.
Corría el año 1922, Howard Carter, un británico residente en el Cairo, al frente de un grupo de hombres y trabajando para el Departamento de Antigüedades de Egipto, halló en el Valle de los Reyes, en Tebas, una tumba con el sello intacto. Carter se había dedicado durante largos años a buscar la tumba de Tutankamon.Consiguió el mecenazgo de un arqueólogo aficionado, el noble inglés Lord Carnavon, que facilitó con su dinero la culminación de todas sus esperanzas. El día 26 de noviembre el bloque de granito grabado con inscripciones jeroglíficas asomaba desde la arena mostrando su antigüedad de casi 3.500 años. Una puerta, a la que se llegaba tras bajar 16 escalones, separaba el remoto pasado del expectante presente. Transcurrieron dos años más hasta lograr la apertura de la última cámara, en la que se encontraba el enorme y macizo ataúd de granito del faraón. Eran tres los ataúdes que guardaba la gran urna de piedra. El interior de los dos primeros estaba revestido en madera con marquetería de oro y piedras preciosas el tercero, todo él de oro macizo, guardaba el cuerpo momificado de Tutankamon. La imponente máscara funeraria, réplica de sus facciones, también estaba trabajada en oro, con gemas incrustadas e iluminada con esmaltes. Dicen que los ocultistas de varios lugares del mundo concentraron su atención en el descubrimiento, sobre todo cuando se divulgó la existencia d una placa de arcilla con inscripciones jeroglíficas. Se trataba de una maldición que rezaba así: “Todo aquel que ose perturbar el sueño eterno del faraón será herido por las alas del pájaro de la muerte”. Quizá fue la causa de la magia empleada por los brujos de la época, o a la que siglos antes invocara el sacerdote en su maldición, pero el caso es que el descubrimiento de la tumba de Tutankamon desató una serie de extraños acontecimientos, que difícilmente se explican por la ley de las probabilidades casuales. Carnarvon jamás regresó a su patria. Sufrió de fuertes escalofríos, fiebre y sufría una ligera intoxicación de sangre. Murió el 5 de abril a los 57 años; misteriosamente se produjo un apagón de luz sin explicación técnica, al momento de su muerte. Los médicos egipcios e ingleses que atendieron al infortunado aristócrata atribuyeron la enfermedad y muerte de Carnarvon a la picadura de un insecto infectada. El calor de Egipto y la falta de higiene del campamento en el Valle de los Reyes se habrían combinado para causar una septicemia o infección generalizada. Carnarvon fue picado en la mejilla izquierda y, cuando se retiraron las vendas a la momia de Tutankamon, se descubrió que el joven rey tenía una marca exactamente en el mismo lugar...La siguiente víctima fue el arqueólogo norteamericano Arthur Mace, quien ayudó a Howard Carter a horadar el muro de la cámara funeraria y que, aunque no entró con la selecta comitiva, pudo hacerlo con mayor comodidad más tarde. Comenzó a quejarse de una sensación de fatiga y de un fuerte dolor en el pecho, perdió el conocimiento y murió sin recuperarlo. La muerte de Carnarvon llegó a los oídos de su amigo George Jay Gould, magnate del ferrocarril que vivía en Estados Unidos, quien quiso conocer la tumba que algunos llamaban asesina; murió al día siguiente con fiebre muy alta. Algo por el estilo le sucedió al industrial sudafricano Joel Woolf, quien tuvo el valor de demostrar que no le temía a los faraones. Entró a la tumba y de regreso a Londres, enfermó en el barco y murió sin llegar a Inglaterra. En 1924 le tocó el turno a Archibald Douglas Reed, técnico radiólogo, a quien su trabajo obligó a estar en íntimo contacto con la momia del faraón. Durante los siguientes cuatro años, el número de víctimas alcanzó el número de veintidós de las cuales trece habían estado presente en el momento de ser abierta la cámara real o penetraron en ella más tarde. Para 1936, 33 personas vinculadas directa o indirectamente con el descubrimiento de la tumba de Tutankamon habían muerto trágicamente. Sólo Howard Carter permaneció indemne y murió de causas naturales en 1939... pero no sin antes ser testigo de una escena aterradora. Sintiéndose muy solitario y cansado, había instalado en la tumba - donde trabajó diariamente durante 16 años - una jaulita con un canario, cuyo canto ponía algo de alegría en el sombrío ambiente. Una tarde notó que el canto se interrumpía bruscamente y, a levantar la vista, vio una cobra (la serpiente guardiana de los faraones y encarnación de la diosa Edjo) devorando a su infortunada mascota.. Treinta años más tarde, el Director de Antigüedades de Egipto, Dr. Mohammed Ibrahim, firmó un documento decididamente polémico: la autorización para que los tesoros de la tumba de Tutankamon fueran trasladados a París, donde serían exhibidos. Desde el momento en que Egipto se había independizado de Inglaterra, el gobierno había establecido un férreo control sobre las excavaciones arqueológicas y controlaba cuidadosamente que los tesoros desenterrados por equipos extranjeros no fueran retirados del país, un tardío pero bienintencionado intento de detener la depredación que condujo a buena parte de los tesoros egipcios a los museos de Europa y los Estados Unidos. El viaje de los tesoros de Tutankamon era de por sí un tema polémico. Al concluir su jornada laboral, Mohammed Ibrahim salió de su oficina en el Museo de El Cairo y al cruzar la calle fue atropellado por un camión. Murió instantáneamente. Tres años después, Richard Adamson, único sobreviviente de la expedición de Carter y Carnarvon, declaró durante un reportaje que "la maldición de la momia" no era sino "superchería barata". Su esposa murió al día siguiente, dando pié a toda clase de especulaciones. Tiempo más tarde, Adamson volvió a negar la existencia de una maldición y su hijo padeció un grave accidente, sufriendo fractura de columna. El arqueólogo se negó hasta el día de su muerte a volver a hablar del tema. Ken Parkinson, ingeniero de vuelo del avión que traslado los tesoros de Tutankamon a París, tuvo un grave ataque cardíaco al cumplirse el aniversario del viaje. Sobrevivió pero, a partir de entonces, volvió a sufrir un infarto cada año en la misma fecha. En 1978, su corazón debilitado por 11 crisis sucesivas se detuvo para siempre. Era, claro, el día del aniversario del viaje... Dos años antes, otro ataque cardíaco se había llevado a Rick Laurie, piloto de la misma nave en el fatídico viaje a París. Otros miembros de la tripulación sufrieron accidentes, enfermedades y ataques cardíacos.En 1992, se produjeron nuevas catástrofes – aunque de menor escala – asociadas con la maldición de Tutankamon. Un equipo de la BBC de Londres realizó un documental en la tumba pero la filmación fue reiteradamente interrumpida porque las luces se quemaban y los fusibles saltaban una y otra vez, la última dejando al aterrado equipo en la más absoluta oscuridad. Al regresar al hotel, 2 de los integrantes casi pierden la vida cuando el ascensor en el que viajaban cayó 21 pisos. Los más audaces decidieron llevar a cabo un ritual destinado a aplacar a los muertos, pero al terminar fueron atrapados por una tormenta de arena y sufrieron lesiones oculareAunque no existe una explicación científica para las misteriosas muertes que azotaron a los relacionados con el descubrimiento de la tumba de Tutankamon. Hay quienes aseguran que si alguien guarda tanto oro y tesoros de gran valor, pondría una especie de trampa o alarma para protegerlos. Los sacerdotes debieron echar mano de toda clase de venenos animales y vegetales cuyo poder conocían a la perfección.Un profesor de medicina y biología de la Universidad de El Cairo, el Dr. Ezzedine Taha, convocó el 3 de noviembre de 1962 a un grupo de periodistas para decirles que había resuelto el enigma de la maldición faraónica. Había caído en la cuenta de que gran parte de los arqueólogos y empleados del Museo de El Cairo sufrían trastornos respiratorios ocasionales, acompañados de fiebre. Descubrió que las inflamaciones eran producidas por cierto virus llamado Aspergillus niger, que posee extraordinarias propiedades, como poder sobrevivir a las condiciones más adversas, durante siglos y hasta milenios, en el interior de las tumbas y en el cuerpo de los faraones momificados. Sin embargo poco después de hacer estas declaraciones el Dr. Ezzedine Taha moría en extrañas circunstancias en un accidente con su automóvil...
Los vigilantes de las tumbas hablan en voz baja cuando les preguntan por la maldición. Saben que la magia egipcia siempre fue temible.
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