Existe otra tradición que sostenía que Artemisa se había enamorado de Orión, lo cual despertó celos en Apolo, hermano gemelo de Artemisa. Un día Apolo, viendo a Orión a lo lejos, hizo una apuesta a su hermana desafiándola a que no podía asestarle una flecha a un animal (o a un punto brillante lejos en el océano, en otra versión) que se movía a lo lejos dentro de un bosque (o en lo lejano del mar). Artemisa lanzó su flecha y dio, como siempre, en el blanco. Cuando fue a ver su presa, se dio cuenta de que había aniquilado a su amado Orión. Fue tan grande su tristeza, sus quejas y sus lamentos que decidió colocar a Orión en el cielo para su consuelo. Otra leyenda cuenta que Orión acosaba a las Pléyades, hijas del titán Atlas, por lo que Zeus las colocó en el cielo. Todavía parece que, en el cielo, Orión continúa persiguiendo a las Pléyades. Orión está representado por un guerrero alzando su arco, su espada o garrote y cubriéndose del enemigo con un vellocino o un escudo. A su lado se encuentran sus perros de caza: Canis Maior y Canis Minor. En la Mitología egipcia la estrella de Orion estaba asociada al dios Osiris.
Sirio es el nombre propio de la estrella Alfa Canis Majoris, la más brillante del cielo nocturno vista desde la Tierra (exceptuando al Sol), situada en la constelación del hemisferio Sur Canis Major («El Can Mayor»). Esta estrella tan notable, a veces llamada «estrella perro» a raíz de la constelación a la que pertenece, es muy conocida desde la antigüedad; por ejemplo, en el antiguo Egipto, en que la salida de Sirio marcaba la época de las inundaciones del Nilo. Sirio es una estrella blanca situada a 8,6 años luz del Sistema Solar, lo que la constituye en la quinta estrella más cercana. Sirio es una estrella binaria. Friedrich Bessel, en 1844, analizó con precisión las variaciones en el movimiento propio de Sirio, y dedujo la presencia de una compañera. Ésta, un objeto muy débil ahora llamado Sirio B o «el cachorro», fue observada casualmente en 1862 por el famoso constructor de objetivos astronómicos, Alvan Graham Clark, cuando estaba enfocando sobre Sirio el telescopio que acababa de terminar para el Observatorio Naval de Washington.
Se estima que la masa de Sirio A es 3,5 masas solares y que la de su compañera es de aproximadamente una masa solar. Pero dada la muy baja luminosidad de Sirio B, se deduce que su volumen es similar al de la Tierra, es decir, 1.600.000 veces menor que el solar. Por consiguiente, su densidad media es 1.600.000 veces la del Sol, por lo que un litro de liquido pesaría más de 2.000 toneladas. Para tener una idea de lo que esto significa, baste recordar que 2.000 toneladas era el peso de la última etapa llena de combustible del gigantesco cohete Saturno V, el utilizado en las misiones Apolo. Debido a ciertas irregularidades en la órbita de Sirio A y Sirio B se ha sugerido la presencia de una tercera estrella, Sirio C, una enana roja en una órbita elíptica de 6 años alrededor de Sirio A. Este objeto aún no ha sido observado y se discute su existencia real. También debemos añadir que el año del calendario maya comienza el 26 de julio, cuando la estrella Sirio A y el Sol aparecen simultáneamente al amanecer.
“Antes de morir Noé dio el libro a Sem, que lo dio a Abraham, y éste a Isaac, que lo pasó a Jacob, que a su vez se lo dio a Leví, éste se lo dio a Kehat, Kehat se lo dio a Amrom; Amrom se lo dio a Moisés; Moisés se lo dio a Josué, Josué se lo dio a los ancianos; los ancianos se lo dieron a los profetas; los profetas se lo dieron a los sabios; pasó de generación en generación hasta que llegó al rey Salomón. También a él se le reveló el libro de los misterios y adquirió una sabiduría inmensa (…). Levantó grandes edificios, y gracias a la sabiduría del libro sagrado hizo prosperar todo lo que emprendía (…). Feliz aquel cuyos ojos han visto, cuyos oídos han oído, cuyo corazón ha comprendido la sabiduría de este libro”. Este relato fantástico del libro de Adán podía catalogarse como simple fruto de la imaginación del autor, si no fuera porque la idea de la piedra de zafiro no encaja de ningún modo, debido a la antigüedad del escrito.
Al que se le ocurrió este relato se supone que sólo podía imaginarse libros hechos de papel, pergamino, barro cocido, u otros materiales similares. Entonces ¿de dónde salió la idea de una piedra de zafiro haciendo la función de libro? Hasta hace poco, la idea de que toda una enciclopedia pudiera grabarse en una piedra preciosa era inimaginable. Pero actualmente los diccionarios en soporte digital son una realidad e incluso los científicos están estudiando la posibilidad de almacenar información en cristales. Además, según el relato, Adán mantenía «conversaciones» con el libro de zafiro. ¿De dónde sacó el autor este y otros detalles tan concretos y sorprendentes? Asimismo, informaciones como las «72 categorías de conocimientos», los «670 símbolos de los misterios superiores» y las «1.500 claves», son tan precisas que resultan sorprendentes. Otro tema realmente increíble es que el autor diera tanta importancia a ciertas estrellas y constelaciones tan alejadas de la Tierra. ¿Por qué Adán y sus descendientes tenían que conocer los cursos de Aldebarán, de Orión y de Sirio?
Se dice que el ángel Raziel, que entregó el libro de zafiro a Adán, también «ascendió al cielo entre las llamas», pero no antes de que surgiera un enigmático «fuego en la orilla del río». En el texto apócrifo “la vida de Adán y Eva” se relatan historias, en tiempos de Adán, en que aparece la figura del fuego y de los carros volantes. Aunque la versión que ha llegado a nosotros data del 730 d.C, se basa en documentos de gran antigüedad. En este texto se dice: “Eva miró a los cielos y vio un carro de luces que se aproximaba, tirado por cuatro águilas brillantes, cuya belleza magnífica no puede expresar nadie nacido de mujer”. Parecería que Eva fue la primera persona que vio un OVNI. El mismo Señor que había creado a Adán y a Eva, y que de vez en cuando se daba paseos por el jardín del Edén, también subió a bordo de este carro de luces: “Y he aquí que el Señor de la fuerza montó en el carro; cuatro vientos lo empujaban, los querubines guiaban los vientos y los ángeles del cielo iban por delante...”.
Adán aprendió también del libro de zafiro los nombres de todas las esferas del cielo, así como los nombres de los mensajeros celestiales. Pero ¿qué son estas esferas del cielo? Los “Relatos judíos de la Antigüedad” nos proporcionan valiosa información: “La primera esfera se llama Vilón; desde ésta se observa la humanidad. Por encima de Vilón está Rakia, donde se encuentran las estrellas y los planetas. Todavía más arriba está la esfera de Schechakim, y más allá de ésta están los cielos que se llaman Gebul, Makhon y Maon. La esfera más alta del cielo, más allá de Maon, se llama Araboth. Allí residen los serafines. Allí están también las ruedas sagradas y los querubines. De fuego y de agua son sus cuerpos. Pero se mantienen íntegros, pues el agua no apaga el fuego ni el fuego seca el agua. Y los ángeles elevan alabanzas al Altísimo, bendito sea Su Nombre. Pero lejos de la gloria del Señor residen los ángeles. Están a 36.000 ‘millas’ de Él, y no ven el lugar donde reside Su gloria”.
Evidentemente en el escrito original no se hablaba de millas, sino de una unidad de medida desconocida, que algún traductor sustituyó por millas. Pero, curiosamente, el número 36.000 no ha variado. Es remarcable que estas esferas celestiales no sólo se caracterizan por sus medidas de distancia, sino también de tiempo. Entre un cielo y otro hay «escaleras», y para cruzarlas se precisa un periodo de «500 años de viaje». Aplicando conocimientos científicos actuales se cree que se estaría relatando una distancia de diez años luz y un viaje a la escalofriante velocidad de unos 6000 Km/seg. Normalmente estos relatos se catalogan como mitos y leyendas, que pueden fácilmente ser considerados como pura ficción. Pero las leyendas y mitos deberían ser considerados un vínculo relevante para la investigación histórica y la ciencia.
Además, las leyendas y mitos son universales, ya que hay grandes coincidencias entre distintas culturas, como las judías, persas, árabes, griegas, hindúes y americanas. Es posible que sus dioses y héroes tengan distintos nombres, pero la esencia de los relatos es muy similar. Como un claro ejemplo tenemos la leyenda del diluvio, que se relata en todo el mundo. Y en las leyendas no importa cuándo sucedió algo, sino lo que sucedió. En la versión bíblica del diluvio, la gente tenía que hacer un acto de fe coneste relato, hasta que se realizó un importante descubrimiento en la colina de Kujunds-hik, donde estuvo la antigua ciudad de Nínive. Los arqueólogos sacaron a la luz 12 tablillas de barro cocido que habían pertenecido a la biblioteca del rey asirio Asurbanipal. En ellas se cuenta la historia de Gilgamés, rey de Uruk, que era un semidios y que emprendió la búsqueda de su antepasado terrenal Utnapishtim (el bíblico Noé).
Utnapishtim cuenta que los dioses le advirtieron de la llegada del diluvio y le ordenaron construir un barco en el que debía refugiarse con sus mujeres, sus hijos, sus parientes y con artesanos de todos los oficios. Las descripciones de la tempestad, de la oscuridad, de la subida de las aguas y de la desesperación de los que no podían subir al barco son verdaderamente apasionantes. También leemos, como en la Biblia, el relato del cuervo y de la paloma a los que se envía a buscar tierra firme, y cómo, cuando descienden las aguas, el barco queda varado en lo alto de una montaña. Las semejanzas entre el relato del diluvio en la Epopeya de Gilgamés y en la Biblia son evidentes, aunque intervienen dioses y circunstancias diferentes. El relato del diluvio se cuenta en tercera persona en la Biblia, mientras que en la epopeya de Gilgamés se utiliza la primera persona, dando a entender que es el relato de un testigo presencial que conoció realmente el diluvio.
Las leyendas se mantienen vivas en la conciencia popular como un vago recuerdo de un remoto pasado. Repasando los relatos y las tradiciones de la humanidad que han sido transmitidas, parece ser que algún dioscreó al primer ser humano. Puso a este ser en el jardín del Edén o paraíso, que según las antiguas tradiciones judías existía desde mucho antes de que fuera creado el mundo (¿¿¿). Las leyendas judías nos dicen que Adán y Eva no eran los únicos habitantes del Edén: «Sera, hija de Aser, es una de los nueve que entraron vivos en el jardín del Edén». ¿Quiénes eran los otros misteriosos habitantes del Edén? Se relata que Dios había decidido crear al ser humano, pero antes de hacerlo preguntó a sus jerarquías angélicas qué les parecía la idea. Y como estaban en contra, «El Señor extendió el dedo y quemó a todos, hasta el último». Curiosa y cruel reacción de este supuesto dios, Dios volvió a formular la misma pregunta a otros ángeles, con el mismo resultado. Un tercer grupo de ángeles comprendió que no tenía sentido oponerse, de modo que Dios creó a Adán «con sus propias manos».
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