octubre 28, 2012

La sorprendente cultura maya (1)



Si trazamos una línea que vaya desde Chichen Itzá, al norte del Yucatán, a Copan (Honduras), en el sur, y desde Tikal (Guatemala), en el este, pasando por la ciudad de Guatemala, hasta Palenque (Chiapas), en occidente, dejamos fijados los puntos que delimitan la antigua cultura maya. Al mismo tiempo queda determinada la región que el inglés Alfred 
Percival Maudslay visitó de 1881 a 1894, es decir, unos cuarenta años después que Stephens. Alfred Percival Maudslay,arqueólogo británico, diplomático, y explorador, fue uno de los primeros arqueólogos europeos en estudiar a profundidad los sitios arqueológicos mayas en Guatemala y México. Hizo una traducción de uno de los Cronistas de la Conquista y fue el primero en describir el sitio arqueológico de Yaxchilán. Fue en las áreas de Guatemala donde Maudslay se inició en el trabajo arqueológico por el cual se le recuerda en ese país y otros del área. Estuvo en los sitios arqueológicos de Quiriguá y Copán en donde, con el auxilio de Frank Sarg, otro arqueólogo británico, utilizaron trabajadores locales para limpiar e investigar las ruinas. Sarg llevó a Maudslay a las entonces recién encontradas ruinas de Tikal y le presentó a un guía local con gran conocimiento de la zona, Gregorio López. Maudslay fue el primero en describir el sitio de Yaxchilán.

En el curso de sus investigaciones, Maudslay fue pionero en la utilización de las entonces nuevas técnicas arqueológicas. Contrató al experto italiano Lorenzo Giuntini a fin de hacer copias de yeso al vaciado de piezas y artefactos que trasladó a Inglaterra y que hoy, junto con sus fotografías (negativos), dibujos, planos y descripciones de los lugares que visitó, forman parte de la colección del Museo Británico.  Maudslay hizo un total de seis expediciones a los yacimientos mayas. Los principales lugares que visitó fueron: Chichén Itzá, Copán, Tikal, Ixkún y Palenque. Trece años después de haber empezado su periplo por las ruinas mayas, publicó el resultado de sus trabajos en un compendio de cinco volúmenes llamado “Biologia Centrali-Americana”, en donde están incluidos muchos dibujos detallados y fotografías, así como un apéndice sobre los calendarios arcaicos escrito por Joseph Thompson Goodman. En 1892, Maudslay se casó con una estadounidense llamada Anne Cary Morris. Viajaron juntos a Guatemala. Durante ese viaje hicieron trabajos para el Museo Peabody de Arqueología y Etnología de la Universidad de Harvard. Su relato fue publicado en 1899 con el título en inglés de A Glimpse at Guatemala, and Some Notes on the Ancient Monuments of Central America(“Una mirada a Guatemala”).
Maudslay solicitó permiso para hacer una investigación en Monte Albán, Oaxaca, México, pero cuando recibió la autorización sus finanzas no le permitieron llevar al cabo su proyecto. Intentó infructuosamente de encontrar apoyo económico del Instituto Carnegie. Los esposos Maudslay se trasladaron a la Ciudad de México, al barrio de San Ángel, donde vivieron por dos años. Maudslay hizo mucho más que Stephens, ya que realizó todo lo necesario para que las investigaciones no quedaran estériles. De sus siete expediciones a la selva virgen, no sólo reunió descripciones y reproducciones, sino que también trasladó ejemplares originales muy valiosos, copias en papel y vaciados en yeso de relieves e inscripciones. Su colección fue enviada a Inglaterra, y allí quedó depositada en el Museo Victoria y Alberto, para luego ser trasladada al Museo Británico. Cuando la  Maudslay-Collection  estuvo al alcance del público, ya estaba ordenado todo el material de tal modo que se podía estudiar en los mismos monumentos su antigüedad y origen.
Ciento cincuenta años atrás, John L. Stephens y Frederick Catherwood emprendieron dos expediciones a las regiones Mayas de Yucatán, Chiapas, Guatemala y Honduras, descubriendo y documentando los extraordinarios monumentos de esta antigua cultura. Stephens y Catherwood fueron los primeros viajeros de habla inglesa quienes exploraron las regiones habitadas por la cultura Maya. John L. Stephens (1805-1852) practicaba leyes en Nueva York antes de dedicarse al trabajo de escritor y ‘anticuario’. Por razones de salud, comenzó a viajar por el Cercano Oriente, Grecia y Egipto, y sus primeros ensayos fueron dedicados a las ruinas y artefactos de esas civilizaciones antiguas. Durante una visita a Londres, conoció a Catherwood, cuyos dibujos de excavaciones en Egipto, y un famoso mapa de Jerusalén, Stephens ya había admirado.Frederick Catherwood (1799-1854) fue un arquitecto inglés cuyo verdadero talento consistió en su habilidad de dibujar vistas de los antiguos monumentos con sagaz percepción y exactitud. Con la ayuda de una cámara lúcida –un instrumento óptico que precedió a la invención de la fotografía– Catherwood logró dominar una técnica de dibujo que llegó a ser considerada una de las maravillas de la época, especialmente por sus documentaciones de la expedición de Robert Hays en Egipto.
Luego de un arduo viaje por las zonas Mayas, la primera colaboración entre Stephens y Catherwood, Incidentes de Viajes a Centro América, Chiapas y Yucatán, fue publicada en 1841 durante el cual se agotaron doce ediciones. Luego de una segunda expedición, en 1843 publicaron un segundo libro Incidentes de Viajes a Yucatán, el cual fue recibido con igual entusiasmo por lectores de habla inglesa, fascinados por un ameno y preciso estilo narrativo y por el carácter romántico y exótico de las ilustraciones. Ambos libros estaban compuestos de detalladas descripciones de los descubrimientos y de grabados basados en los dibujos de Catherwood. Estos dibujos son excelentes y casi siempre versiones fieles y precisas de los monumentos documentados. En 1844, Catherwood publicó sus Vistas de los Monumentos Antiguos de Centro América, Chiapas y Yucatán, un libro de 25 litografías en color. Una edición de este hermoso libro fue publicada por Cartón y Papel de México en 1978, bajo el título Visión del Mundo Maya. La admiración que causan los dibujos de Frederick Catherwood, más los elementos paradójicos que se evidencian cuando estos dibujos son observados frente a los templos restaurados, se convirtieron en el centro de atención de los estudiosos de la cultura maya.
La civilización maya habitó una vasta región denominada Mesoamérica, en el territorio hoy comprendido por cinco estados del sureste de México que son: Campeche, Chiapas, Quintana Roo, Tabasco y Yucatán; y en América Central, en los territorios actuales de Guatemala, Belice, Honduras y El Salvador, con una historia de aproximadamente 3.000 años. En ese territorio se hablaron cientos de dialectos que generan hoy cerca de 44 lenguas mayas diferentes. Hablar de los “antiguos mayas” es referirse a la historia de una de las culturas mesoamericanas precolombinas más importantes, pues su legado científico y astronómico es sorprendente. Contrariamente a una creencia muy generalizada, la civilización maya nunca desapareció. Por lo menos, no por completo, pues sus descendientes aún viven en la región y muchos de ellos hablan alguno de los idiomas de la familia mayense. La literatura maya ilustra la vida de esta cultura. Obras como el Rabinal Achí, el Popol Vuh o los diversos libros del Chilam Balam, son muestra de ello. Lo que sí fue destruido con la conquista es el modelo de civilización que hasta la llegada de los primeros españoles había generado tres milenios de historia.
La Conquista española de los pueblos mayas se consumó hasta 1697, con la toma de Tayasal, capital de los mayas Itzá,  y de Zacpetén, capital de los mayas Ko’woj en el Petén (actual Guatemala). El último estado maya desapareció cuando el gobierno mexicano de Porfirio Díaz ocupó en 1901 su capital, Chan Santa Cruz, dando así fin a la denominada Guerra de Castas. Los mayas hicieron grandes e impresionantes construcciones desde el Preclásico medio y grandes ciudades como Nakbé, El Mirador, San Bartolo, Cival, localizadas en la Cuenca del Mirador, en el norte del Petén. Y durante el Clásico, las conocidas ciudades de Tikal, Quiriguá, Palenque, Copán, Río Azul, Calakmul, Comalcalco (construida de ladrillo cocido), así como Ceibal, Cancuén, Machaquilá, Dos Pilas, Uaxactún, Altún Ha, Piedras Negras y muchos otros sitios en el área. Se puede clasificar como un imperio, pero no se sabe si en el momento de la conquista  impusieron su cultura o si fue un fruto de su organización en ciudades-estado independientes, cuya base eran la agricultura y el comercio.
Los monumentos más notables son las pirámides que construyeron en sus centros religiosos, junto a los palacios de sus gobernantes y los palacios, lugares de gobierno y residencia de los nobles, siendo el mayor encontrado hasta ahora el de Cancuén, en el sur del Petén, muchas de cuyas estructuras estaban decoradas con pinturas murales y adornos de estuco.  Otros restos arqueológicos importantes incluyen las losas de piedra tallada usualmente llamadas estelas (los mayas las llamaban Tetún, o “tres piedras”), que describen a los gobernantes junto a textos logográficos que describen sus genealogías, victorias militares, y otros logros. La cerámica maya está catalogada como de las más variadas, finas y elaboradas del mundo antiguo. Los mayas participaban en el comercio a larga distancia en Mesoamérica, y posiblemente más allá. Entre los bienes de comercio estaban el jade, el cacao, el maíz, la sal y la obsidiana.
C. W. Ceram es el pseudónimo de Kurt Wilhelm Marek (Berlín, 20 de enero de 1915 – Hamburgo, 12 de abril de 1972), un periodista y crítico literario alemán, conocido por sus notables obras de divulgación sobre Arqueología, especialmente por su extraordinario libro “Dioses, tumbas y sabios”, que recomiendo leer a toda persona interesada en la historia de la Arqueología. En la Segunda Guerra Mundial fue hecho prisionero en Italia y durante su cautiverio tuvo ocasión de leer libros de Arqueología. Como resultado de sus conocimientos adquiridos publicó en 1949 su libro “Dioses, tumbas y sabios”, obra que le hizo famoso en todo el mundo y en la que me he basado en parte para escribir este artículo. “Dioses, tumbas y sabios” se ha traducido a veintiocho idiomas con cinco millones de ejemplares publicados y a día de hoy siguen imprimiéndose nuevas ediciones. Otras obras conocidas del autor son “El secreto de los Hititas” o “El primer americano”. C.W. Ceram fue redactor jefe del periódico Die Welt y director de publicaciones de la editorial Ernst Rowohlt. En 1947 se trasladó a EE.UU.
Diego de Landa (Cifuentes, España; 12 de noviembre de 1524 – Mérida, Nueva España; 1579) fue un religioso católico español, arzobispo de la arquidiócesis de Yucatán entre 1572 y 1579. A los 17 años ingresó en el monasterio de San Juan de los Reyes de Toledo y fue uno de los primeros frailes franciscanos que viajó a la península de Yucatán, llegando en 1549, en donde trabajó intensamente durante tres décadas en la evangelización de los nativos mayas. Fue consagrado obispo de Yucatán en 1572. Diego de Landa encontró algunas similitudes entre el cristianismo y la religión maya en el aspecto de los ritos sagrados que consistían en sacrificios humanos y ofrendas de sangre lo que se relacionaba, según Landa, con el carácter sacrificial de la figura de Cristo el cual había dado su vida por la humanidad. Debido a la reticencia de los mayas para aceptar la fe católica y para abandonar sus propios rituales religiosos, en junio de 1562, Landa mando detener a los gobernantes de Pencuyut, Tekit, Tikunché, Hunacté, Maní, Tekax, Oxkutzcab y otros lugares, entre ellos a Francisco Montejo Xiu, Diego Uz, Francisco Pacab, y Juan Pech, quienes fueron castigados. El 12 de julio de 1562 se realizó el Auto de fe de Maní en donde se incineraron ídolos de diferentes formas y dimensiones, grandes piedras utilizadas como altares, piedras pequeñas labradas, vasijas y códices con signos jeroglíficos.
Las palabras de Landa fueron: “Hallámosles gran número de libros de estas sus letras, y porque no tenían cosa en que no hubiese superstición y falsedades del demonio, se los quemamos todos, lo cual sentían a maravilla y les daba pena”. Se calcula que incineraron toneladas de libros, los cuales poseían registros escritos de todos los aspectos de la civilización maya. El evento tuvo repercusiones. Por una parte los mayas idearon medios para preservar sus cultos ancestrales, pero fue criticado por los colonos españoles quienes argumentaron que en lugar de doctrina, los indios recibían miserables tormentos. La noticia llegó hasta Felipe II, por lo que en abril de 1563, Landa tuvo que viajar a España para presentar su defensa. Como parte de su labor evangelizadora llevó a Yucatán, desde Guatemala, dos imágenes de la Inmaculada Concepción. Una estaba destinada al Convento Grande de San Francisco en Mérida y la otra al de San Bernardino de Siena en Valladolid, aunque debido a sucesos considerados como milagrosos decidió que la segunda imagen se quedara en el convento de San Antonio de Padua, en Izamal, lugar por el que sentía un gran afecto. En la actualidad dicha imagen es considerada Reina y Patrona de Yucatán. En memoria de su labor en beneficio de los izamaleños se le ha erigido una estatua en bronce a un costado del convento.
En su madurez se dedicó al estudio de la cultura maya, quizás para tratar de recuperar la valiosa información que había destruido en su época de inquisidor. Logró recuperar una gran cantidad de información sobre la historia, el modo de vida y las creencias religiosas de los mayas. También logró entender el sistema vigesimal de las matemáticas y el calendario de esta civilización. Escribió Relación de las cosas de Yucatán hacia 1566, que es clave para entender el mundo maya de la época de la conquista. En su obra escribe sobre los Mayas y su historia, finalizando con una crónica del descubrimiento de aquellas tierras y la conquista española. Su obra ha sido base, para los investigadores e historiadores de la cultura maya.  Diego de Landa, segundo arzobispo del Yucatán, debió de haber sido un personaje en el que se aunaban la mentalidad del misionero entusiasta y la del amigo de los indios y aficionado a su cultura, a la manera del padre dominico fray Bartolomé de las Casas. Es lamentable que, en la lucha sostenida en su corazón por las dos tendencias, al fin tomara una decisión que ha perjudicado mucho a nuestras investigaciones. Diego de Landa fue uno de los que hicieron reunir todos los documentos mayas y quemarlos como obras del diablo. Su segunda inclinación se reflejó sólo en el hecho de utilizar a uno de los príncipes mayas para un papel de narrador, al modo de la Scherezade de «Las Mil y Una Noches». Pero  el buen maya supo contar algo más que leyendas, y así Diego de Landa no sólo apuntó historias de la vida y costumbres mayas, de sus dioses y sus guerras, sino que anotó también indicaciones sobre el modo de reconocer los signos que representaban los meses y los días. Todos comprenderán que esto es realmente interesante; pero ¿por qué tal indicación cronológica puede revestir una significación tan especial?
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