enero 17, 2014

LA MUJER A QUIEN JESÚS BESABA 2ª




Aunque no es imposible que fuesen una y la misma, preferiremos dejar abierta la cuestión mientras seguimos profundizando en la descripción de los personajes y los roles de la Magdalena y María de Betania según la Biblia.

Fijémonos en que la idea persistente de que María Magdalena había sido prostituta proviene de la tradicional asociación (o confusión) de su persona con la de María de Betania, descrita como «una pecadora». Naturalmente, si María de Betania fue prostituta y además es la misma persona que María Magdalena, se habría adelantado bastante en cuanto a dilucidar la suma reticencia de los evangelistas y el oscurecimiento deliberado de esa identidad. Tendremos que examinar el personaje de María de Betania para ver qué luz podemos arrojar sobre la cuestión.

En los Evangelios Sinópticos no se nombra a la mujer que ungió a Jesús pero se hace hincapié en que era una pecadora; el Evangelio de Juan la identifica expresamente como María de Betania y no menciona para nada su condición moral. En sí misma esta discrepancia podría juzgarse algo sospechosa.

Lucas prolonga la descripción diciendo «había en la ciudad una mujer pecadora». Aunque la palabra original griega por «pecadora», harmatolos, que significa la persona que ha transgredido y se ha situado a sí misma fuera de la ley, en este contexto no implica necesariamente prostitución, hay otro énfasis que se asocia con la circunstancia de llevar los cabellos sueltos. Cosa que no hacían las señoras respetables y que sí implica algún tipo de pecado sexual, por lo menos a ojos de los evangelistas.12

Así pues, en el contexto de la cultura judía de la época pasaba algo con María de Betania que hacía de ella una impresentable, aunque no se debe entender necesariamente que fuese una prostituta común de las que tenían la calle por escenario de su comercio. (La esencia de nardos se extraía de una planta india muy rara y costosa, y sería de un coste prohibitivo para una simple callejera. Según William E. Phipps el óleo empleado le debió de costar el equivalente al salario de un año para un obrero del campo.)13

Y si supusiéramos que María era la patrona de un próspero burdel, entonces no habría vivido en la casa de su hermano Lázaro y su hermana Marta, a ninguno de los cuales se le atribuye mala reputación de ningún género y que eran evidentemente grandes amigos de Jesús, el cual incluso permaneció algunas veces en dicha casa. Así pues, ¿cuál era la verdadera naturaleza del «pecado»?

La palabra harmatolos se tomó prestada a los arqueros, para quienes significaba fallar el blanco. En el contexto que observamos no significa otra cosa sino la persona que está fuera de la ley judía o de sus observancias rituales, sea que incumple, o sea que no es judío o judía en absoluto.14 Pero si la mujer no era judía en realidad, eso sería suficiente para explicar la actitud de los evangelistas hacia ella. Lo que ha dado lugar a la implicación de que su transgresión había sido de carácter sexual es el detalle de llevar el cabello suelto, y la actitud de los discípulos hacia ella.

Esta noción de impresentabilidad ha alejado la atención, intencionadamente o no, de lo que significa en realidad que Jesús fuese ungido. En ese acto había un punto importantísimo en el que muy pocos se fijan, pese a ser primordial para el cristianismo. Es bien sabido que la palabra «Cristo» deriva del griego Christos, que es a su vez una traducción del hebreo «Mesías».

En contra de la creencia mayoritariamente aceptada, eso no conlleva ninguna implicación de divinidad; Christos significa sencillamente «el Ungido». (Según esta interpretación, casi cualquier funcionario ungido es un «Cristo», desde Poncio Pilato hasta la reina de Inglaterra.) La idea de un Cristo divino es una interpretación a posteriori de los cristianos; el Mesías que esperaban los judíos no era otra cosa sino un gran caudillo político y militar, aunque eso sí, elegido por Dios. En la época la palabra «Mesías» o «Cristo» aplicada a Jesús no habría significado otra cosa sino «el ungido».

Es de observar que según los Evangelios, a Jesús sólo se le ungió una vez. Aunque algunos aducen que esa «unción» fue, en realidad, el bautismo oficiado por Juan, si se admite el argumento resultaría que toda la multitud que iba al Jordán quedó formada por otros tantos «Cristos». Queda el hecho incómodo de que la única persona que «cristianó» a Jesús fue una mujer.

Paradójicamente, nos cuentan (Marcos 14, 9) que Jesús comentó la ceremonia diciendo:
Os aseguro que donde se predique el evangelio, en todo el mundo, se hablará también de lo que ésta ha hecho para recuerdo suyo.
Es curioso. La Iglesia, aun creyendo tradicionalmente que la mujer que ungió fue santa María Magdalena, prefirió ignorar esa voluntad. Considerando el trato condescendiente que ha recibido por lo general la Magdalena desde los púlpitos de todo el mundo, parece que incluso las palabras de Jesús, como todo lo demás del Nuevo Testamento, han debido someterse a un inflexible proceso de selectividad. Que en este ejemplo consiste en no hacer apenas caso de ellas; pero incluso cuando se comenta el episodio reconociéndole el servicio prestado, lo cual sucede pocas veces, guardan silencio sobre lo que implica. 

Sólo dos personas cita el Nuevo Testamento que oficiaron ritos principales de la vida pública de Jesús: Juan, quien le bautizó al principio de su ministerio, y María de Betania, quien le ungió al final. Pero ambos han sido marginados, como venimos viendo, por los autores de los evangelios, como si sólo se les hubiese incluido porque eran demasiado importantes para callar su intervención. Lo cual obedece a una razón principal: el bautismo y la unción implican autoridad por parte de quien oficia. Tanto el que bautiza como el que unge confieren una autoridad — más o menos como el arzobispo de Canterbury confirió la realeza a Isabel II en 1953—, pero es menester que ellos estén investidos de autoridad para que el acto sea válido.

Más adelante abordaremos la cuestión de la autoridad de Juan; pero ahora consideraremos el hecho de que el episodio de la unción haya sido mencionado, que no deja de ser curioso. Pues si el ungir a Jesús hubiese sido un gesto frívolo o desprovisto de sentido, no lo habrían tenido en cuenta. Sin embargo se nos dice que los discípulos y particularmente Judas condenaron la acción de María por gastar un aceite de nardos tan raro y costoso, diciendo que se podía haber invertido el dinero en socorrer a los pobres.

A lo cual replica Jesús que siempre habrá pobres, pero que él no estaría siempre allí (para ser homenajeado de esa manera). Esta respuesta —además de ser bastante contraria a la noción, mantenida por algunos, de que Jesús fuese una especie de protomarxista— no sólo justifica la acción de María sino que implica, en rigor, que sólo él y ella habían comprendido verdaderamente lo que significaba.

A los discípulos varones se les escapan, como de costumbre, los matices más sutiles de ese ritual sumamente significativo, y mantienen su hostilidad ante la acción de María pese a que Jesús se encarga personalmente de corroborar que estaba autorizada a ello. El acontecimiento tiene además otra importancia señalada, porque designa el momento en que Judas pasa a ser traidor: inmediatamente después acude a los sacerdotes para vender a Jesús.

María de Betania «cristianó» a Jesús con el aceite de nardos, ungüento que seguramente guardaba para esa ocasión concreta, y que estaba asociado a los ritos funerarios, tal como el mismo Jesús comenta en Marcos 14, 8: «se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura». Para él al menos, el acto sí tuvo el significado de un rito.

Es evidente que la ceremonia revistió un profundo significado, pero ¿cuál era exactamente su intención? Y teniendo en cuenta la sociedad en que vivían, ¿por qué la oficiaba una mujer? En efecto, si consideramos el sexo y la reputación (tal vez injusta) de la oficiante, no cabe decir que fuese un ritual típico de las costumbres judaicas. Tal vez el «documento Montgomery» puede proporcionar la clave de la verdadera naturaleza de aquella unción.

Como se ha mencionado, ese relato habla del casamiento de Jesús con una Miriam de Bethania descrita como «sacerdotisa de un culto femenino», es decir de una tradición pagana de culto a la diosa. De ser cierto, esto explicaría por qué la unción extrañó tanto a los discípulos, aunque resta la dificultad aparente de saber por qué la toleró Jesús. Pero si ella fue verdaderamente una sacerdotisa pagana, queda aclarado por qué los discípulos la consideraban de moral y carácter dudosos.

Ahora bien, si María de Betania era en realidad una sacerdotisa pagana, ¿por qué ungió a Jesús? Y repitámoslo, pues hace más al caso, ¿por qué lo permitió él? ¿Se puede hallar algún paralelismo entre este ritual y los que comúnmente se asocian con el paganismo de la época? En efecto hay un rito antiguo de una semejanza sorprendente, el que consiste en ungir al rey sagrado. Se fundaba en la idea de que el verdadero rey o sacerdote no recibía la plenitud de sus poderes divinos sino por mediación de la autoridad de la suma sacerdotisa. Tradicionalmente la ceremonia adoptaba la forma de la hieros gamos o nupcias sagradas: el rey-sacerdote se unía a la reina-sacerdotisa. Esa unión sexual con ella le era necesaria para convertirse en rey reconocido. Sin ella, no era nada.

En la vida occidental moderna no hay nada comparable en concepto ni en práctica, y hasta la noción de hieros gamos resulta de muy difícil entendimiento para las gentes de hoy. No tenemos un concepto de sexualidad sagrada, a no ser en ese mundo reservado que es la intimidad de la pareja individual.

En dicho concepto no se trata sólo de sexualidad ni de erotismo por más sublimados que sean: en las nupcias sagradas el hombre y la mujer devienen realmente dioses. La suma sacerdotisa encarna a la misma diosa y ésta concede entonces la suprema bendición de la regeneración del hombre —como en la alquimia—, el cual encarna al dios. Y se creía que esa unión infundía en ellos mismos y en el entorno un bálsamo regenerativo, en tanto que eco real del impulso creador del que nació el planeta.15

La hieros gamos era la expresión más alta de la llamada «prostitución de los templos», que consistía en que el hombre visitaba a una sacerdotisa para recibir la gnosis, o sea participar personalmente de lo divino a través del acto del amor. Dicho ritual se llamaba en realidad de hierodulía, que significa «servicio sagrado»; llamarle «prostitución sagrada», con todo lo que implica de juicio moral, es una tergiversación de la época victoriana.

Se entendía además que esa servidora del templo, a diferencia de la prostituta secular, dominaba la situación y guiaba la conducta del visitante. Ambos recibían los beneficios físicos, espirituales y de potenciación mágica. El cuerpo de la sacerdotisa devenía, en un sentido casi inimaginable para los amantes en el moderno mundo occidental, la puerta literal y metafórica por donde se accedía a la divinidad.16

En actitud, en lo relativo al acto sexual y a la mujer, nada más lejos de la Iglesia por mucho que se modernice. Pues no sólo la llamada prostitución sagrada confería la iluminación espiritual a través del proceso llamado horasis: el hombre que nunca hubiese «conocido» carnalmente a la hieródula no alcanzaba la plenitud espiritual. Por sí solo apenas podía aspirar al contacto extático con Dios o con los dioses; en cambio la mujer no tenía necesidad de una ceremonia similar. Para aquellos paganos estaba naturalmente en contacto con lo divino.

Es posible que la «unción» practicada sobre Jesús simbolizase el acto sexual de la penetración. Pero no es necesario concebirlo en esos términos para entender la solemnidad del ritual; son inevitables las asociaciones con los ritos ancestrales en que las sacerdotisas que representaban a la diosa se preparaban físicamente a fin de «recibir» al hombre elegido para simbolizar al rey sagrado, o al dios salvador. Todas las escuelas mistéricas de Osiris, Tammuz, Dioniso, Attis y los demás incluían un rito —oficiado por sus simbólicas encarnaciones humanas— en que la diosa ungía al dios como acto previo a la muerte real o simbólica de éste, que debía servir para fertilizar una vez más las tierras.

Tradicionalmente, transcurridos tres días y gracias a esa intervención mágica de la sacerdotisa/diosa, él resucitaría y la nación podía respirar aliviada hasta el año siguiente.

(En las representaciones mistéricas la diosa pronunciaba las palabras «se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto», prácticamente idénticas a las que se atribuyen a María Magdalena en el huerto. Volveremos sobre esto con más detalle.)

Más claves sobre el auténtico significado de la unción de Jesús pueden hallarse en el veterotestamentario Cantar de los Cantares (1, 12), donde «la amada» dice «mientras el rey se halla en su diván, mi nardo exhala su perfume». Y recordando que el mismo Jesús relaciona su unción con la sepultura, el versículo siguiente cobra otro sentido: «Bolsita de mirra es mi amor para mí, que reposa entre mis pechos».

Está clara la relación entre la unción de Jesús y el Cantar de los Cantares.

Muchas autoridades creen que éste fue, en realidad, la liturgia de un ritual de nupcias sagradas, y apuntan a las muchas semejanzas con otras similares de Egipto y de los países del Oriente Próximo.17

Hay una resonancia que llama la atención especialmente; es la que apunta Margaret Starbird cuando escribe:
Versos idénticos y paralelos a los del Cantar de los Cantares se encuentran en el poema litúrgico del culto a la diosa egipcia Isis, la Hermana-Esposa del mutilado [...] Osiris.18
Son complejas las razones de esa unión de la diosa/sacerdotisa con el dios/sacerdote en las nupcias sagradas. En el plano superficial es un rito de fertilidad que debía garantizar la fecundidad personal y la de las tierras del país, lo que aseguraba el futuro de las personas y el de la nación. Pero además, el éxtasis y la intimidad del rito sexual sirven para que la diosa/sacerdotisa confiera la sabiduría a su compañero. En The Sacred Prostitute (1988), Nancy Qualls-Corbett, analista de escuela junguiana, pone mucho énfasis en el vínculo entre la prostituta sagrada y el principio de lo Femenino que simboliza Sophia, la Sabiduría.19

Ya hemos presenciado repetidas apariciones de Sophia en nuestra investigación —la veneraban especialmente los templarios—, y tiene fuertes asociaciones tanto con la Magdalena como con Isis.

La unción de Jesús fue un ritual pagano; la mujer que lo oficiaba, María de Betania, era una sacerdotisa. Con este nuevo planteamiento en mente, parece más que probable que su función en el círculo interior de Jesús fuese el de iniciadora sexual. Pero recordemos que tanto los heréticos como la Iglesia católica han creído durante mucho tiempo que María de Betania y María Magdalena eran la misma persona: en esa figura de la iniciadora sexual tenemos por fin el motivo que nos faltaba para la confusión en cuanto al verdadero papel y significación de la Magdalena en la vida de Jesús. Porque Sophia es en efecto la Prostituta, que también es la «Muy Amada» de las nupcias sagradas, y que es María Magdalena, la Madona negra e Isis.20

La sexualidad sacra implícita en la Gran Obra de los alquimistas equivale a la continuación directa de esa antigua tradición en la que el rito sexual confiere la iluminación espiritual, e incluso una transformación física. Porque después de la experiencia suprema con la diosa/sacerdotisa, el dios/sacerdote queda tan cambiado que tal vez no le reconocerá nadie, y habrá «resucitado» a una nueva vida.

Es de resaltar, como lo han hecho Nancy Qualls-Corbett y otros comentaristas recientes,21 que los evangelios gnósticos retratan a María Magdalena como iluminadora, María Lucifer la que trae la luz, la que confiere la iluminación por medio de la sexualidad sagrada. Lo cual unido a nuestras conclusiones sobre María de Betania parece indicar que ella y Magdalena eran efectivamente la misma mujer.

Este planteamiento también corrobora la idea de que María fue la esposa de Jesús, si aceptamos una redefinición esencial de esa palabra. Era su pareja en un matrimonio sagrado, lo cual no es necesariamente un emparejamiento de amor. En este sentido es interesante la consideración del Cantar de los Cantares como la liturgia de un matrimonio sagrado, tan vinculada siempre por la tradición a María Magdalena.

La sexualidad sacra —anatema para la Iglesia de Roma— encuentra sus expresiones en el concepto de matrimonio sagrado y «prostitución sagrada», en los antiguos sistemas orientales del taoísmo y el tantrismo, en la alquimia.

Como dice Marvin H. Pope en su exhaustivo trabajo sobre el Cantar de los Cantares (1977):
Entre los himnos tántricos a la Diosa hallamos algunos de los paralelismos más sugerentes con el Cantar de los Cantares.22
Y como explica Peter Redgrove en The Black Goddess (1989) al comentar las artes sexuales del taoísmo:
Es interesante la comparación con las prácticas sexuales de las religiones del Oriente Próximo y las imágenes que hemos heredado de ellas. Mari-Ishtar, la Gran Prostituta, ungió a su consorte Tammuz (con quien se identificó a Jesús), en virtud de lo cual hizo de él un Cristo. Con ello preparaba su descenso a los infiernos, de donde regresaría cuando ella le llamase. Ella, o su sacerdotisa, recibía el nombre de Gran Prostituta porque ése era un rito sexual de horasis, por cuyo orgasmo integral el consorte sería transportado al continuum visionariamente cognoscible.

Y era un rito de paso, del que él regresaría transformado. Por eso mismo dijo Jesús que María Magdalena le había ungido para la sepultura. Sólo las mujeres podían oficiar estos ritos en nombre de la diosa, y por eso no veló la tumba ningún hombre, sino sólo María Magdalena y sus mujeres. Un símbolo principal de la Magdalena en el arte cristiano fue la ampolla del crisma: signo externo del bautismo interno que experimentaba el taoísta [...].23
En esto de la crismera o recipiente del óleo que usó la Magdalena para ungir a Jesús hay otro aspecto importante. Como se ha reiterado, según los evangelios era de nardos, un perfume excepcionalmente caro. Y la razón de ese precio elevado era que se importaba de la India, es decir de la cuna de las ancestrales artes sexuales del tantrismo. Y la tradición tántrica asigna diferentes perfumes y óleos a las distintas partes del cuerpo: el de nardo era para el cabello y para los pies...

En la epopeya de Gilgamesh se les dice a los reyes sacrificiales: «La prostituta que te ungió con aceite fragante llora por ti ahora», y también usaban una frase parecida a los misterios de Tammuz, otro dios que muere y cuyo culto estuvo muy extendido en Jerusalén hacia la época de Jesús.24 En cuanto a los «siete diablos» que supuestamente Jesús expulsó de la Magdalena, quizá cobrarían otro sentido si los consideramos como los siete Maskin nacidos de la diosa Mari, que eran los siete espíritus sumerio-acadios regidores de las siete esferas sagradas.25

En la tradición del matrimonio sagrado, era la prometida del rey sacrificial, la Suma Sacerdotisa, quien elegía el momento de su muerte, la que asistía a su entierro y aquella cuya magia lo sacaría de los infiernos para llamarlo a una nueva vida. En la mayoría de los casos, naturalmente, esta «resurrección» sería puramente simbólica y se manifestaba en la renovación biológica primaveral, o como en el caso de Osiris, en el desbordamiento anual del Nilo que renovaba la fertilidad de las tierras.

De manera que podemos considerar la unción efectuada por María Magdalena como las dos cosas que era: el anuncio de que había llegado la hora del sacrificio de Jesús, y la selección ritual del rey sagrado, en virtud de su propia autoridad como sacerdotisa. Que esa función sea diametralmente opuesta a la que le ha asignado tradicionalmente la Iglesia, a estas alturas no sorprenderá mucho.

En nuestra opinión la Iglesia católica nunca quiso que sus fieles conocieran la verdadera relación entre Jesús y María, y por eso los evangelios gnósticos no se incluyeron en el Nuevo Testamento, y muchos cristianos ni siquiera saben que aquéllos existen. Pero cuando rechazó los muchos evangelios gnósticos y decidió incluir únicamente los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan en el Nuevo Testamento, el Concilio de Nicea no tenía ningún mandato divino para esa gran campaña de censura. Actuaba obedeciendo a su propio instinto de conservación, porque para entonces, siglo IV, el poder de la Magdalena y de sus seguidores se había extendido demasiado y el patriarcado no tenía una batalla fácil.

De acuerdo con ese material censurado, descartado deliberadamente para impedir que se conociera el verdadero panorama, Jesús confirió a la Magdalena el título de «Apóstol de Apóstoles» y «Mujer que sabe todo». Anunció que sería exaltada sobre todos los demás discípulos y que ella regiría el inminente Reino de la Luz. Como hemos visto, también la llamaba María Lucifer, «la que trae la luz», y se asegura que resucitó a Lázaro de entre los muertos por amor a ella y nada más, porque no podía negarle nada.

El Evangelio de Felipe, de los gnósticos, describe cómo la aborrecían los demás discípulos y en particular Pedro quiso disputarle la situación privilegiada cerca de Jesús... incluso en una ocasión le preguntó con bastante ingenuidad por qué la prefería a los demás y siempre la besaba en la boca.

En el Evangelio de María, de los gnósticos, dice que Pedro la odiaba a ella y a «todo el género femenino», y el Evangelio de Tomás atribuye a Pedro la exclamación «dejad que se vaya María y nos deje, que las mujeres no merecen vivir».

Un anticipo de la dura batalla que estaba por venir entre la Iglesia de Roma, fundada por Pedro, y la heterodoxia sumergida, que era toda de María. (Será instructivo recordar que todo comenzó como el choque personal entre dos individualidades, una de las cuales era la consorte de Jesús.)

Significativamente, el gnóstico Evangelio de Felipe (que describe expresamente a la Magdalena como compañera sexual de Jesús) abunda en alusiones a uniones entre el hombre y la mujer, entre la Esposa y el Esposo. La iluminación última se simboliza por los frutos de la unión entre el Esposo y la Esposa, siendo éste Jesús y la consorte Sophia, cuyo embarazo es el advenimiento de la gnosis.26 (Es interesante, por cierto, que incluso los evangelios canónicos citan con frecuencia a Jesús refiriéndose a sí mismo como «el Esposo».) También el Evangelio de Felipe asocia claramente a María Magdalena con Sophia.27

Este evangelio gnóstico relaciona cinco ritos de iniciación o sacramentos: bautismo, crisma (unión), eucaristía, redención... y el alto de todos, «la cámara nupcial».
El crisma es superior al bautismo [...] y Cristo recibe este nombre a causa del crisma [...]. El ungido lo posee Todo, posee la resurrección, la luz, la Cruz, el Espíritu Santos. El Padre se lo dio todo en la cámara nupcial.28
Si el rito sacramental del crisma era superior al del bautismo, esto implica por parte de María una autoridad superior a la de Juan el Bautista. Pero tal vez sea más significativo todavía que según el Evangelio de Felipe, al seguir este sistema no sólo Jesús sino todos los gnósticos devienen «Cristos» por medio de la unción. Y el sacramento más alto era el de la «cámara nupcial», nunca explicado, y que sigue siendo un misterio para los historiadores. No obstante, a la luz de esta investigación podemos aventurar una conjetura: ciertamente las palabras del pasaje encierran una clave acerca de la verdadera naturaleza de la relación entre Jesús y María.

Como hemos mencionado, a ésta la llaman en los evangelios gnósticos «la mujer que sabe Todo», y aquí se nos dice que «el ungido lo posee Todo». En el Evangelio de Felipe apostilla sin rodeos:
«Para que entendáis el poder que tiene la unión no profanada.»29
El libro gnóstico Pistis Sophia, del siglo III, continúa las que dice ser enseñanzas de Jesús doce años después de su resurrección. Aquí la Magdalena aparece en el papel arquetípico de catequista y le interroga para que revele su sabiduría... exactamente como la Shakti o diosa oriental interroga ritualmente a su divino consorte. Es de notar que Jesús en el Pistis Sophia le confiere a María el mismo tratamiento de «Amantísima» que usaban aquellas diosas y dice las fórmulas que utilizaban los consortes del matrimonio sagrado.

La intimidad entre Jesús y María conlleva otra consecuencia profunda. Al comparar la relación entre ellos y la de Jesús con sus discípulos apenas queda duda en cuanto a quien conocía verdaderamente sus ideas, sus pensamientos y sus secretos. Con frecuencia se nos describe a los discípulos varones como algo cortos de entendederas. Una y otra vez se nos dice «pero ellos no lo entendieron»; no mueve a entusiasmo, que digamos, esa falta de comprensión por parte de los hombres destinados a fundar la futura Iglesia.

Es verdad que según los Hechos de los Apóstoles cayó luego sobre ellos el fuego del Espíritu Santo que les confirió algunos poderes y sabiduría, pero los evangelios gnósticos dicen bien claro quién era la discípula que no precisaba de tal intervención celestial.

Según el material censurado fue la Magdalena quien después de la Crucifixión reunió a los consternados discípulos, y con el poder de sus elocuentes palabras les devolvió la fe en la causa cuando ellos parecían más que dispuestos a abandonarla. Claro es que ella había visto con sus propios ojos a Jesús resucitado, pero una vez más nos quedamos con la curiosa sensación de la falta de fe, de valor y de motivación por parte de ellos, en comparación con ella.

¿Sería posible que los Doce no hubiesen sido en realidad el círculo interior de los seguidores de Jesús, sino únicamente los más leales de entre los devotos no iniciados? Considerándolo respectivamente, asombra la ignorancia en que estaban.

Por ejemplo, y aunque la muerte y la resurrección de Jesús eran la quintaesencia de su misión, su razón de ser, ellos nunca previeron tales sucesos, «pues no habían entendido aún la Escritura según la cual Jesús tenía que resucitar de entre los muertos».30

Fueron María Magdalena y las mujeres que la seguían quienes acudieron a la tumba. Tal vez sus palabras al jardinero —en realidad, Jesús resucitado—diciendo que se habían llevado al «Señor» y que «no sabía dónde lo habían puesto» significaban que, lo mismo que los hombres, ignoraba lo sucedido. Pero hay poderosas razones para considerar esas palabras como reveladoras de que estaba en el secreto de unos misterios interiores, de los cuales tal vez era sacerdotisa. Con toda probabilidad María Magdalena fue la consorte de Jesús y la primera entre los Apóstoles, y también parece probable que su función incluyese otra significación ritual más antigua y pagana. 

Normalmente se interpreta que los hombres no acudieron a la tumba de Jesús porque en aquellos tiempos los hombres no hacían esas cosas. Pero a juzgar por el aturdimiento y apatía en que habían caído los discípulos después de la Crucifixión según el relato de los gnósticos, su ausencia no se debió sólo a motivos de decoro. En la tradición de los misterios, cumplía exclusivamente a la sacerdotisa el proclamar el punto culminante del sacrificio, la resurrección milagrosa del rey. 

No obstante, y aun admitiendo que la unción, la muerte y la resurrección de Jesús guardan obvias semejanzas con las tradiciones paganas de la época, queda la pregunta de si era posible que un predicador judío se aviniese a intervenir en semejante representación. Pues aunque sí parece que la Magdalena había participado en cultos del tipo de la prostitución sagrada, ¿qué razones podía tener Jesús para dar la espalda a muchos siglos de arraigada tradición judaica? ¿Es verosímil que él, precisamente, tomase parte en un rito pagano?

La misma pregunta nos plantea una posibilidad hasta aquí inimaginable. Como hemos visto la realidad en cuanto a Jesús y su misión tal vez era muy diferente de cuanto ha enseñado la Iglesia. Aunque nos limitemos a deponer momentáneamente la incredulidad para considerar qué pasaría si la hipótesis anteriormente apuntada fuese cierta, no hay más remedio que encarar un panorama totalmente nuevo.

Qué pasa si Jesús fue oficiante de unas nupcias sagradas y, por tanto, participante voluntario en un rito pagano. Qué pasa si María Magdalena era la suma sacerdotisa de un culto a la diosa y por lo menos espiritualmente, igual a Jesús. Y qué pasa si en realidad Pedro y los demás discípulos varones no formaban parte del círculo interior de aquel movimiento.

Pero aún nos queda otra pregunta que formularnos: una vez considerada esta situación tan radicalmente inédita, aunque sólo sea como hipótesis, ¿qué clase de hombre pudo ser el que ocupaba el lugar central de ese panorama? ¿Quién era el auténtico Jesús?
por Lynn Picknett y Clive Prince
del Sitio Web Scribd

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