Los primeros indicios sobre estos misteriosos personajes aparecen en el Canon Real de Turín, este es un papiro en donde se recoge una lista de gobernantes del antiguo egipto y se les da el nombre por el que lo sconocemos. Manetón, un historiador egipcio, por orden de Ptolomeo II, hijo de Ptolomeo general de Alejandro Magno, reunió todo la historia de Egipto en un Libro llamado laAigyptíaka para entregárselo a su nuevo faraón. En este libro que nos han llegado muy pocas cosas, sobre todo por la destrucción de la Biblioteca de Alejandria, nos queda otra lista de similares características, a la lista de los Shensu Hor, aunque en este documento no se les llama así, no se puede dudar a que se refiere a ellos. Pues bien esto hace referencia a unos semidioses que gobernaron durante 5813 años, estos son sucesores de otros reyes, unos Dioses y otros héroes.En esta lista ponen a Horus como primero de los Shensu Hor y quien enseño a los egipcios a cultivar.
Contradiciendo las teorías académicas en donde se defiende que el término Shemsu Hor no es más que la designación dada a una serie de reyes míticos que vivieron en un pasado lejano también mítico, existe una tendencia que pretende otorgar a los seguidores de Horus un papel más importante de lo que se había pensado hasta ahora. Autores como Robert Bauval o Graham Hancock, no solamente piensan que los Shemsu Hor existieron, sino que además fueron los portadores de una sabiduría iniciática que durante siglos se mantuvo en el más absoluto de los secretos.Bauval y Hancock defienden que gracias a este selecto grupo de sabios, los antiguos egipcios pudieron erigir grandes construcciones para las que se requería una talla tal en conocimientos de tipo astronómico o matemático, que resultan imposibles de encontrar en una civilización aparentemente primitiva como lo era la egipcia del 2500 a. C., fecha en la que supuestamente se levantaron las grandes pirámides. Según estos dos autores, a la hora de edificar monumentos gigantescos como los de la meseta de Gizeh, “entre bastidores trabajaron hombres y mujeres serios e inteligentes”, sin cuya ayuda hubiera sido imposible la consecución de logros arquitectónicos de tal calibre, es decir, los Shemsu Hor.El deseo de los Seguidores de Horus, añaden Bauval y Hancock, era alcanzar la conquista de un gran proyecto cósmico que durante los siglos venideros sirviera de acicate a generaciones y generaciones de egipcios hasta su total consumación. Este proyecto no sería otro que el gigantesco plan cósmico que supone la construcción sobre el Valle del Nilo de una réplica en piedra de la constelación de Orión, grupo de estrellas que estaba identificado con el dios Osiris; precisamente la divinidad para la cual los Shemsu Hor se unieron a su señor Horus con el fin de vengar su muerte.Al parecer, este plan se consumó; no sabemos sin con éxito o no, pero lo que nadie puede dudar es que, después de la llamada Era de las Pirámides, que en la Historia de Egipto ocupa una horquilla de tiempo que más o menos se extiende desde el 2600 hasta el 2000 a. O., desaparecieron del panorama arquitectónico todas aquellas construcciones que requerían una serie de conocimientos astronómicos y matemáticos extraordinarios.Sin embargo, ninguna de estas teorías arqueoastronómicas demuestra con claridad que en esa época tan temprana existiera sobre el Valle del Nilo una civilización desarrollada, tal y como muchos han querido ver. Pero es desde este punto de vista, del mismo que ofrecen este tipo de pruebas estelares, desde donde debemos lanzar una reflexión, esbozada ya por algunos investigadores como Robert Bauval. Si no existió ninguna cultura capaz de construir grandes monumentos en el año 10000 a. O., pero muchos de éstos giran en torno a esta mítica fecha, ¿qué es lo que incitó a los antiguos egipcios a reordenar sus construcciones reflejando vínculos estelares con este momento de la antigüedad? En definitiva, ¿qué sucedió alrededor del año 10.000 a. O. para que los egipcios miles de años después, rememoraran ese momento dejando constancia de ello para la eternidad? En definitiva, desaparecieron los Shemsu Hor como herederos y legadores de un saber iniciático que había sido guardado con celo desde el alba del tiempo y que solamente fue empleado para honrar a los dioses con monumentos extraordinarios.Como en una especie de juego de locos, e tiempo y el espacio se diluyen en una extraña esencia cada vez que nos adentramos en el estudio del origen de la civilización egipcia Qué duda cabe de que, existieran o no los Shemsu Hor, una vez comprendido el papel de esta extraña clase de héroes, no habríamos hecho más que colocar una diminuta pieza del gigantesco puzzle que comprende e verdadero sentido de esta fascinante civilización.
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Contradiciendo las teorías académicas en donde se defiende que el término Shemsu Hor no es más que la designación dada a una serie de reyes míticos que vivieron en un pasado lejano también mítico, existe una tendencia que pretende otorgar a los seguidores de Horus un papel más importante de lo que se había pensado hasta ahora. Autores como Robert Bauval o Graham Hancock, no solamente piensan que los Shemsu Hor existieron, sino que además fueron los portadores de una sabiduría iniciática que durante siglos se mantuvo en el más absoluto de los secretos.Bauval y Hancock defienden que gracias a este selecto grupo de sabios, los antiguos egipcios pudieron erigir grandes construcciones para las que se requería una talla tal en conocimientos de tipo astronómico o matemático, que resultan imposibles de encontrar en una civilización aparentemente primitiva como lo era la egipcia del 2500 a. C., fecha en la que supuestamente se levantaron las grandes pirámides. Según estos dos autores, a la hora de edificar monumentos gigantescos como los de la meseta de Gizeh, “entre bastidores trabajaron hombres y mujeres serios e inteligentes”, sin cuya ayuda hubiera sido imposible la consecución de logros arquitectónicos de tal calibre, es decir, los Shemsu Hor.El deseo de los Seguidores de Horus, añaden Bauval y Hancock, era alcanzar la conquista de un gran proyecto cósmico que durante los siglos venideros sirviera de acicate a generaciones y generaciones de egipcios hasta su total consumación. Este proyecto no sería otro que el gigantesco plan cósmico que supone la construcción sobre el Valle del Nilo de una réplica en piedra de la constelación de Orión, grupo de estrellas que estaba identificado con el dios Osiris; precisamente la divinidad para la cual los Shemsu Hor se unieron a su señor Horus con el fin de vengar su muerte.Al parecer, este plan se consumó; no sabemos sin con éxito o no, pero lo que nadie puede dudar es que, después de la llamada Era de las Pirámides, que en la Historia de Egipto ocupa una horquilla de tiempo que más o menos se extiende desde el 2600 hasta el 2000 a. O., desaparecieron del panorama arquitectónico todas aquellas construcciones que requerían una serie de conocimientos astronómicos y matemáticos extraordinarios.Sin embargo, ninguna de estas teorías arqueoastronómicas demuestra con claridad que en esa época tan temprana existiera sobre el Valle del Nilo una civilización desarrollada, tal y como muchos han querido ver. Pero es desde este punto de vista, del mismo que ofrecen este tipo de pruebas estelares, desde donde debemos lanzar una reflexión, esbozada ya por algunos investigadores como Robert Bauval. Si no existió ninguna cultura capaz de construir grandes monumentos en el año 10000 a. O., pero muchos de éstos giran en torno a esta mítica fecha, ¿qué es lo que incitó a los antiguos egipcios a reordenar sus construcciones reflejando vínculos estelares con este momento de la antigüedad? En definitiva, ¿qué sucedió alrededor del año 10.000 a. O. para que los egipcios miles de años después, rememoraran ese momento dejando constancia de ello para la eternidad? En definitiva, desaparecieron los Shemsu Hor como herederos y legadores de un saber iniciático que había sido guardado con celo desde el alba del tiempo y que solamente fue empleado para honrar a los dioses con monumentos extraordinarios.Como en una especie de juego de locos, e tiempo y el espacio se diluyen en una extraña esencia cada vez que nos adentramos en el estudio del origen de la civilización egipcia Qué duda cabe de que, existieran o no los Shemsu Hor, una vez comprendido el papel de esta extraña clase de héroes, no habríamos hecho más que colocar una diminuta pieza del gigantesco puzzle que comprende e verdadero sentido de esta fascinante civilización.
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