octubre 24, 2012

LAS GUERRAS DE LA PIRÁMIDE...(2)




La segunda tablilla (una de las trece sobre las que se inscribió el largo poema) describe la primera batalla. La primera ventaja de Ninurta se le atribuye tanto a sus armas divinas como a una nueva nave aérea que se construyó después de que la anterior resultara destruida en un accidente. Se le llamaba IM.DU.GUD, traducido habitualmente por «Pájaro de la Tormenta Divina», pero que literalmente significa «Aquello Que Como una Tormenta Heroica Corre»; sabemos por diversos textos que la envergadura de sus alas era de casi 23 metros. 

Los arcaicos dibujos lo representan como un «pájaro» mecánico, con dos superficies de ala apoyadas sobre vigas cruzadas (Fig. 47 a); en el tren de aterrizaje se ve una serie de aberturas redondas, quizás entradas de aire para motores a reacción. Esta aeronave, de hace milenios, no sólo tiene una notable semejanza con los antiguos biplanos de los inicios de la aviación, sino que también muestra un increíble parecido con el boceto que hiciera Leonardo da Vinci en 1497, en donde representara su idea de una máquina voladora propulsada por el hombre (Fig. 47 b).

Fig. 47 
 

El imdugud fue la inspiración del emblema de Ninurta, una heroica ave con cabeza de león que se apoya sobre dos leones (Fig. 48) o, en otros casos, sobre dos toros. Esta «nave construida» -un vehículo manufacturado- «que en la guerra destruye las principescas moradas», es la que Ninurta remontó en el cielo durante las batallas de la Segunda Guerra de la Pirámide. Y se elevaba tan alto que sus compañeros lo perdían de vista. Más tarde, según dice el texto, caía en picado «en su Pájaro Alado, contra las murallas».
«Cuando su Pájaro se acercaba al suelo, golpeaba la cumbre [de la fortaleza del enemigo]».
Acosado fuera de sus fortalezas, el Enemigo empezó a retirarse. Mientras Ninurta mantenía el ataque frontal, Adad recorría el campo por detrás de las líneas enemigas, destruyendo los suministros de alimentos del adversario: «En el Abzu, Adad hizo que los peces se fueran... el ganado dispersó». Y cuando el Enemigo se replegó a las montañas, los dos dioses «como una avalancha de agua asolaron las montañas». 

A medida que la guerra crecía en su escalada a lo largo del tiempo, los dos destacados dioses llamaron a otros para que se les unieran. «Mi señor, ¿por qué no vas a la batalla que se está extendiendo?», le preguntaron a un dios cuyo nombre se ha perdido en el dañado versículo. También se le hizo esta pregunta a Ishtar, pues a ésta se la menciona por su nombre:

«En el choque de las armas, en las hazañas de heroísmo, el brazo de Ishtar no vaciló».

«¡Avanza sin demora! ¡Pisa firmemente sobre la Tierra! ¡En las montañas, te esperamos!».

«La diosa llevó el arma que brilla señorialmente... un cuerno [para dirigirla] se hizo».
Cuando la usó contra el enemigo en una hazaña, «que hasta días distantes» será recordada, «los cielos se volvieron del color de lana rojiza». El rayo explosivo «despedazó [al enemigo], con la mano aplastó su corazón». 

La siguiente sección del relato, de las tablillas V a VIII, está demasiado dañada para poderse leer. Los trozos de los versículos sugieren que, tras la intensificación del ataque propiciada por la ayuda de Ishtar, se elevó gran llanto y lamento en la tierra del Enemigo.

«El temor a la Brillantez de Ninurta se difundió por el país» y sus habitantes tuvieron que utilizar otras cosas en lugar de trigo y cebada «para moler y hacer harina».
Fig. 48 
 

Ante esta ofensiva, las fuerzas enemigas siguieron retirándose hacia el sur. Fue entonces cuando la guerra se tornó más feroz y despiadada, cuando Ninurta dirigió a los dioses enlilitas en un ataque sobre le corazón de los dominios africanos de Nergal y sobre su ciudad-templo, Meslam. Quemaron la tierra e hicieron que los ríos se tiñeran de rojo con la sangre de espectadores inocentes -hombres, mujeres y niños del Abzu. 

Los versículos que describen esta parte de la guerra están deteriorados en las tablillas del texto principal; sin embargo, se pueden conocer los detalles gracias a otras tablillas fragmentadas que tratan de cuando Ninurta «asoló el país», una hazaña que le granjeó el título de «Conquistador de Meslam». En estas batallas, los atacantes recurrieron a la guerra química. Se nos dice que Ninurta creó una lluvia de proyectiles venenosos sobre la ciudad, que «él los catapultó al interior; el veneno, por sí mismo, destruyó la ciudad». 

Los que sobrevivieron al ataque en la ciudad escaparon a las montañas circundantes. Pero Ninurta,

«con el Arma Que Hiere arrojó fuego sobre las montañas; el Arma de los Dioses cuyo Diente es amargo, aplastó a la gente».
También aquí se intuye algún tipo de guerra química:
El Arma Que Despedaza 
robó los sentidos; 
el Diente los desolló. 

Recorrió el país despedazando; 
llenó los canales de sangre, 
en la tierra del Enemigo, para que los perros lamieran como leche.
Abrumado por la inmisericorde acometida, Azag pidió a sus seguidores que no ofrecieran resistencia:
«El Enemigo llamó a su mujer y a su hijo; contra el señor Ninurta no levantó su brazo. Las armas de Kur se cubrieron de tierra» (es decir, se ocultaron);
«Azag hizo que no las levantaran».
Ninurta tomó la falta de resistencia como signo de victoria. En un texto del que informa F. Hrozny («Mythen von dem Gotte Ninib») se cuenta que Ninurta, tras matar a sus oponentes y tomar la tierra de Harsag (Sinaí), fue «como un Pájaro» a atacar a los dioses que «se retiraban detrás de las murallas» en Kur, y los derrotó en las montañas.

Después, estalló en un canto de victoria:
Mi aterradora Brillantez es poderosa como la de Anu; 
¿quién puede levantarse contra ella? 

Soy el señor de las altas montañas, 
de las montañas que hasta el horizonte elevan sus picos. 

En las montañas, soy el dueño.
Pero el canto de victoria fue prematuro. Mediante su táctica de no resistencia, Azag había escapado a la derrota. La capital sí que había sido destruida, pero no los líderes del Enemigo. Sobriamente, el texto del Lugal-e observa:
«Ninurta no había aniquilado al escorpión de Kur».
Lo que hicieron los dioses del Enemigo fue retirarse a la Gran Pirámide, donde «el Sabio Artesano» -¿Enki? ¿Toth?- levantó una muralla protectora «que la Brillantez no podía derribar», un escudo a través del cual no podían penetrar los rayos mortíferos.

Los detalles de la fase final de esta dramática Segunda Guerra de la Pirámide se ven acrecentados por los textos «del otro bando». Del mismo modo que los seguidores de Ninurta le compusieron himnos a él, lo mismo hicieron los seguidores de Nergal con éste. Algunos de los de este último, que también fueron descubiertos por los arqueólogos, se reunieron en Gebete und Hymnen an Nergal, de J. Bollenrücher. 

Recordando las heroicas hazañas de Nergal en esta guerra, los textos cuentan que, cuando los otros dioses se vieron cercados dentro del complejo de Gizeh, Nergal -«Noble Dragón Amado del Ekur»- «de noche y a hurtadillas», portando terribles armas y acompañado por sus tenientes, rompió el cerco para llegar a la Gran Pirámide (el Ekur).


Al llegar de noche, entró a través «de las puertas cerradas que se pueden abrir por sí mismas». Un estruendo de bienvenida le recibió cuando entró:
¡El divino Nergal, 
el señor que por la noche se mueve con sigilo, 
ha llegado a la batalla! 

Hace restallar su látigo, 
hace chasquear sus armas... 
Aquél que es bienvenido, 
su poder es inmenso; 
como un sueño, 
en la puerta ha aparecido. 

¡Divino Nergal, 
Aquél Que Es Bienvenido: combate al enemigo de Ekur,

pone freno al Salvaje de Nippur!
Pero las esperanzas de los dioses sitiados no tardarían en frustrarse. Conocemos más detalles de las últimas fases de esta guerra a través de otro texto más, recompuesto originalmente por George A. Barton (Miscellaneous Babylonian Texts) a partir de fragmentos de un cilindro de arcilla inscrito que se encontró en las ruinas del templo de Enlil en Nippur. 

Cuando Nergal se unió a los defensores de la Gran Pirámide («la Casa Formidable Que Se Eleva Como un Montón»), fortaleció sus defensas con diversos cristales emisores de rayos («piedras» minerales) situados en el interior de la pirámide:

La Piedra-Agua, la Piedra-Vértice, 
la... -Piedra, la... 
... el señor Nergal 
aumentó su fuerza. 

La puerta de protección él... 
al cielo su Ojo elevó, 
Excavó profundo lo que da vida... 
... en la Casa 
les dio de comer.
Potenciadas así las defensas de la pirámide, Ninurta recurrió a otra táctica. Pidió a Utu/Shamash que cortara el suministro de agua de la pirámide manipulando la «corriente acuática» que discurre cerca de sus cimientos. Aquí, el texto está demasiado mutilado como para permitirnos conocer los detalles, pero parece ser que la táctica consiguió su objetivo. 

Apiñados en su última fortaleza, sin comida ni agua, los dioses sitiados hicieron cuanto pudieron para protegerse de sus atacantes. Hasta entonces, a pesar de la ferocidad de las batallas, ningún dios importante había caído en los combates.


Pero ahora, uno de los dioses jóvenes -creemos que Horus- al intentar salir a hurtadillas de la Gran Pirámide disfrazado de carnero, fue alcanzado por el Arma Brillante de Ninurta y perdió la visión de sus ojos.

Un Dios de Antaño suplicó entonces a Ninharsag -reputada por sus milagros médicos- que salvara la vida del joven dios:
Cuando llegó la Asesina Brillantez; 
la plataforma de la Casa resistió el señor.
A Ninharsag se invocó:
«... el arma... mi descendiente con la muerte está maldito...».
Otros textos sumerios dicen de este joven dios, «descendiente que no conoce a su padre», un epíteto que le encajaría a Horus, que nació después de la muerte de su padre. En La Leyenda del Carnero, perteneciente a la tradición popular egipcia, se nos dice que Horus resultó herido en los ojos cuando un dios «sopló fuego» sobre él. 

Entonces, respondiendo a la «invocación», Ninharsag decidió intervenir para detener el combate. 

La novena tablilla del Lugal-e comienza con las palabras de Ninharsag al comandante enlilita, su propio hijo Ninurta,

«el hijo de Enlil... el Legítimo Heredero que nació de la esposa-hermana».
En unos versículos acusadores, la diosa le anuncia su decisión de cruzar las líneas de combate y dar fin a las hostilidades:
A la Casa Donde la Medición de Cuerda comienza, 
donde Asar elevó sus ojos a Anu, 
iré.


La cuerda cortaré, 
por el bien de los dioses guerreros.
Su destino era la «Casa Donde la Medición de Cuerda comienza», ¡la Gran Pirámide! 

En un principio, Ninurta se quedó estupefacto con su decisión de «entrar sola en la tierra del Enemigo»; pero, cuando se sobrepuso, le proporcionó «ropas que le hicieran no tener miedo» (¿de la radiación dejada por los rayos?).


Cuando la diosa se aproximó a la pirámide, se dirigió a Enki: «Ella le grita... ella le suplica». La conversación se perdió con las fracturas de la tablilla, pero Enki aceptó rendir la pirámide ante ella:
De la Casa que es como un montón, 
la que yo elevé como una pila, 
tú puedes ser su dueña.
Sin embargo, había una condición: la rendición estaba sujeta a una resolución final del conflicto en tanto no llegara «el momento determinante del destino». Con la promesa de transmitir las condiciones de Enki, Ninharsag fue hasta Enlil. 

Los acontecimientos que siguieron se hallan registrados en parte en el Lugal-e y en parte en otros textos fragmentarios. Pero donde se describen con mayor dramatismo es en un texto titulado Canto la Canción de la Madre de los Dioses. De este texto, que sobrevivió en gran medida gracias a haber sido copiado y recopiado por todo el Oriente Próximo de la antigüedad, habló por primera vez P. Dhorme en su estudio La Souveraine des Dieux. Es un texto poético de alabanza a Ninmah (la «Gran Dama») y su papel como Mammi («Madre de los Dioses») a ambos lados de las líneas de combate. 

Comenzando con una llamada para que escuchen «los camaradas en armas y los combatientes», el poema habla brevemente de la contienda y de sus participantes, así como de su escalada, casi global. En un bando estaban «el primogénito de Ninmah» (Ninurta) y Adad, a los que no tardaron en unirse Sin y, más tarde, Inanna/Ishtar.


En el otro, estaba Nergal, un dios del que se dice que es «el Noble y Poderoso» -Ra/Marduk- y el «Dios de las dos Grandes Casas» (las dos grandes pirámides de Gizeh) que había intentado escapar camuflado con una piel de carnero: Horus. 

Afirmando que actuaba con la aprobación de Anu, Ninharsag llevó a Enlil la rendición ofrecida por Enki. Se encontró con él en presencia de Adad (mientras que Ninurta seguía en el campo de batalla). «¡Oh, escuchad mis súplicas!» rogó ella a los dos dioses mientras les explicaba sus ideas. Adad se mostró inflexible en un principio:

Presentándose allí, a la Madre, 
Adad dijo así: 

«Estamos esperando la victoria. 
Las fuerzas enemigas están derrotadas. 
No han podido soportar el temblor de la tierra». 

Si la diosa quiere que cesen las hostilidades, dijo Adad, que discuta sobre la base de que los enlilitas están a punto de vencer: 

«Levántate y ve -habla con el enemigo. 
Que asista a las discusiones para evitar el ataque». 

Enlil, con un lenguaje menos contundente, apoyó la sugerencia: 
Enlil abrió la boca; 
en la asamblea de los dioses dijo: 
«En vista de que Anu ha reunido a los dioses en la montaña, 
para detener la guerra y traer la paz, 
y ha enviado a la Madre de los Dioses 
para que me suplique- 
Que la Madre de los Dioses actúe de emisaria». 

Y volviéndose a su hermana, dijo en tono conciliador: 
«¡Ve, aplaca a mi hermano! 
¡Démosle una oportunidad para la Vida; 
que salga de detrás de su atrancada puerta!»
Haciendo como se le había sugerido, Ninharsag «fue a buscar a su hermano, puso sus súplicas ante el dios». Le dijo que su vida y la de sus hijos estaban aseguradas: «por las estrellas ella le dio una señal». Ante las dudas de Enki, ella le dijo tiernamente: «Ven, deja que te saque». Y cuando salió, le dio su mano a ella... 

La diosa le llevó a él, y a los demás defensores de la Gran Pirámide hasta el Harsag, su morada. Ninurta y sus guerreros observaron la partida de los enkitas. 

Y la enorme e inexpugnable estructura quedó vacía, en silencio. 

En la actualidad, los que visitan la Gran Pirámide encuentran sus cámaras y sus pasadizos desnudos y vacíos; su compleja estructura interna parece no tener ningún propósito; sus hornacinas y sus recovecos parecen absurdos. 

Y así ha sido desde que los primeros hombres entraron en la pirámide. Pero no fue así cuando Ninurta entró en ella -hacia el 8670 a.C, según nuestros cálculos. Ninurta entró, dicen los textos sumerios, «en el lugar radiante» rendido por sus defensores. Y lo que hizo después de entrar no sólo cambió la Gran Pirámide por dentro y por fuera, sino también el curso de los asuntos humanos. 

Cuando Ninurta entró en la «Casa Que Es Como una Montaña», debió sorprenderse de lo que encontró dentro. Concebida por Enki/Ptah, planificada por Ra/Marduk, construida por Geb, equipada por Toth y defendida por Nergal, ¿qué misterios de tecnología espacial albergaría?, ¿qué secretos de inexpugnable defensa guardaría? 

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