En el sureste del estado mexicano de Guanajuato, se encuentra el municipio de Acámbaro. La arqueología clásica ha estudiado allí una primera población de indios Chichimecas organizados según una elaborada estructura política. Su territorio fue tomado por los Tarascos en su expansión de 1450 a.C., a los que pronto se unieron los Otomíes después de emigrar de Jilotepec. El sistema de los Chichimecas, a los que los arqueólogos atribuyen una antigüedad "anterior a 1200a.C.", seguía una centralización muy estricta, destinando el cobro de tributos para la realización de obras públicas. Sus antecesores constituían una de las culturas mesoamericanas más antiguas, la Chupicuaro, que evolucionó hacia la Teotihuacana hacia el 200 d.C. y hacia la Tolteca para terminar en la Purepecha hasta la época de la colonización colombina. Waldemar Julsrud, un comerciante local aficionado a las antigüedades, atravesaba a caballo la colina que domina la villa de Acámbaro en Julio de 1945. La estación de las lluvias había puesto a descubierto algunos fragmentos de cerámica sobre los que posó su atención. Encargó a un albañil conocido suyo, de nombre Odilón Tinajero, desenterrar lo que le pareciera interesante. Tinajero trabajó en la ladera durante siete años, recuperando unos treinta mil objetos, entre los que no hay dos exactamente iguales. Esta enorme variedad es inédita en las civilizaciones desaparecidas, situando a la llamada "Cultura de Julsrud" a la cabeza de la creatividad prehistórica. Algunos de los animales representados, como los caballos y camellos americanos o el rinoceronte lanudo, desaparecieron hace más de un millón de años, a finales del periodo denominado Pleistoceno. Hoy conocemos su existencia gracias a los esfuerzos continuados durante décadas por expertos que se ayudan de sistemas tecnológicos de la mayor modernidad. Según el albañil Tinajero, las figurillas estaban enterradas por grupos, como formando bolsas de objetos, probablemente al haber sido ocultadas intencionadamente y no como fruto de la sedimentación o algún derrumbamiento. El profesor Charles Hapgood envió al laboratorio de radiocarbono de la sociedad "Isotopes, Inc." algunas muestras de arcilla en la que se había introducido materia orgánica, susceptible de ser datada con el método del Carbono 14. El resultado el análisis aportó una antigüedad de entre 3490 y 3690 años, lo que sitúa su elaboración en torno al año 1600 a.C. Los restos encontrados en Acámbaro son completamente falsos, al decir de una serie de arqueólogos tan expertos en la materia que la mayoría enunciaron sus conclusiones sin haber examinado los restos. Su dictamen se basa en las teorías que datan la desaparición de estas especies mucho antes de la aparición del ser humano, con lo que se juzgan las pruebas en función del veredicto, y no a la inversa como podría parecer lógico. Julsrud tenía su propia versión del fenómeno, según la cual las figurillas habrían sido hechas en la Atlántida, y pasado luego a los aztecas que optaron por enterrarlas ante la llegada de los españoles. Cada figurilla recuperada entera suponía para el albañil el pago de un peso, lo que constituye un precio irrisorio para tamaña labor de falsificación. Acérrimos enemigos del descubrimiento fueron incapaces de aportar datos concretos sobre los autores de la falsificación, a los que decían conocer bien. El profesor Charles Hapgood asistió al descubrimiento de varias docenas de objetos en tales condiciones que resultaba imposible haberlos enterrado en por lo menos cuarenta años atrás. Junto con el investigador Iván T. Sanderson, Hapgood certificó la existencia de incrustaciones de tierra y arena endurecida, marcas de pequeñas raíces y otras señales que demuestran una larga estancia bajo tierra de los objetos. El doctor Eduardo Noguera, del Los Angeles County Museum, y el mineralogista Raymond Barber fueron incapaces de localizar indicios de fraude en los trabajos de excavación, que examinaron personalmente. En el cerro de las estatuillas se encontraron también seis craneos humanos, que por su aspecto corresponden a población indígena pero que no han sido estudiados con detenimiento. También se hallaron dientes de Equus conversidens Owen, un caballo desaparecido en el Pleistoceno. Un comerciante de San Miguel Allende, el señor Ferro, vendía a los turistas figuras de barro muy similares a las de Acámbaro, y que había recuperado en número de unas cinco mil practicando agujeros en las pirámides de San Miguel. Hapgood comprobó personalmente este parecido y estableció una relación con el arte funerario aunque las de Acámbaro no parecieran corresponderse con ningún enterramiento. Unas excavaciones en la hacienda del coronel Muzquiz habían aportado algunas piezas de cerámica tarascanas y el descubrimiento de un gran cráneo cerca de una piedra plana. Convencido de que la piedra podía asociarse al cráneo, probablemente de Mamut, cuyos restos fósiles abundan en la zona, Hapgood repitió la excavación para intentar localizarla, lo que no consiguió. En su lugar halló una escalera que se hundía en el suelo y que estaba tan obstruida por restos volcánicos que sus medios no le permitieron liberarla. La fabricación de las estatuillas coincide cronológicamente con un extraño periodo de la historia en que se desarrollaron una serie de catástrofes naturales por todo el planeta: el hundimiento de la civilización del Valle del Indo.
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