noviembre 02, 2012

En busca de una tierra misteriosa (2)



La señal de respeto nos reconduce, nuevamente, a un origen oriental. Mientras el ritual de perforar las orejas de la prole de sangre real, insertando anillos dorados: “cuyo tamaño se incrementaba a la par que adelantaban en el estado social, hasta que la extensión del cartílago se convertía en una deformación“, sugiere una semejanza extraña entre los retratos esculpidos de muchos de ellos y las imágenes de Buda y de algunas deidades y aun de los dandis del siglo XIX en Siam, Burma y la India meridional. Una vez más, haciéndonos eco de los días gloriosos del poder brahmánico en la India, nadie tenía el derecho de ser instruido o estudiar la religión, excepción hecha para la casta privilegiada Inca. Cuando el rey Inca fallecía o era víctima de un homicidio y “era llamado a casa, a la mansión de su padre“, durante la ceremonia de sus exequias se hacía morir con él un amplio número de sus servidores y consortes. Esto es similar a los antiguos anales de Rajasthán  (Rajputana) y hasta a la costumbre teóricamente abolida del Sutti. En la sociedad india, la mujer era tratada en general como una sirvienta o esclava, sin poder de decisión o de valerse por sí sola. Debía seguir a su esposo en todos los asuntos. La mujer podía ser entregada como parte de pago de una deuda de juego. Como muestra de devoción, era obligada a quemarse viva en la fogata fúnebre de su marido como parte del ritual para honrar su muerte. Esta práctica, conocida como “sutti”, continuó hasta fines del siglo XVII cuando finalmente se derogó a pesar de la oposición de los líderes religiosos. A pesar de haber sido prohibida oficialmente, la práctica del sutti continuó hasta fines del siglo XIX y aún se realiza en algunas aldeas remotas de la India. En ciertas regiones, la mujer era ofrendada a los religiosos como concubinas o prostitutas para ser explotadas o se las sacrificaba para satisfacer a los dioses hindúes o para pedir que llueva.
 

Al tener presente todo esto, el arqueólogo no puede satisfacerse con la breve observación de ciertos historiadores según los cuales: “en esta tradición discernimos sólo otra versión de la historia de la civilización común a todas las naciones primitivas y el fraude de una relación celestial mediante la cual los gobernantes intrigantes y los sacerdotes astutos, han tratado de asegurarse su ascendencia entre los hombres“. Por lo tanto, no es una explicación decir que Manco Capac es casi la contraparte exacta del Fohi chino, el Buda hindú, el Osiris egipcio terrenal, el Quetzalcoatl mexicano y el  Votan de América central, ya que todo esto es muy evidenteLo que queremos aprender es cómo estas naciones, situadas en las antípodas: India, Egipto y América, llegaron a tener tan extraordinarios aspectos comunes, no sólo en sus prácticas religiosas generales y en sus ideas políticas y sociales; sino que, a veces, hasta en los detalles más diminutos. La tarea imperante consiste en descubrir quién vino primero y en explicar cómo esta gente llegó a sembrar, en los cuatro puntos cardinales de la tierra arquitectura y artes casi idénticas, a menos que, hubiera un tiempo durante el cual, según afirma Platón y más de un arqueólogo moderno cree, no se necesitaba ningún barco para tal viaje; pues los dos mundos formaban un sólo continente.
 

Según algunas investigaciones, sólo en los Andes existen cinco estilos arquitectónicos diferentes, de los cuales, el templo del Sol en Cuzco es el más moderno. Y ésta es, quizá, la única estructura relevante que, según los viajeros actuales, puede seguramente atribuirse a los Incas, cuyas glorias imperiales, según se estima, fueron el último brillo de una civilización remota. El Doctor Edwin. R. Heath, de Kansas, en los Estados Unidos, piensa que: “mucho antes de Manco Capac, los Andes habían sido la morada de razas cuyos orígenes deben haber correspondido con el de los salvajes de Europa occidental. La arquitectura gigantesca indica una relación con los fundadores de la torre de Babel y de las pirámides egipcias…. La manera de sepultar y preservar a sus fallecidos apunta también a Egipto“. Más tarde, este viajero erudito descubrió que los cráneos extraídos de los sitios de sepultura representan a tres razas distintas: los Chinchas, que se instalaron .en la parte occidental de Perú: de los Andes hasta el Pacífico; los Aymaras, los habitantes de las tierras altas de Perú y Bolivia, en la parte meridional de la orilla del lago Titicaca y los Huancas que “ocuparon la meseta entre las cadenas andinas, el lado norte del lago Titicaca, hasta el grado noveno de latitud sur“.
 

Para la arqueología es fatal confundir los edificios del período Inca, en Perú, o de Moctezuma y sus caciques en México, con los monumentos más antiguos indígenas. Mientras Cholula, Uxmal, Quiché, Pachacamac y Chichen estaban en su apogeo en el momento de la invasión de los españoles, existían centenares de vestigios de ciudades y monumentos que estaban en ruina ya en aquella época y cuyo origen ignoraban los incas y los caciques conquistados, así como los españolesInnegablemente, eran los restos de una civilización desconocida y ahora extinta. La exactitud de tal hipótesis es corroborada por la extraña y misteriosa forma de las cabezas y los perfiles de las figuras humanas sobre los monolitos de Copán. Al principio, la pronunciada diferencia entre los cráneos de estas razas y los de los indoeuropeos, se atribuyó a los medios mecánicos que las madres usaron para dar una conformación particular a la cabeza de sus niños durante la infancia, tal como ocurre en otras tribus y poblaciones. Sin embargo, el mismo autor nos dice: “el descubrimiento de una momia conteniendo un feto de ocho meses, demuestra que ésta era la conformación del cráneo, poniendo en entredicho el fundamento de la hipótesis de los medios mecánicos“. Además de las hipótesis, tenemos una prueba científica e irrefutable según la cual, en un pasado remoto, hace varios miles de años, en Perú debió haber existido una gran civilización.
 

Hoy se tiene un buen conocimiento del guano (huano) peruano acumulado  en las islas del Pacífico y en la costa sudamericana. Es un fertilizante muy útil compuesto por los  excrementos de las aves marinas, mezclado con sus cuerpos en descomposición, huevos, restos de foca, etc. Humboldt fue el primero que, en 1804, lo descubrió, dirigiendo la atención del mundo sobre el asunto. Mientras describe los depósitos de guano que cubren las rocas de granito de Chincas y de otras islas, alcanzando la altura de decenas de metros, afirma que “la acumulación de guano durante los 300 años anteriores a  la conquista, habían formado sólo algunos centímetros de espesor”. Por lo tanto, para saber cuántos millares de años se necesitaron para constituir este deposito de varios metros, es una simple cuestión de cálculo. En esta coyuntura, citaremos algo de un descubrimiento tratado en el libro “Las Antigüedades Peruanas“, escrito por el Doctor Edwin. R. Heath: “En las islas Chinca, a una profundidad de una veintena de metros bajo tierra, se descubrieron ídolos de piedra y vasijas; mientras a una decena de metros se encontraron ídolos de madera. Tras del guano, en las islas Guanapi, al sur de Truxillo y Macabi al norte, se exhumaron momias, pájaros, huevos de pájaros y ornamentos de oro y plata. En Macabi, los labriegos encontraron algunos grandes y valiosos vasos dorados que rompieron, repartiendo los fragmentos entre ellos, a pesar de que se les ofreció lo correspondiente al peso, en monedas de oro. Así, estas reliquias de gran interés para la ciencia se han perdido para siempre. Aquél que pueda determinar los siglos necesarios para que se deposite una veintena de metros de guano en estas islas, teniendo presente que desde la conquista, hace 300 años, no se ha notado ningún aumento apreciable en espesor, puede daros una idea de la antigüedad de estas reliquias“.
Si nos atenemos a un cálculo estrictamente matemático, atribuyendo 12 líneas a cada 2,54 centímetros y asignando una línea a cada siglo, nos vemos obligados a aceptar que los artífices de estos vasos preciosos nos antecedieron en la astronómica  cifra de 864.000 años. Aun reconociendo un amplio margen de error y adjudicando 2,54 centímetros por cada siglo, llegamos a una civilización que existía hace 72.000 años, la cual es comparable y en algunas cosas superiores, a la nuestra, si consideramos sus obras públicas, la durabilidad de las construcciones y la grandiosidad de los edificios. Al tener unas ideas muy claras de la periodicidad de los ciclos, que incluyen al mundo, a las naciones, a los imperios y a las tribus, estamos convencidos que nuestra civilización moderna es el alba más reciente de lo que ya se presenció un sinnúmero de veces en este planeta. Quizá no sea ciencia exacta, sin embargo es una lógica inductiva y deductiva, que se basa en teorías menos hipotéticas y más tangibles que muchas otras teorías consideradas rigurosamente científicas. Usando las palabras del profesor T. E. Nipher, de St. Louis, diremos: “no somos los amigos de la teoría, sino de la verdad“. Y hasta que ésta se encuentre, acogeremos toda nueva teoría, a pesar de su impopularidad al principio, no sea que rechacemos, en nuestra ignorancia, la piedra que, con el tiempo, pueda llegar a ser la mera piedra angular de la verdad. “Los errores de los científicos son innumerables, no porque son científicos, sino porque son seres humanos“, dice el mismo hombre de ciencia y enseguida cita las nobles palabras de Faraday: “ejercer el juicio debería conducir, ocasional y frecuentemente, a la reserva absoluta. Suspender una conclusión puede resultar desagradable y una gran fatiga. Sin embargo, como no somos infalibles, deberíamos proceder con cautela“.  
 

Es improbable que se haya tratado de redactar un relato minucioso de las llamadas antigüedades americanas, excepción hecha para algunas de las ruinas más prominentes. Si queremos desenmarañar la historia de la religión, la mitología y, aun más importante, el origen, el desarrollo y la agrupación final de las especies humanas, debemos confiar en la búsqueda arqueológica y debemos empezar reuniendo las imágenes del pensamiento antiguo, más elocuente un su forma estacionaria que en la expresión verbal, la cual, en sus profusas interpretaciones, se presta fácilmente a ser distorsionada de mil maneras. Esto nos proporcionaría un indicio más fidedigno. Las sociedades arqueológicas deberían tener una enciclopedia entera con los restos del mundo, integrando las especulaciones más importantes sobre cada localidad. Ya que, a pesar de lo fantástico y lo descabellado que algunas de estas teorías pueden parecer a primera vista, cada una tiene una posibilidad de demostrarse útil en algún momento. A menudo, según Max Müller, es más beneficioso saber lo que una cosa no es que saber lo que es. El examen de las antigüedades peruanas se basa, principalmente, en la interesante relación del doctor Heath, que hemos mencionado anteriormente. Según Helena Blavatsky, nosotros, los europeos, estamos emergiendo del fondo de un nuevo ciclo y nos encontramos en el arco ascendente, mientras los asiáticos, especialmente los hindúes, son los restos que permanecen de las naciones que poblaban al mundo en los ciclos anteriores.
 

Si los arios procedieron de los americanos arcaicos o si éstos de los arios prehistóricos, es una cuestión que ningún ser humano puede dirimir. Sin embargo, es más fácil probar que contradecir la existencia de una relación íntima, entablada en algún tiempo, entre los arios antiguos, los habitantes prehistóricos de América, cualquiera que fuese su nombre, y los egipcios arcaicos. Probablemente, si esta relación era una realidad, debe haberse desarrollado en un período en que el océano Atlántico no había aún dividido los dos hemisferios, como ocurre actualmente. En el libro “Las Antigüedades Peruanas“, el doctor Heath, una especie rara entre los científicos, un buscador intrépido que acepta la verdad dondequiera que la encuentre,  resume sus impresiones de las reliquias peruanas de esta forma: “Por tres veces, los Andes se sumergieron centenares de metros por debajo del nivel oceánico y lentamente, volvieron a asumir su altura actual. La vida humana sería excesivamente breve para contar, aún, los siglos que se intercalaron en esta operación. La costa peruana se ha levantado una veintena de metros desde que Pizarro desembarcó. Suponiendo que los Andes se hayan alzado de manera uniforme y sin interrupción, deben haber transcurrido 70 mil años para que alcanzaran su presente altura“.
 
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¿Quién sabe, entonces, si la idea fantástica de Julio Verne, con respecto a la Atlántida perdida, pueden acercarse a la verdad? ¿Quién puede decir que, anteriormente, donde ahora se extiende el océano Atlántico, no se elevara un continente cuya densa población era muy adelantada en las artes y las ciencias y tan pronto como se dio cuenta que su tierra estaba hundiéndose, algunos emigraron hacia oriente y otros hacia occidente, instalándose en los dos hemisferios? Esto explicaría la similitud de sus estructuras arqueológicas, sus razas y sus diferencias modificadas y adaptadas al carácter de sus respectivos climas y países. He aquí la razón por la cual la llama y el camello difieren, aun perteneciendo a la misma especie; así como algunas especies de árboles. Además, explica por qué los indios Iroqueses de Norteamérica y los árabes más antiguos, usan el mismo nombre cuando se refieren a la constelación de la ‘Osa Mayor’. Las naciones que vivieron aisladas y a oscuras de su mutua existencia, dividen el Zodíaco en doce constelaciones, dándoles los mismos nombres. Y los hindúes del Norte llaman Andes a los Himalayas, como lo hacen los sudamericanos con su cadena montañosa. ¿Acaso debemos caer en la antigua idea de que la única manera de poblar el hemisferio occidental era a través del Estrecho de Behring? ¿Tal vez hay que seguir ubicando un Edén geográfico en oriente?
 

A donde sea que uno se dirija en la exploración de las antigüedades americanas, la primera cosa que nos impacta es la magnitud de estas reliquias que se remontan a edades y a civilizaciones desconocidas y, luego, su extraordinaria similitud con los montículos y las antiguas estructuras de la India, de Egipto y también de algunas partes de Europa. Quien ha visto uno de estos montones de tierra los ha visto todos. Quien se ha encontrado frente a una de estas estructuras ciclópeas en un continente, tiene una idea suficientemente exacta del aspecto de aquellas de otro continente. Basta decir que sabemos aun menos de la edad de las antigüedades americanas que de las del valle del Nilo, acerca de las cuales ignoramos casi todo, aunque algunos se piensan que lo saben todo. Sin embargo, no obstante su forma exterior, su simbolismo es, evidentemente, lo mismo en Egipto, en la India y en otros lugares. Así, considerando la gran pirámide de Cheops, el vasto montículo de cuarentena de metros de altura, situado en la planicie de Cahokia, cerca de St. Louis (Missouri), cuya longitud y anchura miden casi un kilómetro, y el montículo en la orilla de Brush Creek, en Ohio, uno no sabe si admirar más la precisión geométrica elaborada por los maravillosos y misteriosos constructores en la forma de sus monumentos o el simbolismo oculto que evidentemente buscaban expresar.
 

El montículo en Ohio representa a una serpiente que mide más de mil pies. Se enrosca con gracia en curvas sinuosas, terminando en una espiral triple en la cola. “El terraplén que constituye la efigie mide un metro y medio de altura con una base en el centro del cuerpo de diez metros que va disminuyéndose levemente hacia la cola“. El cuello está extendido y la boca abierta mantiene, en sus fauces, una figura oval. Los investigadores escriben: “Este oval, constituido por un terraplén de  un metro y veinte centímetros de altura, tiene un perfil perfectamente regular y sus diámetros horizontales y verticales miden, respectivamente, 28 y 2 metros“. El todo representa la idea cosmológica universal de la serpiente y del huevo. Esta es una deducción fácil. ¿Cómo ocurrió que este gran símbolo de la sabiduría hermética del antiguo Egipto, estuviera representado en Norteamérica? ¿Cómo es que los edificios sagrados descubiertos en Ohio y en otros lugares, estos cuadrados, círculos, octágonos y otras figuras geométricas en los que se reconocen fácilmente la idea prevaleciente de las cifras pitagóricas sagradas, parecen ser copiados del Libro de los Números? A pesar del silencio completo, tocante a su origen, aun entre las tribus indígenas, que por otro lado han preservado sus tradiciones, la antigüedad de tales ruinas es probada por los bosques más vastos y más antiguos que crecen en las ciudades enterradas.
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