octubre 12, 2012

LOS REINOS PERDIDOS...(4) Zecharia Sitchin


Los mayas.


Este nombre evoca el misterio, el enigma, la aventura. Una civilización que existió y desapareció, se desvaneció, aunque sus gentes quedaran. Ciudades increíbles que se abandonaron intactas, engullidas por el verde dosel de la selva; pirámides que llegan hasta el cielo, concebidas para tocar a los dioses; y monumentos, cuidadosamente esculpidos y decorados, que se expresan con artísticos jeroglíficos cuyo significado sigue perdido en su mayor parte entre las nieblas del tiempo.

El misterio de los mayas captó la imaginación y la curiosidad de los europeos desde el mismo momento en que los españoles pusieron el pie en la península de Yucatán y vieron los vestigios de sus ciudades perdidas en la selva. Era todo tan increíble; y, sin embargo, ahí estaba: pirámides escalonadas, templos con plataformas, palacios decorados, pilares de piedra grabados; y mientras contemplaban aquellos sorprendentes restos, escuchaban los relatos de los nativos acerca de monarquías, de ciudades-estado y de glorias que una vez existieron.


Uno de los sacerdotes españoles más conocidos que escribiera de Yucatán y de los mayas durante la Conquista, fray (después obispo) Diego de Landa(Relación de las cosas de Yucatán), decía que,
«existen en el Yucatán muchos edificios de gran belleza, siendo esto lo más sobresaliente de todo lo descubierto en las Indias; están todos construidos de piedra y finamente ornamentados, aunque no se ha encontrado metal en el país con que tallarla».
Con otros intereses en mente, como el de la búsqueda de riquezas y la conversión de los nativos al cristianismo, a los españoles les llevó cerca de dos siglos prestar atención a aquellas ruinas. Fue ya en 1785, cuando una comisión real inspeccionó las ruinas de Palenque, para entonces ya descubiertas. Afortunadamente, una copia del informe ilustrado de la comisión fue a parar a Londres; su posterior publicación atrajo al enigma maya a un noble rico, Lord Kingsborough.

Creyendo fervientemente que los habitantes de América Central eran descendientes de las Diez Tribus Perdidas de Israel, Kingsborough se pasó el resto de su vida, y se gastó toda su fortuna, en la exploración y descripción de los antiguos monumentos y escritos de México. Su Antiquities of México (1830-1848), junto con la Relación de Landa, se han convertido en una valiosísima fuente de información sobre el pasado maya.


Pero en la memoria popular, el honor de la publicación del descubrimiento arqueológico de la civilización maya pertenece a un norteamericano de Nueva Jersey,John L. Stephens. Designado como enviado de los Estados Unidos a la Federación Centroamericana, fue a las tierras de los mayas con su amigo Frederick Catherwood, que era un consumado dibujante. Los dos libros que escribió Stephens e ilustró Catherwood, Incidents of Travel in Central America, Chiapas and Yucatán, e Incidents of Travel in Yucatán, siguen siendo de lectura recomendada siglo y medio después de su publicación original (1841 y 1843).


Y el propio libro de Catherwood, Views of Ancient Monuments of Central America, Chiapas and Yucatán, aún suscitó con posterioridad más interés en el tema. Cuando los dibujos de Catherwood se ponen junto a las actuales fotografías, uno se sorprende al ver la minuciosidad de su trabajo (y se entristece al darse cuenta de la erosión que ha tenido lugar desde entonces). Los informes del equipo eran especialmente detallados en lo referente a los grandes sitios de Palenque, Uxmal, Chichén Itzá y Copan; estando este último, por encima de todos, asociado a Stephens pues, con el fin de investigarlo sin interferencias, le compró el lugar a su propietario local por cincuenta dólares.

En total, juntos exploraron casi cincuenta ciudades mayas; tal profusión no sólo fue más allá de todo lo imaginable, sino que también estableció más allá de toda duda que el dosel esmeralda de la selva no había ocultado unos cuantos asentamientos perdidos, sino toda una civilización perdida. Particularmente importante fue la constatación de que algunos de los símbolos y glifos grabados en los monumentos daban unas fechas, de modo que la civilización maya se podía situar en un marco temporal. Aunque la escritura jeroglífica maya sigue estando todavía por descifrar en su totalidad, los expertos han conseguido leer las inscripciones de fechas y determinar las fechas paralelas del calendario cristiano.


Podríamos haber sabido mucho más acerca de los mayas a partir de su amplia literatura -libros que se escribieron sobre un papel hecho con tres cortezas de árbol y laminado con cal blanca para crear una base para los glifos entintados. Pero estos libros, que los hubo a centenares, fueron destruidos de forma sistemática por los sacerdotes españoles -curiosamente por el mismo obispo Landa, que terminó siendo el que preservó gran parte de la información «pagana» en sus propios escritos.

Sólo quedaron tres (o cuatro, si el cuarto es auténtico) códices («libros-dibujo»). Las secciones que parecen más interesante a los expertos son las que tratan de astronomía. También hay disponibles otras dos importantes obras literarias debido a que fueron reescritas, bien de los libros de dibujos originales o bien a partir de la tradición oral, en las lenguas nativas pero utilizando escritura latina.

Una de estas obras es la compuesta por los libros de Chilam Balam, que significa los Oráculos o Pronunciamientos de Balam el sacerdote. Muchos pueblos del Yucatán tenían copias de este libro; el mejor conservado y traducido de ellos es el Libro de Chilam Balam de Chumayel. Parece ser que Balam era una especie de «Edgar Cayce» maya: los libros recogen información referente al pasado mítico y al futuro profético, sobre ritos y rituales, astrología y consejo médico.

La palabra balam significa «jaguar» en la lengua nativa, y ha provocado mucha consternación entre los expertos, pues no parece tener una relación aparente con los oráculos. Sin embargo, a nosotros nos resulta muy intrigante que en el antiguo Egipto hubiera una clase sacerdotal llamada sacerdotes Shem, que pronunciaban oráculos durante ciertas ceremonias reales, así como fórmulas secretas dirigidas a «abrir la boca» del faraón fallecido con el fin de que pudiera reunirse con los dioses en la Otra Vida, que se vestían con pieles de leopardo (Fig. 26a).

Se han encontrado representaciones mayas con sacerdotes vestidos de forma parecida (Fig. 26b); y dado que en las Américas lo lógico habría sido llevar unapiel de jaguar, en lugar de una de leopardo africano, eso explicaría el significado de «jaguar» del nombre de Balam. Una vez más, nos podríamos estar encontrando con un indicio de influencia ritual egipcia.

Pero aún nos intriga más la similitud de este nombre del sacerdote oracular maya con el del adivino Balaam, que, según la Biblia, quedó retenido por el rey de Moab durante el Éxodo para que lanzara una maldición sobre los israelitas, pero que terminó por pronunciar un oráculo favorable. ¿Es sólo una coincidencia?

Figura 26


El otro libro es el Popol Vuh, el «Libro del Consejo» del altiplano maya. Hace un relato de los orígenes divinos y humanos y de las genealogías reales; su cosmogonía y sus leyendas sobre la creación son básicamente similares a las de los pueblos nahuatlacas, indicando una fuente original común. En lo referente a los orígenes de los mayas, el Popol Vuh afirma que sus antepasados llegaron «del otro lado del mar». Landa escribió que los indígenas,
«han escuchado de sus antepasados que esta tierra fue ocupada por una raza de personas que vinieron de Oriente, a quienes Dios había liberado abriendo doce senderos a través del mar».
Estas afirmaciones concuerdan con el relato maya conocido como la leyenda de Votan. De ésta dan cuenta diversos cronistas españoles, en particular frayRamón Ordóñez y Aguiar y el obispo Núñez de la Vega. Más tarde, fue recogida de sus distintas fuentes por el sacerdote E. C. Brasseur de Bourbourg(Histoire de nations civilisées du Mexique).

La leyenda relata la llegada a Yucatán, hacia el 1000 a.C, según los cálculos de los cronistas, del «primer hombre al que Dios envió a esta región para poblar y distribuir la tierra que ahora se llama América». Su nombre era Votan (se desconoce el significado); su emblema era la Serpiente.
«Era descendiente de los Guardianes, de la raza de Can. Su lugar de origen era una tierra que se llamaba Chivim.»
Hizo cuatro viajes en total. La primera vez que desembarcó, fundó una población cerca de la costa. Después de un tiempo, avanzó tierra adentro y «en el afluente de un gran río construyó una ciudad que fue la cuna de esta civilización». Llamó a la ciudad Nachan, «que significa lugar de serpientes». En su segunda visita, inspeccionó el recién fundado país, examinando sus zonas y sus pasadizos subterráneos; se decía que uno de estos pasadizos cruzaba en línea recta una montaña cercana a Nachan. Cuando volvió a América por cuarta vez, se encontró con que entre el pueblo había surgido la discordia y la rivalidad, de manera que dividió el reino en cuatro dominios, fundando una ciudad en cada uno para que les sirviera de capital. Una de las que se menciona es Palenque; otra parece que estuvo cerca de la costa del Pacífico. Las demás se desconocen.

Núñez de la Vega estaba convencido de que la tierra de la que había llegado Votan era fronteriza con Babilonia. Ordóñez llegó a la conclusión de que Chivimera el país de los heveos, a quienes la Biblia (Génesis 10) relaciona como hijos de Canaán, primos de los egipcios. Y recientemente, Zelia Nuttal, en Papers of the Peabody Museum, de la Universidad de Harvard, indicó que la palabra maya que significa serpiente, Can, se correspondía con la hebrea, Canaan. Si es así, la leyenda maya, que dice que Votan era de la raza de Can y su símbolo era la serpiente, podría estar utilizando un juego de palabras para afirmar que Votan provenía de Canaán. Esto justificaría, ciertamente, nuestro asombro de que Nachan, «lugar de serpientes», sea virtualmente idéntico al hebreo Nachash, que significa «serpiente».


Estas leyendas fortalecen la opinión de una escuela de expertos que considera la Costa del Golfo como el lugar en donde se inició la civilización yucateca -no sólo la de los mayas, sino también la de los primitivos olmecas. Según este punto de vista, hay que otorgarle una mayor consideración a un lugar que es muy poco conocido por los visitantes, y que pertenece a los verdaderos comienzos de la cultura maya, «entre el 2000 y el 1000 a.C, si no antes», según los arqueólogos que lo excavaron, de la Universidad de Tulane y de la sociedad National Geographic.


Este sitio, llamado Dzibilchaltún, está situado cerca de la ciudad portuaria de Progreso, en la costa noroccidental de Yucatán. Las ruinas, que se extienden por una superficie de más de 50 kilómetros cuadrados, revelan que la ciudad estuvo ocupada desde los tiempos más primitivos y a lo largo de la época hispánica, habiendo sido construidos y reconstruidos sus edificios una y otra vez, y habiéndose llevado sus piedras aquí y allá tanto para construcciones hispánicas como modernas. Además de sus inmensos templos y sus pirámides, el rasgo más llamativo de la ciudad es el Gran Camino Blanco, una calzada pavimentada con piedras de caliza que discurre recta a lo largo de casi dos kilómetros y medio, siguiendo el eje este-oeste de la ciudad.


Una sucesión de importantes ciudades mayas se extiende a lo largo del extremo septentrional de Yucatán, con nombres bien conocidos no sólo para los arqueólogos, sino también para millones de visitantes: Uxmal, Izamal, Mayapán, Chichén Itzá, Tulum, por mencionar sólo los lugares más sobresalientes. Cada una de estas ciudades jugó un papel importante en la historia maya; Mayapán fue el centro de una alianza de ciudades-estado, Chichén Itzá se hizo grande gracias a los emigrantes toltecas.


Cualquiera de ellas pudo ser la capital desde la cual, según el cronista español Diego García de Palacio, un gran señor maya de Yucatán conquistara las tierras altas del sur y construyera el centro maya más meridional, el de Copan. Según García de Palacio, todo esto estaba escrito en un libro que los indígenas de Copan le habían mostrado cuando visitó aquel lugar.


A pesar de todas estas evidencias legendarias y arqueológicas, otra escuela de arqueólogos cree que la cultura maya -o, al menos, los mismos mayas- tuvo su origen en las tierras altas del sur (la actual Guatemala), extendiéndose desde allí hacia el norte. Los estudios de la lengua maya remontan sus orígenes a «una comunidad protomaya que, quizás alrededor del 2600 a.C, existió en lo que es ahora el departamento de Huehuetenango, en el noroeste de Guatemala» (D. S. MoralesThe Maya World).


Sin embargo, dondequiera que se desarrollara la civilización maya, los expertos consideran el segundo milenio a.C. como su fase «pre-clásica», y el comienzo de la fase «clásica» de máximo logro lo sitúan hacia el 200 d.C; para el 900 d.C, el reino de los mayas se extendía desde la costa del Pacífico hasta el golfo de México y el Caribe.

Durante todos aquellos siglos, los mayas construyeron multitud de ciudades cuyas pirámides, templos, palacios, plazas, estelas, esculturas, inscripciones y decoraciones abruman tanto a expertos como a visitantes por su profusión, variedad y belleza, por no hablar del monumental tamaño de su imaginativa arquitectura. Excepto unas cuantas ciudades que estuvieron amuralladas, las ciudades mayas eran en realidad centros ceremoniales abiertos, rodeados Por una población de administradores, artesanos y mercaderes, y respaldados por una extensa población rural. En estos centros, cada uno de sus soberanos iba añadiendo nuevas estructuras o ampliando las antiguas mediante la construcción de edificios más grandes sobre los previos, como añadiendo nuevas capas de piel sobre una cebolla.


Y entonces, cinco siglos antes de la llegada de los españoles, por razones desconocidas, los mayas abandonaron sus ciudades sagradas y dejaron que la selva las cubriera.

Palenque, una de las más primitivas ciudades mayas, esta situada cerca de la frontera entre México y Guatemala, y se puede llegar a ella desde la moderna ciudad de Villahermosa. En el siglo VII d.C, Palenque marcó el límite occidental de la expansión maya. Los europeos saben de su existencia desde 1773; se han descubierto las ruinas de sus templos y sus palacios, y sus ricas decoraciones de estuco y sus inscripciones jeroglíficas vienen siendo estudiadas por los arqueólogos desde la década de 1920.


Sin embargo, su fama y su atractivo descollaron tras el descubrimiento (de Alberto Ruiz-Lhuillier), en 1949, de que, en una pirámide escalonada llamada elTemplo de las Inscripciones, había una escalera secreta interior que llevaba hacia abajo. Varios años de excavaciones y de extracción de la tierra y los escombros que cubrían y ocultaban la estructura interna rindieron al fin un descubrimiento de lo más excitante: una cámara mortuoria (Fig. 27).
Figura 27

En el fondo de la sinuosa escalera, un bloque de piedra triangular enmascaraba una entrada a través de una pared lisa que aún estaba custodiada por los esqueletos de unos guerreros mayas. Al otro lado, había una cripta abovedada con murales en las paredes. Dentro, había un sarcófago de piedra, cubierto con una gran losa de piedra rectangular que pesa alrededor de 5 toneladas y tiene más de 3 metros y medio de longitud.

Cuando se quitó esta tapa de piedra, aparecieron los restos óseos de un hombre alto, engalanado aún con joyas de jade y perlas. Su rostro estaba cubierto con una máscara de mosaico de jade; un pequeño colgante de jade, con la imagen de una deidad, se encontraba entre las cuentas de lo que una vez fue un collar de jade.


El descubrimiento era sorprendente, pues hasta entonces no se había encontrado ninguna otra pirámide ni templo alguno en México que sirviera de tumba. Pero el enigma de la tumba y de su ocupante tomó mayores dimensiones por las imágenes grabadas sobre la losa de piedra: era la imagen de un maya descalzo, sentado sobre un trono emplumado o llameante, que parecía manipular unos instrumentos mecánicos dentro de una elaborada cámara (Fig. 28).


La Ancient Astronaut Society y su patrocinador, Erich von Daniken, han querido ver en esta imagen a un astronauta dentro de una nave espacial propulsada por unos llameantes reactores, y sugieren que es un extraterrestre el que se enterró aquí.
Figura 28


Los arqueólogos y otros expertos ridiculizan la idea. Las inscripciones de las paredes de este edificio funerario y las estructuras adyacentes les hacen pensar de que la persona aquí enterrada es un soberano llamado Pacal («Escudo»), que reinó en Palenque entre 615-683 d.C.

Algunos ven en la escena la representación del fallecido Pacal en el momento de ser llevado por el Dragón del Mundo Inferior al reino de los muertos; tienen en cuenta el hecho de que, en el solsticio de invierno, el Sol se pone exactamente por detrás del Templo de las Inscripciones, como símbolo añadido de la partida del rey con la puesta del Dios Sol.

Otros, inducidos por interpretaciones modificadas por el hecho de que la imagen está enmarcada por una Banda Celeste, una serie de glifos que representan los cuerpos celestes y las constelaciones zodiacales, contemplan la escena como el rey siendo llevado por la Serpiente Celeste hasta el celestial reino de los dioses. El objeto parecido a una cruz que el fallecido está enfrentando se reconoce ahora como un estilizado Árbol de la Vida, sugiriendo que el rey está siendo llevado a una vida eterna.


De hecho, se descubrió una tumba similar, conocida como Enterramiento 116, en la Gran Plaza de Tikal, a los pies de una de sus principales pirámides.

A algo más de seis metros de profundidad, se encontró el esqueleto de un hombre extraordinariamente alto. Su cuerpo estaba ubicado sobre una plataforma de sillería, engalanado con alhajas de jade, y rodeado (como en Palenque) de perlas, objetos de jade y cerámica.

También se han encontrado en diversos lugares mayas imágenes de personas llevadas en las fauces de serpientes de fuego (a las que los expertos llamanDioses Celestes), como ésta de Chichén Itzá (Fig. 29).
Figura 29

Figura 30

Teniendo en cuenta todo esto, los expertos admiten que «uno no puede evitar una comparación implícita con las criptas de los faraones egipcios. Las similitudes entre la tumba de Pacal y las de aquellos que reinaron previamente a orillas del Nilo son sorprendentes» (H. La Fay, «The Maya, Children of Time», en National Geographic Magazine).

De hecho, la escena del sarcófago de Pacal transmite la misma imagen que la de un faraón transportado por la Serpiente Alada hasta una vida eterna entre los dioses que vinieron de los cielos. El faraón, que no era un astronauta, se había convertido en uno de ellos tras su muerte; y eso, en nuestra opinión, es lo que la escena grabada sugiere acerca de Pacal.


No sólo se han descubierto tumbas en las selvas de América Central y en las regiones ecuatoriales de Sudamérica. Una y otra vez, una colina cubierta de vegetación tropical resulta ser una pirámide; y grupos de pirámides resultan ser las cúspides de una ciudad perdida. Hasta que comenzaron las excavaciones en El Mirador, un lugar de la selva a caballo entre México y Guatemala, en 1978, mostrando una importante ciudad maya de alrededor del 400 a.C, que ocupa unos 15 kilómetros cuadrados, la escuela de los inicios meridionales de los mayas (cf. S. G. MorleyThe Ancient Maya) creía que Tikal no era sólo la ciudad maya más grande, sino también la más antigua.

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