octubre 29, 2012

Los Tuareg, la legendaria reina atlante Tin Hinan, Tassili y la antigua civilización Uigur....(2)


Estos asentamientos aparecen poblados por gente de rasgos que les llevan a ser identificados con caucásicos o asiáticos, claramente diferenciados de las poblaciones koishan y bantúes. Es necesario apuntar que algunos expertos en historia oculta creen que los khokarsanosdescienden de una rama de la emigración atlante, llegada al continente africano tras el hundimiento del continente principal, en torno al 18000 a.C. Incluso un grupo de investigadores, aún más reducido, pretende conectar esta civilización con el lejano Barsoom, el planeta Marte ficticio de Edgar Rice Burroughs. En muchos de estos asentamientos, o en áreas cercanas, también aparecen poblaciones de híbridos entre simios y humanos, posiblemente alguna rama de homínidos primitivos (quizás incluso capaz de cruzarse con los humanos) llamados a veces parantropos o por el término africano, de origen desconocido, mangani. Son muchas las historias que hablan de fabulosas riquezas en oro y joyas en estas ciudades ruinosas, historias que han lanzado a más de una expedición en su busca. Pero además habrían obtenido alguna fórmula mágica o poción que les garantizaría la inmortalidad, o al menos una juventud lo bastante larga para dar esa sensación. Si este secreto pueden ser obtenidos por extranjeros o están vinculados a la propia bilogía de los descendientes de los khokarsanos es algo que no podemos saber.
Algunos investigadores defienden que los más conocidos descendientes de los khokarsanos y su antigua cultura no son los habitantes ninguna ciudad o asentamiento aislado en la jungla, sino una población bien visible y conocida del Norte de África: el misterioso pueblo norteafricano de los tuareg. Nos resulta difícil apreciar que podrían mantener los “hombres azules” de sus lejanos antepasados, teniendo en cuenta las fuertes influencias culturales, principalmente árabes, sufridas desde entonces; pero hay algo eminentemente khokarsano en la antigua leyenda de la princesa Tin Hinan, su primera reina y antepasada. El idioma khokarsano aún no ha sido descifrado completamente, por lo que parece tiene relación con las lenguas afroasiáticas. La forma escrita es sólo parcialmente legible y se basa en una escritura de tipo silábico que no parece relacionada con otras formas de escritura, sino haberse desarrollado de forma totalmente independiente. La mayor parte de la información proviene de textos grabados en una serie de placas de oro recuperadas en la región del Congo. También debemos mencionar a otros autores importantes que se han interesado en este caso como el profesor George Edward Challenger y su obra The Sahhindar Cult in Pre-Diluvian Khokarsa. Al igual que otras sociedades en su mismo estadio tecnológico, la Edad de Bronce, parece que su economía era de tipo esclavista. La agricultura debía proporcionar mucha de la alimentación básica pero sin duda el principal aporte de proteínas tenía su origen en los mares interiores que también aseguraban la comunicación comercial entre los enclaves.
En cuanto a su religión parece seguro que rendían culto a múltiples deidades, de las cuales se ha podido identificar por el nombre al menos a tres. La principal es una deidad femenina suprema y lunar llamada Kho, que es representada a menudo como una figura del tipo de Venus pero con cabeza de ave, normalmente águila pescadora o cotorra, y un dios masculino, de carácter solar, llamado Rezu o Resu, su hijo y/o esposo. El tercero sería un dios/héroe cultural llamado Sahhindar, responsable de muchas de las innovaciones tecnológicas (la agricultura, el dominio de los metales…) que permitieron a los khokarsanos pasar directamente del neolítico a la Edad del Bronce, y que algunos especulan puede tratarse de un ser humano divinizado. El enfrentamiento entre las dos deidades principales, Kho y Resu, así como su clero, parece haber sido una constante de la historia de esta civilización y quizás una de las causas de su decadencia. El mismo nombre de la ciudad de Khokarsa se cree que significa “El árbol de la colina de Kho“. Por otro lado muchas ciudades mantenían además cultos propios, en la mayoría de los casos de carácter totémico, contando muchas ciudades con un animal sagrado propio y su clero particular. Así en Xuja son especialmente adorados los papagayos, mientras que enAthne es el elefante y en Cathne es el león. Es muy posible que en su sociedad las mujeres, especialmente las sacerdotisas de la diosa Kho, ocuparan el puesto más alto de la sociedad y el gobierno, siendo los varones los responsables de los temas militares. Se cree que la monarquía khokarsiana era electiva, siendo elegido el monarca para un reinado de nueve años, tras el cual era sacrificado, lo cual servía como medida de control por parte de las sacerdotisas para evitar que un varón se volviera demasiado poderoso. Pero con el tiempo esa antigua costumbre se perdió, no así el carácter electivo de la corona.
Étnicamente nos encontramos con varios grupos claramente diferenciados. Según las placas de oro antes mencionadas, había cuatro grupos claramente diferenciados: Los khoklem (el pueblo de la diosa Kho) o “verdaderos” khokarsanos era un grupo de rasgos caucasianos, posiblemente relacionados con poblaciones nilóticas prehistoricas, grupo de etnias extendidas por el valle superior del Nilo (Sudán del Sur), Uganda, Kenya, y norte de Tanzania. Ellos fueron los fundadores de la ciudad de Khokarsa y del imperio y el grupo más numeroso. Los klemsuh(pueblo amarillo) presentarían características físicas diferenciadas similares a las poblaciones asiáticas actuales, pelo liso y oscuro, piel de tono amarillento tostado, ojos ligeramente oblicuos. En los límites de la sociedad khokarsana habitarían los bárbaros Klemqaba (pueblo de la cabra) posiblemente neandertales o híbridos neandertal-sapiens. Originalmente al norte del área culturakhokarsana, pero posteriormente asimilados, habitarían los klemsaasa, caracterizados en las placas de oro como gigantes de fenomenal estatura y temibles guerreros. Vemos pues que la teoría que identifica la Atlántida con una localización en el norte de África no es tan descabellada como podría parecer. Por ejemplo el número 376 de Historia 16 (Agosto 2007) contiene un interesante artículo de Carlos J. Moreu, que identifica la Atlántida “histórica” con la cordillera del Atlas y los territorios adyacentes. Muchas civilizaciones antiguas relacionan al herrero con el poder mágico, en la forma de  chamán siberiano o de brujo africano. Lopold Fabre, en su obra“Glosario del Poitou, de la Saintonge y del Aunis”, hace resaltar que el término popular “druida“, de origen céltico, designa a la vez al caldero y a la bruja. El caldero es denominado en ese caso “portador de druidas”. Esa cuestión del caldero evoca, naturalmente, el gran recipiente que, en el sabbat de las brujas, sirve para la preparación de las mixturas mágicas.
En cuanto al herrero, notemos que está en contacto casi directo con el fuego, elemento muy importante en la magia. Evidentemente pensamos en Áfricay podemos atribuir al continente negro el nacimiento del primer hombre. Hay numerosas leyendas muy antiguas que testimonian que es allí donde se encontraría el origen humano. Sea como sea, África ha jugado un gran papel en la historia de la Magia y de todas las cuestiones ocultas. Raimundo Lulioy Paracelso, así como Clemente de Alejandría y muchos Padres de la Iglesia, fueron a África a buscar su enseñanza más elevada. Algunos pretenden que son los Faraones quienes han legado su ciencia esotérica, aunque más bien debe tratarse de los Iniciadosanteriores a la época que traza la historia del Antiguo Egipto. Pero no es imposible que, al contrario, las grandes lecciones Iniciáticas provinieran justamente de las poblaciones negras que otras veces habían alcanzado un alto grado de conocimiento. Se podría citar también el caso de la Atlántida, que explicaría muchas cosas. Pero, ya los Tuareg, esos caballeros del desierto, guardan un gran misterio con sus tradiciones, las cuales no guardan ninguna analogía con las de otras tribus de la Tierra. Según Scott Corrales, en su obra “Desierto Ignoto“, en que me he basado en gran parte para una parte del artículo, nos dice que una visita casual a cualquier librería de ocasión nos descubrirá vetustos tomos que describen, en su mayor parte, los encuentros de héroes contra seres demoníacos o terribles bestias. Edgar Rice Burroughs envió a su famoso “Tarzán” al legendario reino africano de Opar , mientras que Henry Rider Haggard dejaba a su protagonista,Allan Quartermain, a merced de “Ella, La Que Debe Ser Obedecida” en la ciudad perdida de Kor. Más de una generación de lectores del mundo ha leído textos repletos de ciudades perdidas y restos de civilizaciones perdidas.
Pero nos queda la interrogante de los “reinos perdidos”. ¿Acaso existieron alguna vez? Y de ser así, ¿qué habrá sido de ellos? ¿Nos sería posible dar con los restos de poderosos reyes y reinas, grandes héroes y villanos, bajo las arenas de los desiertos de Sahara, o del Gobi, o hasta del Mojave? Según Heródoto, al describir a Garama, la ciudad bajo las arenas, nos dice: “Allí vivieron hombres llamados garamantes, una gran nación que siembra en la tierra lo que han puesto en la piedra…estos garamantes se desplazan en sus cuadrigas, persiguiendo a los etíopes”.  En el cenit de su poderío, Roma controlaba casi toda Europa al este y al sur del Rin y el Danubio,  Dacia, Asia Menor, el Levante  y el norte de África desde Marruecos hasta Egipto. Más allá de estas fronteras sólo merodeaban tribus bárbaras, pequeños reinos e imperios hostiles, como lospartos. La provincia romana de África, granero del imperio y cuna de poetas, filósofos y emperadores, se extendía mucho más hacia el interior del Sahara de lo que muestran los libros de historia, poniéndola en contacto con las tribus nómadas del desierto y el reino de losgaramantes. Tal parecería que los inquietos fantasmas de los garamantes lucharon mucho por darse a conocer al hombre actual. En 1914, el arqueólogo italiano Salvator Aurigemma se topó con un fascinante mosaico de la era romana en la aldea de Zliten, al sur del antiguo puerto deLeptis Magna, en la actual Libia. El mosaico representaba una joven devorada por un leopardo mientras que dos víctimas más aguardaban la misma suerte. Estas víctimas de sacrificios se distinguían por sus narices aguileñas, pelo lacio y barbas que les identificaban como garamantes. Casi 20 años más tarde, el francés Pierre Belair descubriría la increíble cantidad de 100.000 tumbas en las cercanías de la olvidada capital de los garamantes.
Conocida por su designación actual de Germa, la antigua ciudad de Garama se encuentra en la región de Libia moderna denominada Fezzán, una versión arabizada de “Fazania”, el nombre que concedieron los antiguos a dicha región. El reino de los garamantes era, según Heródoto, “un reino más grande que Europa” defendido por guerreros “que perseguían a los trogloditas etíopes” en sus carrozas por pura diversión. Las imágenes de estos vehículos han sobrevivido el paso de los siglos en los muros de piedra y desfiladeros de la región, especialmente en Djebel Zenkekra, donde pueden hallarse otras figuras que se remontan a una antigüedad de siete mil años, a pesar de que el Sahara se hacía cada vez menos apto para la vida humana y animal. Losgaramantes y sus cuadrigas corresponden a la época señalada entre el 1250 y el 1000 a. de C.; algunos estudiosos los han querido identificar con los “pueblos del mar” que asediaron a Egipto desde el Mediterráneo oriental. Al ver fracasados sus planes por controlar la cuna de los faraones, esta cultura guerrera bien pudo haberse asentado en Fazania, al oeste de Egipto. También se hace mención de los garamantes en un texto sumamente curioso del siglo XVI titulado Reloj de Príncipes y escrito por el cronista Antonio de Guevara (1480-1525). El vigésimo segundo capítulo de la citada obra ostenta el título: “De cómo el gran Alejandro, tras la derrota del rey Darío en Asia, pasó a conquistar la Gran India y lo que fue de los garamantes”. Guevara coloca sorprendentemente a los caballeros garamantes no en África sino en “las montañas Ripeas” de la India, diciendo que “este pueblo bárbaro conocido como los garamantes” jamás había sido conquistado por los persas, medos ni romanos debido a su gran pobreza y la falta de recompensa material para los conquistadores. Pero Alejandro Magno, reconocido entre todos los conquistadores por su gran curiosidad innata, les envió una embajada para exigir tributo.
Guevara, citando el De antiguitatibus grecorum de Lucio Bosco, agrega que los garamantes “todos tienen casas iguales, y que todos los hombres llevaban la misma clase de ropa, y que ningún hombre era más rico que sus vecinos”. ¿Era tan grande el reino de los garamantes como lo pintaba Heródoto? Si retrocedemos hasta la época neolítica, en que nacieron las culturas de los pueblos del Sahara, nos encontramos con un cuadro todavía más favorable. Todo el norte de Africa estaba poblado de enormes rebaños de animales, cubierto de árboles y plantas esteparias y dominado por hombres de tez clara, cazadores, pescadores y dibujantes, que nos han legado infinidad de monumentos de cultura. Heinrich Barth descubrió ya unas curiosas tumbas gigantescas de piedra, que había encontrado en medio del desierto. Los investigadores franceses Henri Lhote y M.Dalloni descubrieron columnas, pirámides y grabados rupestres situados en los más diversos lugares del norte de Africa. Los alemanes Leo Frobenius, Hugo Obermaier y Hansjoachim von der Esch, examinaron en los macizos de Hoggar y Tibesti gran número de representaciones humanas y zoomórficas, de un realismo francamente impresionante. Finalmente, el egipcio Hassanein Bey y el húngaro L.E.Almasy reunieron una tal cantidad de testimonios de la cultura de los primitivos habitantes del Sahara, que algunos sabios, llevados por el entusiasmo, llegaron a situar en el norte de Africa la cuna de la humanidad. El incansable Henri Lhote, mejor conocido por su investigación de los pictogramas de Tasili, logró hallar representaciones de las cuadrigas de guerras de los garamantes en el macizo de Hoggar, casi mil quinientos kilómetros de distancia de Fazania. En el verano del 2000, un grupo arqueológico interdisciplinario de las universidades británicas de Reading, Newcastle y Leiscester confirmó la existencia de un canal de irrigación de más de tres mil millas de extensión conectado a depósitos subterráneos de agua. Con esto se confirmó el hecho de que los garamanteshabían controlado un imperio de más de setenta mil millas cuadradas con tres ciudades principales (las actuales Germa, Zinchechra y Saniat Gebril) y media docena de asentamientos menores.
La red de canales de irrigación permitió un aumento en la producción alimenticia y el mantenimiento de una población no trashumante de cincuenta mil personas. Los hallazgos también conllevaron una revisión de los cronogramas existentes: los primeros pueblos aparecieron cerca del 500 a. de .C y los garamantes llegaron a convertirse en una entidad política alrededor del 100 a. de C., y desaparecieron alrededor del 750 d.C. con la llegada de los conquistadores islámicos. El periódico británico The Independent pone las siguientes palabras en boca del profesor David Mattingly, director de la expedición: “Nuestra investigación ha sacado a la luz que, gracias al ingenio humano y contra todas las posibilidades, los habitantes del desierto más grande del mundo pudieron crear una civilización próspera y exitosa en uno de los parajes más áridos y calientes del mundo. Los romanos consideraban a los garamantes como meros salvajes, pero la nueva evidencia arqueológica ha puesto al relieve que eran granjeros ingeniosos, ingenieros diestros y comerciantes emprendedores que llegaron a producir una civilización digna de tomar en cuenta”. Es posible que Mattingly se haya estado refiriendo a la ciudadela de Aghram Nadarif (“ciudad de la sal” en el idioma de los beréberes), con dimensiones de 460 pies por 160 pies, rematada con impresionantes torres sobre sus muros. Se ha sugerido la posibilidad de que este puesto de avanzada haya sido un punto de trasbordo para los cargamentos de sal provenientes del Mediterráneo que iban de camino al África meridional a cambio de oro, marfil y animales exóticos a ser inmolados por los gladiadores de Roma.
Tras la conquista del Fezzán por los ejércitos triunfantes del califato omeya, los garamantes y su cultura desaparecen para siempre de la historia. Algunos historiadores han considerado que losgaramantes han sido los antepasados de la misteriosa raza de nómadas con velo conocidos como los tuareg, y que no guardan ningún parecido físico con las demás tribus beréberes, que parecen haber llegado desde el Sahara profundo tras la desintegración del imperio romano en el siglo V. Sin embargo, hay otras tradiciones que nos indican que estos habitantes del desierto tienen un origen más antiguo aún. En su libro The Ancient Atlantic (Amherst Press, 1969), L. Taylor Hansen incluyó un relato meramente anecdótico que enlazaba las tribus tuareg del Sahara con una tradición secreta que se remontaba muy posiblemente al reino perdido de losgaramantes. Citando un encuentro fortuito con un hombre de raza árabe en la capital mexicana, Hansen detalla la existencia de una tribu de “mujeres guerreras” que supuestamente existiría aún en el Sahara y que lucen con orgullo las dagas de brazo y espadines que se utilizaron en la antigüedad, así como escudos y un arma parecido a un tridente que representa “los tres picos del Hoggar”, Bajo las tierras de esta tribu existirían galerías subterráneas repletas de petroglifos parecidos a los de Tassili, representando uros y otros animales prehistóricos. El extraño interlocutor de Hansen le informó que los tuareg creían que su pueblo había venido del mar, y que el nombre que se daban a sí mismos significaba “pueblo del mar”. Por dudoso que pueda resultarnos el concepto de las amazonas africanas, tenemos el testimonio de otro gran aventurero: el conde Byron de Prorok, un Indiana Jones de carne y hueso,  cuyas exploraciones en tres continentes les concedieron fama mundial hace cierto tiempo. Prorok pudo convivir con los tuareg por algún tiempo durante su expedición al macizo de Hoggar, y sus indagaciones revelaron que el verdadero poder lo ostentan las mujeres de esta misteriosa tribu, a pesar de no tratarse de un matriarcado. Su reina elige al rey, denominado amenokhal akhamouk, con el que compartirá el mando. De Prorok también fue entre los primeros en escribir sobre los hartani, la casta de esclavos al servicio de los tuareg.
Hansen obtuvo más detalles sobre las galerías subterráneas. Supuestamente seguían estando ocupadas por los tuaregs modernos. También le dijeron que un explorador europeo que participaba en un relevamiento del macizo de Hoggar quedó sorprendido al encontrar una abertura tosca entre las piedras, pero cuyo acceso se dificultaba debido a la sorprendente presencia de barras metálicas verticales. Mirando hacia abajo, el explorador se dio cuenta de que se trataba de alguna especie de respiradero. Temiendo alertar a los tuareg de su presencia se abstuvo de arrojar una piedra por el agujero para determinar la profundidad del tiro. El relato comenzó a adquirir matices dignos de un relato de Rider-Haggard cuando el extraño le dijo que bajo kilómetros de galerías subterráneas, iluminadas tan solo por la luz de las antorchas, había “un precioso lago artificial” alrededor del cual se conservan los antiguos escritos de los ancestros de los Tuareg, que supuestamente se remontan hasta el Diluvio. Los escritos del conde De Prorok también hacen mención a un lago subterráneo cuyas paredes de piedra estaban cubiertas por inscripciones y dibujos de elefantes, búfalos, antílopes y avestruces. Somos absolutamente libres de aceptar o rechazar la narración de L. Taylor Hansen sobre los tuareg y las construcciones de sus ancestros, pero un detalle de su conversación con el forastero es sumamente intrigante: el hombre mencionó que los tuareg remontan sus orígenes al antiguo héroe griego Heracles, mejor conocido bajo su apelación latina de Hércules.
El escritor francés Louis Charpentier propone en su obra clásica Les Geants et les Mystéres de Sont Origines (París: Robert Laffont, 1968) que el personaje de Heracles no se refiere a un sólo héroe de facultades sobrehumanas, sino que se trata de un nombre que guarda un significado parecido a “paladín” o “campeón”. El Heracles relacionado con el norte de África y con el Sahara en particular habría sido el que recibió la misión de liquidar al gigante Anteo y la tarea de procurar las manzanas doradas de las Hespérides. El poderoso Anteo, dice Charpentier, había desposado a Tingis, la hija de Atlas, curiosamente nombres que aparecen en la geografía norafricana, y gobernó un reino que rodeaba el Tritón, un mar interior que ocupó el norte del Sahara y cuyo nombre existía aún en la época romana. Sobrevive hoy como el desierto saladoChott al-Djerid, donde se rodó la primera entrega de La guerra de las galaxias en 1976). Para respaldar su argumento, Charpentier señala la existencia del mausoleo de Anteo, en Charf, una colina situada al sur de la moderna Tanger, donde los legionarios romanos emprendieron excavaciones que tuvieron por resultado el hallazgo de una osamenta de gran antigüedad. ¿Llevarían los tuareg en sus venas la sangre de tan ilustre linaje, que incluiría entre sus ancestros a una de las figuras míticas mejor conocidas de la historia? En el oasis de Abelessa, a corta distancia de Tamanrasset, uno de los sitios mejor conocidos del Sahara gracias al Rally París-Dakar, podemos hallar otro de los misterios del desierto: la demolida fortaleza de Tin Hinan, cuya arquitectura no se asemeja en nada a la de las estructuras erigidas por los habitantes del desierto. Los arqueólogos aún no han podido identificar a los arquitectos de esta desértica urbe. Pero, en 1926, un equipo de arqueólogos logró dar con una cámara rectangular cubierta de tierra que a su vez ocultaba seis losas de grandes dimensiones. Bajo toda esta piedra se hallaban los restos de Tin Hinan, la legendaria reina considerada por los tuareg como su progenitora.
James Wellard, autor de The Great Sahara, atribuye al Dr. LeBlanc, de la facultad de medicina de la Universidad de Algiers, la descripción de los restos mortales de la reina: “Se trataría de una mujer de raza blanca…la conformación de su osamenta recuerda poderosamente al tipo egipcio que puede verse en los monumentos faraónicos, caracterizada por buena estatura y esbeltez, anchura de los hombros, pelvis reducida y piernas delgadas”. Esta opinión forense desató toda suerte de especulaciones sobre el posible origen de Tin Hinan. ¿Eran sus restos, de hecho, los de Antínea, la legendaria supuesta última reina de la Atlántida?  Volviendo a la obra del conde De Prorok, este también consideraba haberse topado con los restos de la Atlántida en los desiertos africanos, admitiendolo sin ambages en su obra Dead Men Do Tell Tales (los muertos sí hablan), publicada en 1942. En la región de Moudir, el hombre de acción encontró “grandes precipicios que forman un muro de roca viva, considerada por los tuareg como la fortaleza de las amazonas, gobernadas por una reina blanca…”. Los historiadores más conservadores prefieren pensar que la fortaleza de Tin Hinan pudo haber sido una guarnición romana, tal vez un deposito de aduana o almacén que custodiaba las rutas comerciales trans-saharianas.

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