Sorprendentemente la astronomía conocida por las grandes civilizaciones supera con mucho lo que parecería lógico, teniendo en cuenta las modestas herramientas de investigación utilizadas por los antiguos observadores del cielo. Esto, unido a las múltiples leyendas y mitos referidos a visitas de dioses que legaron a los hombres sus secretos conocimientos sobre el universo, nos obliga a preguntarnos si el anciano saber astronómico pudo ser realmente traído a la Tierra por seres extraterrestres.
El hombre del paleolítico era nómada. A fin de orientarse en su constante deambular, tuvo que fijar unos puntos de referencia y lo consiguió mediante la observación del Sol y de las estrellas.
Pronto comprendió que los movimientos de los astros estaban relacionados con asombrosos acontecimientos. La naturaleza se comportaba apacible o violentamente dependiendo de la posición que el Sol tuviera en el horizonte. Los truenos, los relámpagos, las tormentas y todo aquello que le atemorizaba, guardaba relación con la mayor o menor presencia de este astro, por lo que divinizó como dador de la vida. Por otra parte, la constatación de que los ciclos estacionales se repetían hizo que el ser humano comenzase a medir el tiempo. La observación llevó al hombre a percatarse de que el Sol no aparece siempre por el mismo sitio. Sólo hay dos días al año en que sale por el este y se pone por el oeste (en el hemisferio norte): durante los equinoccios de primavera (21 de marzo) y de otoño (21 de Septiembre). En ellos, el número de horas del día es el mismo que el número de horas de la noche, o sea, 12. El resto del año, el Sol naciente se mueve como un péndulo por el horizonte, hacia la izquierda o hacia la derecha del este geográfico.
Este deplazamiento marca un arco en el horizonte cuyos límites son los días del solsticio de verano, el día más largo del año (21 de Junio) y el solsticio de invierno, el día más corto (21 de diciembre).
Estos conocimientos eran marcados por los egipcios con dos obeliscos situados frente al templo, cuya fachada principal se orientaba al este, en una línea imaginaria que pasaba entre los dos monumentos. Desde un punto determinado del templo, el sacerdote-astrónomo podía mirar el horizonte y conocer la llegada de estos días clave, a medida que el Sol naciente se aproximaba a uno u otro obelísco. Pero no era sólo esto lo que los antíguos conocían del cielo...
Según el Dr. Marcel Baudouin, el culto al Sol apareció ya en el Período Chelense (100.000 a.C). Las grandes construcciones pétreas surgieron con gran profusión por todos los rincones de Europa desde Portugal a los Países Escandinavos. Sólo en la isla de Seeland (Dinamarca) se han encontrado 3.500 megalitos. Y el denominador común de tales construcciones fue la astronomía, ya que se ha constatado que el 70% de los dólmenes y avenidas cubiertas tienen la entrada orientada hacia el nordeste, buscando la salida del Sol en el solsticio de verano.
Bretaña es una tierra privilegiada, situada sobre un macizo granítico que recibe y emite a su alrededor radiaciones telúricas. En esta región francesa se conservan actualmente cerca de 3.800 megalitos con alineaciones sobre la línea equinoccial, la dirección de salida del Sol solsticial de verano y de la puesta solsticial en invierno.
Pero sin duda es Stonehenge el más conocido y evocador de todos los monumentos protohistóricos de función ritual y astronómica. El tramo recto de su Avenida, por la que se accedía desde el exterior hasta el centro del conjunto, estaba perfectamente orientado hacia al lugar donde se habría visto el primer destello solar en el solsticio de verano.
Stonehenge fue erigido en un lugar previamente seleccionado en la estrecha porción del hemisferio norte en que los azimuts (ángulo que forma con el meridiano el círculo vertical que pasa por un punto de la esfera celeste) del Sol y de la Luna, en su máxima declinación (distancia del astro al ecuador), forman un ángulo de 90°. La importancia del lugar elegido era tal que sus constructores no dudaron en traer bloques de hasta 400 toneladas desde una cantera situada a 300 km. Actualmente, los arqueólogos sostienen que Stonehenge se comenzó a levantar hacia el 3600 a.C., continuándose las obras en épocas posteriores. Stonehenge no es un monumento ordinario, ya que cumplió simultáneamente las funciones de calendario lunar y solar y aportó, además, el conocimiento de los ritos de las estaciones. El 21 de junio, solsticio de verano, el primer rayo de luz iluminaba el altar, ahora caído entre los dólmenes. Los estudios astronómicos realizados por el profesor Gerald Hawkins y por Sir Norman Lockyer demuestran que la Luna tenía más interés para sus enigmáticos constructores que el Sol. Próximos a la entrada del monumento, cuarenta hoyos, señales de otros tantos postes dispuestos en seis filas, coinciden con la posición más septentrional a la que llega la Luna cada 18,61 años. No es posible que unos hombres prehistóricos obtuvieran tal refinamiento astronómico mediante la mera observación del firmamento. Además, se ha comprobado que las alineaciones lunares están realizadas con tal perfección que para establecerlas debieron, sin ninguna duda, contar con información acerca de la inclinación de la órbita y diámetro lunar. Gracias a estos y otros datos, las investigaciones más recientes indican que la época señalada por la posición de los astros en el cielo es mucho más remota que la fecha de su supuesta construcción. Ello nos lleva a preguntarnos: ¿Quién planificó Stonehenge y cuáles fueron sus motivos?
dosaguilasovni.over-blog.es/
El hombre del paleolítico era nómada. A fin de orientarse en su constante deambular, tuvo que fijar unos puntos de referencia y lo consiguió mediante la observación del Sol y de las estrellas.
Pronto comprendió que los movimientos de los astros estaban relacionados con asombrosos acontecimientos. La naturaleza se comportaba apacible o violentamente dependiendo de la posición que el Sol tuviera en el horizonte. Los truenos, los relámpagos, las tormentas y todo aquello que le atemorizaba, guardaba relación con la mayor o menor presencia de este astro, por lo que divinizó como dador de la vida. Por otra parte, la constatación de que los ciclos estacionales se repetían hizo que el ser humano comenzase a medir el tiempo. La observación llevó al hombre a percatarse de que el Sol no aparece siempre por el mismo sitio. Sólo hay dos días al año en que sale por el este y se pone por el oeste (en el hemisferio norte): durante los equinoccios de primavera (21 de marzo) y de otoño (21 de Septiembre). En ellos, el número de horas del día es el mismo que el número de horas de la noche, o sea, 12. El resto del año, el Sol naciente se mueve como un péndulo por el horizonte, hacia la izquierda o hacia la derecha del este geográfico.
Este deplazamiento marca un arco en el horizonte cuyos límites son los días del solsticio de verano, el día más largo del año (21 de Junio) y el solsticio de invierno, el día más corto (21 de diciembre).
Estos conocimientos eran marcados por los egipcios con dos obeliscos situados frente al templo, cuya fachada principal se orientaba al este, en una línea imaginaria que pasaba entre los dos monumentos. Desde un punto determinado del templo, el sacerdote-astrónomo podía mirar el horizonte y conocer la llegada de estos días clave, a medida que el Sol naciente se aproximaba a uno u otro obelísco. Pero no era sólo esto lo que los antíguos conocían del cielo...
Según el Dr. Marcel Baudouin, el culto al Sol apareció ya en el Período Chelense (100.000 a.C). Las grandes construcciones pétreas surgieron con gran profusión por todos los rincones de Europa desde Portugal a los Países Escandinavos. Sólo en la isla de Seeland (Dinamarca) se han encontrado 3.500 megalitos. Y el denominador común de tales construcciones fue la astronomía, ya que se ha constatado que el 70% de los dólmenes y avenidas cubiertas tienen la entrada orientada hacia el nordeste, buscando la salida del Sol en el solsticio de verano.
Bretaña es una tierra privilegiada, situada sobre un macizo granítico que recibe y emite a su alrededor radiaciones telúricas. En esta región francesa se conservan actualmente cerca de 3.800 megalitos con alineaciones sobre la línea equinoccial, la dirección de salida del Sol solsticial de verano y de la puesta solsticial en invierno.
Pero sin duda es Stonehenge el más conocido y evocador de todos los monumentos protohistóricos de función ritual y astronómica. El tramo recto de su Avenida, por la que se accedía desde el exterior hasta el centro del conjunto, estaba perfectamente orientado hacia al lugar donde se habría visto el primer destello solar en el solsticio de verano.
Stonehenge fue erigido en un lugar previamente seleccionado en la estrecha porción del hemisferio norte en que los azimuts (ángulo que forma con el meridiano el círculo vertical que pasa por un punto de la esfera celeste) del Sol y de la Luna, en su máxima declinación (distancia del astro al ecuador), forman un ángulo de 90°. La importancia del lugar elegido era tal que sus constructores no dudaron en traer bloques de hasta 400 toneladas desde una cantera situada a 300 km. Actualmente, los arqueólogos sostienen que Stonehenge se comenzó a levantar hacia el 3600 a.C., continuándose las obras en épocas posteriores. Stonehenge no es un monumento ordinario, ya que cumplió simultáneamente las funciones de calendario lunar y solar y aportó, además, el conocimiento de los ritos de las estaciones. El 21 de junio, solsticio de verano, el primer rayo de luz iluminaba el altar, ahora caído entre los dólmenes. Los estudios astronómicos realizados por el profesor Gerald Hawkins y por Sir Norman Lockyer demuestran que la Luna tenía más interés para sus enigmáticos constructores que el Sol. Próximos a la entrada del monumento, cuarenta hoyos, señales de otros tantos postes dispuestos en seis filas, coinciden con la posición más septentrional a la que llega la Luna cada 18,61 años. No es posible que unos hombres prehistóricos obtuvieran tal refinamiento astronómico mediante la mera observación del firmamento. Además, se ha comprobado que las alineaciones lunares están realizadas con tal perfección que para establecerlas debieron, sin ninguna duda, contar con información acerca de la inclinación de la órbita y diámetro lunar. Gracias a estos y otros datos, las investigaciones más recientes indican que la época señalada por la posición de los astros en el cielo es mucho más remota que la fecha de su supuesta construcción. Ello nos lleva a preguntarnos: ¿Quién planificó Stonehenge y cuáles fueron sus motivos?
dosaguilasovni.over-blog.es/
No hay comentarios:
Publicar un comentario