enero 04, 2013

CARTER Y EL FARAÓN NIÑO


Howard Carter era una joven dibujante inglés que, con diecisiete años, fue enviado a Egipto por lord Tyssen-Amberst para ayudar al arqueólogo Flinders Petrie. Carter, gracias a su trabajo, no tardó en ganarse la simpatía de sus superiores. Durante las excavaciones e investigaciones aparecieron una serie de muestran que apuntaban a la existencia de un faraón hasta la fecha desconocido, hasta que un día Petrie mostró al joven Carter un anillo en el que leyó por primera vez su nombre: Tut-Ank-Amon, que traducido equivale a “Más que nunca está vivo Amon”. Anteriormente algún investigador ya había encontrado este nombre en algún lugar, pero sin saber muy bien a qué se refería, quedó olvidado entre legajos y notas.

Carter comenzó a interesarse cada vez más por este faraón olvidado hasta el punto de comprometerse consigo mismo a que algún día encontraría su tumba.

Pasado un tiempo, Carter pasó a trabajar para Edouard Neville, hijo de Richard Lepsius, conocido como el padre de la egiptología. Tras seis años de trabajo junto a Neville, se convirtió en inspector de antigüedades del Alto Egipto y Nubia, con sede en Luxor. Pero a Carter no le gustaba ese trabajo burocrático y se buscó la vida para volver a la acción y las excavaciones. Con el patrocinio del un acaudalado americano, Theodore Davis, volvió de nuevo al Valle de los Reyes.Muchos arqueólogos y egiptólogos habían abandonado las excavaciones en este lugar convencidos de que tras el descubrimiento de las tumbas de Tutmosis I, Tutmosis III y Amenofis II, ya no quedaba nada de valor arqueológico bajo aquellas arenas. Pero Carter, en tras solo tres días, consiguió localizar las tumbas de Tutmosis IV y la de la reina Hatsheput. Fue durante estas investigaciones cuando dimitió de su cargo como inspector tras ser responsabilizado injustamente de la agresión a unos turistas franceses por los guardias de un puesto arqueológico.

Por estas fechas llegaba a Egipto el noble inglés lord Carnarvon, que acudía allí para matar dos pájaros de un tiro. Por un lado, buscando un clima templado y aires más secos que los ingleses que curaran su maltrecha salud y, por otro lado, para realizar su nueva pasión: la arqueología. No tardaría en darse cuenta de que su dinero no lo iba a convertir en un buen exhumador. Pidió consejo al director del museo del Cairo, que le recomendó a Howard Carter. Era el año 1907 y, gracias a la financiación de Carnarvon, Carter pudo reemprender de nuevo su gran sueño, encontrar la tumba de Tutankhamon.Las excavaciones fueron largas y laboriosas y en más de una ocasión la falta de resultados estuvo a punto de acabar con la idílica búsqueda. Carter necesitó quince años para poder enviar aquel mítico cablegrama a Carnarvon, que en aquel momento se encontraba en Inglaterra y el que decía, el 4 de noviembre de 1922: “Finalmente hecho espléndido descubrimiento en el Valle; magnífica tumba con sellos intactos. Se requiere su inmediata vuelta. Felicitaciones”.

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