noviembre 01, 2012

La sorprendente cultura maya (3)


La arquitectura y el arte maya, completamente sometidos al calendario, ya no se volvieron a dar por segunda vez en el mundo. Y cuando los investigadores —los hubo que dedicaron toda su vida al estudio del calendario maya— fueron penetrando cada vez más en los arcanos del mismo, hubo una sorpresa más en aquella cultura que ya nos había ofrecido tantas. El calendario maya era el más exacto del mundo. Su disposición era distinta a la de cuantos calendarios conocemos, pero más exacta. Dejando de lado los detalles, algunos de los cuales aún están sin explicar, tal como hemos indicado antes, su estructura es la siguiente: Empleaban en primer lugar una serie de veinte signos para los días, que unidos a los signos del 1 al 13 daban una serie de 260 días, el llamado «tzolkin» (en azteca, «tonalamatl»), o sea, año de 13 meses de 20 días. Además tenían una serie de dieciocho signos para los meses, cada uno de los cuales representaba un período de 20 días, seguido por un signo que comprendía un período de cinco días. Y éste era el año maya con sus 365 días, el llamado «haab». Los períodos grandes se calculaban mediante una combinación de los dos años «tzolkin» o «tonalamatl» y «haab».
La Cuenta Larga se calculaba siguiendo un sistema que guardaba relación con determinada fecha de partida. Esta fecha de partida era el «4 Ahau, 8 cumhu», y corresponde en su función, si nos atrevemos a una comparación prudente, a nuestra fecha del nacimiento de Jesucristo, punto de partida de una era; repetimos que solamente en su función, no en la fecha misma. Con este método de calcular el tiempo —tan complicado y desarrollado que si quisiéramos exponerlo por completo emplearíamos todo un libro—, los mayas lograban una exactitud que supera a la de cualquier calendario del mundo. Sin razón solemos pensar que nuestro calendario representa la mejor solución para resolver la dificultad de dividir el año en días perfectamente regulares. Sólo con relación a los anteriores es algo más perfecto. En el año 239 a. de J. C, Ptolomeo III corrigió el antiguo sistema de calcular el tiempo de los egipcios; Julio César adoptó tal solución creando el calendario llamado juliano, en vigor hasta el año 1582, en que el papa Gregorio XIII sustituyó el calendario juliano por el gregoriano.  Pues bien, comparando la duración del año en todos estos calendarios con la del año astronómico, vemos que ninguno se aproxima tanto al valor real como el de los mayas.  La duración comparada del año según todos estos calendarios es:  según el calendario juliano, de 365,250000 días; según el calendario gregoriano, de 365,242500 días; según el calendario maya, de 365,242129 días; según el cálculo astronómico, de 365,242198 días.

Este pueblo, que fue capaz de la más exacta observación del cielo, unido a su conocimiento profundo de las matemáticas, con lo cual daba una prueba excelente de su gran capacidad de pensar, demostraba por otra parte una sumisión completa al más absurdo ocultismo de los números. El pueblo maya, que trazó el mejor calendario del mundo, convirtióse al mismo tiempo en esclavo de ese calendario.  Existe un debate sobre los años de inicio y fin del Período Agrícola  o  Preclásico maya.  El más aceptado, en este caso para el área maya, se inicia aproximadamente en al año 1000 a. C. y terminaría en el 320 d. C. Durante este periodo se desarrolla el idioma maya, el pueblo maya adquiere experiencia y construye algunas grandes ciudades. Una teoría basada en estudios de cerámica, motiva a deducir que en el periodo preclásico,  la costa del Océano Pacífico, desde el este de Oaxaca hasta El Salvador, estuvo poblada por los ancestros de los mixe, y popolucas actuales, uno de los cuales es del grupo de los mayas que, hacia el 1200 a. C.,  emigraron hacia el Golfo de México y desarrollaron la civilización Olmeca. De hecho, la cerámica más antigua de esta región es de un estilo inconfundible llamado Ocós, originaria del Pacífico, en Guatemala, pero unos 600 años más antigua que la Olmeca. Según otra teoría complementaria a la anterior, los descendientes de los olmecas emigraron a la zona del Petén guatemalteco, donde posteriormente se mezclaron con la gente del lugar originando a los “protomayas“. Existen algunos fragmentos en donde se afirma que éstos provenían de una migración que se produjo en el núcleo original maya, y que ciertos arqueólogos han encontrado en la zona maya de Guatemala conocida como El Peten, cuando en el Preclásico medio se comenzaron a desarrollar ciudades monumentales en la Cuenca del Mirador, como Nakbé, El Mirador y Cival,  con sus ahora famosos murales del Preclásico, los más finos y antiguos del área maya.
Estas grandes ciudades ya contaban con todas las características que hicieron famosos a los mayas del periodo Clásico, y dando lugar a la duda si los olmecas y mayas, de hecho fueron culturas que se desarrollaron independientemente. Posteriormente, en el Posclásico, algunos grupos emigraron del Petén rumbo al norte (Península de Yucatán) y otros se quedaron allí. De esta manera se explica el origen de las diferentes tribus mayas (itzaes, xiús, cocomes, tzeltales, lacandones, entre otras), ya que cada una de ellas conservaba rasgos comunes y sólo variaban los distintos dialectos. Cuando se realizó la conquista española, cada uno de estos grupos se fue adaptando al mestizaje cultural y se fue haciendo único y autónomo en sus tradiciones. Al paso del tiempo, la gran civilización maya floreció y alcanzó auge en la zona norte del Petén, en la Cuenca del Mirador, en el corazón de la selva tropical. Algunos especulan que el pueblo maya tomó muchas costumbres de la cultura olmeca, aunque los recientes hallazgos en las ciudades del Petén, como El Mirador, Cival, etc., contradicen ésta teoría. De ésta época data el urbanismo, que se fue desarrollando en un ambiente estable y prolongado. Se adaptaron al medio ambiente en que vivían y sabían convivir con la naturaleza. Por ello tenían un gran respeto hacia su entorno.
Se cree que la selva del Petén se encontraba deshabitada al inicio del tercer milenio antes de Cristo, cuando los primeros agricultores construyeron sus chozas a orillas del río La Pasión y Cuenca del Mirador, demostrada por muestras de polen de maíz, que datan del2750 a. C.,  encontradas en lagos de la Cuenca del Mirador. Estos agricultores se empezaron a relacionar con la población de los Altos yde  la costa Pacífica de Guatemala, en sitios como Takalik Abaj€, hacia el 1000 a. C., en Kaminaljuyú, hacia el 800 a. C., y en El Salvador, hacia el  900 a. C., así como en la costa del golfo de México. Hacia el año 1000 a. C. la población en expansión se extendió por toda esta zona central, iniciándose el proceso de urbanización, el empleo de sistemas agrícolas más complejos y una organización política más avanzada, capaz de controlar la creciente población y con una jerarquización interna, en la que nobles y sacerdotes iban ocupando los puestos de autoridad. Se inicia una división del trabajo con la diversificación de ocupaciones: agricultura, caza, pesca, recolección, alfarería, industria lítica, industria textil, comercio y culto religioso. El trabajo de la tierra dio prioridad al cultivo del maíz, el frijol, el cacao y la calabaza. En lo que respecta a la caza, la pesca y la recolección,  quedaron como actividades complementarias. Por esto,  a este periodo se le conoce como agrícola. En él se va desarrollando una religión sencilla con la creencia en una vida ultra terrena y el culto a los muertos.
La evidencia arqueológica muestra que los mayas comenzaron a edificar una arquitectura ceremonial hace unos 3.000 años. Hay un desacuerdo entre los límites y la diferencia entre los mayas antiguos y una civilización mesoamericana preclásica vecina, la cultura olmeca. Los olmecas y los mayas antiguos parecen haberse influenciado entre sí. Los monumentos más antiguos consisten en simples montículos de tumbas, los precursores de las pirámides que se erigieron más tarde. De modo gradual, la influencia de la cultura olmeca dejó de ser tan grande como había sido durante el período Preclásico Medio. Hacia el siglo III a. C. había cesado definitivamente. Sin embargo, muchos pueblos de toda el área mesoamericana habían absorbido algunos de sus rasgos principales (culto a los muertos, arquitectura y escultura monumentales, el culto a las divinidades del agua y el fuego, etc.). Para el Preclásico Tardío, en toda Mesoamérica surgieron tradiciones culturales regionales, que fueron construidas sobre la base del legado olmeca. Los mayas tomaron de ese pueblo la escritura, el sistema de numeración, laCuenta Larga y muchas otras cosas. La cultura maya, propiamente dicha, no surgió sino hasta el primer siglo de la era cristiana, más o menos contemporánea al desarrollo de Teotihuacan.
Del período Preclásico Tardío se han detectado numerosos asentamientos humanos, entre los que se encuentran Santa Marta (Chiapas), donde se constata una temprana ocupación en labores de cerámica y cultivo de maíz, alrededor del año 1320 a. C.; Chiapa de Corzo, Tonalá, Padre Piedra, e Izapa, con influencia olmeca; Edzná, Xicalango, Tixchel y Santa Rosa Xtampak (Campeche); Yaxuná, Acanceh, Dzibilchaltún (Yucatán); El Trapiche, Casa Blanca, Laguna Cuzcachapa, Las Victorias y Bolinas (Chalchuapa); Kaminaljuyú, en el sur de Guatemala. Los pobladores de este último asentamiento controlaron las relaciones comerciales de la zona con el resto de Mesoamérica, hasta que fueron invadidos hacia el año 400 d. C. por guerreros provenientes del centro de México, de la poderosa ciudad de Teotihuacan, cuya influencia militar y cultural se dejó sentir desde entonces en todo el ámbito maya. El Período Clásico, también llamado Periodo Teocrático, abarca desde los años 320 a 987 d. C. aproximadamente. Recibe este nombre porque en un principio se creyó que fue el grupo sacerdotal el que ejerció el poder político y que toda la vida económica, social y cultural se desarrolló en torno a la religión. Los grupos sacerdotales, tuvieron gran importancia en el gobierno de los Estados mayas del Clásico. A pesar de ello nunca fueron dirigentes. Existía una clase noble y en todo caso, eran los guerreros quienes concentraban el poder.
La imagen de los mayas como una sociedad gobernada por sacerdotes fue modificada cuando se descubrió que las ciudades estaban en permanente guerra unas con otras. Se incrementó notablemente la agricultura como actividad económica básica, que era practicada por grandes contingentes de labradores, propiciando una compleja división del trabajo y, en consecuencia,  una fuerte estratificación social. Las zonas arqueológicas más conocidas de este periodo son: Tikal, Uaxactún, Piedras Negras, Cancuén, Caracol, Yaxhá, Naranjo, Xultún, Río Azul, Naachtún, Dos Pilas, Machaquilá, Aguateca, Comalcalco, Palenque, Yaxchilán, Kankí, Bonampak, Quiriguá , Tulum, Edzná, Oxkintok, Ceibal, Xamantún, Copán, San Andrés, Yaaxcanah, Cobá, El Cedral, Ichpaatún, Kantunilkín, Kuc (Chancah), Kucican, Tazumal, Las Moras, Mario Ancona, Muyil, Oxlakmul, Oxtancah, Oxhindzonot, Pasión de Cristo, Río Indio, San Antonio III, Nohkuo Punta Pájaros, San Manuel, San Miguel, Punta Molas, Tamalcab, Templo de las Higueras, Tupack, Xlahpak, Tzibanché y Kohunlich. Los dos principales centros de la zona del Petén son Uaxactún y Tikal. Uaxactún (600 a. C. al 889 d. C.), localizado a 25 kilómetros al norte de Tikal (Guatemala), tiene el templo maya más antiguo que se conoce en la región y es el primer lugar en donde se observó la existencia de la bóveda falsa. Tikal (800 a. C. al 869 d. C.), enclavado en el corazón de la selva,  muestra una gran influencia teotihuacana y llegó a tener la extraordinaria cifra de 100 mil habitantes en su momento culminante, siendo la ciudad más grande de América en el Clásico Tardío.
Este centro dependía de una complicada red comercial y se encontraba enclavado en un lugar estratégico, entre dos sistemas fluviales que iban al Golfo de México y al mar Caribe. Copán, en Honduras, cuyo esplendor se dio hacia el año 736 d. C., fue el centro científico del mundo maya, en donde la astronomía se perfeccionó al punto de determinar la duración del año tropical, de crear las tablas de eclipses y de idear una fórmula para ajustar el calendario, más exacta que la usada en la actualidad. Sobre su arte, Eric Wolf, en su obra “Pueblos y culturas de Mesoamérica”,  menciona: “Al mismo tiempo se dieron a conocer expresiones artísticas nuevas, nuevos símbolos de poder, que provenían del exterior de la zona maya, y se extendieron en toda esta región; como los tocados ceremoniales guarnecidos, las sandalias orladas, los brazaletes, las plumas ensartadas y el cetro de [manikin]. En Copán se encuentran numerosas representaciones del Tláloc mexicano. ¿Se trataría de un movimiento de consolidación política que tuvo su origen fuera de la zona maya aun cuando hecho uso de las formas mayas tradicionales?”. La ciudad de Comalcalco,  en el estado de Tabasco, es la ciudad maya más occidental, y su característica principal es que a falta de piedras en la región, sus habitantes construyeron los edificios a base de ladrillo cocido, pegados con una mezcla de estuco hecho con concha de ostión. La región fue la principal productora de Cacao, cuya semilla fue utilizada como moneda por las diferentes culturas mesoamericanas.
En Comalcalco se han encontrado diversos mascarones, estelas y hasta una tumba con restos humanos. De este período datan también las ciudades de Calakmul, en Campeche, donde se han encontrado más de 100 estelas, y Cobá, en Quintana Roo, que floreció en el 623 d. C. y constituye el centro teocrático más antiguo del noreste de la península de Yucatán. Cobá, situada a orillas de cinco lagos, entre los cuales los más importantes son Cobá y Macanxoc, se desarrolló a principios de nuestra era. Constituía un asentamiento humano pequeño, con una organización social de tipo aldeano y cuya actividad principal era la agricultura. Conforme la población fue creciendo, entre los años 400 y 1000 de nuestra era, Cobá aumentó su poder económico y político, llegando a convertirse en un importante centro ceremonial.  El arqueólogo Antonio Benavides lo describe así en su artículo “Cobá”: “En Cobá y sus alrededores vivían miles de personas, la mayoría en casas precarias con cimientos de piedra; paredes de lodo y techos de hoja de palma. En el centro de la ciudad, cerca de los templos, de los edificios públicos y de los juegos de pelota, habitaban los gobernantes en casas grandes de piedra decoradas con figuras de estuco. También había amplias plazas en las que se reunía la gente los días de mercado o cuando había alguna celebración pública. La vida en Cobá era muy parecida a la de otras grandes urbes prehispánicas como Teotihuacan y Cholula en el altiplano central o como Monte Albán y el Tajín. Existía un sistema de gobierno con grandes diferencias sociales. Un grupo minoritario formado por sacerdotes, dirigentes y guerreros de alto rango organizaba y controlaba la mayor parte de las actividades (religión, economía, política, educación, etc.) de una gran población de tal manera que los bienes y servicios eran mayormente disfrutados por ellos“.
Este importante centro cubría una extensión total de 100 km² y su núcleo unos 2 km². Se encontraba comunicado con la región por medio una serie de caminos que tenían por objetivo asegurar el control económico y político del territorio, además de ser excelentes medios de comunicación. Los caminos se empezaron a construir entre los años 600 y 800 d. C. aproximadamente. Es también la época en la que se esculpen numerosas estelas y en que el crecimiento urbano se aprecia en la construcción —aparte del núcleo— de tres grupos de edificios ceremoniales: Nohoch MulChumuc Mul y Macanxoc. La población alcanzaba entonces los 70 mil habitantes, y hacia el año 1000 d.C. controlaba la ruta comercial de la costa oriental y del centro y norte de la península de Yucatán. Cobá, sin embargo, no se encontraba en la costa, sino en el interior, a unos 50 km al noreste de Tulum. Necesitaba controlar, abastecer y proteger un puerto localizado sobre la ruta comercial hacia Honduras, y por medio del puerto de Xel-Há, descrito así por el arqueólogo Fernando Robles en su trabajo “Xel-Há, puerto de Cobá“: “Xel-Há se hallaba en un punto crítico de la ruta comercial, ya que en ella convergían las partes terrestre y marítima de la misma. A Xel-Há llegaban por la vía marina las mercancías procedentes de Petén y Belice y, por el otro lado, aquellas del noroccidente de Yucatán vía Cobá. Esta posición de zona transitoria, aunada a sus cualidades geográficas (la caleta, su situación geográfica en la península, etc.), debieron haber hecho de Xel-Há una especie de ‘puerto libre’ [...] Por las evidencias arqueológicas que contamos, así como por sus cualidades morfológicas y geográficas, suponemos que Xel-Há debió haber jugado un papel, si no igual, sí semejante al de un puerto de comercio suscrito al emporio comercial de Cobá“.
La civilización maya tuvo centros como Palenque, enclavado en la selva de Chiapas, que llegó a su máximo esplendor entre los años 695 y 799 d.C., al igual que los centros de Yaxchilán, Bonampak y Piedras Negras. Es en esta región donde encontramos los primeros indicios de la existencia de guerras entre los mayas. Hay representaciones que hablan de guerreros, batallas e incursiones para capturar prisioneros. Becán, situada en Campeche, es un ejemplo de ciudad maya fortificada y rodeada por un foso seco. Antes de finalizar con el periodo teocrático,  es importante resaltar la relación tan estrecha y duradera que había entre la región maya y elCentro de México, especialmente con Teotihuacan, en los siglos V a VII. Teotihuacan controló los centros mayas de este periodo mediante la guerra y el dominio político, pero sobre todo mediante las influencias culturales y el acceso a una serie de recursos naturales, como el cacao, que eran mercancías básicas dentro de las redes comerciales. Inicialmente se dedujo que la cultura maya absorbió la influencia teotihuacana y continuó su propio desarrollo. Posteriormente se analizaron las evidencias encontradas en Tikal y en Kaminaljuyú,  donde algunos edificios y estelas sugieren actividad bélica entre teotihuacanos y mayas, demostrando el poder que los guerreros sustentaban en este periodo.
La desintegración tan dramática como incomprensible de estos poderosos centros ceremoniales podría estar íntimamente ligada a la caída de la propia Tehotihuacan. Se han manejado muchas hipótesis acerca de la decadencia y desaparición de los centros mayas teocráticos, cuyo orden se resquebrajó entre los años 750 y 900. Una teoría nos habla del colapso ecológico que sufrió la región a raíz de la destrucción de la selva por los sistemas agrícolas que los mayas empleaban, mientras que otra pone el acento en un crecimiento desmedido de la población, que empezó a ejercer demasiada presión sobre la tierra y la producción de alimentos. Estas hipótesis son probablemente ciertas, aunque no bastan para explicar la decadencia de los centros teocráticos. A ellas quizá se aunaron las contradicciones internas de la sociedad teocrática. En ella el poder y la autoridad estaban en manos de un grupo de nobles y sacerdotes,  que imponían al pueblo fuertes cargas tributarias en trabajo y especie. Así, ese pueblo pudo haberse levantado en una sangrienta rebelión, o bien emigrar en masa hacia otras tierras. A todo esto se une el hecho de que Teotihuacan, saqueada y reducida a cenizas por fuerzas desconocidas entre 700 y 750, dejó de mostrar su influencia en el área maya. Su prosperidad económica y cultural se detuvo bruscamente para dar paso a Xochicalco, y posteriormente a los toltecas, en el dominio del Valle de México. Cien años después de la destrucción de Teotihuacan, los centros mayas entraron en crisis, se despoblaron, y sus ciudades fueron invadidas por la selva.
Kukulkán es el nombre maya de Quetzalcóatl, personaje importante en el Período Posclásico de los mayas. Una vez abandonados los centros ceremoniales mayas del periodo clásico, la fuerza generadora de esta época va a ser una corriente migratoria identificada étnicamente con los mayas arraigados en la región, que traía consigo una cultura mestizada de fuerte contenido náhuatl. Esta corriente, llamada putún o maya-chontal, habitaba en el sur de Tabasco y tenía estrechas relaciones comerciales con los pueblos del centro de México y con los grupos nahuas establecidos en la periferia de la región maya, por ejemplo en Xicalango. Su presencia habría de romper con el precario equilibrio en el que trataba de mantenerse el mundo teocrático, y fueron los putunes los que aprovecharon la caída de este orden para introducir una nueva forma de vida y de dominio sobre la región. El territorio del que provenían los putunes era el delta de los ríos Usumacinta y Grijalva, una región de ríos, riachuelos, lagunas y pantanos, en donde predominaba el transporte acuático. Esto hizo de los putunes unos excelentes navegantes y mercaderes, que controlaban las rutas marítimas comerciales alrededor de la península de Yucatán, desde la Laguna de Términos, en Campeche, hasta el centro de Sula en Honduras.
Los putunes se establecieron al sur del río de la Pasión y llamaron a su tierra Acalán (“lugar de canoas“). Fundaron dos poblaciones principales: Potonchan (Putunchan), situada en la desembocadura del río Grijalva, e Itzamkanac, junto al actual río de la Candelaria, que desemboca en la laguna de Términos. Itzamkanac era la capital de Acalán, pero tal vez fuera Potonchán la primera población. En efecto, ésta dominaba el comercio relacionándose con los zoques y con los habitantes de las tierras altas de Chiapas. En cambio, Itzamkanac estaba ubicada demasiado río arriba para llegar a ser un importante puerto de intercambio. De ahí que Xicalango, el gran centro comercial situado en la laguna de Términos y controlado por Itzamkanac, supliera esta función. Establecieron numerosos puertos en esas rutas, entre los que destacan Cozumel, Xel-Há, Bahía de la Ascensión y Polé (la actual Xcaret), en Quintana Roo, que fueron dominados por una rama de los putunes, a quienes se conoce como itzáes (“aquellos que hablan la lengua entrecortadamente“). Desde Polé, los itzáes penetraron tierra adentro para conquistar Chichén en 918. Y desde entonces tomo el famoso nombre de Chichén-Itzá. Hacia el 950, dominaban toda la región oriental hasta Bakhalal (Bacalar) y Chactemal (Chetumal). Una vez controlada la zona, esta rama itzá de los putunes estableció comunicación con sus vecinos mexicanos del sur de Campeche.
Se supone que los itzáes, que hablaban tanto el chontal como el náhuatl y habían absorbido profundas influencias del centro de México,  recibieron a Quetzalcóatl, llamado en maya Kukulkán. Éste había huido de Tula  (lo cual le da un aspecto muy humano) y se alió con los chontales para conquistar Chichén Itzá en 987 d.C. La altura del poder omeya en España ocurrió en esta época durante el siglo X d.C., en concreto durante el reinado de Abderramán III. Abderramán III tenía el pelo rubio y ojos azules debido a la larga práctica de los califas omeyas de tomar esposas vascas y francas. Abderramán III fue un mecenas de las artes, sobre todo en la arquitectura, encargó importantes proyectos de construcción, se amplió la biblioteca de Córdoba y construyó un complejo de palacios magníficos en las afueras de Córdoba llamado Madinat Al-Zahra dedicado a su esposa favorita. Madinat Al-Zahra fue descrito por los viajeros cristianos como una serie de palacios deslumbrantes llenos de tesoros nunca antes vistos.  De esta época datan las influencias toltecas en el arte y la arquitectura mayas. Es conveniente recalcar que autores como Enrique Florescano, Leonardo López Luján y Alfredo López Austin, ponen en duda que el Quetzalcóatl histórico haya llegado a Yucatán. En primer lugar, porque las fechas no coinciden. En segundo, porque similares argumentos presentaban los nobles mixtecos, tarascos y más tarde los mexicas para legitimar su posición en la estructura social. Tanto el mito de Tollan,  la huida de Quetzalcóatl, como las expresiones artísticas y la vocación eminentemente guerrera de las sociedades mesoamericanas del período Posclásico Tempranoforman parte de una idea muy extendida por toda la región en ese tiempo.
Hacia el año 1000 d.C., Chichén Itzá formó una alianza con los cocomes de Mayapán y los Xiu de Uxmal. Dicha alianza es conocida con el nombre de Confederación Liga de Mayapán, rota en 1194 por Hunac Ceel, líder de los cocomes. Las hostilidades desembocaron en la derrota, tanto de los itzáes como de los tutul xiúes. El auge de Chichén-Itzá y de sus gobernantes maya-toltecas terminó en caos hacia fines del siglo XIII. Los itzáes abandonaron su ciudad y se dirigieron a las selvas desiertas del Petén. Allí, en el lago Petén Itzá, fundaron una nueva población localizada en la isla de Tayasal. La supremacía de Mayapán llegó a su fin hacia 1441, cuando el líder xiu de Uxmal, Ah Xupan Xiu, la destruyó masacrando a la familia real cocom. Durante su apogeo, Mayapán llegó a tener hasta 12 mil habitantes. Era una ciudad fortificada, rodeada de una muralla de piedra. Se pueden ver en su arquitectura claras influencias toltecas. En el este de la península, según señala Eric J. Thompson en su libro “Los habitantes de la costa oriental de la península de Yucatán”: “Los putunes conservaron en su poder la región de Bakhalal y Chetumal durante el periodo de dominación de Mayapán en la provincia de Uaymil se hablaba un dialecto parecido al campechano y, naturalmente los documentos de Paxbolón con su afirmación de que Chetumal pagaba tributo a los putunes acalanes“. Las crónicas mayas establecen claramente que los putunes conservaron su poder sobre la región de Bakhalal y Chactemal durante el periodo de la dominación de Mayapán (1200-1480). Pero ni por eso abandonaron el dominio de su antiguo territorio al sur de Tabasco, sino que hicieron constantes viajes de ida y vuelta a Potonchán.
A la caída de Mayapán, la península de Yucatán se dividió en 16 pequeños estados, cacicazgos o provincias, cada uno con su propio gobernante. Entre estos cacicazgos existían rivalidades y guerras constantes, herencia de las luchas sin tregua entre los xiu y los cocomes. Esa era la situación reinante a la llegada de los primeros españoles.  En el Petén, Tayasal, de los Itzaes, Zacpetén, de los Ko’woj y Queixil, de los Yalnain, fueron las últimas ciudades mayas y mesoamericanas en ser conquistadas, en el 1697 d.C., después de varios intentos fallidos, incluyendo unos de Hernán Cortés en 1542. En el altiplano sur surgieron otros estados mayas, entre ellos el reino K’iche’, basado en Q’umarkaj (Utatlán), que produjo el Popol Vuh, la obra histórica y mitológica más conocida de los mayas. Otros estados en las tierras altas de Guatemala incluyen el reino Mam, en Huehuetenango (Saculew), Kaqchikel, en Iximché, Chuj, en San Mateo Ixtatán y Poqomam, probablemente en Mixco Viejo. La tercera generación de investigadores que se dedicó a la tarea de conocer a los mayas, trabajó especialmente para aclarar los secretos de su calendario. Lo hicieron partiendo de las indicaciones de Landa y lograron sus primeros triunfos con el material de la  Maudslay-Collection,  y aún prosiguen los trabajos. En esta tarea va incluida la interpretación de las escrituras en imágenes, y los triunfos alcanzados se relacionan con los nombres de E. W. Förstemann, que fue el primero en comentar el «Codex Dresdensis»; Eduard Seler, profesor, y después director, del Museo Etnográfico de Berlín, que, después de Maudslay, fue seguramente el que reunió en sus «Tratados» el material más rico respecto a los mayas y aztecas; y Thompson, Goodman, Boas, Preuss, Ricketson, Walter Lehmann, Bowditch y Morley.
Pero sería injusto destacar un nombre determinado si pensamos en el gran número de los que trabajaron en la jungla haciendo copias, o los que en sus estudios consiguieron penosamente resultados parciales. La investigación de las civilizaciones americanas constituye un trabajo de amplia colaboración. Y, juntos,  recorrieron los investigadores las más difíciles etapas de sus estudios, desde el calendario hasta la cronología histórica.  La ciencia del calendario no podía quedar reducida a una finalidad. Aquellas terribles caras que representaban números, con los signos de los meses, días y períodos, decoraban todas las fachadas, columnas, frisos, terrazas y escaleras de los templos y palacios. Todos los monumentos llevaban la fecha de la creación. El investigador tenía que agrupar las obras según los distintos aspectos, ordenar cronológicamente los grupos, reconocer los cambios de estilo según las influencias de un grupo u otro. En una palabra, analizar la historia.  Pero ¿qué historia?  La pregunta es más indicada de lo que parece, pues todos los conocimientos logrados de este modo tenían el inconveniente de que el investigador veía  solamente  la historia de los mayas, es decir, sus fechas, sin la menor relación con nuestro habitual cálculo del tiempo y nuestros acontecimientos históricos.  Otra vez los investigadores se veían ante un problema más arduo que los planteados por el mundo antiguo.
En esa situación se hallaban los investigadores ante los monumentos mayas de la jungla americana. Sin embargo, pronto pudieron indicar cuántos años más antiguos eran, por ejemplo, los monumentos de Copan con relación a los de Quiriguá, pero ni siquiera podían sospechar en qué siglo de la cronología europea fueron construidas ambas ciudades.  Era evidente, pues, que su tarea inmediata consistía en establecer la correlación existente entre la cronología maya y la nuestra. Pero cuando se hubo llevado a cabo la parte esencial en tal labor de correspondencia de fechas, cada vez más exactas, se planteó un nuevo problema, uno de los fenómenos más enigmáticos de la historia de este gran pueblo era el misterio de las ciudades abandonadas. Hemos de mencionar un descubrimiento porque nos conduce directamente a una parte viva de la historia maya de los últimos tiempos. Y, con ello, dando un nuevo rodeo, a ese mismo misterio de las ciudades muertas. En distintos lugares del Yucatán fueron hallados en el pasado siglo los llamados «libros de Chilam Balam». Trátase de anotaciones hechas después de la conquista, llenas de anécdotas políticas. Su valor reside en la relación que guardan, al menos en parte, con documentos mayas originales.  El manuscrito más importante fue descubierto hacia el año 1860, en Chumayel, y entregado al obispo e historiador Crescencio Carrillo y Ancona. Más tarde, la Universidad de Filadelfia publicó una reproducción fotográfica del mismo. Fallecido el obispo, el manuscrito pasó a la Biblioteca Cepeda de Mérida, de donde desapareció en el año 1916 en condiciones bastante misteriosas.
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