junio 10, 2012

EN BUSCA DE....LA ATLÁNTIDA...HEINRICH SCHLIEMANN..



Uno de los testi­monios más im­portantes acerca de la existencia de La Atlántida se debe a Hein­rich Schliemann (1822-1890), el célebre arqueó­logo descubridor de Troya. Un nieto de Heinrich, Paul Schlie­mann, publicó un artículo que causó cierto escándalo en los medios cien­tíficos e intelectuales de la época; y no era para menos. Su mismo título, "Cómo encontré la perdida Atlántida, fuente de toda civilización", era ya suficiente para alborotar a los arqueólogos. Contaba el autor del mismo que, días antes de morir su abuelo en Nápoles, en 1890, dejó un sobre lacrado con la siguiente ins­cripción: "Este sobre sólo podrá ser abierto por un miembro de mi familia que jure dedicar su vida a las investi­gaciones que están bosquejadas y contenidas en él." Y en una nota confidencial añadida al sobre lacra­do añadía: "Rómpase el recipiente con cabeza de lechuza. Exáminese el contenido. Concierne a La Atlánti­da. Háganse investigaciones en el este de las ruinas del templo de Sais y el cementerio del valle Chacuna." El doctor Paul Schliemann efectuó en 1906 el juramento requerido y rompió los sellos, encontrando en el interior del sobre varias fotografías y documentos. En uno de ellos leyó: "He llegado a la conclusión de que La Atlántida no era meramente un gran territorio entre América y las costas occidentales de Africa y Euro­pa, sino también la cuna de nuestra civilización. En las adjuntas compila­ciones se encontrarán las notas y explicaciones, las pruebas que de este asunto existen en mi mente." "Cuando en 1873 hice las excava­ciones en Troya -relató Heinrich Schliemann en uno de sus escri­tos- y descubrí en la segunda ciudad el famoso "Tesoro de Príamo", encontré en él un hermoso jarrón con cabeza de le­chuza y de gran tamaño. Dentro se hallaban algunas piezas de alfarería, imágenes pequeñas de metal y obje­tos de hueso fosilizado. Algunos de estos objetos y el jarrón de bronce tenían grabada una frase en caracte­res geroglíficos fenicios, que decía: "Del rey Cronos de La Atlántida". El que esto lea podrá imaginar mi emoción. Era la primera evidencia material de que existía el gran conti­nente cuyas leyendas han perdurado por todo el mundo. Guardé en secre­to este objeto, ansioso de hacerlo la base de investigaciones que creía serían de importancia mayor que el descubrimiento de cien Troyas. Pero debía terminar primero el trabajo que había emprendido, pues tenía la confianza de hallar otros objetos que procedieran directamente del perdi­do continente. En 1883, en­contré en el Louvre una co­lección de obje­tos desenterra­dos en Tiahua­naco; y entre ellos descubrí piezas de alfare­ría exactamente de la misma forma y material, y objetos de hueso fosiliza­do idénticos a los que yo había en­contrado en el jarrón de bronce del Tesoro de Príamo." "Está fuera de rango de las coinci­dencias que dos artistas hicie­ran dos jarrones, y sólo menciono uno de los objetos exactamente iguales, del mismo tamaño y con las curiosas cabezas de lechuza, colo­cadas en idéntica forma. Conseguí algunos de estos objetos de Tiahuanaco y los sometí a análisis químicos microscópicos. Estos de­mostraron, concluyentemente, que los jarrones americanos, al igual que los troyanos, habían sido he­chos con la misma arcilla peculiar; y supe más tarde que esta arcilla no existe ni en la antigua Fenicia ni en América. Analicé los objetos de me­tal, y éste no se parecía a ninguno de los que había visto. El análisis quími­co demostró que estaba hecho de platino, aluminio y cobre: una combi­nación que nunca se había encontra­do en los restos de las antiguas ciu­dades. Los objetos no son fenicios, micénicos ni americanos. La conclu­sión es que llegaron a ambos lugares desde un centro común. La inscrip­ción grabada en mis diálogos indi­caba ese centro: ¡La Atlántida!" "Una inscripción que desenterré cer­ca de la puerta de Los Leones, en Micenas, dice que Misor, de quien descendían los egipcios, era el hijo de Thot, y que Taavi era el hijo emi­grado de un sacerdote de La Atlántida, quien, habiéndose enamorado de una hija del rey Cronos, escapó y desembarcó en Egipto tras muchas aventuras, construyó el pri­mer templo de Sais y enseñó la sabi­duría de su tierra. Toda esta inscrip­ción es muy importante, y la he mantenido en secreto". Al romper el doctor Paul Schliemann uno de los enigmátcos jarrones, en­contró en su interior otra de las mo­nedas de esa extraña aleación, en la cual estaban grabadas, en fenicio antiguo, las siguientes palabras: "Emitido en el Templo de las Pare­des Transparentes". "Siguiendo las indicaciones de mi abuelo - resumió Paul Schliemann sus investigaciones- he trabajado durante seis años en Egipto, Africa y América, donde he comprobado la existencia de La Atlántida. He des­cubierto este gran continente y el he­cho de que de él surgieron, sin duda alguna, todas las civilizaciones de los tiempos prehistóricos..." En este punto del relato las noticias sobre sus descubrimien­tos se pierden.........

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