octubre 25, 2012

LAS GUERRAS DE LA PIRÁMIDE...(3)



En la lisa y aparentemente sólida cara norte de la pirámide, una piedra giratoria se abrió para mostrar la entrada, protegida por los inmensos bloques de piedra diagonales, tal como lo describía el texto laudatorio a Ninharsag. Un pasadizo descendente recto llevaba a unas cámaras de servicio inferiores en donde Ninurta pudo ver un pozo que habían excavado los defensores buscando agua.

Pero su interés se centró en los pasadizos y cámaras superiores; allí estaban dispuestas las «piedras» mágicas -minerales y cristales, unos terrestres, otros celestiales, algunos de un aspecto que él nunca había visto. De ellos se emitía una pulsación radiante para guiar a los astronautas y también las radiaciones que defendían la estructura. 


Acompañado por el Maestro Jefe en Minerales, Ninurta inspeccionó la disposición de «piedras» e instrumentos. Se detuvo delante de cada uno de ellos y determinó su destino: ser destruido, llevárselo para ser expuesto o instalarlo como instrumento en cualquier otra parte.


Tenemos constancia de estos «destinos», y de la orden por la cual Ninurta fue detenido por las piedras, gracias al texto inscrito en las tablillas 10 a 13 del poema épico Lugal-e. Siguiendo este texto, e interpretándolo correctamente, es como se puede comprender por fin el misterio de la finalidad y la función de los muchos rasgos de la estructura interna de la pirámide. 


Tras recorrer el pasadizo ascendente, Ninurta llegó al punto en el que la imponente Gran Galería se encuentra con el pasadizo horizontal. Ninurta siguió este pasadizo en primer lugar, llegando a una gran cámara de techo amensulado. Llamada la «vulva» en el poema de Ninhursag, el eje de esta cámara se encuentra exactamente en el centro de la línea este-oeste de la pirámide.


Su emisión («una efusión que es como un león que nadie se atreve a atacar») provenía de una piedra encajada en una hornacina que se había tallado en el muro oriental (Fig. 49). Era la Piedra SHAM («Destino»). Era el corazón pulsante de la pirámide, y emitía una radiación roja que Ninurta «vio en la oscuridad».

Pero a Ninurta le pareció aberrante, pues durante la batalla, cuando él se elevaba, el «gran poder» de esta piedra se utilizó «para agarrarme y matarme, siguiendo un rastro que mata al capturarme».

Ordenó que «se retire... se ponga aparte... y que se destruya por completo».

Fig. 49 



Tras volver al punto de encuentro con la Gran Galería, Ninurta le echó un vistazo a ésta (Fig. 45).

Pero con lo ingeniosa y compleja que resultaba toda la pirámide, esta galería era sobrecogedora por lo inusual de su visión. Comparada con los pasadizos, bajos y estrechos, la Gran Galería se elevaba en lo alto (más de ocho metros y medio) en siete niveles superpuestos que iban aproximando cada vez más las paredes.

El techo también se había construido con secciones inclinadas, con un ángulo tal que no ejerciera presión sobre el segmento inferior de las imponentes paredes. Mientras que en los estrechos pasadizos «sólo brillaba una mortecina luz verde», la Gran Galería resplandecía con luces multicolores -«la bóveda es como un arcoiris, la oscuridad termina allí».

Los brillos multicolores los emitían 27 pares de diversas piedras de cristal dispuestas de modo uniforme a lo largo de ambos lados de la galería (Fig. 50 a). Estas piedras resplandecientes estaban ubicadas en unas cavidades que se habían cortado con precisión en las rampas que corren a lo largo de la galería, a ambos lados del suelo.


Firmemente sujetas en su lugar, gracias a una elaborada hornacina en la pared (Fig. 50 b), cada piedra de cristal emitía una radiación diferente, dándole al lugar su irisado efecto.

De momento, Ninurta pasó entre ellas en su camino ascendente; para él, tenía prioridad la Gran Cámara superior y su piedra pulsante.

Figura 50



Al fondo de la Gran Galería, Ninurta llegó a un gran escalón que, a través de un pasadizo bajo, llevaba a una Antecámara de singular diseño (Fig. 46).

Los tres rastrillos -«el cerrojo, la barra y el pasador» del poema sumerio- encajados a la perfección en los surcos de las paredes y el suelo, sellaban herméticamente la Gran Cámara superior:
«al enemigo no se abre; sólo a Los Que Viven, a ellos se abre».
Pero ahora, tirando de unas cuerdas, los rastrillos se elevaron, y Ninurta entró. 


Se encontraba ahora en la cámara más prohibida («sagrada») de la pirámide, desde la cual se «extendía» la «Red» (¿radar?) orientadora para «inspeccionar Cielo y Tierra». El delicado mecanismo estaba alojado en un arca de piedra tallada; situado precisamente en el eje norte-sur de la pirámide, respondía a las vibraciones con una resonancia como de campana. El corazón de la unidad de orientación era la Piedra GUG («Determinante de la Dirección»); sus emisiones, amplificadas por cinco compartimentos huecos construidos sobre la cámara, se irradiaban al exterior a través de dos canales inclinados que llevaban a las caras norte y sur de la pirámide. Ninurta ordenó que se destruyera esta piedra:

«Después, por el destino al que la había determinado Ninurta, se sacó la piedra Gug de su agujero y se destruyó aquel día».
Para asegurarse de que nadie pudiera restablecer las funciones de «Determinante de Dirección» de la pirámide, Ninurta ordenó también que se quitaran los tres rastrillos. Los primeros en ser retirados fueron la Piedra SU («Vertical») y la Piedra KA.SHUR.RA («Impresionante, Puro Que Abre»). Después, «el héroe subió a la Piedra SAG.KAL» («Piedra Sólida Que Está Enfrente»).
«Tuvo que emplear toda su fuerza» para sacarla de los surcos, cortar las cuerdas que la sostenían y que «fuera a parar al suelo».
Más tarde llegó el turno de las piedras y cristales minerales situados en la parte superior de las rampas de la Gran Galería. Mientras bajaba, Ninurta se detuvo ante cada una de ellas para declarar su destino. Si no hubiera fracturas en las tablillas de arcilla en las que está escrito el texto, tendríamos los nombres de aquellas 27 piedras; tal como están sólo se pueden leer 22 nombres.

Ninurta ordenó que varias de ellas fueran machacadas o pulverizadas; otras, que se podrían utilizar en el nuevo Centro de Control de Misiones, ordenó que se le dieran a Shamash; y el resto fue llevado a Mesopotamia para que fueran expuestas en el templo de Ninurta en Nippur y en otros lugares, como evidencia permanente de la gran victoria de los enlilitas sobre los dioses Enki. 


Ninurta dijo que todo aquello no lo estaba haciendo tan sólo por su propio bien, sino también por el de las generaciones futuras:

«Que mis descendientes no tengan temor de ti», dijo refiriéndose a la Gran Pirámide; «que se decrete la paz».
Por último, quedaba la Piedra Vértice -la piedra de la cúspide de la pirámide, la Piedra UL («Alta Como El Cielo»):
«Que la descendencia de la madre no la vea más», ordenó. Y, cuando se lanzó la piedra para que se estrellara abajo, gritó: «que todos se alejen». Y ya no hubo más «Piedras» que fueran «anatema» para Ninurta.
Después de esto, los camaradas de Ninurta le animaron a que dejara el campo de batalla y regresara a casa.
AN DIM DIM.MA, «Como a Anu Se Te Ha Hecho», le dijeron en alabanza; «La Casa Radiante donde se inicia la medición de cuerda, la Casa en la tierra que viniste a conocer, se regocija por haber entrado en ella».
Ahora, vuelve a tu casa, donde te esperan tu esposa y tu hijo:
«En la ciudad que amas, en la morada de Nippur, que encuentre descanso tu corazón... que tu corazón se aplaque».
La Segunda Guerra de la Pirámide había terminado; pero su ferocidad y sus hazañas, así como la victoria final de Ninurta en las pirámides de Gizeh, se recordarían durante mucho tiempo en las epopeyas y en las canciones y en un notable dibujo de un sello cilíndrico, en donde se ve el Pájaro Divino de Ninurta rodeado por una corona.

Fig. 51 



Y la Gran Pirámide, desnuda y vacía, y sin su piedra de la cúspide, quedó allí, en pie, como testigo mudo de la derrota de sus defensores.

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