Los paralelismos existentes entre la vida de Jesús de Nazaret, tal y como aparecen
en el Nuevo Testamento, y la legendaria vida del dios Osiris de los faraones, el dios
momiforme de color verde o negro, hacen pensar en la posible interconexión entre ambos personajes. El peso de la cultura egipcia en la tradición judeocristiana es innegable. “Moisés fue educado en toda la sabiduría de los egipcios y fue poderoso en sus palabras y en sus obras”, podemos leer en los Hechos de los Apóstoles. Su importancia se prorrogó siglos más tarde en el mundo grecorromano. Es entonces cuando los libros antiguos nos hablan de que muchos de sus sabios y filósofos pasaron años de aprendizaje en Egipto. Solón, Platón y Pitágoras son solamente algunos de los más conocidos.
El propio Jesús permaneció un número indeterminado de años de su infancia en el País de los Faraones después de huir con sus padres tras el edicto de Herodes. La tradición relata que fue en Heliópolis, la Ciudad del Sol, donde se instruyó en los conocimientos de los antiguos sacerdotes egipcios. Sin lugar a dudas, fue aquí donde tuvo contacto con la leyenda de Osiris. Los egipcios señalan en sus fuentes milenarias que Osiris es el inventor de la agricultura, símbolo de renacimiento y vida, así como el transmisor a los seres humanos de las maneras para vivir en un mundo civilizado. Al final de sus días Osiris fue traicionado por su envidioso hermano Set. Su muerte fue vengada por su hijo Horus, descendencia con cabeza del halcón que Osiris tuvo con su hermana Isis. Hace ahora dos décadas Claude-Brigitte Carcenac publicó su libro Jesús, 3.000 años antes de Cristo.
La tesis fundamental que defiende este trabajo es que el cristianismo que hoy conocemos nació en Alejandría bajo la influencia de los judíos que habían abrazado el culto de Serapis, una forma griega de los milenarios cultos a Osiris. ¿Fue el propio Jesús quien, tras su iniciación en Egipto, se apoderó de los mitos de Osiris y Horus para transmitirlos tiempo después diluidos en su evangelización? ¿O acaso lo hicieron sus seguidores cuando décadas después de su muerte empezaron a poner por escrito el relato de su vida en lo que hoy denominamos Nuevo Testamento?
El cristianismo es desde su creación un enorme repertorio de tradiciones de origen oriental, no solamente egipcias. La esencia de la ética que transmite la Biblia en todos sus libros se puede encontrar sin dificultad en cualquier manuscrito egipcio o babilonio. Uno de los ejemplos más claros lo hallamos en el Salmo 104. Este texto “inspirado”, adaptado a la tradición judeocristiana, es una clara copia del conocido Himno a Atón del convulso período de la historia de Egipto protagonizado por el faraón Akhenatón. Centrándonos más en concreto en la vida evangélica de Jesús, las famosas bienaventuranzas que encontramos en el libro de Mateo (Mt. 5, 1-11) ya se podían leer 2.000 años antes en los papiros del sabio egipcio Ptahotep. En el caso de Jesús, su relación con el mito de Osiris parece ser indudable. Es más, en el Nuevo Testamento encontramos referencias que nos indican que, más que de la figura de Osiris, la tradición de Jesús bebe de los múltiples matices existentes en su mítica leyenda. Así, podemos ver paralelismos muy evidentes tomados de los pasajes protagonizados por su hijo Horus y por su esposa y hermana Isis. Por lo tanto, la similitud de Jesús no es con el Osiris dios sino con un Osiris estandarte de una leyenda más compleja, en la que caben otros mitos que también pasaron a nuestra tradición, vinculados sobre todo a la resurrección y a una esperanza de vida más allá de la ineludible muerte.
Hasta cierto punto esto parece lógico. De la infancia de Osiris no conservamos un solo texto. Por el contrario, de la infancia de su hijo Horus los relatos son innumerables y muy ricos en matices y variedades, muchos de los cuales podemos ver entre líneas en la infancia de Jesús. A todo esto se debe, por ejemplo, la identificación tradicional que se ve en las imágenes de la Virgen María con el niño Jesús en brazos con el icono clásico de la cultura egipcia de la diosa Isis con Horus en el regazo. No solamente la composición de la imagen es idéntica, sino también los detalles que la integran: el gesto de la Virgen coronada, su mano sobre el pecho amamantando al niño, etc. Con casi total seguridad, este modelo fue obtenido por los primeros cristianos de las imágenes de Isis que había en los templos de esta diosa en la ciudad de Roma. De este modo la figura del niño Jesús-Horus pasó a la tradición europea medieval.
En ella conservamos los ejemplos más importantes por medio de la estatuaria románica y gótica. Sumados a otros elementos que vemos en la iconografía románica con un claro origen egipcio, podemos entender que no es alocada la identificación de Jesús con la leyenda de Osiris y alguno de sus protagonistas. En un principio, esta asimilación de la imagen no debió de resultar chocante a los habitantes de Palestina. Desde los comienzos del helenismo, hacia el siglo IV a.C., la expansión del culto Osiris-Isis fue muy amplia en la región. Es difícil admitir incluso que, si aceptamos que no permaneció mucho tiempo en Egipto, tal y como también se ha dicho, y que realmente vivió su infancia en Palestina, Jesús desconociera las numerosas capillas que existían en honor de la diosa egipcia por toda Palestina. Hace 2.000 años la religión de Isis estaba muy difundida por todo el Imperio Romano. Entre los soldados era la creencia más seguida, por lo que no es extraño encontrar referencias a este culto egipcio en otras religiones nacidas a la sombra de Roma durante estos años.
El nacimiento de Jesús y las circunstancias que lo antecedieron también presentan elementos muy similares tomados claramente de la tradición egipcia. En una de las habitaciones que rodean el Sancta Sanctorum del templo de Amón en Luxor podemos ver sobre uno de sus muros una de las representaciones más curiosas de Egipto que para sus soberanos justificaba el origen divino de la realeza: la del nacimiento divino se encuentra en la llamada, precisamente, Sala del Nacimiento. Aunque el paso del tiempo ha dañado de forma irremediable los relieves de esta teogamia, aún se pueden apreciar en ellos las diferentes etapas que suponían el encuentro con la divinidad. Las similitudes del nacimiento divino de Amenofis III,
como es este caso del templo de Luxor, con el de Jesús, son notables. En este ejemplo la protagonista es la madre de Amenofis III, la reina Mutemuia.
En unode los primeros relieves la futura reina madre desempeña el mismo papel que la Virgen María. Allí es presentada ante el dios Amón de Tebas por el dios Thot, que, con cabeza de pájaro ibis, era el encargado de tomar buena nota de todo lo que ocurría en este encuentro divino. Según los propios relieves, y al igual que sucedió con la Virgen María y el Espíritu Santo, dicho contacto no suponía una relación sexual, sino un simple gesto de tipo mágico. En el caso de Luxor, este gesto se representaba como un encuentro bis a bis entre Mutemuia y Amón en el que los dos aparecen sentados y cogidos de la mano. De esta manera vemos cómo la idea de una suerte de unión mística entre el Espíritu Santo y la Virgen María muy alejada del contacto físico y directo encuentra su reflejo en la antigua tradición de la unión del dios y la madre del faraón.
Como hemos explicado, no se conservan textos que nos hablen del nacimiento y la infancia de Osiris. Quizá este detalle es otro elemento que tiene en común con Jesús: en ambos casos no hay datos sobre sus primeros años de vida. Por el contrario, sí sabemos cuándo nacieron y en qué circunstancias. También hemos visto que el nacimiento de Jesús fue similar al de Horus, el hijo de Osiris. Pues bien, el Nuevo Testamento, en concreto el Evangelio de Mateo, nos da una nueva pista que relaciona a Jesús con el dios momiforme, Osiris. Para los antiguos egipcios el nacimiento de Osiris se producía el primer día del año, es decir, la fecha en la que la estrella Sirio aparecía en el firmamento. Esto sucedía a mediados del mes de junio en nuestro calendario moderno. Durante estos días cercanos al solsticio de verano (21 de junio) los egipcios acostumbraban a hacerse regalos. Se trata de la inauguración de la fiesta de Opet, la celebración del comienzo de un año nuevo que auguraba la continuidad y el equilibrio cósmico del país durante los siguientes 365 días. En el caso de Jesús las celebraciones son idénticas, aunque en otro momento del año.
El nacimiento de Jesús es el 25 de diciembre, una fecha muy próxima al solsticio de invierno (21 de diciembre). Y, aunque no quede constancia de qué estrella, planeta o conjunción es, cuenta también con la presencia de una estrella como elemento anunciante del inminente nacimiento.
denunciando.com
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