Aunque siempre se mantuvieron ciertos contactos comerciales, la desertización de Sahara aisló el norte mediterráneo de los pueblos negros del sur, lo que tuvo consecuencias muy negativas para el desarrollo de África. Los pueblos neolíticos que lo habitaban en las épocas húmedas se dispersaron de una forma similar a como se hallan en la actualidad. En la antigüedad, los bereberes, conocidos como «libios» por griegos y romanos, se extendían entre Egipto y Marruecos. Los tuareg fueron posiblemente los garamantes descritos por Heródoto: «Estos garamantes cazan con sus cuadrigas a los etíopes trogloditas». Estos etíopes de piel negra serían los tubu, instalados en el macizo del Tibesti, el Sahara oriental, desde el tercer milenio a. C. y que habían permanecido en su tierra original. Con la invasión árabe, entre los siglos VII y XI, se produjo la fragmentación de las sociedades bereberes. En el área atlántica del Sahara se instalaron los antepasados de los actuales habitantes del Norte de África, llamados así al haber sido culturalmente arabizados, perdiendo incluso su lengua. En los macizos centrales del desierto, Hoggar, Adrar de los Ifora y Ayr, se refugiaron los tuareg, que habían permanecido fieles a sus dialectos originales, conservándose, grabados en las rocas, muestras de su antigua escritura, el tifinagh. En sus nuevos territorios se formaron las tribus que encontraron los europeos cuando llegaron al Sahara en el siglo XIX: Kel Ahaggar, Kel Adagh o Kel Iforas, Kel Tademekket, lullemmeden y Kel Ayr, compuestas a su vez por diversas subtribus. La cultura de estos dominadores del desierto cristalizó en esos siglos de migración y asentamiento, pues los tuareg sometieron a la esclavitud a las poblaciones originales, naciendo el sistema de castas, nobles y vasallos, que ha mantenido su sistema económico, favorecido por el aislamiento, inalterado durante mil años.
Los historiadores árabes consideraron el sur de Marruecos como el centro de dispersión de los tuareg, con polos secundarios en el Fezzán, la Cirenaica y el este de Libia. Ello concuerda con las leyendas que ellos mismos tienen respecto al origen de sus antepasados. Así, los Kel Ahaggarrefieren la historia de una mujer de noble cuna, Tin Hinan, nacida en Tifilalt, en el sudeste de Marruecos, que llegó al oasis de Abalessa, situado cerca de Tamanraset, cabalgando un camello blanco. La acompañaba su sirvienta Takama, y las dos eran fervientes musulmanas. Los Kel Ghala, la tribu dominante en el Hoggar, y los Taitoq se consideran descendientes de esas dos mujeres, que fueron enterradas en las proximidades de Abalessa. En las ruinas correspondientes al lugar de la tradición se hallan unas cuantas sepulturas, en una de las cuales arqueólogos franceses han excavado los restos de dos mujeres de raza blanca. El nombre tuareg les fue dado por los árabes, que antes de su conversión al Islam los consideraban “abandonados de Dios“. El nombre local que se dan a sí mismos depende de la tribu, pero todos se consideran participantes de una misma forma de vivir, de compartir los mismos valores y de expresarse en la misma lengua, el tamasheq; entonces utilizan la noción de temust, designando el término akal—de donde deriva el término kel que designa a las tribus del territorio del grupo. Además de establecer su estructura social y su economía característica, la ocupación por los tuareg de los territorios saharianos y del Sahel alteró su aspecto físico original, blanco de tipo mediterráneo. La captura de enemigos de piel negra, agricultores sedentarios, que se incorporaban al grupo en calidad de esclavos para cuidar del ganado y realizar los oficios serviles, ha oscurecido su piel y alterado sus rasgos, considerándose hoy tuareg a muchos individuos de indiscutible origen subsahariano. Sin embargo, las clases aristocráticas conservan en gran medida sus características mediterráneas.
Dominadores del desierto y de los macizos rocosos, los tuareg son, sin embargo, conscientes de no ser los primeros habitantes de su país. Los cementerios y las tumbas individuales, situados en las mesetas y en las terrazas de los valles, las pinturas sobre las paredes rocosas, las puntas de flecha que salpican el suelo de los viejos talleres, son el recuerdo permanente de los “hombres antiguos“, Kel Iru, también llamados ijjabaren. En los troncos de los árboles fosilizados se ven los esqueletos de los ijjabaren muertos en combate, señalando sobre la superficie de la madera las heridas que les causaron la muerte. Estos Kel Iru eran de estatura gigantesca y cavaban en busca de agua con las manos desnudas, formando los puñados de tierra que extraían las dunas del desierto. Los tuareg vuelven a excavar los pozos antiguos, que son para ellos una garantía de encontrar agua. La historia de los tuareg, los pueblos del velo, debe ser rastreada, en el contexto de la historia del norte de África, en los textos de los cronistas árabes. Las informaciones directamente referidas a ellos son escasas, estando enmascaradas a menudo por la diversidad de nombres que formaban el conglomerado de pueblos bereberes que ocupaba este espacio inmenso y que llevaban un estilo de vida de pastores nómada, similar al de los tuareg. Al sur del desierto del Sahara se extiende el Sahel, una sabana hoy también en proceso de desertización. En su parte occidental está regada por el río Níger, de crecidas irregulares, aunque en el pasado eran suficientes para hacer del Sahel una abundante reserva de cereales.
En todas las leyendas hay siempre una parte de verdad. Aidinan o la montaña del diablo, en las proximidades de la ciudad de Ghat (Libia) era un territorio sagrado para los tuaregs. Aquel promontorio que tenía a la vista, de unos 800 metros de altitud, negro y calcinado en mitad del desierto libio era el refugio de los yenún. Ningún tuareg aceptaría adentrarse en aquella masa de rocas peladas y pasar una sola noche en el lugar. Hay muchas historias que circulan desde antiguo sobre estas montañas del diablo. Se habla dela maldad de los yenún, unos seres sobrenaturales e invisibles muchas veces, que se comportan de forma extraña y que, según la leyenda, tiene pies de cabra. Dios -dicen los tuaregs- empezó la creación del mundo en domingo. Pero el viernes por la tarde, poco antes de la oración, se encontraba creando a un yin (singular de yenún). Por eso lo dejó sin terminar. Por eso los pies no son humanos. Desde entonces, los yenún o diablos llenan la Tierra y procuran toda suerte de males al hombre. Es su venganza. Aparentemente, la historia de los seres con patas de cabra parece una simple leyenda. Pero esas mismas historias que cuentan los tuaregs en los perdidos desiertos del norte de África son muy parecidas a las que se pueden escuchar en Europa y Estados Unidos, referidas a demonios y extraños chivos. También se habla de luces que se ven descender sobre la montaña del diablo. Son rapidísimas, se aproximan a los campamentos y siguen a los vehículos que se aventuran en el desierto durante la noche. Después regresan a las estrellas. Las descripciones de dichas luces se parecen a las descripciones del fenómeno ovni. Según dicen los tuaregs, de esas luces saltan al suelo los yenún y atacan al ganado. Muchas veces aparecen muertos, sin sangre y con extrañas heridas en la cabeza. En cierta ocasión, una mujer nómada, que se trasladaba con sus hijos y ganado desde Ghat a Tin Alkoum fue interceptada por losyenún. Eran criaturas parecidas a niños, con vestiduras brillantes. La beduina y su prole cubrieron la distancia, de alrededor de 75 kilómetros, en menos de una hora, algo impensable cuando se viaja a pie. La mujer no supo explicar cómo había llegado. Al poco enloqueció. Y otro tanto le sucedió a un tuareg de Al Awaynat, al norte de la ciudad de Ghat. Aquel hombre, que se dirigía a caballo por el desierto, fue arrebatado por los yenún. Apareció en Germa, a 350 kilómetros del punto donde fue secuestrado. El caballo presentaba quemaduras en el cuello y pecho y murió a los pocos días. Pero quizá la criatura más temida entre los tuaregs es un yin al que llaman soul (alma) un ser con cuerpo de serpiente y cabeza humana, como los nagas de la India,que desciende a tierra durante las lluvias y que bebe la sangre de hombres y animales.
Los yenún han sido plasmados en grabados y pinturas rupestres, como en Matkhendus, Libia. Existen lugares en el mundo que por las condiciones extremas que en ellos se dan, parecen exentos de todo el encanto y misterio. Pero con el Sahara esto no sucede. En otro tiempo, hace unos ocho mil años, lo que hoy es el desierto más grande del mundo, fue una zona fértil, donde se cultivaba. Los agricultores abandonaron sus tierras a medida que el territorio se fue volviendo más seco y apareció el fenómeno de la desertización. Pero el Sahara es mucho más que una referencia geográfica, es una historia milenaria cargada de leyendas, mitos, de inexplicables vestigios de civilizaciones también inexplicables y de misteriosos orígenes. Uno de los mayores espectáculos que puede contemplarse es adentrarse en las dunas del desierto para observar la puesta de Sol. Es sorprendente comprobar cómo la aparente ausencia de vida puede crear un cuadro tan maravilloso. Un proverbio Tuareg dice: “Con el desierto ante ti, no digas qué silencio, di, no oigo”. El desierto del Sahara, el más extenso del mundo, con sus más de 9 millones de kilómetros cuadrados se extiende desde las cordilleras del Atlas al Norte, hasta el Sudán al Sur, y desde Egipto al Este, hasta el Océano Atlántico al Oeste. Este desierto ocupa los territorios de Argelia, Túnez, Marruecos. También los de la República del Sáhara Occidental, Mauritania, Níger. Además se adentra en los territorios de Libia, Egipto y Chad. El Sahara es un lugar difícil para cualquier tipo de investigación arqueológica o científica. Hoy en día en el desierto de Sahara, un calor sofocante va seguido a veces de un frío intenso. Se desatan vientos muy violentos cargados de polvo y arena, seguidos por largos períodos de calma absoluta. En el gran desierto, se hallan los lugares más calurosos de la tierra, con temperaturas entre 56 y 76 grados centígrados a la sombra, pero en la noche se enfría con rapidez, lo que provoca una muy marcada amplitud térmica. La humedad relativa suele ser inferior al 10% y en algunos lugares llueve una vez cada 10 años. Sólo hay registro de que haya nevado una vez en el Sahara y fue el 18 de febrero de 1979, en el sur de Argelia, a mitad de la noche.
A pesar de sus condiciones extremas y de las dificultades que representan para la investigación arqueológica, el desierto de Sahara ha develado ya algunos de sus misterios. Sahara, es una palabra de origen bereber que significa “tierra dura” y bereber es el nombre que reciben la lengua y algunos pueblos no árabes que habitan grandes zonas del norte de África. A lo largo de los siglos, los bereberes se han mezclado con numerosos grupos étnicos, sobre todo árabes; por ello, actualmente se les distingue más por los rasgos lingüísticos que por los raciales. La enigmática y misteriosa Meseta de Tassili, en el sudeste argelino, es un área montañosa en pleno desierto. Su punto más alto es Adrar Afao, con 2158 metros de altura. La ciudad más cercana es Djanet, situada a 10 kilómetros al sudoeste. Gran parte de Tassili está protegida, tanto por su interés natural, debido a los bosques de cipreses del desierto, como por su interés arqueológico. Está catalogada como Parque Nacional, Reserva de la Biosfera y Bien Natural y Cultural del Patrimonio Mundial de la Humanidad. En la Meseta de Tassili, debido a su altitud y a la capacidad de retención de agua de la arenisca, la vegetación difiere de forma significativa de la del desierto circundante. Entre las especies que cubren la superficie arbolada, existen dos especies endémicas y amenazadas, el ciprés y el mirto del Sahara. El nombre bereber de este monumento natural viene a significar algo así como “meseta de los ríos“, lo que da idea de que en un tiempo remoto, el clima de la región era bastante más húmedos que en la actualidad. Tassili n’Ajjer es el nombre árabe de la meseta del sureste de Argelia, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1982 por la UNESCO. La zona, que se caracteriza por paisajes escarpados de gran belleza, es rica en pinturas rupestres, con imágenes que varían desde toscos dibujos a sofisticadas pinturas. Los temas incluyen, animales, como elefantes y jirafas, que en la actualidad solo habitan y se pueden ver en las regiones de la sabana africana y parece que en tiempos remotos también habitaron allí. Entre los temas de las pinturas rupestres hay cazadores y pastores con animales domésticos. Algunos expertos creen que las pinturas, cuya datación es muy difícil precisar, representan escenas de la historia del desierto del Sahara de los años 6000 al 1000 antes de Cristo, aproximadamente, cuando la región tenía un clima más húmedo del que tiene actualmente.
Con más de 15 000 muestras de pintura y grabado rupestre, ésta región es sin duda alguna, una de las más importantes y ricas en manifestaciones artísticas procedentes del Neolítico. Estas pinturas nos dan una fiel idea de la evolución de la fauna y de las costumbres humanas en esta región desde hace más de 8000 años, hasta las primeras centurias de nuestra era. En 1933 fue dada a conocer al mundo la existencia de miles de pinturas en la zona, datadas de entre diez mil y 4 mil años. Representan escenas muy reales de la vida cotidiana así como abundantes representaciones de la fauna existente en esa actualmente árida zona, cuando lo que más tarde sería el desierto del Sahara, era todavía un vergel. Junto con las escenas cotidianas de las pinturas rupestres, con músicos, danzarines, se entremezclan otros seres de aspecto realmente extraño y totalmente diferenciado del resto de los personajes que aparecen en las imágenes, en actitudes igualmente extrañas. Y es aquí cuando empieza la polémica. Numerosos seres con ”cabezas redondas” y “voladores” se entremezclan con los nativos, perfectamente reconocibles, o sobrevuelan entre animales. entre ellos se destaca un misterioso ser, bautizado por el científico Henri Lhote, como “El Gran Dios Marciano”, de unos seis metros de altura, con un solo ojo y extraños ropajes. También es remarcable una escena que se conoce como “El Rapto”, donde un “cabeza redonda” conduce a cuatro mujeres hacia un extraño objeto circular. Cualquier cosa que se diga respecto a estas pinturas puede sonar a especulación. Sin embargo, esta zona del mundo sigue siendo un misterio para los investigadores históricos, sobre todo la etapa en que se supone que fueron realizadas las pinturas del Tassili. El Sahara ha dado y sigue dando sorpresas. Pero no está de más recordar que gran parte de la obra del antiguo Egipto sigue enterrada entre las ardientes arenas del Sahara.
Aunque hoy el Sahara parezca una gran barrera natural, no ha sido así a lo largo de la historia. Además de la gran obra del imperio Egipcio, sepultada bajo las arenas del Sahara, hay numerosos vestigios del comercio transahariano que empezó en el año mil antes de Cristo, cuando se atravesaba con bueyes, carros y carretas. A lo largo de milenios, numerosas rutas cruzaban el desierto y unían los reinos africanos con los puertos del norte de África, en los tiempos en que los principales productos comerciales eran el oro y los esclavos hacia el norte, y la sal de las minas del Sahara, a cambio de las conchas de cauri, principal unidad monetaria. Numerosa es la literatura que habla acerca de esta intrigante zona del mundo. Entre la literatura de ficción figuran las novelas Sinuhé el egipcio, de Mika Waltari; El ladrón de Tumbas, de Antonio Cabanas, o El Ocho, de Katherine Neville. Las pinturas rupestres de Tassili son sin duda alguna, evidencias de la posible visita extraterrestre que recibimos los humanos durante la prehistoria, concretamente en la meseta de Tassili, al sur de Argelia, en el árido desierto del Sahara. Según los investigadores, en las cavernas de Tassili n’Ajjer está “la más importante colección de arte rupestre conocida”, con millares de pinturas, que se cree que son solo el 20% del total, que han sido destruidas por la erosión. Estas pinturas rupestres se calcula que tienen entre 10 y 15 mil años de antigüedad. Mientras otras pinturas de esa misma época suelen tener una sola tonalidad de color, las de Tassili usan más tonalidades, lo cual las hace aún más especiales. La gran mayoría de las imágenes son de animales, tales como jirafas, avestruces, elefantes, bueyes, yacarés e incluso hipopótamos, lo cual demuestra que en la antigüedad esa región estuvo llena de vida. Actualmente, los pueblos nómadas de África afirman que esas cavernas son óptimas para vivir. Según las pinturas, en aquel lugar no faltaban ríos, selvas con animales y plantas que, por lo que parece, se encontraban muy cerca de esas cavernas. Las pinturas reflejan por orden de edad las ocupaciones de los pueblos que allí vivieron: caza y pesca (7.000 a.C.), cría de ganado (4.000 a.C), cría de caballos (1.700 a.C.).
Los pueblos que vivieron en la meseta de Tassili dejaron misteriosas evidencias. La primera es que no hay enterramiento alguno, lo cual es raro. Y la segunda, las extrañas pinturas de seres con casco y escafandras parecidas a las de los actuales astronautas. Llegados aquí, se debe aclarar que estas pinturas no son fruto de la imaginación de estas culturas, puesto que ellos retrataban lo cotidiano y sus vivencias diarias. Entonces, ¿qué son esas figuras humanoides con casco, escafandra, guantes, botas y en algunos casos antenas? La única explicación que se nos ocurre es que los seres humanos de la prehistoria representaban a cosmonautas extraterrestres. Es cada vez más evidente que seres extraterrestres han visitado la Tierra hace varios milenios. Y esta es también la opinión del arqueólogo ruso Alexei Kazantsev cuando visitó Tassili, en 1962, y divulgó algunas fotos de estos seres que llamó “Los Marcianos de Tassili”. En 1976, una expedición de investigadores españoles viajó a esta zona del Sahara para investigar mejor estas maravillosas cavernas de Tassili n’Ajjer, la expedición contó con diversos problemas con las autoridades Argelinas, puesto que se encontraban al borde de una guerra con Marruecos. También tuvo bastantes problemas con las tempestades de arena de estas zonas. Pero después de un duro trabajo, estos investigadores españoles realizaron un gran reportaje fotográfico de las cavernas de Tassili. Este equipo se fijó en que las imágenes podían ser tratadas como una historia correlativa: “Seres extraterrenos posaban regularmente en el Tassili y establecían contactos con sus habitantes. En una de esas veces, ellos secuestraron varias mujeres de su tribu, las introdujeron en la nave y partieron. Y las mujeres fueron devueltas con la semilla de la nueva raza.”. Vemos pues que varios milenios antes de Cristo, antiguas civilizaciones y pueblos de África representaban sus acciones cotidianas en las cavernas del macizo de Tassili n’Ajjer, en que son pintados extraños seres, que parecen de carácter extraterreno. seres.
Las primeras informaciones sobre este maravilloso “museo” paleolítico nos llegan en los años de la Primera Guerra Mundial, mediante imágenes y datos tomados por la Legión Extranjera Francesa, que habían explorado regiones a mas de 1400 km de Argel. A principios de 1933, arqueólogos y geógrafos franceses pudieron observar algunos apuntes de las pinturas tomados por el teniente Charles Brenans, que era el responsable del puesto de Djanet, Brenans, al llevar a cabo un reconocimiento con su escuadrón de camellos sobre la meseta, fue el que descubrió las cuevas llenas de coloridas pinturas. La emoción por este descubrimiento se extendió rápidamente, puesto que hasta aquel entonces se creía que aquellas zonas de África nunca fueron habitadas. La comunidad científica quedó asombrada al divisar aquellas representaciones de la vida material, espiritual y religiosa de los pueblos del paleolítico del Sahara. Algunos científicos ya afirmaban que el desierto del Sahara había sido una zona de expendorosa vida hace 4000 años, cosa que quedó totalmente demostrada gracias a estas pinturas. Después de varios años, un pequeño grupo de especialistas en el Sahara recorrió las montañas de Tassili para realizar un estudio más profundo sobre la situación de las pinturas. La guerra impidió que se pudiera llevar a cabo un estudio en profundidad y serio de las pinturas, por lo que el grupo de especialistas tuvo que recurrir al ejército francés. Entre estos especialistas se encontraba una persona de carácter excepcional y amante del desierto por encima de todo, el etnólogo y arqueólogo francés Henri Lhote (1903 – 1991). Henri Lhote era huérfano desde niño y comenzó a trabajar a los 14 años. Años más tarde sufrió un grave accidente que truncó su carrera de aviador militar. A los 20 años, ansioso de aventuras, busco la forma de vivir y trabajar en el desierto. Obtuvo un trabajo que trataba de combatir la langosta en el desierto. Para ello recibió 2.000 francos, con los que Henri Lhote compró un camello y varios libros sobre la langosta. Con este equipamiento y sin nada de experiencia a sus espaldas, emprendió un viaje hacia el desierto sin saber los peligros de ese inmenso mar de arena.
Estuvo más de tres años en el desierto del Sahara, alejado de cualquier núcleo urbano y de la civilización. Recorrió el desierto más grande del mundo varias veces en todas direcciones, lo que sumó más de 80.000 km, entablando amistad con los Tuaregs. Gracias a los conocimientos que adquirió sobre el desierto, la universidad de París lo premió con un doctorado. Gracias a este destacado nombramiento, su pasión por el desierto se vio intensificada aun mas, lo que lo llevó a preparar una expedición para investigar los enigmáticos “dioses” de Tassili, expedición que no se realizó puesto que estalló La Segunda Guerra Mundial. Estando de servicio, una gravísima lesión de la columna vertebral lo dejó totalmente inválido durante varios años. El destino se interponía en su sueño de plasmar en papel aquellos tesoros de arte paleolítico. A principios de 1956, obtuvo ayuda del gobierno francés y de algunas entidades científicas para poder organizar por fin la expedición a la meseta de Tassili n’Ajjer. Tanto el viaje como la inmensa zona de desfiladeros presagiaban toda clase de riesgos. Pero Henri Lhote jamás retrocedió un solo paso, ya que quería cumplir su sueño a toda costa. En febrero, el equipo de Henri Lhote se pone en marcha hacia el peligroso desierto, la expedición cuenta con treinta camellos, un guía tuareg, dos auxiliares y varios conocidos especialistas. Los días son agotadores y a partir de Yanetempiezan a aparecer desfiladeros en las montañas. La meseta de Tassili se encuentra a mas de 700 metros de altura sobre el nivel del mar. El propio Lhote describió el ascenso a dicho lugar: “Las bestias tienen cortado el aliento por el esfuerzo, la rampa es cada vez más empinada y la mole de pedruscos se va haciendo más imponente. Algunos camellos se desploman bajo la carga que cae rodando torrentera abajo; los hombres deben acudir a todas partes. En los guijarros se perciben huellas de sangre, pues sin excepción todos tienen despellejadas las patas y se han dañado las pezuñas en las aristas cortantes de las rocas. El animal que lleva las grandes cajas con los tableros de dibujo acaba de desplomarse bajo su carga que ha dado contra una peña y está claro que jamás podrá incorporarse. Mando sacar los tableros y tomo la decisión de que nos los carguemos al hombro. Cada uno recibe su parte y aquí comienza el calvario para todos, pues aún no se divisa la cima y el sendero se encrespa más y más bajo nuestros pies…”.
Después de incontables esfuerzos, se cumple el objetivo buscado y cada día que pasa en la meseta de arenisca equivale a más sorpresas. Se encuentran cuevas, acantilados, abrigos en las rocas, y las cuevas de las pinturas están dispersas por el terreno. La región en la que se encuentra la expedición se asemeja a un paisaje lunar, nos dice Lhote: “Lo deforme y lo fantástico de sus contornes finge graneros desfondados, castillos de ruinosos torreones, decapitados gigantes en actitud de súplica. Atraviesan ese dédalo y en él se entrecruzan desfiladeros de piso arenoso, angostos como callejas medievales. Quien allí se aventura cree hallarse en una ciudad de pesadilla”. Henri Lhote y su equipo llegan a su meta, Lhote comienza el trabajo de calco y coloreado de las pinturas. En cada laberinto de roca hay nuevas colecciones de arte rupestre paleolítico. Las pinturas son muy extrañas, cazadores, arqueros, grandes escenas de la vida cotidiana, pequeñas gacelas o los descomunales y amenazantes “dioses” que se localizan en superficies cóncavas o convexas. Para poder calcar los dibujos centímetro a centímetro es necesario estar de rodillas o tumbado en los deformes salientes de rocas. De este modo, se registran cientos de paredes e imágenes, Lhote escribió: “Estábamos literalmente trastornados por la variedad de estilos y de temas superpuestos, en suma, nos tocó enfrentarnos con el mayor museo de arte prehistórico existente en el mundo y con imágenes arcaicas de gran calidad, pertenecientes a una escuela desconocida hasta el presente”.Después de explorar la región de Tan-Zumaitak y la de Tamir, Henri Lhote y su equipo se dirigieron al pequeño macizo de Yabbaren. “Cuando veas Yabbaren -le había dicho su viejo camarada Brenans- te quedarás estupefacto”. Y no mentía cuando lo dijo, Yabbaren en el lenguaje de los tuaregs significa “Los Gigantes”. Es en este lugar es donde están representados los supuestos cosmonautas, en unas pinturas inmensas y desconcertantes. “Cuando nos encontramos entre las cúpulas de areniscas que se parecen a las aldeas negras de chozas redondas- dice Lhote- no pudimos reprimir un gesto de admiración”. Esta zona parece como una pequeña ciudad, con sus calles y demás elementos urbanos, todas las paredes están cubiertas por estos seres de “cabezas redondas”, imágenes de gran tamaño pintadas supuestamente entre el 7.500 y el 8.000 a.C.
Estas pinturas no solo reflejan a los habitantes de las tribus que habitaron la meseta de Tassili, sino también a posibles cosmonautas que llegaron a la tierra durante el periodo paleolítico. Tal vez representen a seres superiores que descendieron en la meseta y que, ante el temor de los nativos, pasearon por esa región montañosa del sur de Argelia, observando la convivencia, evolución y técnica de los primeros grupos humanos. El propio Henri Lhote después de observar al “Gran Dios Marciano” de Yabbaren, escribió: “Hay que retroceder un tanto para verlo en conjunto. El perfil es simple, y la cabeza redonda y sin más detalles que un doble óvalo en mitad de la cara, recuerda la imagen que comúnmente nos forjamos de un ser de otro planeta. ¡Los marcianos! Qué título para un reportaje y qué anticipación. Pues si seres extraterrestres pusieron alguna vez pie en el Sahara, hubo de ser hace muchísimos siglos ya que las pinturas de esos personajes de cabeza redonda del Tassili, cuentan, por lo que colegimos, entre las más antiguas. Los “marcianos” -prosigue- abundan en Yabbaren y hemos podido trasladar no pocos frescos espléndidos referentes a su estadía. Brenans había señalado algunos pero las mejores piezas le habían pasado por alto pues son prácticamente invisibles y para volverlas a la luz ha sido menester un buen lavado de las paredes con esponja”. Entre estos descubrimientos hay un gran fresco en el que la figura central es “El Dios Astronauta” al que Henri Lhote considera de un periodo anterior al de “El Dios Marciano”. Lhote clasificó los dibujos en distintos grupos y periodos, muchos de los dibujos datan de más de 10.000 años de antigüedad, y en los que se podía apreciar seres con escafandra, guantes, botas, casco, así como extraños equipos e indumentarias. Estableció varios grupos de seres: Seres de cabeza redonda y cuernos de pequeño tamaño; diablillos; dibujos del Período Medio con hombres de cabeza redonda; hombres de cabeza redonda evolucionada; período decadente de las cabezas redondas; hombres de cabeza redonda muy evolucionada; período de los Jueces de Paz; hombres blancos longilíneos del período prebovidense; hombres cazadores con pinturas corporales del período bovidense antiguo; estilo bovidense; período de los carros; período de los caballos montados o de los hombres bi-triangulares.
La aparición de algunos símbolos junto a los frescos han hecho suponer a varios investigadores la posible existencia de algún tipo de escritura hace 5.000 años, lo cual es un duro golpe para las tesis oficiales en las que se mantienen que Mesopotamia es la cuna de la civilización y de la escritura. Estos presuntos “extraterrestres” se repiten también en las regiones de Azyefú, Ti-n-Tazarif y en Sefar. En Ananguat, dentro de un fresco de distintos estilos, se puede distinguir a un extraño personaje que se encuentra con los brazos extendidos hacia delante y sale de un extraño objeto ovoide. Lhote escribió acerca de este fresco lo siguiente: “Más abajo, otro hombre emerge de un ovoide con círculos concéntricos que recuerda un huevo, o más problemáticamente un caracol. Toda prudencia es poca para interpretar semejante escena, ya que nos hallamos ante unos temas pictóricos sin precedentes”. Esas son las palabras de Henri Lhote, el etnólogo y explorador que rescató el patrimonio artístico de remotos pueblos que habitaron este maravilloso lugar. Los “Dioses de cabezas redondas” refuerzan la fascinante hipótesis en distintas partes del mundo referentes a la posible intervención de seres del espacio en el remoto pasado del planeta Tierra. Aun hoy, en la meseta de Tassili n’Ajjer, el “Gran Dios Marciano” permanece imborrable en la roca del macizo argelino. Estas pinturas son quizás un testimonio mudo de la visita de seres que llegaron de las estrellas.
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