Los militares se hicieron cargo del territorio del accidente ovni expulsando a los civiles y exigiéndoles el más completo silencio acerca del incidente. Jesse Marcel y el capitán Cavitt, del organismo de contrainteligencia CIC, llegaron al Foster Ranch la noche del domingo y pasaron la noche en bolsas de dormir en una pequeña construcción. Por la mañana, fueron llevados por Brazel al lugar donde éste había encontrado el material. En 1979, Marcel describió su experiencia:
“Cuando llegamos al lugar del accidente, me sorprendió la vastedad de la zona dañada. No era una cosa que hubiera dado contra el suelo o explotado en tierra. Era algo que debió de explotar en el aire, viajando quizás a una alta velocidad. No sabemos. Pero los fragmentos estaban desparramados en una zona de 1.200 metros de largo, y bastante ancha, de decenas de metros de ancho. Así que procedimos a recoger todos los fragmentos que pudimos encontrar y los cargarnos en nuestro jeep. Me resultaba bastante obvio, por mi actividad, que eso no se trataba de un globo meteorológico, ni de un avión ni de un misil. Pero lo que era, no lo sabíamos. Simplemente recogimos los fragmentos. Era algo que nunca había visto antes, y yo estaba bastante familiarizado con todas las actividades aéreas. Cargamos completamente el jeep, pero no me sentí satisfecho. Le dije a Cavitt: -Lleve este vehículo de vuelta a la base, que yo voy a volver allí y recoger todo lo que entre en mi auto-, cosa que hice. Pero en total sólo recogimos una pequeña parte del material que estaba allí desparramado”.
Se conocen pocos nombres de militares y otras personas que visitaron los sitios, y los que sí se conocen, en la mayoría de los casos no se han mostrado dispuestos a hablar. Con una fascinante excepción. En noviembre de 1990, Stanton Friedman pudo coronar meses de negociaciones entrevistando a cierta persona: un hombre que dice, en una forma muy creíble, que estuvo allí. F.B. era un fotógrafo de la Fuerza Aérea que cumplía funciones en la estación naval aeronáutica de Anacostia, en la ciudad de Washington. Un día de comienzos de julio de 1947, él y otro fotógrafo, A.K. fueron embarcados en un bombardero B?25 y llevados al campo aéreo de Roswell. F.B. le contó a Friedrnan:
“Una mañana nos dijeron: -Hagan sus valijas. Tendremos cámaras allá, listas para ustedes-. No sabíamos adónde íbamos. Mi cámara Speed Graphic 4×5 estaba en el avión, y después de unas pocas horas de vuelo, llegamos a Roswell. Subimos a un auto del personal, y parte del equipo que trajimos fue cargado en camiones, viajamos alrededor de una hora y media hacia el norte. Llegamos a uno de los tres sitios de aterrizajes violentos en la zona de Corona, y había una cantidad increíble de gente, en una tienda de campaña cerrada. Prácticamente no se podía ver nada dentro de la carpa. Me dijeron: -Prepare la cámara para tomar una fotografía a cinco metros- A.K. se subió a un camión que se dirigía al lugar donde estaban recogiendo fragmentos.
Había toda clase de metal por ahí. Y nos gritaban lo que debíamos hacer: -¡Tome esto, tome lo otro!- Pude ver cuatro cuerpos cuando el flash hizo explosión, pero estaba casi enceguecido porque era un día tan lindo, tan soleado… Uno entraba en esa tienda de campaña, que estaba terriblemente oscura, y todo lo que se fotografiaba eran cuerpos. Cuerpos que estaban debajo de una lona que ellos levantaban, y uno tomaba la foto; quitábamos el bulbo del flash, poníamos otro, tomábamos otra foto y le dábamos a un oficial el carrete de película (cada carrete tenía sólo dos hojas de filme cortado de 10 x 12 centímetros), y entonces pasábamos a la toma siguiente. Calculo que habría entre diez y doce oficiales y, cuando yo me preparé para entrar, salieron todos. La tienda de campaña medía alrededor de 6 x 9 metros. Los cuerpos parecían estar colocados sobre un lienzo encerado.
El tipo que daba todas las instrucciones agarraba una lámpara de flash y se ponía en un lugar: -¿Ven esta lámpara’, decía. – ¡Sí, señor!. – ¿Están enfoco con ella – ¡Sí, señor – Tomen una foto de esto- Entonces sacaba la lámpara. Nos , movíamos en círculo, tomando fotos. Me parecía que los cuerpos eran idénticos: oscuros, delgados, con una cabeza demasiado grande. Yo torné unas treinta fotos. Creo que tenía unos quince carretes. Había un olor raro allí. A.K. volvió en un camión que estaba cargado de escombros. Un lote de fragmentos que antes no estaban ahí sobresalían de la caja. En el camino de vuelta al aeropuerto (Roswell), nos dijeron que olvidáramos todo lo que habíamos visto. A eso de las cuatro de la mañana siguiente, nos despertaron, desayunamos y subimos al B?52. Una vez en Anacostia, un capitán de corbeta terminó de “lavarnos el cerebro” (tanto a F.B. como a su amigo A.K. se les dijo claramente que lo que fuera que creyeran haber visto en Nuevo México, no lo habían visto jamás).”
Habría cantidades de hombres involucrados de una forma u otra en la recuperación de los cuerpos y los restos de los aparatos accidentados en tres sitios de la zona de Corona: el campo de escombros descubierto primeramente por Brazel, el lugar donde aterrizó el aparato y el punto donde fueron encontrados los cuerpos en sus “cápsulas de escape” y donde suponemos que F.B. tomó sus fotos. Pocos de estos hombres han podido ubicarse, y la mayoría habría muerto mucho antes de que alguien pensara en acercarse a ellos para entrevistarlos.
En cuanto al aterrizaje violento en las Planicies de San Agustín, 240 kilómetros al oeste, la llegada de los militares fue observada por alrededor de doce civiles: Gerald Anderson y su familia, un grupo de estudiantes de arqueología o geología con su profesor, y el ingeniero gubernamental Barnett. De éstos, Barnett les contó a varios amigos algo de esta experiencia, y Anderson entró en grandes detalles sobre lo ocurrido cuando aparecieron los militares mientras él y los otros trataban de darle algún sentido a esta traumatizarte experiencia. Según un amigo cercano de Barnett, Vern Maltais, aquél habría dicho: “Mientras mirábamos los cuerpos, un oficial militar llegó en un camión con el chofer y tomó el control. Le dijo a todo el mundo que el ejército se haría cargo de la situación y que abandonaran el lugar. Otros militares llegaron y acordonaron la nona. Nos dijeron que nos fuéramos y que no habláramos con nadie sobre lo que habíamos visto, que era nuestro `deber patriótico’ permanecer en silencio”.
Gerald Anderson, en su entrevista de setiembre de 1990, describió estos hechos con énfasis: “Los soldados nos indicaban por dónde ir retrocediendo y caminaban al lado del auto. Cuando llegamos a la ruta, vimos que hormigueaba de soldados. Había barricadas y de todo. Y la última vez que vimos al profesor Buskirk y sus estudiantes, estaban parados allí hablando con otro soldado (Glenn dijo que parecía un oficial) y Buskirk señalaba hacia el sitio del aterrizaje. A nosotros nos hicieron tomar hacia el este por la ruta a Datil. Y nos gritaron: `¡No paren, no vuelvan!’. Cuando miré para atrás y vi el plato volador clavado en el suelo, justo cuando dimos la vuelta a los árboles, había un montón de soldados y estaban todos alrededor del aparato, pero ya no pude ver a la tripulación (del plato volador) que antes estaba en el suelo. Estaban llegando más vehículos y maquinaria y parando allí. Como el camión que había llegado primero. “Los soldados se movían alrededor.
Estaban haciendo muchas tareas raras y tirando una especie de cables. También parecía que ponían algo en el suelo, y sacaban cosas de los camiones. Un montón de ellos simplemente estaba parado ahí. Pero la actividad era frenética. Cuando entramos en la ruta principal, ya habían puesto una barrera y estaban trayendo cosas, y me acuerdo que había un jeep que arrastraba un trailer con un motor, como un generador. Cuando estábamos en la ruta, Ted preguntó a un soldado: -¿Podemos volver hasta el almacén y comprar algo para tomar?- ¡No! ¡Váyanse para allá! – El soldado apuntó hacia el este. Fue activo y directo.- Una vez que los Anderson fueron ahuyentados del sitio del accidente y ya estaban camino a casa, los militares pudieron proceder como querían sin nadie que los observara. Los materiales que retiraron fueron llevados con rumbo desconocido, si bien se ha sugerido como posible destino White Sands/Alamogordo, y también Los Álamos y la Base Sandia. Estos lugares tienen instalaciones científicas que permitirían analizar los restos del accidente y hasta los cuerpos, y todos tienen altas condiciones de seguridad. Pero las claves no son lo que uno esperaría… hasta ahora.
En algún lugar hay una gran cantidad de material y probablemente piezas bastante grandes de dos o más ovnis que vinieron a terminar sus días dentro de las fronteras estadounidenses, y tal vez en el territorio de una o más naciones amigas. Donde exactamente, es un misterio. Incluso los fragmentos que fueron a parar a Wright Field desde Roswell y Fort Worth pueden no estar allí hoy. Tal vez fueron trasladados varias veces por razones de seguridad y para la investigación científica top secret. Abundan rumores de que Estados Unidos estuvo involucrado en un intento de hacer volar un ovni capturado, desde una de sus bases secretas en Nevada.
Algunos individuos afirman incluso que hemos trabajado en estrecha colaboración con extraterrestres para adaptar su tecnología a nuestros usos. Y que algunos de nuestros primeros aviones furtivos (en particular el caza Lockhed F-117 y el bombardero Northrop B-2) se beneficiaron del asesoramiento “externo”. Pero no hay absolutamente ningún fundamento para tales afirmaciones; por lo tanto, deben considerarse tan sólo rumores. Los autores creen que puede tratarse incluso de desinformación aportada por representantes gubernamentales anónimos, para confundir aún más la escena del fenómeno ovni.
En un nivel mucho más razonable, se ha sugerido que el primer material extraterrestre recuperado era tan técnicamente avanzado que no podía ser entendido ni siquiera por los más brillantes y experimentados científicos. Se ha hecho una analogía con el hipotético regalo de un moderno reloj digital electrónico a Leonardo da Vinci, uno de los verdaderos genios en la historia de la Humanidad. Da Vinci no sólo hubiera sido incapaz de imaginar cómo funcionaba, sino que además no hubiera tenido ninguna clave para averiguarlo. El chip del tamaño de una estampilla no hubiera significado nada para él, y tampoco el registro de cristal líquido.
No hubiera tenido más remedio que guardarlo con la esperanza de que, en el futuro, alguien averiguara algo que permitiera descifrar el extraño dispositivo. Lo mismo podría decirse de los ovnis que se estrellaron en Nuevo México en 1947: tal vez estaban tan avanzados en comparación con nuestra ciencia y tecnología, que los esfuerzos para entender incluso pequeñas partes de ellos resultaron totalmente inútiles. Entonces se habrían almacenado, controlándose periódicamente para comprobar si los últimos conocimientos arrojaban alguna luz sobre su exótica composición. Podríamos estar esperando todavía que nuestros conocimientos científicos los alcancen. O tal vez sí descubrimos cómo funcionaba el ovni modelo 1947 y estamos empleando ese conocimiento. O quizás aprendimos realmente cómo está construido un aparato extraterrestre, cómo se opera y cómo vuela.
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